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España: de avestruces y universos paralelos

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La situación que llevamos viviendo en España en los últimos meses no pasa desapercibida para el resto del mundo. Muchos empresarios extranjeros, asustados por la deriva económica, social y política de nuestro país y ante la falta de garantías legales, abandonan España condenando a más gente al paro. Nuestros gobernantes parecen empeñados en empobrecer el país a toda costa.

La inseguridad en las calles es alarmante, y aumenta proporcionalmente a la población foránea. Y mientras los delitos aumentan, los delincuentes actúan con la tranquilidad del que sabe que, en el hipotético caso de que los detengan, no pisarán la cárcel, a menos que tengan sangre hasta las cejas, y tampoco en ese caso hay nada seguro. Los políticos corruptos son votados una y otra vez por un pueblo idiotizado que no parece entender nada. Y los políticos populistas que se permiten casas y vidas de lujo lanzan, recién firmada una hipoteca imposible para la inmensa mayoría de españoles, un discurso incoherente y cargado de mentiras sobre los trabajadores y sus derechos. Los líderes sindicales comen mariscadas mientras reivindican el proletariado. Políticos que mienten una y otra vez (del “Convocaré elecciones en seguida” al “Voy a agotar la legislatura los dos años que faltan”), mientras afirman con rotundidad que plagiar una tesis “es asunto privado” pero exigen la dimisión del que ha copiado un capítulo de un máster. Se persigue a los que exigen que los españoles tengamos derechos prioritarios en vivienda, subvenciones y alimentación (“Es un fascista”) pero se nos cae la baba ante el que da dinero para el tercer mundo (“Hay que ser solidario”).

La inversión de valores y roles está llegando a puntos inverosímiles: terroristas recibidos como héroes por las autoridades locales y vitoreados por el pueblo, mientras los familiares de sus víctimas son ninguneados en el mejor de los casos, en el peor, tratados con desprecio; separatistas que gobiernan desde el extranjero con dinero de los españoles, presidentes que nadie ha votado y que han llegado al poder sin apoyo en las urnas afirmando que respetan “la voluntad popular”… Se premia la mentira, lo mediocre, la miseria moral, la traición, el abandono de los tuyos. Se castiga el honor, la dignidad, el pensamiento libre, la solidaridad para con los tuyos.

Esta chocante realidad parece, sin embargo, pasar desapercibida para el propio pueblo español. Hay todo tipo de teorías al respecto (España como laboratorio de ingeniería social, dinero aportado por personajes extranjeros e instituciones internacionales para desestabilizar el país, y otras más peregrinas y propias de Cuarto Milenio), pero la verdad es mucho más simple: España es el único país del mundo donde, parafraseando a Groucho Marx se puede decir literalmente: “Esta es la realidad, pero si no te gusta, tengo otra”. Sí, así de sencillo. España tiene distintas realidades, y los españoles podemos elegir cuál nos gusta, convence o interesa según nuestro humor, ideología política o estado de ánimo. Sin problemas.

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Probablemente el lector, llegado a este punto, asoma una sonrisa y dice “¡Qué gracioso!” o “¡No será para tanto!” o cualquier cosa intermedia entre ambas. Pero no, estimados lectores, ni se trata de ser gracioso ni de inventar la rueda. Esta afirmación se basa en datos empíricos que a continuación expondremos. Y luego, que cada cual saque sus propias conclusiones al respecto.

Encontramos una primera realidad, la del “avestruz”. Es, quizás, la realidad en que vive esa “mayoría silenciosa” que conforma el pueblo llano.

Dice el tópico que el avestruz, cuando se siente perseguido, mete la cabeza bajo tierra y así, al no ver nada, cree que el peligro ya no está. Es muy común recurrir a esa táctica en el día a día: no querer saber nada de un tema evita que nos enfrentemos a nosotros mismos y a las decisiones que nos tocará tomar en caso de hacerlo. Es más cómodo y más sencillo imitar a los tres famosos monos que no ven, no oyen y no hablan. Pero afortunadamente, nuestros políticos, conocedores del tema, nos facilitan la labor de no ver, no oír, no hablar, o en su alternativa, de meter la cabeza bajo tierra.

En el primer caso, el facilitarnos la labor de no ver, no oír o no hablar, ha sido fácil. Se han creado “leyes de odio” cuya única misión es condenar cualquier pensamiento que no guste a los que mandan. Considerar delito una idea, un pensamiento o un sentimiento es una aberración que rompe por completo las bases del estado de derecho y fulmina la libertad de expresión, reduciéndola sólo a poder decir lo que quieren que digas los que mandan. En realidad, es lo que de toda la vida se ha llamado una dictadura de represión del pensamiento. Pero parece que suena más democrático hablar de “leyes de odio”, aunque en realidad sea lo mismo.

En el segundo caso, meter la cabeza metafóricamente bajo tierra, las élites cuentan con la ayuda y colaboración de los medios de masas, que nos presentan una realidad a medias tintas, como si lo de “buscar la verdad” quedara sólo para las películas. El periodista corriente tiene que comer y pagar facturas, y por tanto, tiene que contar lo que le manden que cuente. Las noticias de la “realidad avestruz” son una mezcla cuidada y estudiada de absurdos frívolos, que en ningún caso deberían formar parte de un telediario: el estreno del último concurso de chefs de cocina o de la enésima temporada de una famosa serie televisiva, o el desfile de una modelo concreta en la pasarela de París, o el ganador del último premio literario, o el viaje relámpago a España de un famoso de cualquier campo…, y algunos hechos reales convenientemente elegidos y adobados, por descontado. Las noticias que implican a inmigrantes en cualquier tipo de delitos se enmascaran, edulcoran y manipulan tanto como se puede, y mejor, que parezca que la culpa es de la víctima, no del agresor. Una vuelta de tuerca más: si es posible, ni siquiera demos la noticia. Recordemos la tristemente célebre Nochevieja de Colonia, hace un par de años, por poner un ejemplo claro. Si se ocultó algo de tales proporciones ¿qué no se nos ocultará en el día a día?

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Pero la gente se entera por medios alternativos. Pues nada, recurramos a lo que nunca falla: “Es un periódico fascista, una web ultraderechista, un medio neonazi”, etc… También los programas destinados a los que viven en la “realidad avestruz” son por el estilo: concursos de futuras estrellas, o de chefs aficionados, o de ninis que conviven encerrados en una casa sin más razón que esa, programas que buscan en directo acontecimientos festivos y sin trascendencia, o que nos muestran el lado amable de vivir en otros países, o cualquier tipo de circo similar. Los que viven en la “realidad avestruz” no querrían ver otro tipo de programas que pudieran poner en tela de juicio su estilo de vida cómodo y habitualmente tranquilo.

La segunda realidad es más peligrosa, mucho más, que la primera, ya que no tiene solución ni cura. Es lo que podemos llamar realidad de los “mundos de Yupi” o universos paralelos. Afecta a cualquier clase social y nivel económico, cultural o religioso. Consiste en interpretar las cosas desde una percepción de la realidad concreta, eliminando, justificando o ignorando cualquier hecho que la contradiga. Es la realidad de los fanáticos, de los progresistas, de los sectarios, de los buenistas.

En algunos artículos hemos puesto el ejemplo, quizás un poco simple, de las personas convencidas, por un intensa propaganda, de que el fuego moja. La realidad es que, cuando tienen algún encuentro con el fuego, se queman. Y como su percepción de la realidad no coincide con la propia realidad, intentan justificarse afirmando que “es un fuego aislado”, que “ha sido un caso único y puntual”, etc… Estas personas han elegido una causa y hacen de esa causa su bandera, su sentido de vida, su misión, su finalidad. La lucha por su causa condiciona cualquier acción, cualquier pensamiento, cualquier elección. Para facilitar las cosas a los que viven en la realidad “universos paralelos”, las élites que mandan les han elegido ya las causas que abanderarán. Hay muchas y las conocemos todas. Podemos elegir un par por poner los ejemplos oportunos, pero son tantas que daría para otro artículo.

Por poner un ejemplo, el feminismo, no entendido en absoluto como lucha por los derechos de la mujer, sino como manera de dividir a hombres y mujeres y enfrentarlos: la mujer es siempre la víctima, el hombre es siempre el culpable, y punto. El que no apoye esa causa será tratado de machista, de maltratador, etc. Incluso las leyes de género van enfocadas a ese enfrentamiento entre hombres y mujeres. La realidad no importa: si los hechos contradicen la causa, lo que están mal son los hechos, y ya buscarán el modo de justificarlos. Por ejemplo, el caso de una mujer que maltrata o mata a un hombre. Eso contradice la idea de que la mujer es siempre víctima: se recurre a que es un hecho aislado, un caso puntual, o incluso que la culpa en realidad fue de él, que la llevó a los límites. Nada puede contrariar la percepción de la realidad que se hacen.

Otro tanto pasa con la inmigración. Está demostrado que la inmigración, en las cuotas masivas que padecemos, no trae sino problemas, violencia y enfrentamientos, ya que nuestros países no están preparados para acoger a una masa tan grande de personas que no quieren ni buscan integrarse, sino imponerse. Para el que practica la realidad “universo paralelo”, estas personas son pobres, los parias de la tierra, los desgraciados, los oprimidos, los débiles, y por tanto, hay que acogerlos, hay que ayudarlos, hay que protegerlos. La realidad, una vez más, contradice su percepción: muchos son violentos, muchos cometen delitos, o entran en nuestras fronteras con una arrogancia y prepotencia increíbles, quejándose del alojamiento que se les da, o de la comida, o de la falta de dinero, en vez de mostrarse agradecidos. Y una vez más, hay que justificarlos como sea: “No es así, en realidad son casos aislados, puntuales. La culpa es nuestra por no saber acogerles, por no saber ayudarles, o por haber sido un pueblo genocida y opresor”, etc…. Si los musulmanes atentan en Europa, es culpa de los europeos que no les entienden. Si los inmigrantes roban, saquean, violan o matan a europeos, es culpa de los europeos.

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El que vive en un universo paralelo no puede concebir la realidad como es. No tiene capacidad, ya que razona con las tripas, es decir, no razona con el cerebro, sino se deja llevar por el corazón o por las vísceras, y por tanto no razona. Siempre parte de que tiene razón y de que su causa es justa, es verdadera, es superior, es “la Causa”. Como cree tener razón en sus causas, en sus ideas y en sus elecciones, considera que siempre tienen razón y que son los demás siempre los que están equivocados. Nadie puede elegir causas diferentes: no entra en su esquema mental, no pueden aceptarlo, simplemente. Por eso, todo el que elija una causa diferente a las suyas es por fuerza alguien malo: un fascista, un nazi, un ultra, un homófobo, un machista, un genocida heteropatriarcal, en definitiva, un ser peligroso al que se puede y debe amenazar, atacar o perseguir: las “leyes de odio” no son para el universo paralelo y sus habitantes virtuales, claro está.

Y por supuesto, hay que adoctrinar como sea, usando cualquier medio y saltándose, si es necesario, las mínimas nociones de ética y moral, especialmente en las escuelas, que hoy día son más centros de adoctrinamiento que de enseñanza y formación.

Podemos seguir hasta el infinito poniendo ejemplos que se dan todos los días, pero al final, lo resumiríamos en una simple frase: no ven más que lo que quieren ver y no son capaces de ver nada más. Y por supuesto, sólo ven la mota del ojo ajeno: jamás verán la viga en el propio. Esto les convierte en sectarios: “Yo lo hago todo bien, son los otros los que no se enteran. Los míos no son corruptos, simplemente “el dinero público no es de nadie”. Yo puedo plagiar tesis enteras, pero el que tiene que dimitir es el copió un capítulo de un máster…”, y así sucesivamente.

Y por último, tenemos la tercera realidad. La de aquell@s que vemos con los ojos de la razón, no de las tripas y el sentimiento, lo que pasa a nuestro alrededor. Los que no partimos de ideas preconcebidas sobre lo que sucede, y esperamos a ver cómo se desarrollan determinados acontecimientos antes de tomar partido en un sentido u otro. A veces, esa capacidad de analizar los acontecimientos nos ha hecho dar un giro a nuestra propia forma de pensar, o nos ha hecho cambiar de ideas en un momento dado y considerar malo lo que antes era bueno o al revés. La realidad es mutable, por eso, nuestras ideas no deben ser definitivas, porque las élites nos engañan. Por eso, hemos ido cambiando el sentido de nuestro voto en ocasiones: para adaptarnos a la realidad que nos imponen desde arriba. Porque vemos la realidad desapasionadamente, sin filtros, y lo que vemos no nos gusta en absoluto: un país gobernado por corruptos desde hace décadas, un país dividido en miniestados que son una sangría para nuestras economías y cuya finalidad es simplemente colocar a políticos, la nueva clase alta, la nueva casta mandataria, un país fragmentado por la estupidez que considera que ayudar a los suyos es fascista y ayudar a los que llegan es solidario, un país donde mirar a una mujer se puede convertir en delito si la mira un europeo, pero si la viola un inmigrante “es que son sus costumbres”, un país donde todo el que piensa por su cuenta es un fascista y un ultraderechista. Un país, en definitiva, que está conformándose y configurándose al gusto de las élites.

Y tú, querido lector ¿en cuál de estas tres realidades te identificas?

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FESP: Federación de Sindicatos de Periodistas

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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