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Economía

¿Salario Mínimo Interprofesional?, ¡No, gracias!

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Carlos Aurelio Caldito.- “El sentido común es el conjunto de prejuicios acumulados a través de los siglos, que generalmente la gente suele alcanzar alrededor de los 18 años de edad…” Reflexión atribuida a Albert Einstein.

Supongo que sabrán que el Gobierno de España ha decidido que el salario mínimo pase de los 735 euros actuales a 900 en 2019. Si se acaba produciendo, será una subida de 164 euros, la más alta de la historia.

Una de las prioridades que Pedro Sánchez manifestó, hace unos meses, que tendría su gobierno, una vez destituido Mariano Rajoy, era –lo decía entonces sin ruborizarse- “luchar contra el paro” el compromiso de mejorar una situación trágica e indeseable: alrededor de 3,5 millones de españoles están desempleados (es decir, no están produciendo los bienes y servicios necesarios para sustentar sus vidas).

Es relativamente frecuente que algunos economistas hagan una sugerencia concreta para cambiar esa situación que, aunque no sea la única, reduciría en mucho el actual desempleo en España: La sugerencia es eliminar el salario mínimo interprofesional. Por supuesto, si alguno tiene tal osadía, corre el riesgo de ser linchado, demonizado y propuestas aún más ocurrentes, por cuestionar uno de los tabúes más importantes del llamado Estado del Bienestar.

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Una de las formas más frecuentes de intervencionismo gubernamental es la fijación de salarios mínimos. En algunos países los tipos de salario mínimo, como el caso de España, los decreta directamente el gobierno. En otros lugares los gobiernos no intervienen directamente en la fijación de los salarios. Le dan carta blanca a los sindicatos, permitiéndoles que coaccionen a los patronos y empleados recalcitrantes. Como pueden comprender, si no fuera así, las huelgas no lograrían nunca los fines que los sindicatos persiguen. Si el patrono estuviera en libertad de sustituir a los huelguistas, las huelgas no conseguirían forzarles a aumentar los salarios. Esencialmente, la política sindical actual consiste en la aplicación o la amenaza de violencia bajo la benévola protección del gobierno. Los sindicatos representan, pues, una parte vital del aparato estatal de coacción. Cuando los sindicatos imponen salarios lo hacen en nombre y por delegación del Gobierno. (Es más, en España de una u otra manera tales formas de actuación están reconocidas en la Constitución como actuaciones legítimas…)

Cuando los sindicatos de trabajadores consiguen forzar a los empresarios a aumentar los salarios, consiguen a su vez que una gran cantidad de trabajadores, parte considerable de la potencial mano de obra, estén desempleada, sufra paro permanente –o casi permanente-.

Con la elevación forzosa de salarios, los empresarios se ven obligados a restringir la producción, y la demanda de mano de obra se reduce. Rara vez se preocupan los sindicatos, o los gobiernos como el de España, del inevitable resultado de sus actividades; no les importa lo que les pueda suceder a quienes no están afiliados. Estos lamentables efectos de los salarios mínimos se han hecho cada vez más perceptibles a medida que se han ido afirmando los sindicatos. Mientras sólo una parte de la mano de obra, en su mayoría trabajadores especializados, estaba organizada en sindicatos, el aumento salarial obtenido por los sindicatos no condujo al paro, sino a un aumento de oferta de mano de obra en aquellos sectores industriales en los que no había sindicatos eficientes o la presencia sindical era nula. Los trabajadores que perdían su empleo como consecuencia de la política sindical pasaban al mercado de los “sectores libres”, provocando en ellos el correspondiente descenso de los salarios. La consecuencia, y la secuela, de la subida de salarios para los trabajadores organizados, era un descenso de salarios para los trabajadores no organizados.

Pero las condiciones acabaron cambiando con la difusión del sindicalismo. Ahora, a los trabajadores que pierden el empleo en un sector de la industria les resulta más difícil emplearse en otros. Sencillamente “son sacrificados”.

Evidentemente el desempleo existe, incluso cuando no intervienen el gobierno o los sindicatos. Pero en un mercado laboral libre prevalece la tendencia a hacer que el paro desaparezca. El hecho de que los desocupados busquen trabajo deberá llevar a la fijación de tipos salariales a un nivel que permita a los empresarios contratar a todos aquellos que quieren trabajar y ganar un salario. Pero si los salarios mínimos impiden un ajuste de los tipos salariales a las condiciones de la oferta y la demanda, el desempleo tiende a convertirse en un trágico fenómeno de masas permanente.

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Por supuesto, la experiencia demuestra sobradamente que el gasto público no es un medio adecuado para acabar con el paro. Si el gobierno financia sus gastos mediante impuestos o mediante empréstitos, restringe la capacidad de inversión y de gasto del ciudadano particular en la misma medida en que aumenta su propia capacidad de gasto. Si el gobierno financia sus gastos mediante la inflación (emisión de papel moneda adicional o petición de préstamos a bancos comerciales) provoca una subida general de precios. Si entonces los salarios no suben, o no suben tanto como los precios de los bienes de consumo, es posible que desaparezca el paro. Pero desaparece precisamente porque los tipos salariales reales se han reducido.

El progreso tecnológico aumenta la productividad del trabajo humano. Con la misma cantidad de capital y de mano de obra se puede producir hoy más que antes. Se puede disponer de un excedente de capital y de mano de obra para la expansión de las industrias existentes o para la creación de otras nuevas. Se puede producir un «paro tecnológico» como fenómeno transitorio. Pero el parado puede encontrar pronto nuevo empleo bien en las nuevas industrias o en las existentes en vías de expansión. En la actualidad están empleados millones de trabajadores en industrias creadas en las últimas décadas. Y los principales compradores de los productos de las nuevas industrias son los propios asalariados.

Sólo hay un remedio para el paro duradero de grandes masas: el abandono de la política de subida de salarios por decreto gubernamental o mediante la violencia o la amenaza de violencia de los sindicatos.

El salario mínimo es una cantidad de dinero por debajo de la cual ningún individuo, empresa o entidad -llamémosle “empresario”- puede legalmente contratar a otro individuo -llamémosle “empleado-. En estos momentos, en España ese valor es aproximadamente 750€ al mes, incluyendo las pagas extraordinarias. Contratar o ser contratado por un sueldo inferior es un delito.

Quienes defienden la existencia de los salarios mínimos parten de dos premisas:

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a) sería deseable que todo trabajador ganase por lo menos esa cantidad; cantidad que se considera a su vez como renta mínima para atender a las necesidades básicas de cualquier persona; y

b) si no hubiera un salario mínimo, podrían llegarse a pagar sueldos mucho más bajos, lo cual conduciría a la explotación de los más débiles.

Como veremos a continuación, tales afirmaciones son absolutamente mendaces, puras falacias.

Indudablemente, es loable, nobilísimo, deseable que nadie gane menos de una determinada cantidad de dinero, pero ese “deseo” no es algo que se pueda conseguir mediante la coacción, de manera forzosa. Indudablemente, sería “deseable” que todos los españoles ganaran un mínimo de 750€ al mes; ¿y por qué no 1.000, o 5.000? ¿No sería todavía mejor? ¿No es apetecible que todos los españoles tuvieran plena salud física y mental, que comieran de forma sana e hicieran ejercicio diario? ¿No sería deseable que todos trabajáramos menos y ganáramos sueldos superiores? También sería deseable -¿No?- que cada español tuviera casa en propiedad, con piscina, garaje, criados, e incluso “jakuzzi” (bañera con una instalación que emite chorros de agua a presión para hidromasaje), y que todos pudiéramos veranear en Eurodísney, pongo por caso… ¿No sería “deseable”? E insisto, ¿por qué 750€ y no 700€? ¿O 650€?

Indudablemente no existe argumento alguno para determinar qué es y qué no es deseable… El salario mínimo interprofesional (como la pensión mínima y máxima de jubilación) es resultado de una decisión arbitraria de políticos profesionales, burócratas… que imponen a los demás sus decisiones a la fuerza.

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La otra cuestión a la que se suele acudir para “argumentar” a favor de establecer un salario mínimo, es la necesidad de proteger a la gente vulnerable, a quienes están en situación de ser víctimas de abuso por parte de empresarios malvados, perversos, desalmados…

Pero entremos en el asunto: imaginemos que un posible empresario acuerda un contrato con un trabajador, por 700€, y el empleado está encantado de trabajar por 700€ – si ambos consideran que les beneficia realizar ese compromiso, si llegan a la conclusión de que a ambos les conviene (que conste que en España, actualmente está prohibido hacerlo),.. y el empresario sólo necesita a alguien para que le vigile su negocio, pongo por caso, y cuide a su perro… y no tiene posibilidades de pagar más; e incluso, puede que el empleado viva con su madre, o esté estudiando y le interese ganarse un sueldo adicional, y considere suficiente lo que está dispuesto a entregarle el empleador… ¿No sería legítimo, lógico que ellos dos, solo ellos, decidieran voluntariamente llegar a tal convenio, si se pudiera, si la legislación laboral no lo prohibiera?

Como resultado de la actual normativa laboral, en España el empleador se queda sin recibir un servicio (al precio que puede pagar), y el empleado se queda sin un trabajo que aceptaría de buena gana al precio de mercado. O sea, al trabajador se le prohíbe, se le impide trabajar, y se le obligará a seguir desempleado.

¿Cuál es la causa de que no tenga trabajo? No es la “maldita crisis”, o el capitalismo salvaje, o los malvados empresarios, egoístas irracionales… Es una legislación absurda, estúpida e inmoral la que se lo impide. Resultado: el empresario (el posible contratador) no puede adquirir un servicio que él considera necesario para administrar su empresa (su proyecto productivo), y el trabajador (el posible contratado) no puede obtener ingresos, ya que no se le permite trabajar para ganarse la vida. Si el empresario no tiene a nadie que le vigile la tienda, tal vez tenga que reducir las horas de apertura,… o, incluso, cerrarla completamente y dedicarse a otra cosa; si el empleado no tiene ingresos, tendrá que vivir a costa de otros, sufrir, pasar hambre – o robar. Ambos individuos han sido seriamente perjudicados por la intervención del gobierno, por una institución cuya única misión y razón debería ser proteger los derechos individuales, o sea: el derecho de cada individuo a su propia vida, el derecho a actuar para ganarse la vida.

Claro, me dirán que “queda otro camino, otra opción”: la economía sumergida, contratar al personal de forma clandestina, ilegal (tal como ocurre en la actualidad) a riesgo de ser sancionado, la posibilidad de dar de alta al empleado en la seguridad social, y etc.

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Establecer un salario mínimo legal es exactamente igual que si el gobierno decide que se deben pagar 5 euros por un kilo de tomates, (por poner un ejemplo) considerando que esa cantidad le permitirá al vendedor conseguir una renta razonable, una vida digna, una vivienda digna, la posibilidad de alimentar conveniente a su familia, etc. Según ese “razonamiento” quien quiera comprar o vender tomates por menos de ese precio estará incurriendo en delito, y correrá el riesgo de ser castigado.

¿Qué acabaría ocurriendo en tal caso? Pues lo mismo que está pasando ahora con el empleo. El tendero se quedaría sin vender sus productos, y el cliente se quedaría sin comer tomates; uno no podría seguir regentando su negocio, y el otro pasaría hambre.

Si el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el gobierno frentepopulista, desean pasar a la Historia como héroes, si el PSOE realmente quiere eliminar las causas del paro, pueden empezar por una de ellas: derogar la absurda legislación del salario mínimo. Evidentemente tendría que ir contra corriente, tendría que enfrentarse a una tremenda oposición, tendría que explicar, educar y convencer; pero los hechos y la lógica acabarían triunfando, porque de ese tipo de decisiones depende que millones de personas sigan desempleadas o que consigan trabajar para sustentarse. Si lo consigue, la actividad económica se reactivará, la producción y la inversión crecerán, el empleo y los salarios aumentarán, la bolsa se disparará, el círculo vicioso de la crisis se acabará. Ese tipo de decisiones es lo que la economía necesita — lo que España necesita — y lo que acabaría mostrando la diferencia entre prosperidad y pobreza.

Si se eliminara el salario mínimo no veríamos a millones de personas muertas de hambre por las calles, sino todo lo contrario: a millones de personas a las que se les ha devuelto la esperanza, la posibilidad –nada más y nada menos- de ganarse la vida.

El gobierno actual, los anteriores, y los que les sucedan, hablarán y hablarán hasta aburrir que les preocupa el paro juvenil, que les preocupa que los jóvenes españoles mejor preparados acaben yéndose al extranjero, debido a que no encuentran posibilidades de trabajar en España, pues bien, esos mismos que hablan de que están “preocupados” (que no es lo mismo que estar ocupados) olvidan que el SMI es un “hándicap” importantísimo que, impide el acceso de los más jóvenes al mercado laboral, pese a que los miembros del consenso socialdemócrata lo presenten como un logro, un signo de progreso… Cuando se sube el SMI se deja fuera del mercado laboral a los trabajadores menos productivos y con menor experiencia.

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Como reacción a la subida del SMI, como a las restantes imposiciones de costes laborales por parte del gobierno, el empresario suele contestar sustituyendo empleos por máquinas, reduciendo el número de empleados, o simplemente dejando de contratar.

Y si hablamos de los trabajadores autónomos que, junto con las pequeñas y medianas empresas, emplean a la mayoría de los trabajadores españoles, la subida del SMI les obligará, también a aumentar los costes de su producción, empezando por tener que pagar más dinero por la “cuota de autónomo”. Evidentemente, o lo repercuten en sus clientes, o acaban pasándose a la economía sumergida, o prescindiendo de trabajadores a los que tienen empleados… Éstas son algunas de las “bondades” de que los gobiernos decidan cuál debe ser el Salario Mínimo Interprofesional.

Y, permítaseme una última reflexión: Es hora de que acabe de entrarle en la cabeza a muchos españoles, cuantos más mejor, que los gobiernos no crean empleos, no crean riqueza, solamente crean burocracia (para la cual se necesitan funcionarios), y por lo tanto más impuestos; y que las que crean empleo son las empresas privadas, y evidentemente la iniciativa privada se retrae si no se la motiva, se la incentiva y se la deja de poner obstáculos…

Claro que los estatistas e intervencionistas seguirán vendiéndonos que la alternativa es el empleo público… Hacia esa dirección nos encaminamos, hacia ese horizonte nos conducen quienes nos hablan de más y más subsidios, rentas básicas, y un largo etc. y ¡Ojo, no se olvide que hasta el PP, Ciudadanos y VOX se han acabado apuntando a esta corriente de opinión, que por muy mayoritaria que sea no puede ser más destructiva y perversa, aparte de suicida!

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Los fondos económicos más gigantescos del mundo abandonan el “lobby” climático empujados por los agricultores europeos contra la Agenda 2030

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Acción por el clima 100+ —en inglés Climate Action 100+— es un conglomerado de empresas impulsado por la ONU y lanzado oficialmente en diciembre de 2017 durante la Cumbre del Clima de París. Al principio se trataba de un lobby conformado por 100 empresas a nivel mundial, que querían comprometerse de manera oficial a mejorar sus políticas empresariales, de forma que estas fueran sostenibles y no perjudicaran al medio ambiente. Que entre las compañías que formaban parte de Climate Action 100+ se encontraran petroleras o aerolíneas no parecía suponer ningún problema para los profetas del clima, que a veces parecen más interesados en sus campañas de marketing que en el mal llamado cambio climático. En 2019 Climate Action 100+ había crecido hasta contar con más de 360 inversores con más de 340.000 millones de dólares en activos bajo gestión, y en 2022 con más de 700 inversores con un control de activos de más de 680.000 millones.

Tampoco parecía suponer un dilema ético para nadie que BlackRock, el mayor fondo buitre del mundo, participara de forma activa en Acción por el clima 100+. La firma de inversión es propietaria de miles de casas en nuestro país adquiridas a bajo precio después de que fueran embargadas a familias con dificultades económicas durante la crisis financiera, y que ahora explota como alojamientos turísticos, provocando también que se dispare el precio del alquiler en todas las grandes ciudades. Su último movimiento empresarial en España se producía a mitad de enero, cuando anunciaba su intención de comprar el 20% de la eléctrica Naturgy.

Ahora, BlackRock, el gigante bancario JP Morgan Chase, o la gestora Pimco han anunciado que comienzan a desvincularse del lobby climático. En concreto, BlackRock lo anunciaba a través de un comunicado publicado el pasado 2 de febrero en su página web, en el explicaba que a partir de ahora comenzarán una fase de implicación diferente con Acción por el Clima, mientras que otras compañías directamente han abandonado la alianza climática.

Y es que el contexto político actual nada tiene que ver con el de 2017. Igual que algunas empresas que han fomentado políticas extremistas a favor de las mujeres y en detrimento de los hombres, o para acercarse a la comunidad trans, han sufrido daño reputacional y pérdidas económicas, —Disney despidió en 2023 a 7.000 empleados y finalmente a la responsable de diversidad e inclusión, Latondra Newton, tras fiascos como La Sirenita, Lightyear o Mundo Extraño, y Nike y Rip Curl han sufrido recientemente boicots por utilizar a hombres transexuales en sus campañas de ropa de mujer— otras han decidido dar marcha atrás respecto al fanatismo climático. Es lo que se conoce como movimiento anti ESG, que desde 2020 agrupa a activistas de todo el mundo, incluyendo a representantes de empresas y científicos que niegan el cambio climático tal y como lo explican e imponen las grandes corporaciones.

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ESG son las siglas en inglés de Enviromental, Social y Governance, que en español se traducen como factores ambientales, sociales y de buen gobierno. Según explica la consultora Deloitte, el origen de este acrónimo se remonta a los inicios de la década de los 2000 y ha sido el resultado de la evolución de lo que se conocía como Inversión Socialmente Responsable (ISR). Pero va más allá de lo que conocíamos como ISR, ya que tiene un enfoque holístico de todos los procesos de una compañía, permitiendo ver el alcance del impacto que trasciende al negocio.

El movimiento anti ESG no sólo cobra cada vez más fuerza en Estados Unidos a raíz de la más que probable vuelta de Donald Trump al poder en este año electoral —Financial Times alertaba de esta tendencia el pasado diciembre—, sino que en Europa se ha traducido en una revuelta del campo que ha puesto en pie de guerra contra la burocracia europea, la Agenda 2030 y el Pacto Verde a los agricultores y ganaderos de Polonia, Alemania, Francia, Holanda, y en las últimas semanas, España. Al tiempo, empresas que utilizaban las políticas verdes como meras estrategias publicitarias optan por desligarse de este tipo de acciones para no molestar a sus consumidores, lo que FT llamaba «ESG backlash«.

Este mismo jueves, VOX llevaba al Congreso y a los Parlamentos de varias regiones, entre ellas Madrid, una moción contra la Agenda 2030 y el Pacto Verde Europeo que deja a los trabajadores del campo sometidos a una competencia desleal con países extracomunitarios como Marruecos o Sudáfrica, aunque el partido de Santiago Abascal se ha quedado solo defendiendo los intereses del sector primario.

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