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Europa

La crisis de supervivencia de Europa

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Al enfrentarse a este reto existencial, una espiral descendente en la que los europeos parecen ir muriéndose lentamente por no reproducirse, parece que Europa también ha perdido toda su confianza en sus valores.
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Por Giulio Meotti.- “La posibilidad de que Europa se convierta en un museo o un parque recreativo cultural para los nuevos ricos de la globalización no está completamente descartada”. Esta idea de Europa como un inmenso parque temático cultural la planteó el difunto historiador Walter Laqueur, quien, por su visionario pronóstico sobre la crisis de Europa ha sido llamado el “pesimista indispensable”. Laqueur fue uno de los primeros que entendió que el actual punto muerto en que se encuentra el continente va mucho más allá de la economía. La cuestión es que los días de la fortaleza europea se han terminado. A causa de las bajas tasas de nacimientos, Europa está encogiéndose drásticamente. Si persisten las actuales tendencias, dijo Laqueur, dentro de cien años la población de Europa “será sólo una fracción de lo que es hoy, y dentro de doscientos, puede que algunos países hayan desaparecido”.

Lamentablemente, la “muerte de Europa” se aproxima cada vez más, se está volviendo más visible y los escritores populares hablan con frecuencia de ella.

“En un momento en que la literatura es cada vez más marginada en la vida pública, Michel Houellebecq nos ofrece un llamativo recordatorio de que los novelistas pueden aportar ideas sobre la sociedad que los analistas y expertos suelen pasar por alto”, escribió The New York Times sobre el que es probablemente el autor francés más importante. Houellebecq “habla” mediante sus exitosas novelas, como Sumisión, así como en sus conferencias públicas. La última conferencia que dio Houellebecq en Bruselas –con motivo del premio Oswald Spengler, que homenaje al autor de La decadencia de Occidente– estaba dedicada a ese tema. “Por resumir –dijo Houellebecq–, el mundo occidental en conjunto se está suicidando”.

¿Por qué Europa ha acabado obsesionándose tanto con su propio declive demográfico y la creciente inmigración fértil de África?

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Según Ross Douthat, en un artículo en The New York Times, “los esfuerzos de control de la población financiados por Occidente en el mundo desarrollado” se están “introduciendo en el debate” por tres motivos:

“Porque las tasas de natalidad africanas no se han reducido con tanta rapidez como esperaban los expertos occidentales; porque la demografía europea está siguiendo la ley de Macron hacia la tumba; y porque los líderes europeos ya no son ni mucho menos tan optimistas sobre la asimilación de los inmigrantes como lo eran sólo unos años atrás”.

Douthat se refiere a dos discursos del presidente francés, Emmanuel Macron. En 2017, Macron dijo que los problemas de África eran “de civilización” y se lamentó de que “cada mujer tenga siete u ocho hijos”. En un segundo discurso en la Fundación Gates la semana pasada, Macron dijo: “Preséntenme a la mujer que decide, perfectamente educada, tener siete, ocho o nueve hijos”. La pregunta que Macron planteó implícitamente fue: ¿Cómo puede Europa gestionar a su propia población educada con sus bajas tasas de natalidad, mientras se enfrenta a una inmigración masiva y la fertilidad de África y Oriente Medio? Parece que Europa está en una lucha demográfica con el resto del mundo, y que sólo puede perder.

Al enfrentarse a este reto existencial, una espiral descendente en la que los europeos parecen ir muriéndose lentamente por no reproducirse, parece que Europa también ha perdido toda su confianza en sus valores de la Ilustración, que tanto le costó alcanzar, como las libertades personales, la razón y la ciencia en lugar de la superstición y la separación de Iglesia y Estado.

Éstos son fundamentales, si Europa quiere de verdad sobrevivir. El distinguido historiador Victor Davis Hanson escribió hace poco:

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“Si se juzga por los grandes determinantes históricos del poder civilizacional –combustible, energía, educación, demografía, estabilidad política y poderío militar–, Europa está menguando. Está gastando sólo un 1,4% de su PIB colectivo en defensa […]. Y con una tasa de fertilidad de menos del 1,6%, Europa está menguando y envejeciendo lentamente –de ahí la miope política migratoria de Angela Merkel, que al parecer ve la inmigración como una solución a la crisis demográfica y un atajo para la mano de obra barata”.

Sin embargo, como escribió Walter Laqueur, “incluso aunque el declive de Europa sea irreversible, no hay motivo para que deba acabar desmoronándose”.

¿Cómo evita uno que se desmorone?

En una reciente cumbre europea, el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, líder del partido antinmigración la Liga, dijo:

“He escuchado a colegas decir que necesitamos la inmigración porque la población de Europa está envejeciendo, pero yo tengo un punto de vista completamente distinto […]. Creo que estoy en el Gobierno para conseguir que nuestros jóvenes tengan el mismo número de hijos que tenían hace unos años, y que no se trasplante lo mejor de la juventud de África en Europa. Tal vez en Luxemburgo necesiten hacer esto, pero en Italia necesitamos ayudar a la gente a tener más hijos, en vez de traer a esclavos modernos (de África) para sustituir a los hijos que no estamos teniendo”.

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Después, respondiendo directamente a una interrupción del ministro de Exteriores de Luxemburgo, Jean Asselborn, Salvini añadió:

“Respondo tranquilamente que su punto de vista es diferente al mío. […] Si en Luxemburgo necesitan nueva inmigración, yo prefiero mantener a Italia para los italianos y empezar a hacer hijos otra vez”.

Es evidente que Salvini ve lo que cabe esperar del futuro de Italia. Si las condiciones no cambian, la población de Italia podría colapsar, al alcanzar sólo los 16 millones de habitantes, frente a los 56 millones de hoy. Ese inquietante futuro surgió en el último “Festival de Estadística y Demografía” que se celebra cada año en Italia, donde Matteo Rizzolli, profesor de la Universidad de Roma, dijo:

“Como esto ocurrirá dentro de cien años, aunque seamos 8 millones menos dentro de 20 años, si seguimos actuando como lo hacemos, no servirá para estimular la tasa de natalidad”.

El establishment de Europa se divide por lo tanto entre los llamados “europeístas”, que creen que los nuevos migrantes son necesarios para frenar la crisis demográfica de la UE, y los “euroescépticos”, que quieren superarla por su cuenta. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, por ejemplo, ha pedido a los europeos que frenen el “declive demográfico” invirtiendo más en las familias tradicionales. Entretanto, el arzobispo católico italiano Gian Carlo Perego ha dicho:

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“El reto para Italia es que reconcilie un país que está muriendo con los jóvenes que vienen de otras partes, a fin de empezar una nueva historia. Si cerramos la puerta a los migrantes, desapareceremos”.

Salvini propuso otra idea más en una entrevista con The Times:

“Un país que no engendra niños está destinado a morir […]. Hemos creado un ministerio de la familia para trabajar en la fertilidad, las guarderías, en un sistema fiscal que tenga en cuenta a las familias numerosas. Al final de este mandato, el Gobierno se medirá por la cifra de nacimientos más que por su deuda pública”.

Lo que está en juego, dijo Salvini, es la “tradición” de Italia, “nuestra historia, nuestra identidad”: la izquierda está utilizando la crisis de fertilidad como “excusa” para “importar inmigrantes”.

Otro arzobispo católico, Andrew Nkea Fuanya, de Mamfe (Camerún) dijo hace poco sobre las bajas tasas de natalidad en Europa:

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“Es algo muy importante. Y me atreveré a decir que, especialmente con el telón de fondo de la invasión islámica, si se observa a lo largo de la historia, cuando la Iglesia se durmió, y se alejó del Evangelio, el islam aprovechó esa ventaja y entró. Eso es lo que estamos viendo en Europa, que la Iglesia se está durmiendo, y que el islam se está infiltrando […]. Europa está siendo islamizada, y eso afectará a África”.

El declive y la transformación de Europa también se manifiesta en Francia. Según las nuevas estadísticas publicadas por el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos francés, Mohamed y otros varios nombres árabes tradicionales encabezan ahora la lista de los nombres más populares para los bebés en el departamento francés de Seine-Saint-Denis (1,5 millones de habitantes). Es reseñable que dos periodistas del periódico Le Monde, Gérard Davet y Fabrice Lhomee, acaban de publicar un libro titulado Inch’allah: l’islamisation à visage découvert (Si Alá quiere: El rosto revelado de la islamización), una investigación sobre la “islamización” del área de Seine-Saint-Denis.

Mientras, una investigación publicada en julio por el semanario L’Express mostró que en Francia “entre 2000 y 2016, el número de niños con al menos un progenitor extranjero creció del 15 al 24%”. Die Welt informó de que, según la Oficina Federal de Estadística, en la Alemania occidental, el 42% de los niños menores de 6 años provienen ahora de origen migrante.

La inmigración sin topes a Europa parece haber causado más perjuicio que beneficio. Walter Laqueur escribió:

“La inmigración sin controles no fue la única razón del declive de Europa. Pero tomada en conjunto con los otros infortunios del continente, dio lugar a una profunda crisis; podría hacer falta un milagro para sacar a Europa de estas tribulaciones”.

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Tanto Matteo Salvini como Michel Houellebecq han señalado que el drama de una Europa envejecida y fatigada no es una cuestión partidista, sino civilizacional. Esta cuestión también decidirá el futuro de la Unión Europea, que la política de fronteras abiertas podría arruinar.

El tiempo se acaba. Como dijo Houellebecq en un discurso en el premio Frank Schirrmacher:

“El avance del islam sólo está comenzando, porque la demografía está de su parte y porque Europa, que ha dejado de tener hijos, ha entrado en un proceso de suicidio. Y no es realmente un suicidio lento. Una vez que has llegado a una tasa de natalidad del 1,3 o el 1,4, después las cosas van muy rápido”.

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España

Un homenaje a Ucrania desde la Memoria Española: 81 años de la última gran victoria del ejército español, por Francisco Torres García

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Francisco Torres García

 

Hace 81 años se libró en la entonces URSS, en los arrabales de la ciudad de Leningrado (San Petersburgo) la batalla de Krasny Bor. Un choque de tintes épicos entre la infantería española y el Ejército Rojo en los inicios de la Operación Estrella Polar, planificada por quien sería mariscal y cuatro veces héroe de la Unión Soviética, Gueorgui Konstantinovich Zhúkov. Considerado por la historiografía soviética y posterior como el mejor de los comandantes soviéticos en campaña, los soldados afirmaban: «Donde está Zhúkov, está la victoria».

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Con aquella, sin duda, pensaba añadir, a la que sería una brillante carrera militar, la liberación definitiva de la ciudad de Leningrado. La misma que había conseguido defender ante el asalto alemán en el otoño de 1941. Con una concatenación de ofensivas en los Frentes de Leningrado, Vóljov y Noroeste pretendía alcanzar un objetivo  muy ambicioso: acabar con el cerco a Leningrado, liberar Novgorod, embolsar al 18.º Ejército alemán y abrir el camino hasta la frontera de Estonia y Letonia. Todo ello tras haber desarticulado los soviéticos la Operación Nordlicht, el que iba a ser el asalto definitivo a la ciudad cuna de la Revolución dirigido por el mariscal Erich von Manstein.

La batalla defensiva que libró en Krasny Bor la División Española de Voluntarios, la División Azul, supuso, sin embargo, un revés para el plan de Zhúkov al impedir la ruptura del frente encomendada a unidades del 55.º Ejército; resistencia que contribuyó a la frustración de toda la Operación. Más allá de cualquier otra valoración hay que señalar que si los españoles se hubieran hundido la progresión soviética, que debía protagonizar la 45.ª División de la Guardia del general Krasnov, hubiera sido difícilmente contenible quebrando la línea de comunicación que permitía abastecer a las fuerzas alemanas.

Conviene insistir, como nota introductoria, en una realidad incuestionable que las circunstancias políticas de la última década, junto con algunos sectores de la historiografía, tienden a obviar, que, independientemente de su componente político y de su recluta, la División Española de Voluntarios, la División Azul, fue una unidad del Ejército español, constituida orgánicamente al efecto de realizar una misión específica (combatir al comunismo) y disuelta a la conclusión de la misma. Esta gran unidad consiguió, entre el 10 y el 11 de febrero, en lo que debemos denominar los combates de Krasny Bor, siguiendo al general Fontenla, una importante victoria en lo que fue una batalla defensiva al frustrar la intención enemiga y dislocar una ofensiva de amplios horizontes. No es exagerado, sino simple constatación de la realidad, que en Krasny Bor el ejército español alcanzó su última gran victoria en una gran acción bélica.

Más allá del desarrollo de los combates en aquellas 18 horas de lucha continua entre el 10 y el 11 de febrero, más allá del rosario de acciones heroicas que en aquellas momentos se dieron, avanzado el conocimiento real de los hechos (siendo fundamentales las aportaciones realizadas por Carlos Caballero), desbrozadas algunas interpretaciones herederas de las valoraciones personales de quienes combatieron, eliminados no pocos mitos que durante décadas prescindieron de los condicionantes tácticos y de la realidad de las fuerzas en presencia, vamos a tratar de precisar algunos aspectos, quizás aparentemente secundarios, sobre los condicionantes y las lecciones de aquel día.

La División Azul que consiguió aquella victoria no era la unidad que salió de España en julio de 1941 y que había combatido brillantemente en las orillas del Vóljov. En febrero de 1943 no eran muchos los divisionarios alistados en 1941 que permanecían en el frente, probablemente rondarían los 2.000. Tras agotar las listas de reserva, en marzo de 1942, el gobierno español decidió iniciar un nuevo periodo de recluta del que saldrían la mayor parte de los combatientes en la batalla.

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Entre abril y diciembre de 1942 llegaron al frente 14.124 hombres. A partir de mayo comenzaron a abandonar el frente los denominados Batallones de Repatriación. Más de 9.000 voluntarios regresaron a España hasta el último mes de aquel año; entorno a  2.000 no pudieron hacerlo y aguardaban la eternidad en un rosario de cementerios. En este proceso el general Muñoz Grandes chocó con el Ministerio del Ejército y su planteamiento de renovación/sustitución, inclinándose por mantener la vieja «amalgama napoleónica» distribuyendo a los que llegaban entre todas las unidades.

En febrero de 1943 la DEV era una unidad prácticamente renovada. Sobre aquellos voluntarios llegados caería la leyenda de una recluta forzada, alimentada por la paga, pletórica de republicanos y maleantes, con escasa moral de combate y menor voluntad de vencer, salida de los cuarteles, aunque casi 9.000 de los llegados a lo largo de 1942 se hubieran alistado desde los banderines abiertos en las milicias falangistas… Visión que compartía y ampliaba la propaganda soviética que mantendría de forma ortodoxa el PCE y se transmitiría, a través de sus vasos comunicantes, a parte de la reciente historiografía española. La prueba más evidente de que no era así es lo ocurrido durante los combates de Krasny Bor.

En julio de 1942, aquella gran unidad que estaba renovándose/reconstruyéndose, recibió órdenes para trasladarse desde el Vóljov hasta el frente de Leningrado, iban a participar en lo que se anunciaba como el asalto definitivo a la ciudad. Aquel movimiento iniciado en agosto dio tiempo al general Muñoz Grandes para instruir a sus hombres. Además se le indicó que, una vez acantonada en las proximidades del frente, tendría un tiempo antes de entrar en línea. La División Azul iba a tener un papel relevante en la ruptura que conduciría a la ocupación de la ciudad dentro de la Operación Nordlicht. Lo que indica el valor que como unidad de combate se daba a los españoles por parte del mando alemán.

Las circunstancias y la falta de fuerzas acortaron los plazos y la DEV entró en línea el 5 de septiembre entre Alexandrovka y el río Ishora. El general Muñoz Grandes asumió el mando de una zona de buenas posiciones pero sin profundidad en sus elementos de defensa, y procedió a reestructurar sus fuerzas para una acción ofensiva que se mantuvo viva hasta mediados de octubre de 1942. Ahora bien, por sus efectivos, que a finales de octubre podía desplegar 16.343 hombres, la DEV era la unidad más poderosa del frente. Con sus fuerzas podía mantener su sector sin dificultades ante cualquier contingencia.

El general Emilio Esteban-Infantes, que iba a sustituir en el mando a Muñoz Grandes, llegó al frente en agosto para convertirse en 2ª Jefe de la unidad, a él iba a corresponder, en gran medida la preparación final de la zona y el despliegue en el nuevo sector que se le iba a adscribir en que se libraría la batalla.

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Cerrado definitivamente el planteamiento ofensivo correspondía prepararse para establecer un escenario defensivo ganando lo que no tenían las líneas alemanas de un frente estático como era el asumido, profundidad. Ambos generales conocían la doctrina táctica española sobre la batalla defensiva que optaba por la profundidad y la distribución de posiciones defensivas con espíritu de resistencia al objeto de impedir al enemigo la penetración real y el dominio del territorio. Doctrina revisada durante la guerra civil sobre la que el propio Franco había teorizado, destacando la importancia de la batalla defensiva, en 1938 en sus instrucciones para los jefes de grandes unidades y en sus comentarios al reglamento de ese año. El general Muñoz Grandes asumió que se vería obligado a librar una difícil batalla defensiva cuando anunció que se mantendría a toda costa en Novgorod en el invierno de 1941-42.

El propio Franco en su ABC de la batalla defensiva. Aportación a la doctrina, síntesis final de lo escrito durante la guerra, incidiría en la necesidad de relegar «los órdenes lineales», optando por «sistemas profundos, tanto más necesarios cuanto mayor sea la capacidad de penetración de los Ejércitos modernos y su potencia para la ruptura» con lo que se organizará el terreno propio «preparando el sistema de fuegos que ha de aniquilar al enemigo», asumiendo que las fuerzas enemigas progresarán según sea la red de comunicaciones existentes que permitirán alimentar la batalla, por lo que «los campos de batalla principales hemos de buscarlos en esas vías de penetración, como en ellas ha de situarse el centro de gravedad de nuestras tropas», creando la zona de resistencia y en esta, siguiendo los reglamentos tácticos, lo fundamental es el ocultamiento y la dispersión de las fuerzas. En ese marco se desarrolló la batalla de febrero en el frente ruso.

Tanto Muñoz Grandes primero como Esteban-Infantes después trabajaron para dotar de profundidad sus líneas. La línea española tuvo una relativa tranquilidad, aunque sometida a los duelos artilleros y golpes de reconocimiento, entre los meses de octubre y noviembre, lo que permitió incidir en la instrucción de las fuerzas. Una optimización que no hay que depreciar a la hora de valorar las razones de la victoria española.

El problema, sobre todo para Esteban-Infantes al asumir el mando completo, fue la constante ampliación de la línea a cubrir por los españoles desde el sector inicial establecido entre Alexandrowka y el meandro del río Ishora. En enero de 1943 los soviéticos lanzaron la Operación Iskra que daría origen a la batalla por el control de los Altos de Sinyavino. La falta de fuerzas hizo a los alemanes exprimir el frente sacando unidades. La División Azul cedería al II Batallón del 269.º a mediados de enero de 1943. En Sinyavino los españoles demostrarían, una vez más, su capacidad de aferrarse al terreno y no ceder hasta quedar reducidos a la mínima expresión (solo 30 hombres regresarían indemnes), algo que no parece que fuera tenido en cuenta por el mando enemigo. Todo ello llevaría a la División a extender sus líneas primero hasta Krasny Bor, y después hasta más allá de la línea férrea cubriendo otros siete kilómetros. De un despliegue en el que los españoles mantenían reservas en cada subsector se pasó a un despliegue que embebía en línea a casi todas las fuerzas. Pero lo más grave era la falta de profundidad de la línea más allá del Ishora y la necesidad de preparar el terreno. Esteban-Infantes tendría que luchar contra el tiempo para ganar profundidad, pero este se estaba acabando. El tiempo había permitido trabajar en todo el sector la oeste del Ishora, pero ahora las líneas española podían alcanzar, según se evalúe, entre los 24 y los 30 kilómetros para soldarse al este con las fuerzas limitadas de la 4.ª División SS Policía que estaban retornando tras su participación en los combates de mediados de enero.

La División Azul cubría una línea que cortaba el río Ishora, la carretera Leningrado-Moscú, la población de Krasny Bor que ocupaba unos 9 kilómetros cuadrados y la línea del ferrocarril Leningrado-Moscú. A lo largo del mes de enero se hizo evidente que el subsector que se abría en el Ishora y llegaba hasta la línea férrea era tácticamente fundamental. Esteban-Infantes asumió la necesidad de ganar en profundidad asegurando las líneas en el Ishora y cubriendo la carretera, pero para completar un sistema que contara con suficientes posiciones para cubrir una amplia zona de resistencia necesitaba más tiempo. A la vez procuró destruir los intentos enemigos de progresar a la hora de acercar sus posiciones a la línea española ante Krasny Bor y la línea férrea. El condicionado despliegue español en la zona mostraría su eficacia el 10 de febrero.

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El  subsector de unos 11 kilómetros de línea, con unos cuatro fundamentales entre la carretera y el ferrocarril, quedó guarnecido por el Regimiento 262.º a las órdenes del coronel Manuel Sagrado Marchena, reforzado con el Batallón de la Reserva Móvil y la Compañía de Esquiadores, a lo que se sumarían, exprimiendo la División, el Grupo de Exploración, el Batallón de Zapadores y el Grupo Antitanques. El 10 de febrero tenían establecidos 2 escalones de despliegue y dos pequeñas reservas en su retaguardia. Durante los combates improvisarían una tercera línea. En total unos 5.000 hombres.

Lo que difícilmente podía prever el mando español o alemán era que los soviéticos hubieran situado el punto de ruptura de una gran operación ofensiva precisamente en aquellos kilómetros. Allí los españoles tendrían que aguantar primero la durísima ruptura artillera y después el asalto enemigo. Lo harían en inferioridad ya que el Ejército Rojo desplegaba 4 divisiones (72.ª y 43.ª de Fusileros, junto con la 63.ª y 45.ª de la Guardia) y una imponente masa artillera (la proporción con respecto a las baterías hispano-alemanas ha precisado Carlos Caballero era de 3.3 a 1, «que ya era bastante»). Flanqueada por las divisiones 72.ª y 43.ª de Fusileros, la 63.ª División de la Guardia, al mando del general Nikolái Pávlovich Simoniak tenía la misión de abrir brecha en Krasny Bor consiguiendo la necesaria ruptura. No era la 63 División una unidad escasamente fogueada, ni su general carecía de brillantez. De hecho, había protagonizado el 18 de enero la ruptura del frente enemigo en Shlisselburg, enlazando con las fuerzas del Frente del Vóljov en la Operación Chispa, lo que valió a Simoniak la Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética.

La terrible preparación artillera que se prolongó durante casi dos horas castigó muy duramente a las compañías españolas, que en algún caso llegaron a sufrir bajas cercanas al 80% de sus efectivos. Simoniak no esperaba una fuerte oposición y cuando la infantería roja avanzó apoyada por carros KV 1 se encontró con la enconada resistencia de los restos de las compañías de Huidobro, Palacios, Oroquieta, Aramburu, Campos… Se abría así el tiempo de las resistencias decisivas que se prolongaría durante horas. Algo que no debió extrañar, cuando comenzó a tener información, al general Esteban-Infantes pues él mismo las había vivido en primera persona durante la batalla de Brunete en la guerra civil. Tampoco, a pesar de la dureza se produjo el hundimiento de la moral, los que retrocedieron en medio de la lluvia de fuego se recompusieron y contraatacaron cuando encontraron mandos que los reagruparon. Algo que difícilmente hubiera sucedido en una unidad de recluta forzada o sin más horizonte que la paga.

Según la propaganda enemiga la División iba a plantear escasa resistencia dado el componente humano de la nueva recluta. Parece evidente que los mandos del Ejército Rojo habían asumido como real esta imagen. Sin embargo, lo que los españoles estaban demostrando era una alta moral de combate no quebrándose la voluntad de vencer y una elevada calidad entre sus jefes, oficiales y suboficiales que tuvieron que combatir durante horas sin la necesaria comunicación entre las compañías ni con el mando superior establecido por Esteban-Infantes en el puesto avanzado de Raykolovo. Las compañías de la Guardia pudieron sobrepasar los núcleos de resistencia de las compañías de línea, pero se empantanaron en una zona de resistencia que nunca pudieron dominar, no pudieron adueñarse del terreno y esa fue la clave del día.

Sin comunicación exacta sobre el alcance de la penetración enemiga durante horas el general Esteban-Infantes movió sus escasas reservas y adoptó la medida de recurrir a los hombres del Batallón de Repatriación, disponiéndose a aguantar, en el peor de los casos apoyado en el Ishora; al otro lado del río el intento de progresión soviética había sido contenido y rechazado el ataque en el meandro del río. Con respecto a la actuación del general Esteban-Infantes, el general Fontenla ha precisado que si bien no percibió la entidad del posible ataque, «durante al batalla reaccionó de forma correcta… en su puesto de combate: empleó el fuego de la artillería divisionaria, empeñó reservas disponibles y se esforzó en organizar otras nuevas, y reforzó el borde de la lucha en Ishora para impedir sus ensanchamiento y facilitar, en su caso, la estrangulación de la penetración mediante un contraataque general».

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Al caer la noche, sobre las 15.30 los combates adquirieron una nueva dimensión sobre un terreno en el que las manchas blancas se alternaban con grandes extensiones de barro. Los españoles continuaban resistiendo en su segundo escalón apegados a las construcciones de Krasny Bor y en su improvisada última línea de resistencia. Los divisionarios habían dado tiempo al mando alemán a preparar una línea tras la zona de combate para guarecer Sablino. Las fuerzas de Simoniak no pudieron abrir la brecha necesaria en Krasny Bor, ni se pudo progresar al este de la línea férrea: no hubo ruptura definitiva. El mando del 55.º Ejército no pudo usar su reserva convenientemente, la 45.ª de la Guardia del general Krasnov, pues ya no había éxito que explotar y los alemanes habían desplegado una línea defensiva tras los españoles.

Al finalizar el día los divisionarios habían perdido en aquel subsector, que cederían a los alemanes de forma progresiva hasta la medianoche, entre 3 o 4 kilómetros, pero -insistimos- los soviéticos no consiguieron su objetivo que era abrir una brecha rompiendo el frente y dominando el terreno para permitir el avance, con lo que su ataque quedó dislocado perdiendo más de un tercio de sus efectivos, sin romper nunca de forma definitiva la última línea española ni ocupar su zona de resistencia.

La gloria, la victoria y la muerte acompañan siempre hechos de armas como los combates de Krasny Bor. En torno a 1.100 españoles perdieron la vida en la batalla, entre 200 y 300 cayeron prisioneros, otro millar y medio recibieron heridas de consideración -parte de ellos también dejarían este mundo a consecuencia de las mismas o acortarían significativamente su vida-. Hubo acciones heroicas que por falta de testigos nunca fueron convenientemente recompensadas. Un soldado, Antonio Ponte Anido, pese a estar herido decidió frenar un T-34 que se dirigía hacia un hospital de campaña, lo hizo con su vida, fue recompensado a título póstumo con la Cruz Laureada de San Fernando.

Según anota Carlos Caballero el mando alemán anunció la concesión por los hechos de aquel día de 30 Cruces de Hierro de 1ª, 300 de 2ª y 400 Cruces al Mérito Militar con Espadas. En parte de aquellos prisioneros, que fueron internados en los campos de concentración soviéticos, tampoco se quebró la voluntad de continuar la lucha y vencer. Algunos de ellos serían condecorados tras volver a España 11 años después.

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