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Opinión

Carta de un ex alumno a Ángel Gabilondo (PSOE) : “Si tuvieras vergüenza, pedirías perdón a todos los niños a los que maltrataste de palabra y de obra”

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[H]ermano Gabi: Así te llamábamos los alumnos del Colegio Sagrado Corazón de Jesús de la calle Alfonso XIII de Madrid, allá por los años 1971 a 1973, cuando tú nos impartías historia del arte y nos veíamos obligados a soportar tus exposiciones.


Marcabas tendencia, luciendo una estudiada melenita rubia y con frecuencia, dejabas asomar una camisa rosa por encima del alzacuellos que llevabas siempre abierto, en aquella sotana impoluta que destacaba frente a las batas y hábitos zarrapastrosos de muchos de tus compañeros de congregación: los Hermanos Corazonistas. Hasta las alumnas del cercano colegio Santa Catalina de Siena, te miraban suspirando, algo que a ti no te pasaba por alto y que hacía aumentar tu ego y, desde luego, tu total ausencia de humildad, algo que se te debería suponer como cura ¡PORQUE ERAS CURA! o “hermano”, da igual,



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Con notable distancia, nos ilustrabas en tus enseñanzas frente a nuestras cabezas rellenas de no se sabía qué. En aquel entonces, mientras te escuchabas hablando con deliberada pausa, nos aleccionabas sobre la supremacía de la raza vasca a la que perteneces, con una voz muy engolada y estudiada. Porque de todo, menos espontáneo.



Y así sigues.


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Tampoco sabías estimularnos o incentivarnos para aprender algo de aquellos “plomazos” a los que nos sometías.


Pasé inadvertido porque en el colegio no debías destacar ni por brillante -a lo que este servidor no alcanzaba -ni por zoquete. Tú llegaste a tenerme un cierto enchufe porque jugaba al balonmano y a veces nos entrenabas, no daba guerra en clase e iba pasando los exámenes sin llamativas calificaciones, pero sin tropiezos.


También me vienen a la memoria -o mejor, no se me borran -algunos episodios menos insípidos, entre los que destaca aquella paliza soberbia, rabiosa y abusona que le propinaste en plena clase al díscolo “S” (inicial de su apellido) que hacía gala de ser el graciosillo y el chulito, aunque tenía facultades para ser un buen alumno. En todo caso, un chaval de 13 o 14 años, al que doblabas en envergadura y que, además, no se podía defender por tu sotana y su más que posible expulsión.

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Y nos obligaste a presenciarlo al resto de los 50 alumnos que integrábamos el aula.


Pero “S” te había mirado mal al reprenderle y eso, para alguien de bien como tú y tras haber hecho tus votos, no se podía soportar. La soberbia, ante todo, ante el crucifijo si era necesario.


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Fue tal la lluvia de golpes que descargarte contra él, con la mano abierta y el puño cerrado, que hasta cayó al suelo aturdido-mientras con un hilo de voz sólo decía “hermano, por favor”- donde tú seguiste el golpeo con los ojos desorbitados, babeante de rabia. Técnica esta, la de las palizas hasta besar el suelo, que a pesar de ser utilizadas con profusión por algunos de tus hermanos de congregación, es de las que más se me quedaron grabadas, junto a otra similar en tercer curso de bachiller -cuando estudiábamos en la calle Claudio Coello -que protagonizó, con tus mismas “nobleza y dedicación”, el hermano R. C. contra J. D. o algunas especiales del hermano “Pingüino”- un enfermo mental- o del Moisés “Dos Caras”, otro perturbado.


Tú te ensañaste con el alumno y lo humillaste hasta el infinito, volcando la frustración de ser un cura sin vocación -el tiempo ha dado la razón -al que le daban asco aquellos ignorantes, el colegio y hasta la propia sotana que te encerraba y que con tanta coquetería exhibías.


Claro está, nadie se lo contaba a sus padres, porque eso era de afeminados.

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Pues de eso, eso tan edificante, no hay nada en las redes. Ni de los otros muchos episodios violentos contra los que no llegaban ni a adolescentes. Y hasta leo pasajes jocosos de tu vida docente ¡hay que ver cómo funciona la censura hoy en día!


Entonces te las dabas de cultísimo y nos citabas autores extranjeros con alguna frase impactante que a nosotros, a esa edad, nos importaban un pimiento e hiciste carrera en la educación, llegando a ser catedrático, rector, ministro ¡TOMA YA!


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Estabas muy por encima y nos lo hacías saber de muchas maneras y esa era una: el guantazo y otra, el desprecio: “eso no llegas a entenderlo” “vuestra inteligencia no da para más”, y frases simpáticas de igual calado, acentuando tu prognatismo y con gesto de suficiencia.


Estábamos tan abducidos, que algunos opinaron que “S” se lo merecía por la chulería con que te había mirado. Hasta ese punto teníamos el seso sorbido por tu santa violencia. Y llegábamos a ver, con cierta naturalidad, que te mofaras, entre dientes, de las gorduras de un alumno con obesidad mórbida cuyo apellido empezaba por “H”.


Supongo que ahora, de tal incidente ante 49 testigos más la víctima, no te acordarás -aunque los dos y muchos más, sabemos que sí lo recuerdas como otros tantos episodios de tu “Ira Santa” y de tu chulería ilimitada. Es posible que le eches la culpa a todas aquellas instituciones que ahora criticas con ardor y de las que dirás que eras prisionero. Aunque solo eras reo de tu personalidad violenta.

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Pero erais vosotros, los rebotados, los docentes insatisfechos – y los que estáis ahora haciendo política- los que creabais ese clima y denostabais a muchos Hermanos Corazonistas admirables por su vocación de entrega y su dedicación.


En la actualidad, después de los años, eres el “León de la Asamblea de Madrid”. León, porque lo lees todo, cuando tus intervenciones, tus “homilías” soporíferas siempre las pronuncias leyendo un papelito sin despegar la vista de él ni un segundo.


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No puedes ni emplear la décima parte de memoria que nos exigías para hablar del Jónico y el Dórico, allá por 1972.


Hace unos meses, te vi en la Asamblea de Madrid, recriminando a la Presidente con un textual “¡BASTA YA DE ASPAVIENTOS… CUMPLA LA LEY!”, levantando la voz más de lo normal, lo que me sorprendió dado tu habitual tono monótono.


¡Impactante, soberbio! ¡Qué oratoria! ¡Qué facilidad de palabra parlamentaria, qué dialéctica!

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Pero no, tampoco en ese momento en el que te debías mostrar airado y espontáneo, materializando, sin guión, tu cabreo (con 7 palabras) fuiste capaz de despegar la vista del papelito. Un “BASTA YA” leído. Con eso lo has bordado. Un auténtico “León”.


Todo menos espontaneidad, como cuando pertenecías al clero.


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De tu candidatura a la Presidencia de la Comunidad, más vale no hablar, porque te veo leyendo hasta el “buenos días señorías”, sin perjuicio de que lo que prometes en campaña no se lo cree ni uno de aquellos chavales que te teníamos que escuchar hace 50 años y que te teníamos muy “calado”. Lo de “soso”, como te llaman, se queda corto. Por supuesto que eres soso, aburridísimo, con nula facilidad de palabra, pero hay mucho más detrás de ti. Algo más oscuro que tu antigua sotana. Las personas cambiamos poco, y muchos-muchísimos- te vimos “en acción”, a pesar de que te las puedas dar de hombre de paz y de que muchos se lo crean, es falso por completo, eras un cobarde abusón.


Se baraja tu nombre para el cargo de Defensor del Pueblo ¡vivir para ver!


SI TUVIERAS VERGÜENZA, PEDIRÍAS PERDÓN A TODOS AQUELLOS NIÑOS A LOS QUE MALTRATASTE DE PALABRA Y DE OBRA Y CON BASTANTE AHÍNCO.

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Pero no lo harás, porque serás el Defensor de la Mentira.


Y perteneces a aquellos que exigen que la Iglesia pida perdón. Tú, por supuesto que no y “eras Iglesia”.


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Me gustaría saber lo que pasaría si, con tu pasado, alguien de signo político opuesto, estaría indemne como tú, en Internet y en cualquier medio de difusión.


¡Sabes que no! Sabes que sufriría escraches, abucheos y hasta representaciones teatrales en la calle o cosas peores.


¡Ay, hermano Gabi jamás pensé que de ser tan bajo desde el punto de vista humano, llegaras tan alto en política, aunque, por desgracia, ya pienso que es lo normal!

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*Un ex alumno corazonista en nombre de muchos ex alumnos corazonistas

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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