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El teniente coronel Area Sacristán, al general Serrano Barberán y al coronel Borque Lafuente: «Vuestro comportamiento es repugnante y supera el bochorno ajeno»

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Enrique Area Sacristán(*).- Burócratas, estómagos agradecidos o desleales a los valores institucionales, os reitero el artículo, debidamente ampliado y con vuestros nombres y apellidos, entre otras cosas, porque soy conocedor de primera mano de que sois una minoría decadente, cobarde e indigna en un Ejército de buenos profesionales, porque que hay que diferenciaros de esos nobles y honrados que surten las filas de estos, de una profesión de hombres íntegros; artículo, entre otros, que dio lugar a la apertura de un expediente innoble, inmoral y falaz ya decaído y haberme ido al retiro voluntario, para cambiar a un ruedo en el que estemos en igualdad de condiciones para practicar el arte del toreo: la justicia civil.

Después de la persecución sufrida durante años por esta minoría de “facultativos” por escribir haciendo uso de mi libertad de expresión contemplada en la Ley Orgánica de Derechos y Deberes del Militar Profesional, y ahora más aún, gracias a una denuncia que os puse en el Juzgado Togado Central cuya resolución raya algo que no se puede decir, para servir de tapadera a cobardes como vosotros cuya primera acción fue el cese en la Escuela de Guerra por escribir un artículo sobre la independencia de Cataluña, he de haceros unas cuantas puntualizaciones ahora que me he ido a retiro voluntario, repito, para luchar en igualdad de condiciones.

Parece que el problema que más os inquieta vivamente, general Ángel Serrano Barberán, jefe de la asesoría jurídica del Ejército de Tierra y coronel Emilio Borque Lafuente, jefe de la SINSEGET, (Mortadelo y Filemón), es el de las exigencias del deber obedecer cualquier orden emanada de vuestra autoridad, que la dais a subordinados que no saben lo que hacen, como el sargento José Luis Lorenzo González, falso e incompetente como “perito judicial” a las órdenes dependientes del coronel Borque Lafuente, sin titulación universitaria como lo exije la ley; o sí lo saben, como el coronel jurídico Carlos Granados Moya, en situación de Reserva con destino en la Fuerza de forma anómala, a la sazón, Instructor del procedimiento decaído.

Se debe aclarar que la Ley de la Carrera Militar de 2007 abre la puerta a que los militares en la reserva ocupen puestos en las plantillas orgánicas, aunque siempre apartados de las unidades de “la fuerza”, como denomina el Ejército a las que pueden entrar en combate, como no es el caso del destino del Coronel Granados Moya que está ocupando uno en la Fuerza, nada menos que en el Cuartel General de la División más potente del Ejército. Es decir, en contra del caso que nos ocupa, absolutamente anómalo, no se les permite ocupar, a los que se encuentran en situación de reserva, por ley, puestos en la fuerza; solamente se permite su destino en Unidades “de apoyo a la fuerza”, logísticos y administrativos, que permiten la asignación a dedo.

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Unos y otros os podéis aplicar el cuento, porque os escondéis bajo el manto del secretismo, la política de baja estofa y el contubernio montado entre todos, los que os doran la píldora y otros “amigos” de cercanos continentes, desautorizados por ilegal ejercicio de la autoridad y de sus límites, como quedará probado próximamente en los juzgados de Instrucción de la jurisdicción civil que, en estos, no tenéis árnica.

El teniente coronel Área Sacristán

Pero hay algo peor que eso: el haberos escondido bajo un manto de confidencialidad, sin dar la cara y firmando y haciendo firmar partes y presuntos peritajes falsos, como falso es el perito, o medio falsos, como lo son las cualificaciones universitarias que dice poseer sin especificar cuáles, o inservibles legalmente, por carecer de independencia y competencia, contra compañeros de Armas sin desvelar vuestra identidad, justificándoos con una falsa y repugnante defensa del Ejército, engañando, espero, a los Mandos de los que dependéis, que, como Institución, no correría el menor peligro si no fuera por la gentuza que vosotros representáis, y no por aquellos que verdaderamente la defienden.

Es frecuente, demasiado frecuente, oíros y condenar o por lo menos criticar la iniciativa de vuestros subordinados o de aquellos de los que depende una posible decisión correctiva vuestra; revela este hecho una absoluta incomprensión de las funciones que se desempeñan, que hacen a los que las padecen perjudiciales para el interés del Ejército, ya que suelen ser el egoísmo o el orgullo los que mueven a combatir lo que en torno vuestro puede revelar un valor. Por algo dice Gavet: “Cada vez que te sientas inclinado a juzgar excesiva la iniciativa de un subordinado, especialmente en el cumplimiento de su obligación de defender la unidad de la Patria, digo yo, reflexiona antes de intervenir. Pregúntate si esta contrariedad que experimentas no es, en realidad, efecto de alguna debilidad personal tuya”.

El que se acostumbra a una obediencia pasiva, sin razonar, acaba por no saber hacer otra cosa, cuestión que durante toda mi vida militar he tratado de evitar. Lebon dice, hablando de las cualidades de los alemanes, que si bien parece que existe contradicción entre la disciplina y la iniciativa, no es más que en apariencia, puesto que aunque la división del trabajo reduce el horizonte de cada individuo, no le impide moverse con entera libertad entre los límites de él; y los jefes que se precien de serlo deben procurar que cada uno conserve entera su libertad dentro de los límites que imponen las leyes y normativa en vigor, no interpretando a libre albedrío y parcial e injustamente la misma según convenga para sobresalir y conseguir éxitos personales que, generalmente, no coinciden con los posibles éxitos de la institución.

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En el mejor compuesto de los relatos de Servidumbre y Grandeza de las Armas, el titulado Laurette o el Sello Rojo, se plantea el conflicto espiritual que se le presenta a un militar al recibir una orden que le repugna a su conciencia como me repugna a mí vuestro comportamiento. Estamos ante el caso de que el hábito no hace al monje, aunque éste sea cardenal, general y coroneles en vuestro caso. Para algunos en este momento entra en juego una fuerza moral poderosísima, la abnegación, que impone inexorablemente el cumplimiento de la orden; “aquella abnegación del soldado sin compensación, sin condiciones, que conduce más de una vez a funciones siniestras”.

En realidad, dice Jorge Vigón, ni la abnegación es eso, ni siempre ha de tener el conflicto, cuando se presente, la misma solución; vosotros parecéis que os lo creéis y no es por otra cosa que porque el desarreglo espiritual que padecéis pone límites a vuestra imaginación.

Cuando la pravedad de un comportamiento como el vuestro aparece evidente, el que lo recibe queda moralmente desligado de toda obligación de respeto hacía éste, no a la Institución que pretendéis representar y que no representáis, extremo que viene especificado en la Instrucción sobre Representación en el Ejército de Tierra, que la ostenta el JEME y la delega en los comandantes militares cuando ha lugar; no representáis legalmente a la Institución sino a vosotros mismos, gracias a Dios, y contra vosotros mismos y no contra la Institución me enfrentaré en igualdad de condiciones.

Es en este momento en que se presenta el conflicto entre el deber de conciencia y la obligación militar, entre la claudicación, o las consecuencias de desobedecer, si hubiera una orden manifiesta, escribiendo acogiéndome a la Ley de Derechos y Deberes del Militar de Carrera, que tampoco habéis respetado por mucho que os puedan abalar esos “jurídicos” militares que incumplen sus obligaciones de investigaros por abuso de autoridad y prevaricación, falsedad documental, revelación de secretos oficiales…, y que se prestan a vuestros contubernios demostrando, además, el mayor desconocimiento de esas que pretenden aplicar y a quienes se les va aplicar. Los caudillos de La Legión tebana, que acertaron a resolverlo rectamente, sufrieron el martirio, pero alcanzaron la santidad.

 

 

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La verdad es que no solían ser frecuentes tan graves aprietos en la vida militar cuando las normas morales y de comportamiento individual era la exigencia que imponía la mayoría de los que ejercemos esta profesión de honor al que vosotros habéis faltado. La regla de conducta fijada por el padre Francisco de Vitoria pone límites a la tentación de plantearlos demasiado a menudo como lo hacéis. “En la evidencia de una injusticia, dice, no se debe obedecer”; y la evidencia la habéis presentado muchas veces; pero no sólo se manifiesta la rebelión del corazón contra este tipo de comportamientos moralmente, sino con la aplicación de las leyes contra este tipo de personajes como vosotros.

Si se quiere ver más claro este desarreglo mental, es necesario referirse a los conceptos elementales.
Subordinación, sub ordinatio, es la disposición espiritual de quienes se someten a una ordenación superior; en este concepto debe ser una cualidad de cuantos integran un Ejército, desde su Jefe Supremo hasta el último soldado. Vosotros os habéis saltado las Leyes, los Reglamentos y las reglas morales que rigen la Institución militar claramente.

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La ordenación a que se ajusta el estado militar contaba, para asegurar la subordinación, con el mecanismo de la jerarquía en cuya cúspide están las leyes que no respetáis. La disciplina es el medio de hacer jugar este mecanismo al poner tensión el resorte de la obediencia. Disciplina que viene de discere, aprender, es un género de relación que supone la existencia de discípulos y maestros. Esta es la razón de que la obediencia del subordinado en grado al superior sea el principio esencial de la subordinación.

Os podéis saltar la ley, pero la obediencia para quien, como el hombre español, tiene, fluente de la Historia, una concepción religiosa de la vida trasciende a otros ámbitos de mayor intimidad. “El oficial, se lee en cierta instrucción militar cristiana de fines del siglo XVIII, revestido de la autoridad regia, manda de parte del Rey; el poder real procede del mismo Dios; y así, no obedecer al Rey es desobedecer a Dios; por consiguiente, el soldado no obedeciendo a su superior, digo yo, desobedece al Rey y ofende a Dios”. San Gregorio, en su carta a los soldados napolitanos, citada por Juan Ginés de Sepúlveda, les escribe: “la mayor alabanza de la milicia es ésta: el mostrar obediencia a la utilidad pública y sujetarse a cuanto para ésta se mande”; que no se manda en España nada que no se atenga a las leyes que emanan del Parlamento y del Gobierno establecido legítimamente, cosa que obviáis en vuestro comportamiento.

General, coronel y “compañeros” protervos, vuestro comportamiento es repugnante y supera el bochorno ajeno, os lo repito ahora que me he ido al retiro voluntario con la única finalidad de descubriros ante la opinión pública con otras armas y en otro ruedo: el que me ofrece la jurisdicción civil; yo seguiré escribiendo muy a vuestro pesar, aunque filtréis información reservada con nombres y apellidos y empleo a ciertos medios de comunicación para encubrir vuestras tropelías que, ya, me la trae al pairo. Lo que no me la trae al pairo es el perjuicio que hacéis a la Institución, perjuicio que voy a denunciar públicamente y en los juzgados.

Os tocará vivir tiempos interesantes a raíz de mi retiro, como bien dice un maleficio chino, tiempos interesantes de los que os dejo una pequeñísima muestra, para empezar, en el que no faltará vuestro amigo el africano.

*Teniente coronel de Infantería (R) y doctor por la Universidad de Salamanca

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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