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El Instituto Balear de la Mujer, un organismo prescindible

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Las directoras del IB Dona han salido con las uñas largas a defender el organismo que han gestionado ante una crítica a su utilidad (no sirve para nada, han dicho) en el Parlamento Balear, y es lógico. Todos defendemos nuestro trabajo, sobretodo si cobramos un sueldo.

En una nota de prensa, Francisca Mas Busquets, Isabel Llinàs Wharthmann, Lila Thomàs Andreu, Rosa Cursach Salas y Maria Duran I Febrero, defienden sus actuaciones al frente de la institución, pero hay que reconocer que sus objetivos de lucha contra la violencia de género son un sonoro fracaso si se mide por el número de mujeres muertas o maltratadas desde que la ley 2004/1 de violencia contra la mujer entró en vigor. Con un presupuesto que va de los 500.000 € en 2000 hasta los anunciados 7.2 millones para 2019, es la entidad pública más derrochadora en recursos, sin apenas resultados, del Gobierno Balear. Si a esto se le suma su fuerte ideologización feminista radical, su falta de aplicación de los conocimientos científicos, la permisividad o el mínimo filtro de utilización de sus recursos para denuncias de mujeres poco creíbles, y su escasa empatía con las verdaderas mujeres maltratadas, el IB Dona no funciona. Y si diriges una institución cuya función es casi una invención, también tienes que inventar tareas que justifiquen tu puesto.

Conozco bien de lo que hablo porque he tenido la oportunidad de experimentarlo en carne propia. Hace años, trabajaba desplazado en un hospital comarcal y, por motivos que ahora no vienen al caso, fui devuelto a mi lugar de origen, el hospital de referencia. El jefe de servicio, que al principio no sabía que hacer conmigo, me destinó al área administrativa en tareas muy por debajo de mi capacidad profesional.

En tres días había acabado el trabajo y me vi en la necesidad de saber en que iba a emplear mi tiempo el resto del mes y, por ende, como iba a justificar mi sueldo. Me inventé actividades como visitar los centros de salud para evaluarlos; solicité recursos económicos para desplazamientos con mi coche y así documentar mis salidas a los centros de salud; realizaba informes periódicos a mi superior con detalles como el día y hora de mis actividades, hasta las más nimias; elaboré un mini curso de mi especialidad que impartía también en los centros de salud; mantuve reuniones con diferentes responsables de varios sectores profesionales de la sanidad; indagué en otra áreas y departamentos: administración, economía, suministros, gerencia y departamento de personal, todo bien detallado en los informes a mi Jefe. Pero lo que más me llamó la atención fue que, en todo ese tiempo, nadie se preocupase de si mi actividad era importante o innecesaria, útil o inútil, rentable o improductiva. Recuerdo esa experiencia con cierta culpa pero fundamentalmente con mucha vergüenza, propia y ajena.

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De la misma manera, una institución o un cargo públicos que generan enormes gastos se hallan en la obligación de justificarlos mediante acciones no siempre muy claras, muchas veces incongruentes y, generalmente, de dudosa eficacia. Esto es exactamente lo que pasa con el Instituto de la Mujer en Baleares

Un ejemplo de lo que digo es lo sucedido cuando, en 2017, Rosa Cursach una de las ex directoras firmantes y entonces Presidenta del Instituto, emprendió una absurda cruzada feminista en contra de una barbería de Palma por un cartel que en la puerta anunciaba que allí se admitían hombres y perros, pero no mujeres. Lo hacía de una forma de broma simpática y el cartel lo había hecho su propia mujer, diseñadora gráfica, pero Ay! El instituto denunció al dueño del local por publicidad sexista, una interpretación traída de los pelos y sin fundamento. Les recuerdo que el local era una barbería para hombres y que estaba pensado como lugar de esparcimiento para ellos, con servicio de peluquería, bar y música de jazz, exquisita, por cierto.

La propia Cursach admitía, en Televisión Española, que “igual no es delito pero sí que es publicidad, de alguna forma, que no trata bien a la mujer”. Evidentemente, no había motivo alguno ni siquiera para retirar el letrero.

Además, tampoco estaba realmente “prohibida” la entrada a las mujeres. El cartel sólo indicaba que era un lugar para ellos (como la peluquería de mujeres lo es para ellas) un lugar de relax para hablar acerca de cosas de hombres. Al final, hubo juicio y fue condenado con una multa y a retirar el cartel.

A raíz de esto, estoy pensando en denunciar a Som Dona, un hotel exclusivo para mujeres en Mallorca, por discriminación contra los hombres que no pueden alojarse allí ¿Apoyará el Instituto de la Mujer mi propuesta? ¿Y el Gobierno Balear? Lo dudo. La discriminación a la mujer no funciona en sentido contrario

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Otras actuaciones, no menos discutibles del Instituto de la Mujer Balear, y otros similares en España, son sus asesoramientos legales a mujeres instando, muchas veces, a presentar denuncias por violencia de género a su pareja ante la mínima discusión o palabras subidas de tono que puedan ser interpretadas por las mujeres como agresión machista por parte de su pareja. En los juzgados de violencia contra la mujer hemos visto condenas por tirarse un pedo en presencia de su esposa (Valencia 2011), o por escribir “vete a la mierda” en un mensaje de WhatsApp (Granada 2016). Este último como delito leve de injurias/vejaciones en ámbito familiar

Con todos estos incentivos, y jaleados por la ideología feminista radical misándrica y totalitaria, ahora también con el movimiento del mismo corte “MeToo”, la mujeres se ven estimuladas a presentar denuncias a cual más ridícula, colapsando los sistemas de protección a las víctimas y generando un efecto contrario al que se pretende, que las mujeres verdaderamente maltratadas no sean efectivamente cuidadas ni se actúe preventivamente en su defensa. El mejor ejemplo de esto son las estadísticas. De todas las mujeres muertas por violencia doméstica apenas el 20% había presentado denuncia previa, un evidente fracaso de gestión.

Conclusión, el dispendio de recursos económicos públicos en el Instituto Balear de la Mujer (y en casi todas las instituciones públicas similares por toda España) resulta ser un derroche, dinero tirado a la basura para una tarea inútil. Continuar en esta línea es tan perverso como bochornoso. Pero ya se sabe, estas organizaciones están hechas para vivir del cuento de las subvenciones que los políticos responsables de gobernar riegan en abundancia para conseguir los votos femeninos. Un toma y daca escandaloso.

Finalmente quisiera ser positivo y aportar algunas soluciones:

.- Eliminar el IB Dona por obsoleto y deficitario

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.- Crear en su lugar un Instituto de política Familiar para afrontar los problemas de relación entre todos sus miembros y no sólo de las mujeres

.- Incentivar el Servicio de Ayuda a la Víctima de la Fiscalía

.- Reestructurar los servicios psicosociales orientándolos a la solución de conflictos familiares sin perspectiva de género

.- Recuperar la enseñanza de la tolerancia y respeto al prójimo en la escuela primaria

.- Impartir clases de comprensión del sexo propio y ajeno (no sólo educación sexual clásica) en la adolescencia mediana (a partir de 15 años)

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.- Enseñar normas de convivencia y cooperación como forma no violenta de alcanzar objetivos vitales

.- En última instancia, promover una educación de calidad desde la infancia con un objetivo claro: la tolerancia al prójimo, al diferente a uno, sea quien sea, sea como sea, venga de donde venga, piense lo que piense, porque el otro es igual y tan valioso como uno mismo

De hecho, me ofrezco a colaborar en ello.

*Presidente de la Asociación de Padres de Familia Separados de Las Islas Baleares (APFSIB)

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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