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El Parlamento debe suprimir las pensiones vitalicias a los expresidentes del Gobierno

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El actual inquilino de La Moncloa, en su caso más bien okupa, pronto se irá a su chalet de lujo, faltaría más, como buen socialisto (no es un error) que es.

Tendrá “derecho” a una pensión vitalicia para el resto de sus días, que teniendo en cuenta que tiene cuarenta y pocos años, y no ha trabajado en su vida en nada, en serio, quiero decir, le aventuro una larga duración.

Por consiguiente, esta “porcelana chica”, en su caso más bien este adefesio, cobrará el 80% de las retribuciones que perciba quien ostente la presidencia del gobierno, beneficiándose por tanto de los incrementos correspondientes, que sin duda se irán produciendo, que ya sabemos que los políticos primero miran por lo suyo.

Evidentemente con coche oficial, con chófer y escoltas, en el número que fije el ministerio del interior, en función de la seguridad que se estime precisa.

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Podrá nombrar “a dedo” a dos personas para que estén a su servicio, una con el nivel 30, el máximo de la administración pública, una especie de jefe de gabinete, y otra con el nivel 18, el equivalente a un auxiliar u oficial administrativo, para entendernos.

El Estado proveerá a dotarle de un despacho y oficinas de categoría, y no en el extrarradio de Madrid, sino en una de las zonas más cara y lujosas, faltaría más, para que pueda recibir a sus amistades…, jugar a las cartas con otros desocupados como él, o intrigar vía telefónica, siguiendo el ejemplo de ese gran zascandil llamado Zapatero, y al que yo llamo zapatones.

¿Cuánto nos costará la “criatura” durante el resto de su vida, que presumo puede ser de varias décadas…, eso suponiendo que no se hunda España antes?

¿Tiene sentido esta situación?

Yo creo que no.

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Cada vez tenemos más ex presidentes del gobierno, y cada día más jóvenes, desde ese Zapatero que llego a ex con apenas cincuenta años, pasando por el actual, con cuarenta y tantos años, los aspirantes del PP y CIUDADANOS, que rondan los cuarenta justos, Felipe González que goza de una salud envidiable, Aznar que está hecho un chaval, Rajoy, que por lo menos se ha incorporado a su trabajo, y no digo anterior, pues la verdad es que casi no ha sido registrador, y siempre ha vivido de la política, y muy bien, además, con su estilo gallego y fina retranca, consistente en no hacer nada, y dejar que los problemas se pudran o solucionen solos, en fin, para que seguir.

Zapatero, el tonto, pero tonto de los que fabrican relojes, como le pareció poco lo que iba a cobrar, supongo, y quería ocuparse en algo de provecho en vez de ponerse a trabajar, que es lo que hacemos todos (tal vez pensó que era incapaz de hacer algo de provecho), reformó la ley del consejo de estado, para dar cabida en el mismo, como miembros natos, a todos los ex presidentes del gobierno. ¡Tonto, tonto, pero para los demás, no para sus propios intereses!

Esta calidad de consejero nato del consejo de estado, que solo tienen que pedir, tras cesar como presidentes, o en cualquier momento posterior, les permite obtener un segundo –y elevadísimo- sueldo, absolutamente compatible con el de ex presidentes, faltaría más, que las incompatibilidades son para los funcionarios normales y corrientes, no para ellos, que son la alegría de la huerta, sobre todo Rajoy, Zapatero o el propio “Maduro Sánchez”.

Rajoy, el timorato, y digo timorato por no decir cobarde, fue incapaz de suprimir esta gabela, propuesta por el gobierno en beneficio de los ex presidentes, pensando, sin duda, que él también podría beneficiarse de ella.

Me recuerda a la Rudí, ex presidenta pepera de Aragón, que aprobó la concesión de un coche oficial, con chófer y escolta, al ex presidente socialista, Marcelino Iglesias, pero con la cláusula de que cuándo hubiera un nuevo ex presidente –es decir ella misma-, pasaría a disfrutar de dicho beneficio. (Son los pagos en diferido, la gran aportación a la ciencia jurídica de esa gran maestra del derecho y del revés llamada María Dolores de Cospedal).

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En definitiva, esta situación es insostenible, y urge suprimir esas pensiones vitalicias, y sustituirlas por una prestación durante dos años máximo, o el tiempo equivalente al que hayan permanecido en el cargo, si ha sido inferior, como sucede con los ex ministros, por ejemplo.

Y absolutamente incompatible con la realización de cualquier clase de trabajo por cuenta propia, o ajena.
España no puede permitirse estos despilfarros del escaso dinero público existente.

*Abogado, profesor universitario de Derecho y académico correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.

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4 Comentarios

1 Comentario

  1. Avatar

    Antonio

    07/07/2019 at 13:38

    Estos PRIVILEGIOS SON VERGONZOSOS, y deberían desaparecer.
    Que cobren una prestación durante dos años, por ejemplo, como sucede con los ex ministros, me parece admisible, para que tengan tiempo para rehacer su vida, etc., PERO NADA MÁS.
    A España no le sobra el dinero, y a los españoles tampoco, para derrocharlo impunemente.

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    Pedro

    07/07/2019 at 13:38

    Como nadie se queja, o casi nadie, PUES HACEN BIEN EN ROBARNOS TODO LO QUE PUEDEN. Yo también haría lo mismo.

  3. Avatar

    Pedro

    17/10/2018 at 21:21

    Como nadie se queja, o casi nadie, PUES HACEN BIEN EN ROBARNOS TODO LO QUE PUEDEN. Yo también haría lo mismo.

  4. Avatar

    Antonio

    17/10/2018 at 11:10

    Estos PRIVILEGIOS SON VERGONZOSOS, y deberían desaparecer.
    Que cobren una prestación durante dos años, por ejemplo, como sucede con los ex ministros, me parece admisible, para que tengan tiempo para rehacer su vida, etc., PERO NADA MÁS.
    A España no le sobra el dinero, y a los españoles tampoco, para derrocharlo impunemente.

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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