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La paradoja de Andalucía

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(R) «Andalucía contempla como posible un crecimiento del PIB esperanzador para el próximo ejercicio y, si ningún obstáculo se cruza en forma de crisis motivada por errores ajenos o políticas decimonónicas y caducas a nivel estatal, el despertar de letargos inducidos puede ser una realidad repleta de oportunidades para todos».

Hace no demasiados meses, puede que años, la Comunidad Autónoma de Andalucía representaba la resistencia heroica del socialismo a dejarse avasallar por la corriente de voto que dio mayoría al centro-derecha español en prácticamente todas las administraciones. Andalucía venía a ser una suerte de refugio para los que veían con horror cómo se desmoronaba el edificio zapaterista como consecuencia de su propia inoperancia y, también, del signo cíclico de los tiempos políticos. Ahora, recuperada la izquierda y -si hacemos caso a la última carga de intención del CIS- lanzada a la mayoría total y a la presencia en la mayoría de comunidades, la situación ha tornado y ha creado una paradoja particularmente curiosa: Andalucía vuelve a ser un refugio, sólo que al revés: ahora, los liberales y conservadores españoles tienen puesta su mirada en un nuevo gobierno que ha venido a sustituir el gastado, y a lo que se va viendo, tan poco operativo como viciado método de gobernar socialista.

Andalucía es, a poco rigor que se quiera aplicar al paradigma, la comunidad autónoma española de mayor potencial. Varias razones me invitan a afirmar algo tan categórico y que no necesariamente ha de ser compartido por todos. La andaluza es una tierra que posee, por ejemplo, 1.500 kilómetros de costa debidamente abrigados por temperaturas de acogida que hacen de la estancia una experiencia placentera la mayoría de meses del año. Pero hay diversos atractivos empresariales, culturales, sociales y ambientales que la hacen más que sugerente: uno de los tres puertos más importantes de España y del Mediterráneo es el de Algeciras; reservas de la biosfera, parques naturales y la joya medioambiental de Doñana; la agricultura innovadora más importante del continente en Almería; un sector pesquero de alcance esencial; ciudades de leyenda en el mundo, Sevilla, Granada, Córdoba; la pujanza industrial y turística de la museística Málaga; masa crítica de ocho millones de personas y un territorio semejante al de Portugal. Y algo más: Andalucía es el lugar al que todos quieren venir alguna vez y en el que a muchos les gustaría vivir. Incluso me atrevo a decir del que a muchos les gustaría ser, obviando su primera patria. Por demás: no conozco ningún rico que haya emigrado al norte; sí al contrario.

Con mimbres estructurales, naturales y tradicionales de estas dimensiones, ¿cómo ha sido posible que Andalucía, más allá de revoluciones industriales que le fueron negadas en su momento, encabece todos los registros negativos habidos y por haber, desde el paro hasta la eficacia educativa, después del chorro de millones que ha llegado en forma de fondos de cohesión? Hay una respuesta simple y tendenciosa que, en muchas ocasiones, surge de forma automática: los andaluces sois unos indolentes y no obtenéis fruto de vuestra potencialidad. Pregúntenle a los catalanes por los andaluces que fueron allí a trabajar y por el resultado de su colaboración en el crecimiento de esa comunidad. Dejémonos de convicciones absurdas y gastadas y convengamos algo cierto: una densa parte del censo andaluz ha sucumbido ante el atractivo letal del clientelismo; pero hagámoslo también en un hecho incontrovertible: la gobernanza lenta, plomiza, de poca operatividad de los casi cuarenta años de socialismo andaluz tiene mucho que ver en el hecho estupefaciente de que Andalucía, por ejemplo, reciba menos inversión extranjera que comunidades mucho menores como la asturiana, por ejemplo.

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Así ahora, un nuevo gobierno no sujeto a ese indisimulado aburrimiento institucional y ejecutivo que lucieron los anteriores, ha puesto en marcha algunas medidas interesantes que empiezan a mostrar algún signo de eficacia. La alternancia política, siempre aconsejable cuando se producen muestras claras de abotargamiento en la gestión, permite contrastar métodos y resultados, los cuales, en buena lógica, han de ser vistos con luces largas y valorados con el paso de algunos años. No obstante, con unos primeros gestos y algunas decisiones políticas inéditas en Andalucía, los recién llegados han comenzado a ver un asomo de mejora que podríamos comparar al que experimentan los cuerpos más o menos sanos ante la aplicación de tratamientos acertados. Bajar los impuestos, en la medida en la que pueden hacerlo las comunidades autónomas, y solventar medianamente algunas injusticias como Sucesiones y Patrimonio, es una forma de lanzar un mensaje a aquellos que quieran emprender sin necesidad de enfrentarse a sacamantecas socialdemócratas, sean del PSOE o del PP.

En virtud de un clima menos viciado que el anterior y al sencillo gesto de abrir ventanas y simplificar las cosas, se están viendo unas evoluciones que se resumen en determinados datos: la exportación andaluza ha alcanzado el mayor superávit comercial de su historia en el periodo enero-mayo; el índice de confianza empresarial ha crecido en el primer trimestre muy por encima de la media nacional: de hecho, el tejido industrial andaluz ha mostrado mayor dinamismo que el del resto de España en virtud del número de empresas creadas y el correspondiente aumento de puestos de trabajo, que ha crecido más que en otras comunidades. La llegada de turistas internacionales ha aumentado el doble de la media y la salida de andaluces también. Andalucía triplica la media española en el crecimiento de viviendas visadas en los cuatro primeros meses del año, ve crecer el número de hipotecas solicitadas y el del capital prestado. La producción industrial, en un contexto de estancamiento nacional, ha crecido por encima del 2,3%, al igual que su cifra de negocios. Un indicador que siempre orienta acerca del dinamismo de una economía o del estancamiento de la misma es el consumo de productos petrolíferos, que nos orienta acerca de la demanda interna: evidentemente, ha crecido por encima de la media. Pero el índice de confianza de los mercados y de todo tipo de observadores particulares se mide en la capacidad que tienen las administraciones de financiarse: a ti te dejarán dinero si tienen confianza en recuperarlo con el correspondiente beneficio. Cuando comunidades de trascendencia industrial indiscutible como Cataluña han visto cerrados todos los mercados financieros -superando ese contratiempo gracias al «funesto» gobierno de España-, Andalucía ha alcanzado en cinco meses casi el total de la financiación programada para 2019, lo que supone obtener la confianza de inversores, tal como ha vaticinado JP Morgan, en cifras muy superiores a las precedentes. El déficit público andaluz ha sido reducido de forma asombrosa y, consecuentemente, también su deuda. Y así.

Son sólo indicios, muestras de recuperación de un enfermo inexplicable al que, por el momento, se le ha aplicado una terapia nutrida, fundamentalmente, de sentido común. Andalucía contempla como posible un crecimiento del PIB esperanzador para el próximo ejercicio y, si ningún obstáculo se cruza en forma de crisis motivada por errores ajenos o políticas decimonónicas y caducas a nivel estatal, el despertar de letargos inducidos puede ser una realidad repleta de oportunidades para todos.

Para hacer que esa paradoja del sur se convierta, en realidad, en una metáfora andaluza. Esa que haga que la Esperanza, por fin, ya tenga qué ponerse.

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“La banda De Los Tres” encabezará los resultados de las elecciones en el Emirato Islámico de Cataluña. Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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El resultado de las elecciones catalanas, ni va a ser una sorpresa, ni va a resolver nada. Ninguna encuesta duda de que, por este orden PSC, ERC y Junts, quedarán en cabeza y todo el misterio se centra en el número de votos que obtendrá la derecha liberal del PP, la derecha nacional de Vox y los independentistas antiinmigracionistas de Aliança Catalana. Lo que le apetecería al PSC es obtener una -dificil- mayoría absoluta y poder evitar el amargo trance de pactar con ERC (lo que le pide al cuerpo el alma del PSC) o pactar con Junts (lo que le va a exigir Sánchez). Pero, si alguien cree que, con Illa en el sillón del Poncio de turno, se va a resolver algo, se equivoca.

El diálogo de sordos proseguirá, atenuado eso sí por el rumor de los euros pasando de las arcas públicas a los partidos de gobierno. Pero, en medio de ese rumor y, especialmente para contentar su clientela, ERC pedirá el referéndum y la recaudación total de impuestos por parte de la gencat y Junts, odiando a ERC, pedirá lo mismo, además de enfatizar ligeramente más la amnistía. A lo que el PSC responderá con su opción “federalista”. Sabiendo todos que, en caso de referéndum el No a la independencia se impondrá y que el federalismo es una coña inviable mientras el PP no se sume al carro. Y eso será todo. Cuatro años más a practicar el antiguo arte de medrar a costa de la política.

Obviamente, los tres partidos que aspiran a disfrutar para ellos los beneficios del poder -y que, en realidad, son los que vienen monopolizándolos desde hace más de 40 años- prefieren asumir esos temas “fundamentalistas” (“amnistía”, “referéndum”, “libertades”, “autonomía”), antes que reconocer que las cosas, en Cataluña, van de mal en peor.

Cataluña ya no es motor de casi nada, salvo, ex aequo con Andalucía, capital del paro en España, especialmente del paro juvenil. De las diez mayores empresas que tenían su domicilio fiscal en Barcelona hace diez años, solo quedan dos. Como Sánchez no habilite un ukase para multar a las empresas que se fueron y que se niegan a volver, Cataluña puede convertirse en un erial industrial a la vuelta de diez años.

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Lo más gracioso de esta campaña electoral es que ninguno de los grandes partidos ha hablado de dos elementos urgentes para revitalizar la sociedad catalana: el descenso de impuestos y la contención del gasto público de la gencat. Y tiene gracia porque, ERC ha proclamado de forma teatral que quiere “el concierto”, esto es, la recaudación del 100% de tributos por parte de la gencat, nunca de la reducción de las cargas fiscales (que, en Cataluña, incluso, son mayores que en otras regiones de España). Que al ciudadano lo van a atracar fiscalmente es algo que se evita reconocer y que nadie discute. La propuesta de ERC implica que el ciudadano será atracado por una institución catalana, pero no por una estatal. Y habrá quien les vote a pesar de la desfachatez.

¿Illa en el gobierno? Ya vimos lo que dio de sí al frente del ministerio de sanidad durante la pandemia. Y veremos si su gestión no acaba en los tribunales por la frivolidad en contratar solo mascarillas de la “trama Koldo” que ni siquiera servían para cumplir su función. Sin olvidar las medidas absurdas que impulsó durante aquellos meses (ir a la playa con mascarilla, promover la vacunación ignorándolo todo sobre los efectos) y poner cara de monolito tristón en el Senado cuando se le preguntó por el asunto de las mascarillas. Para colmo, ni siquiera se había vacunado… y lo dice ahora, resaltando que “nadie obligó” a vacunarse. Mentira: porque si se obligó, a mí por ejemplo, para salir de España; a mis hijos obligados por las empresas en las que trabajan. Pero ¿qué más da otra mentirijilla para un pueblo lo suficientemente desmemoriado como para no recordar lo que ocurrió anteayer?

Illa gobernará con quien prometa más estabilidad a Sánchez. El ex ministro de sanidad carece de carácter y personalidad política para decir “no” a Sánchez, o a Aragonés, o a Puigdemont… Si llega a la presidencia de la gencat será a Sánchez a quien consultará cualquier decisión. Incluso, en un gobierno de coalición hará lo que sus socios -indepes- quieran que haga. Ya lo vimos con Maragall -enfermo, eso sí- que terminó compitiendo con sus socios de ERC en quien ponía más alto el techo del “nou estatut”…

Quien si se la juega es Puigdemont. No puede descartarse un golpe de última hora que acapare las primeras páginas de la actualidad (un regreso en próximo jueves o viernes, o incluso en la “jornada de reflexión”). Para Puigdemont -un don nadie hijo y nieto de pasteleros al que el negocio familiar sería su único medio de vida de no haberse dedicado a vivir de la política, a la vista de su “historial académico”- quedar el primer es la única opción: ¿lo veis como “conseller” en un gobierno presidido por Illa? ¿lo veis como “cap de la oposición”? ¿y si falla todo el montaje de la amnistía? Pasar un día en Can Brians le produce tanto insomnio como quedar el tercero. Ya vimos lo que era capaz de hacer cuando fue “el molt honorable presidente”. Lo voy a recordar: conseguir que el nombre de Cataluña cayera en el ridículo mundial después de estar años creando “comisiones de desenganche”, pagando a eminencias grises -o presuntas tales- para que elaboraran un “proyecto de constitución catalana”, todo ello antes de conocer siquiera si se celebraría el referéndum, con el añadido, de proclamar la “república catalana” pero… dejarla en suspenso 15 segundos después. Ese es Puigdemont.

Ahora bien, la candidatura de Junts puede verse afectada por la concurrencia de Alliança Catalana: repite todo lo que dice Junts, pero… añade lo que Junts oculta: que la inmigración en Cataluña está descontrolada, la delincuencia se ha disparado en el último año -especialmente los delitos “graves” que no pueden ocultarse- y que cada vez hay más violencia en calles y barrios. Justo en la diana.

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Desde los tiempos de Pujol, ayer a CDC y hoy a Junts, le tiene absolutamente al fresco quién delinque y cuánto se delinque. Con que tengan un certificado B de catalán, ya hay suficiente. De ahí que Junts omita el tema y evite que en sus listas la presencia de musulmanes. Conoce el riesgo. Calla sobre la inmigración, pero no admite apellidos inmigrantes en sus listas… Ahí está el nicho que Aliança Catalana pretende legítimamente ocupar.

Quien, en cambio, aspira, desde los tiempos de Carod Rovira, a incorporar a la inmigración musulmana es ERC como base electoral. Carod ya aludió -en su infinita ignorancia sobre la religión a un “Islam catalá”, desconociendo que la patria de un musulmán piadoso es la “umma”, la comunidad islámica unida por el credo religioso y que habla, no en catalán, sino en la lengua sagrada en la que Mahoma escribió el Corán. ERC, cree poder atraer el “voto islámico” incluyendo a siete candidatos en sus listas por Barcelona y Gerona (de los que pueden salir entre dos o tres). Su actitud ante la inmigración es exactamente igual a la del PSC: “¿inmigrantes? Cuantos más, mejor; pero, eso sí, con el certificado B de catalán”.

En realidad, el gran problema de Cataluña es la islamización creciente, unido a la caída en picado de las familias con cuatro y con dos apellidos catalanes. A pesar de que no puede establecerse una ley matemática segura, lo mas probable y lo que nadie duda con observar las calles y los colegios en Cataluña es que en 20 ó 30 años como máximo, los musulmanes no serán una “minoría”, sino que -como está empezando a pasar en el Reino Unido, después de las elecciones municipales del sábado pasado- los islamistas presenten candidaturas propias allí donde sean mayoría y proclamen la “sharia”.

Por eso, no hay que fijarse tanto en quién quedará en cabeza, ni siquiera en qué orden, ni quién gobernará: sabemos que, gobierne quien gobierno, seguirá la misma línea de los últimos gobiernos, nada, absolutamente nada, cambiará. Pero estas elecciones van a servir para medir el “estado de cabreo” de la sociedad catalana. La pista que nos ayudará a establecer el diagnóstico va a ser el resultado que obtengan las tres candidatura claramente antiinmigracionistas: Vox (que está realizando una muy buena campaña, con actos en los que ha logrado movilizar a poblaciones consideradas como “hostiles”), Alliança Catalana (que puede obtener escaño en Gerona) y el Frente Obrero (que nos dirá cuántos electores de izquierdas están hasta los mismísimos de la inmigración masiva).

Porque el gran problema que va a afrontar Cataluña en los próximos años, no es “referéndum sí” o “referéndum no” (aunque se celebrara, los sondeos indican que el apoyo social al independentismo ha ido cayendo más y más en los últimos cuatro años), sino la islamización de la sociedad catalana. Y, por extensión, la inmigración masiva.

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¿Y el PP? Aumentará, sin duda, pero la cuestión es cuánto y nunca será suficiente para ser algo significativo en Cataluña. Su discurso actual es excesivamente grisáceo, aspira a ocupar el espacio que ocupó Ciutadans hace dos legislaturas, sin advertir -la cabeza de Feijóo tampoco lo admite- que en estos últimos años se ha producido una polarización en todo el mundo generada por la ofensiva “progresista” (basada en el “cambio climático”, “los estudios de género”, el “wokismo” y la “inmigración masiva”). Esa ofensiva ha generado la necesidad de una reacción tan fuerte y de la misma intensidad, pero de sentido contrario. Lo que valía hace ocho años, hoy es inútil. Los “centrismos” están muertos y enterrados. En Cataluña, en España y en Europa. El PP se ofrecerá a colaborar con el PSC, en el enésimo error estratégico de Feijóo. Lo normal hubiera sido que las candidaturas de Vox y del PP, incluso los restos de Cs, hubieran pactado un programa y una candidatura común. Pero lo que es lógico para los electores, no lo es para los partidos.

En cuanto al “sorpasso” de Vox al PP que se produjo en las anteriores elecciones, lo más probable es que quede anulado: el PP crecerá por delante Vox. Lo normal, dadas las circunstancias. Pero, al igual que ocurrió en las pasadas elecciones vascas, Vox mantendrá posiciones (e, incluso, es posible que las mejore). Volvemos a repetir que es “lo normal”: la “hora” de Vox sonará en cuanto el PP vuelva al poder y decepcione a los que esperaban unas políticas radicalmente diferentes a las socialistas

Así que no esperéis nada de las próximas elecciones, solo un indicativo del “estado de cabreo” de la sociedad (que, en cualquier caso, será menos que el “estado de somnolencia inducida” que vive la región).

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