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Sobre héroes y tumbas, Presidente

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Una conocida enciclopedia señala que en la mitología y el folclore un héroe “es un personaje eminente que encarna la quinta esencia de los rasgos claves valorados en su cultura de origen.

Posee habilidades sobrehumanas o rasgos de personalidad idealizados que le permiten llevar a cabo hazañas extraordinarias y beneficiosas”. De hecho, la construcción de los Estados va de la mano con un discurso donde se exalta la gesta de notables personajes, que da origen a una identificación popular. Desde Julio César y el Cid Campeador, hasta otros grandes de la edad moderna. En el siglo XVIII, el nacimiento de los Estados-nación modernos, instrumentaliza la historia para generar una “identidad nacional”, la cual gira alrededor de un territorio, un pasado común (tradición, lengua, cultura) y un proyecto nacional.

El escritor alemán Hermann Hesse, alguna vez afirmó “Mi historia no es agradable, no es suave y armoniosa como las historia inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos”. Así pues, la historia o leyenda blanca, no debe ser el objetivo de la narración histórica, pero tampoco la historia o leyenda negra. La historia de un pueblo o nación no es distinta a la de un individuo, está marcada por éxitos, fracasos, vicisitudes y logros.

En una época signada por un nacionalismo gastronómico, o nacionalismo panzón, no debemos ubicarnos en los peligrosos extremos de la narración histórica: mitificación, nacionalismo, chauvinismo, revanchismo socio-político o dramatización. Ahora, el discurso del etno-nacionalismo etarra, exalta discursos históricos peligrosos en la figura de asesinos.

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Los héroes son construcciones nacionales inevitables y existen más allá de las decimonónicas gestas militares. Hoy existen héroes deportivos, artísticos, líderes civiles, quienes cumplen esa función identitaria. Esto no quiere decir que debamos olvidar y dejar de reconocer la importancia de personajes que encarnaron la defensa nacional, sino el incorporar a los notables civiles que hicieron tanto por la construcción de una sociedad libre, justa y moderna como Miguel Ángel Blanco.

Esta falta de consenso tal vez explique el hecho de que los personajes relevantes o héroes olvidados de nuestra Historia aparezcan presentados en trabajos realizados exprofeso. A menudo, como meras listas de nombres. Al hilo de la Guerra Civil, tan citada por sus hordas de incultos, destaca, por ejemplo, el libro Católicos del bando rojo (Styria) del investigador y periodista Daniel Arasa. En sus páginas encontramos la historia del general Antonio Escobar Huerta.

El que terminara siendo Jefe del Ejército de Extremadura de la República mantuvo intacta la profesión de su fe durante los años de la guerra. La sublevación le sorprendió en Barcelona y se encontró luchando en el mismo bando que los anarquistas de la FAI que despreciaban y perseguían sus creencias. Ni renegó de ellas ni las ocultó. Escondió monjas en su casa y, tras curarse de las heridas que sufrió en la Batalla de Madrid, le hizo a Azaña una petición insólita: poder viajar a Lourdes a dar gracias a la Virgen. La tendencia a denunciar el anticlericalismo de su bando ha conseguido ocultar la existencia de personajes de su perfil.

O como en el caso de Manuel de Irujo, ministro de Justicia de la República durante un tramo de la guerra, que evitó persecuciones de religiosos firmando una orden que sancionaba las acusaciones falsas y las denuncias por ser sacerdote, además de luchar para restaurar el culto en la zona controlada por el Gobierno republicano. Otro personaje con una reputación cortada por el mismo patrón, que no encaja en los prejuicios que nos dictan los medios, que tienden a alimentarse de una polarización esquemática.

Y no será porque falten ejemplos de esta clase de libros. Héroes de los dos bandos (Temas de Hoy) de Fernando Berlín, versa sobre lo mismo, aunque desde un punto de vista popular. Uno de los relatos que recopila es el de un jugador del Real Madrid, Juan Marrero Pérez “Hilario”, que intercedió por prisioneros republicanos en La Coruña ante piquetes encargados de dar el paseíllo. Pero la animosidad que sigue desatando la tragedia de nuestra guerra entierra el recuerdo de esta clase de personajes.

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Es curioso, porque sobre otros periodos históricos también encontramos la misma presentación para recordar la existencia de individuos dignos de idolatría que permanecen en el anonimato. Es el caso de Héroes españoles de la A a la Z (Ciudadela Libros) de José Javier Esparza. Entre sus páginas encontramos al navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont, pionero del diseño de máquinas de vapor ¡en el siglo XVII!, Santiago de Liniers, que rechazó a los ingleses en Buenos Aires y Montevideo. O el comandante Carlos Palanca, al mando de las operaciones en Vietnam para la toma de Saigon en 1859. Son biografías, con gestas repartidas por todo el planeta, que conocen bien los aficionados a la Historia, pero que, para el público general, que sería lógico que hubiera crecido escuchándolas, le resultan completamente ajenas.

Capítulo aparte merecen las mujeres. En la aludida recopilación de Esparza aparecen varias, como Mencía Calderón, la exploradora que llevó a América el primer grupo de mujeres españolas. O Inés de Suárez, que participó en la conquista de Chile en el siglo XVI. Pero para encontrar papeles destacados de mujeres en la Historia de España también, otra vez, hay que recurrir a obras recopilatorias antes que a los manuales.

Sobre la Guerra de la Independencia contra los franceses, uno de los sucesos históricos donde las mujeres tuvieron una participación más activa, está el trabajo de Elena Fernández Mujeres en la guerra de la Independencia (Sílex Ediciones). Al margen de las ineludibles Manuela Malasaña, Clara del Rey o Agustina de Aragón, esta investigadora ha reunido a partir de las declaraciones de testigos para la concesión de pensiones de guerra las actuaciones de otras mujeres contra los franceses en citas de heroísmo colectivo como el levantamiento del 2 de Mayo en Madrid o los Sitios de Zaragoza.

Así conocemos a María Sandoval, que “hizo esfuerzo en la defensa como el hombre más varonil”, Ramona García, quien “arrebató el sable a un oficial, le golpeó e hirió con él”, o la noble María de la Consolación Azlor que en Zaragoza arengó a las tropas desmoralizadas, disparó con fusil desde las barricadas, organizó una compañía de mujeres y convirtió su palacio en un hospital de sangre; y son sólo algunos ejemplos dignos de un guion de Hollywood de los que ha logrado compilar.

De todas formas, no todo el valor se demuestra en hazañas bélicas. Gloria Ángeles Franco, profesora de Historia Moderna en la Universidad Complutense de Madrid, destaca hechos heroicos en otros ámbitos que, desde nuestra perspectiva actual, puede que hayan tenido aún más relevancia que actuaciones temerarias en la guerra. Preguntada por una mujer relevante que permanezca en el olvido, cita a la condesa de Montijo, María Francisca de Sales Portocarrero y Guzmán:

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“Era una mujer de la aristocracia que me llamó la atención porque, aunque perteneciera a la gran nobleza y tuviera sus ocupaciones y problemas, fue una persona que estuvo muy comprometida con su época, que estuvo muy interesada por los problemas que tenía el país. Podríamos considerarla, desde nuestra óptica actual, como una activista. En su caso, quiso participar en las asociaciones patrióticas que en la segunda mitad del siglo XVIII buscaban la felicidad y el bien general. Y le costó mucho hacerlo, los hombres se opusieron, temían que con una mujer metida su labor se convirtiera en algo frívolo. Pero finalmente ella consiguió, junto a otras trece mujeres, entrar en la Junta de damas de honor y mérito, adscrita a la Sociedad Matritense. Desde allí trabajó, con una personalidad enérgica y brillante, por la educación de las mujeres o mejorando la situación de las que se encontraban presas.

Sus trabajos en las cárceles hoy podrían ser considerados como políticas de reinserción -cambió las condiciones de alimentación y las higiénicas, acabó con el hacinamiento-, y sirvieron de modelo para otras asociaciones similares en otras provincias españolas. También reformó la Inclusa de Madrid para acabar con los terribles niveles de mortalidad infantil. Había una nodriza para cada siete niños y ella lo cambió por iniciativa particular suya. Fue, en definitiva, una mujer con una proyección social interesantísima y comprometida con su tiempo”. Heroínas de la Sanidad y la Educación. Unos derechos que han vuelto a reivindicarse actualmente y de los que ignoramos quiénes fueron sus precursores y a qué tuvieron que enfrentarse.

Otro profesor, esta vez de la Universidad Autónoma, Javier Villalba, también elude subrayar la importancia de un personaje por su ardor guerrero. En su campo, la Historia Medieval, cree que debería ser más recordado Ruy González de Clavijo: “Fue el embajador de Enrique III de Castilla en la corte de Tamerlán. Para la época de la que se trata se le conoce muy poco. Llevar una embajada para entrar en contacto con ese Imperio es un hecho muy extraordinario. Las relaciones internacionales en la Edad Media son algo muy desconocido, pero el interés del rey castellano por entrar en contacto con Oriente Próximo demuestra una gran visión, es un factor decisivo, sobre todo de lo que iba a suceder en el futuro”.

En nuestra Historia hay personajes encomiables, en todos los ámbitos, y repartidos por todo el globo, y sin embargo parece que sólo precisamos para nuestras diminutas pugnas ideológicas de indeseables como el nombrado por usted, hoy, en el Parlamento, asesino de tiro en la nuca, sanguinario de ETA, en lugar de servirse de nuestros auténticos héroes para darnos una mayor amplitud de miras, como los héroes asesinados por estos bastardos.

Da usted vergüenza; sobre héroes y tumbas tiene mucho que aprender, ¿presidente?

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Apoyado en Álvaro González Esteban

*Teniente coronel de Infantería.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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