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El coronel de La Legión Enrique de Vivero acusa al Gobierno de engañar a los españoles con el número de muertos por el coronavirus

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Imagen de archivo de Enrique de Vivero al mando de la Primera Bandera «Comandante Franco» del Tercio Gran Capitán I de La Legión en Melilla.
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Enrique de Vivero Fernández.-

Ayer 21 de junio el Gobierno ha dado por finalizado el llamado estado de alarma, que todos en España sabíamos que era un estado de excepción. Todos menos el Gobierno que mentía y sigue mintiendo.

El presidente Sánchez aprobó el Real Decreto que aprobaba el estado de alarma el 14 de marzo.

Aquella fecha queda muy lejos en nuestras mentes, muchos prefieren olvidar todo lo pasado, otros no han tenido esa suerte y ya no pueden olvidar. Me refiero a nuestros seres queridos que han fallecido, aquellos que el Gobierno ha escondido machaconamente en su engañoso recuento, con la disculpa de eso que se ha dado en llamar «limpiar la serie histórica».

Para el Gobierno social-comunista, limpiar la serie histórica quiere decir esconder el número de fallecidos, no comparecer a dar los datos y no aumentar los muertos aún cuando las comunidades autónomas comunicasen nuevos decesos. Durante más de una semana ha tenido el Gobierno congelado el número de fallecidos; de tal magnitud ha sido el engaño que cuando compareció el Fernando Simón a dar los datos actualizados, tuvo que incrementar el número de muertos en 1.200 personas. En un día ejecutó nuestro director del CCAES a 1.200 personas para poner los fallecidos al día.

Esta maniobra debió ser para compensar el número de resucitados que consiguió el Gobierno que saliesen de las tumbas hace poco más de un mes, al ofrecer las comunidades autónomas cifras superiores a las del Gobierno Central.

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El Gobierno ha estado pidiendo durante el Estado de Alarma que no se hiciesen críticas y que todos, partidos políticos y ciudadanos, arrimasen el hombro. La finalidad era intentar ocultar su desastrosa gestión del COVID -19.

Es hora de que el Gobierno reconozca sus errores, que haga autocrítica, que no se esconda tras la manida frase de que «no es el momento de criticar». Es hora de que den explicaciones de todas sus acciones y omisiones.

Los engaños del Gobierno comienzan cuando en un informe elaborado por el CCAES, fechado el 10 de febrero, reconoce que ya el 31 de diciembre de 2019, el COVID circulaba libremente por Wuhan (China).

El 30 de enero, la OMS declaraba el COVID como emergencia de salud pública. Este mismo organismo aconsejaba el 3 de febrero que se hiciera acopio de material sanitario, al igual que hizo la UE el 13 de febrero. Pues a pesar de todos estos avisos, nuestro Gobierno permaneció inactivo y no tomó medida alguna.

Recordemos que entre el 2 y el 8 de marzo se producen en España 16 fallecimientos y ya había miles de contagiados, no reconocidos por el Gobierno. La fecha del 8-M era sagrada para el Gobierno, ya que las macromanifestaciones programadas para ese día tenían que celebrarse sí o sí.

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Ha quedado acreditado por múltiples informes médicos que las manifestaciones del 8-M fueron determinantes en el grado de propagación del COVID. De las representantes feministas en la manifestación de Madrid ya hemos conocido a las más significativas que se han contagiado y con casos de fallecimiento en su primera fila de manifestación. Recordemos: la vicepresidenta Calvo, la ministra Irene Montero, la esposa del presidente del Gobierno y un número indeterminado de mujeres, cuyos datos se han intentado ocultar, que contrajeron el virus en la manifestación feminista.

Es hora de que el Gobierno empiece a hacer las previsiones de acumulación de material sanitario que no había realizado. Es hora de que el Gobierno deje de manipular los contratos de compra de material para supuestamente favorecer a empresas sospechosamente con intereses espurios.

El Gobierno nos ha tenido amordazados y atemorizados durante más de tres meses. Recordemos que la declaración del Estado de Alarma está recurrida y admitida a trámite ante el Constitucional, y que aunque conocemos la forma de actuar de este tribunal, al Gobierno le va a ser muy difícil soslayar este asunto.

Otro grano que le ha salido al Gobierno, y en este caso se trata de un grano purulento, son las múltiples denuncias que se han presentado en los juzgados por las supuestas órdenes, ya confirmadas por documentos y declaraciones de médicos, que fueron dadas a las comunidades autónomas sobre el tratamiento que se debía dar a los ancianos en las residencias de mayores. El tratamiento consistía que cuando se detectaba el COVID en una persona de más de 70 años, la orden era no ingresarla en un hospital, sino aislarla en la residencia en una habitación, a ser posible bien ventilada.

No se les proporcionaba a las residencias ningún tratamiento para combatir el virus salvo el paracetamol y la buena disposición del personal de las residencias. Con este tratamiento aconsejado por las autoridades sanitarias hemos llegado a una cifra de más de 20.000 ancianos fallecidos, la mayoría en residencias dados los contagios que se producían en las mismas sin tratamiento y sin comprobación de padecer el COVID 19.

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Países como Japón, Alemania y Corea del Sur han combatido eficazmente esta pandemia porque han realizado controles con test del COVID a cualquier persona sospechosa de padecerlo. El caso de Japón nos tiene que hacer pensar en que las cosas no se hicieron bien por parte del Gobierno español desde el principio.

Japón es el país con mayor población superior a los 65 años en el mundo y tiene una altísima densidad poblacional debido a su pequeña extensión territorial. España es el segundo país del mundo con una mayor población anciana, nuestro Gobierno se ha excusado en la existencia muchas personas mayores de 70 años y esta ha sido la causa de las muertes en residencias.

Japón ha demostrado que se puede disminuir enormemente la tasa de mortalidad de los ancianos haciendo las cosas bien, no como se han hecho en España. Desde el principio, el país nipón se preocupó de localizar los brotes, es decir, las personas susceptibles de infectar a otras fueron aisladas tras serles efectuadas las pruebas.

El director del Instituto de Salud de la Población de la Universidad King´s College de Londres, Kenji Shibuya, explicó muy claramente cuál había sido la receta japonesa: «La única forma de enfrentar cualquier pandemia es hacer test y aislar a los contagiados, muchos países no han hecho caso».

El uso de las mascarillas es otra de las medidas que desde el principio se puso en práctica. En España, por el contrario, el Ministerio de Sanidad estuvo desaconsejando el uso de las mismas, con distintas opiniones según el día y la persona que realizase las declaraciones.

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Con estas medidas y un magnífico sistema sanitario, Japón tenía el 25 de mayo 1.193 casos confirmados y 43 fallecidos, mientras que en España teníamos por esas fechas 47.000 casos y 3.400 víctimas reconocidas por el Gobierno, aunque ya sabemos que han sido muchas más.

Japón, al igual que Corea del Sur y Alemania, logró ralentizar la propagación del virus y evitar así el colapso del sistema sanitario, todo esto sin parar el país. El sistema sanitario japonés, uno de los mejores del mundo, cuenta con 13 camas por cada 1.000 habitantes, Alemania cuenta con 8 camas por 1.000 habitantes, Italia con 3,2 camas por 1.000 habitantes y España apenas llega a tres camas por 1.000 habitantes.

Está claro que no tenemos el mejor sistema sanitario del mundo. Gastamos mucho dinero en otras actividades que no tienen nada que ver con la atención sanitaria, tenemos gastos superfluos que detraen recursos que pueden dedicarse al bienestar sanitario.

Hay que apuntar que Japón cuenta con un considerable flujo de turistas procedentes de China. 925.000 chinos viajaron en enero a Japón como turistas. A pesar de este dato, los resultados de Japón han sido excelentes.

Por otra parte, Alemania, según datos del Instituto Koch, tiene una capacidad para realizar 160.000 exámenes de diagnóstico a la semana, Corea del Sur ha realizado 70.000 pruebas cada semana, en Italia a final de marzo se habían realizado 150.000 test, mientras que en España no llegábamos a las 30.000 pruebas por esas fechas.

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Una de las claves del éxito de estos países ha sido que se realizaban pruebas a cualquier persona que tuviese síntomas compatibles con el COVID o que hubiese tenido contacto con enfermos del virus. Con estas medidas lograron controlar los contagios y posteriormente se aislaban, con lo que la actividad económica no se ha visto afectada como en España.

La política sanitaria para el tratamiento del COVID ordenada por el Ministerio de Sanidad era la de restringir la realización de los test solo a las personas que experimentasen algunos síntomas, tales como fiebre, tos…

A muchas personas personas que habían estado en contacto con algún contagiado contrastado, si no presentaban todos los síntomas, se les ordenaba aislarse en sus casas. Como vemos, el Gobierno ha empleado la política del avestruz, no queriendo conocer el número de contagiados y fallecidos en las residencias de mayores.

A nuestro Gobierno le gusta recordar, a través de sus medios de comunicación leales, que son casi todos, ya que están debidamente engrasados con dinero público, que en EE.UU se han registrado más de 120.000 muertos, que Brasil supera los 50.000 fallecidos y que incluso Reino Unido e Italia tienen más víctimas mortales que España. Como se diría en español castizo: «mal de muchos, consuelo de tontos».

El asunto es más grave, ya que no se nos debe olvidar que en Estados Unidos viven más de 330 millones de personas, que Brasil cuenta con una población de más de 200 millones y que en cambio en España sobrepasamos por muy poco los 47 millones. Por eso la comparación en el número de fallecidos debe hacerse por cada 100.000 habitantes.

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Aquí es donde aparece el problema que el Gobierno quiere ocultar. Bélgica está a la cabeza con 84 fallecidos por 100.000 habitantes; a continuación aparece Reino Unido, con 64 fallecidos por 100.000 habitantes y seguidamente España, con 61 fallecidos por 100.000 habitantes.

Estados Unidos y Brasil quedan muy atrás en este baremo, con 37 y 24 fallecidos por 100.000 habitantes, respectivamente. La reiteración con la que el Gobierno y la izquierda española presentan a Trump y Bolsonaro como malos gobernantes, es enfermizo. Tanto uno como otro han sido elegidos en sus países por mayoría absoluta, cosa que el señor Sánchez está muy lejos de conseguir en España, a pesar de la labor del CIS de José Félix Tezanos, que pretende crear opinión a través de unos sondeos mensuales costeados con fondos públicos que podrían emplearse en mejorar la sanidad y no intentar convencernos de lo bien que ha gestionado Sánchez el COVID, lo que nadie se ha creído.

Como vemos al comparar datos, se demuestra que la gestión del Ejecutivo español ha sido nefasta, por su imprevisión, por los errores en las medidas adoptadas, por los más de mil millones de euros despilfarrados en compras de material sanitario que supuestamente han servido para beneficiar a empresas sin ninguna experiencia en la materia y supuestamente relacionadas con personas vinculadas al Ministerio de Sanidad.

Por todo esto y para saber la verdad de lo sucedido en España en estos tres meses es necesario que el Gobierno haga autocrítica y se olvide del mantra de su eficaz gestión. Los partidos políticos de la oposición y los medios de comunicación deberían insistir en aclarar todo lo relacionado con el COVID, saber de verdad cuantos fallecido hemos tenido, y aclarar las sospechas que hay sobre las compras efectuadas por el Gobierno.

Mi confianza en que los partidos políticos hagan algo es muy escasa, por no decir nula, ya que están sujetos a lo que digan los sondeos, si les favorece o no el insistir en este asunto.

Mi desconfianza es aún mayor en los medios de comunicación, ya que los gigantes de la comunicación en España reciben cuantiosas subvenciones del gobierno, además de contar con el suculento pastel de la publicidad institucional. Únicamente se puede esperar algo de los medios digitales que son independientes, como es el caso de Alerta Digital.

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*Enrique de Vivero fue coronel jefe del Tercio Gran Capitán I de La Legión, con base en Melilla. 

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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