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El primer martes después del primer lunes

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Desgraciadamente, después de cuatro años sin sentido y otros cuatro desnortados, hemos pasado del esperpento, como venía calificando desde 2016 los “ires y venires” de la decepcionante política de Mariano Rajoy -para muchos de los casi 11 millones de españoles que lo votamos en Noviembre de 2011-, a lo que pinta como tragedia después de lo vivido desde el sábado hasta el martes en el Parlamento, supuesta sede de la Soberanía Nacional y más “hemi” que nunca, definitivamente convertido -y no sabemos por cuanto tiempo- en dos mitades, a todas luces irreconciliables hoy por no haber cortado las dos Españas que despertó el indefinible José Luis Rodríguez.

El primer martes después del primer lunes -triste casualidad- y justo al revés de lo que un país serio como Estados Unidos -¡cuántas cosas deberíamos aprender de ellos!- tiene instituido desde 1845 de manera fija como fecha electoral cada cuatro: “el primer lunes después del primer martes de Noviembre”, por razones agrícolas, climáticas y religiosas. Hasta en eso “Spain is different”, como se empezó a decir en los años sesenta, cuando Manuel Fraga era Ministro de Información y Turismo y aunque él tuvo bastante que ver con el protagonismo de las autonomías, no sé qué diría si levantara hoy la cabeza. No cabe duda de que este pasado 7 de Enero de 2020, va a quedar marcado a como uno de los días más tristes de la reciente Historia de España y esperemos que no se recuerde por algo más que por la apertura de un periodo incierto pero corto de nuestras vidas.

Después de lo escuchado a los diferentes representantes de los “19 partidos políticos, 19”, que hoy forman el variopinto arco “culiparlante” -que no parlamentario porque hablan pocos- más dividido desde la recuperada “democracia” hace 43 años es obligado hacer algunos comentarios sobre lo sucedido.

Para empezar, se ha hecho aún más patente que la figura de presidente del Congreso -cada día más merecidamente con minúscula- ejerce en realidad esa “presidencia” para una mitad, a la que no le pasa ni una, mientras se diluye en su gran sillón y se convierte en “compadre” para la otra, a la que le permite insultar a la Constitución, al Jefe del Estado o al que apoyan en la investidura no porque coincidan en casi nada, sino porque no se podía dejar pasar la oportunidad.

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En las tres jornadas de un contubernio que deja en anécdota al de Munich, se confirmaron los peores temores que se venían viendo llegar, cuando menos, desde las elecciones autonómicas y municipales de 2015, aunque algunos “agoreros” lo veníamos anunciando desde el primer aldabonazo serio, las elecciones andaluzas de Marzo de 2012, pero la cosa viene de mucho antes, tal vez desde 1978.

Ya, los aplausos de bienvenida al “presunto felón” -como algún “socio” lo llamó desde la tribuna- que ha dejado en aprendiz a su antecesor al frente del PSOE -el rey del ZParo de momento- no auguraban “milagro” alguno y se pudo comprobar que funcionó la “vaselina” que algunos decían que habían recibido los barones socialistas “díscolos de boquilla”, la andaluza Susana Díaz, el aragonés Javier Lambán, el castellano manchego y clon de “Pepe” Bono -buen ejemplo de faz poliédrica-, Emiliano GarcíaPage -que hizo honor a su apellido y ejerció de paje de Falconeti- y el extremeño Guillermo Fernández Vara. Los cuatro demostraron desconocer el sentido del honor y que no tenían palabra o que no controlan, como algunos creían -creo que las dos cosas-, a los diputados nacionales de sus regiones.

Lo cierto es que todos ignoraron las mentiras de su “elector”, desde aquella con la que, el propio doctor Fraude cum Laude alardeaba -con su característica chulería de barrio- cuando dejaba al entonces todavía PSOE en la base más baja de su pequeña y nefasta historia desde la transición, 84 míseros escaños: “Lo dije el 21 de diciembre -se refería a 2015- y soy un hombre de palabra. No iba a ser presidente a cualquier precio”, algo que ha repetido no pocas veces, hasta días antes de las elecciones repetidas del 10-N: “No dormiría tranquilo, como el 95% de los españoles, con Podemos en mi gobierno” o “nunca pondré el destino de España en manos de los independentistas”, por citar sólo dos de sus mentiras recurrentes. Y el pasado martes no fue menos cuando dijo que formaría “la única opción posible de gobierno” y “conforme a la voluntad del pueblo”, dos mentiras, puesto que había otras opciones a las que se cerró y debió decir “sólo a una parte del pueblo” que -en todo caso- lo votó creyendo lo que decía y no que iba a hacer justo lo contrario escasas 48 horas después de resultar exiguo ganador de una elecciones que cada día se dice más que, como las anteriores, no fueron limpias y según la Plataforma Elecciones Transparentes, el recuento “favoreció a PSOE y Podemos en cerca de 600.000 votos” en las del 28-A, algo que ya veremos cómo termina pero me temo que no tenga mucho recorrido. Por cierto que aparece una nueva contradicción en las actuaciones de este presidente entregado, que tanta prisa tenía en celebrar el debate de investidura porque “España no puede continuar más tiempo sin un gobierno estable” y una vez conseguida la investidura, aplaza una semana el nombramiento de su equipo ministerial e incluso ha suprimido el primer consejo de ministros esperado para este viernes. Ya no hay prisa, la “estabilidad” que buscaba era la tranquilidad de dormir en el cochón que se apresuró a cambiar como “primera acción de gobierno” a su llegada después de la moción de censura que le apoyaron los que ahora lo invisten.
Del resto de la última sesión me quedo con el magnífico discurso de Pablo Casado y con el de Inés Arrimadas, destacando del primero su comienzo “reivindicando la Constitución y a la máxima Autoridad del Estado y símbolo de la Unidad y continuidad histórica de España, nuestro Rey Don Felipe VI”, culminado con vivas a ambos y a España, algo que no hizo Abascal en su aseado y previsible discurso, que vitoreó al Rey y a España pero no a la Constitución, un detalle que pasó desapercibido, al menos en la prensa que he consultado ayer y esta mañana, y que puede dar la razón a los que tildan de “no constitucionalista” al partido del mocetón de Amurrio y que no aplica para la mayoría de sus votantes, gente de buena fe a los que el cabreo con el PP de Rajoy le nubló la razón y no vieron la evidencia de que “votar VOX era votar a Sánchez” como algunos decíamos y el 28-A y el 10-N han demostrado.

Por parte de Arrimadas su contundencia en reprocharle al candidato su pasividad ante la manifestación de la portavoz de ERC, Montserrat Bassa -hermana de una de las golpistas en prisión- que le espetó sin rubor alguno un “Me importa un comino la gobernabilidad de España”, que viniendo de la que habla en nombre del grupo que le permite salir elegido no deja de ser paradójico y que también fue pasado por alto por la nacionalista Meritxell Batet en aras de la “libertad de expresión” que le permite siempre a esa mitad del hemiciclo. Haber rechazado la unión en España Suma propuesta por Casado por parte de Abascal y Arrimadas fue un craso -e interesado- error y en mi opinión tiene también buena culpa de lo que nos puede esperar desde el martes.

Por cierto, me gustó también la réplica de Casado a la cita que el investido hizo de Manuel Azaña, Presidente de la Segunda república del que recordó que “Nadie tiene la exclusiva del patriotismo”, en clara referencia a algunos diputados de la bancada de la derecha, a lo que al Presidente del Partido popular le respondió con otra muy oportuna del mismo personaje: “Les tolero que ataquen a la República, pero nunca les toleraré que ataquen España”, pero Sánchez es más Francisco Largo Caballero -el Lenin español- que Manuel Azaña. Tengo que decir que Pablo Casado demostró un sentido de Estado que el ya presidente del gobierno dista mucho de esbozar siquiera y le dedicó frases contundentes como: “Sr. Sánchez, la democracia española ha tenido dos grandes enemigos, los terroristas y los golpistas. Sin embargo hoy les ha puesto nuestro futuro en sus manos al coste de desmembrar el Estado y liquidar el socialismo constitucional” o “Durante esta sesión de investidura hemos tenido que escuchar a uno de sus futuros ministros alabando la ideología más criminal de la historia de la humanidad, que asesinó a más de 80 millones de personas en unas décadas”, para rematar diciendo, como auténtico líder de la Oposición que “Construiremos una nueva mayoría social que pueda albergar también a los socialdemócratas huérfanos por la deriva del Sanchismo“. Recomiendo su lectura íntegra a quien no lo haya escuchado en directo.

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Tampoco quiero pasar por alto la afirmación de Aitor Esteban, portavoz del PNV, y -como buen nacionalista- desleal con Rajoy al que le vendió la aprobación del último Presupuesto, del que todavía estamos sobreviviendo para, días después, ayudar en la moción de censura a su expulsión de la Presidencia del Gobierno, otra de las cosas que la política nos deja con demasiada frecuencia, traición y falsedad. Pues bien, Esteban dijo textualmente que “Si hoy estamos aquí, votando a este candidato, es porque el Rey lo ha querido así. Podría haber propuesto a Casado o a cualquier otro y ha propuesto al “supuesto felón” Pedro Sánchez” y no le faltó razón, el Rey hizo lo que quiso y puede que no lo que debió, como vengo diciendo desde 2016. El tiempo dirá.

Y para completar el macabro guión, lo que se ha sabido justo después de la promesa ante la Constitución y Su Majestad de Pedro Sánchez -ya sabemos lo que significan las promesas del multicopista- en un breve intercambio de palabras con el Rey. “Ocho meses para diez segundos” ha dicho el nombrado. “Ha sido rápido, simple y sin dolor… el dolor viene después”, respondió el Rey, rematando el primero “le hemos dado muchas preocupaciones”, pero le faltó decir “Y no sabe lo que le espera”. O sea, agárrense que vienen curvas. Si este diálogo que facilitaron los medios fue así, sobran comentarios para un Monarca que tuvo en su manos NO cambiar el destino de España y eligió muerte ¿Qué no conocemos de las conversaciones previas? El tiempo lo dira.

En fin, veremos qué nos depara el futuro inmediato del que lo único que se ha sabido es que Sánchez se reunirá con Torra en los próximos días, ya veremos dónde, como primer paso de la hipoteca contraída con los otros nacionalistas que han dejado claro que su apoyo “no era de legislatura sino de investidura” y que sus objetivos eran la liberación de los golpistas presos y la anulación del juicio del “proceso” -me resisto a escribirlo en catalán-. Y también, cómo se deshoja la margarita de los nombramientos ministeriales, de los que su “socio preferente” y vicepresidente “in pectore”, que lloraba de pensar en que ya tendrá sueldo vitalicio en el Consejo de Estado, ya ha comenzado el reparto anticipado.

Por cierto que no me negarán la “progresión” inconmensurable de un profesor sustituto de otro profesor interino, que es lo que daba de sí el currículum del bolivariano podemita PabLenin Iglesias. Eso es “progresismo”. Claro que todavía lo supera el de su mujer -o lo que sea-, Irene Montero que, de cajera durante seis meses en un supermercado se dice que será la futura ministra de “iugal-da”, que quiere decir que a ella le da lo mismo con tal de sentarse en el consejo del pueblo. ¿Se imaginan que un alto cargo de cualquier otro partido de la llamada derecha, pero sobre todo del Partido Popular, hubiera llevado en el paquete -no piensen mal- de su nombramiento a su “consorte” para un puesto así? Una “consorte” que, recordemos, sustituyó a la anterior, en un visto y no visto, lo que supuso el destierro de la primera al gallinero del Congreso -detrás de una columna para más inri- y sustituir a su entonces portavoz parlamentario, Íñigo Errejón, por la nueva compañera.

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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