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Mujeres irresponsables

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Estos días hemos visto multitud de declaraciones hechas y decisiones tomadas por mujeres dirigentes. La gran cantidad de falsedades y errores cometidos es como para reflexionar acerca de la capacidad femenina para enfrentarse a las dificultades que se les presentan

Vimos a Susana Griso decir en televisión, alentando a asistir a la manifestación del 8M: “Que el coronavirus no sea una excusa para reivindicar nuestros derechos”; me gustaría saber si hoy afirmaría lo mismo y aún más, si se disculparía ante las cámaras por su irresponsabilidad como periodista.

En una entrevista a la Vicepresidenta Carmen Calvo se le pregunta que le diría a los que están dudando en ir o no a la manifestación del 8M y ella contesta: “Que les va la vida”. Nunca una respuesta suya fue más acertada, aunque no precisamente por lo que pensaba.

La conocida abogada feminista y comunista, Cristina Almeida, afirmaba en una tertulia: “Celebrar esto es mucho más que enfrentarme al virus, por lo tanto os llamo para irnos a la manifestación del 8 de marzo”. A las barricadas, no importa cuantos mueran, es la ideología por delante de cualquier otra cosa. El individuo sólo existe si es parte de la masa adoctrinada en defensa de las ideas corruptas o equivocadas. Da igual, es la igualdad, estúpida.

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Una de las mejores periodistas españolas actuales es, sin duda, Ana Pastor.

Entrevistaba a Irene Montero en su programa “El Objetivo” y le preguntaba: “¿No cree que nos vamos a arrepentir de no suspender el 8 de marzo y las fallas a la vista de lo que está pasando en Italia con 17 provincias cerradas ahora mismo y en muchos otros lugares?” Atención a la respuesta de la Ministra de Igual-dá: “Creo que nadie duda de la gestión que están haciendo los expertos para tomar cada decisión”. Muy lindo, bonita. Sin embargo, hizo caso omiso a las advertencias de los e-x-p-e-r-t-o-s y a la realidad. La manifestación se mantuvo y la vimos toser en ella casi a la cara de una mujer mayor con una camiseta que decía “Solo sí es sí”. Pocos días después daba positivo en coronavirus con lo que es seguro que ha contagiado a otros y a otras. Aquel lema debió ser “Sólo si es positivo es SÍ” porque hasta enfermar no tomó conciencia de lo imprudente que fue, o quizás aún no es conciente. Otra que no pedirá disculpas ni se arrepentirá de su imprudencia y temeridad.

Ya en pleno acto del 8M, un, como llamarle, ¿ignorante?, es para no insultarle, preguntado por si no tenía miedo al coronavirus para venir a la manifestación contesta: “No, nada nada, si el coronavirus no existe, no hay ningún problema, no pasa nada. Yo besos abrazos y manos a todo el mundo. Porque mueren muchas más mujeres que por el coronavirus”. Luego, el virus sí que existe. Recientemente El Presidente México y el de Brasil han seguido esta idea negacionista dando manos y abrazos al público. Ya ven, los hombres tomando ejemplo de las mujeres, pero no el mejor de ellos.

Y en el inicio de la epidemia en nuestro país escuchamos a Fernando Simón, director del Centro de emergencias del Ministerio de Sanidad, afirmando que “España no va a tener como mucho más allá de algún caso diagnosticado”. He aquí un hombre que, por ser igualitarios, lo incluyo entre los irresponsables por hablar de más. Hoy son ya casi 10.000 los casos y en aumento

Risto Mejide, presentador impresentable y parodia de sí mismo, en su programa “Todo es mentira” decía con la mascarilla puesta: “Denunciamos que los medios estábamos siendo demasiado alarmistas con el coronavirus. No preocuparse, estamos muy tranquilos. Lo que pasa que hoy hemos sabido que se confirman los tres casos en Barcelona, Valencia, y Madrid (risas en el plató). Insisto, no seamos alarmistas porque esto – dice quitándose la mascarilla – es un ‘Fake’”. Sin comentarios

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La ciudadanía parece tener más claro lo que ha pasado aquí. Una encuesta del periódico ABC revela que “Ocho de cada diez españoles ven «irresponsable» que el Gobierno promoviera la manifestación del 8-M”. Parece que el pueblo es más sabio o más intuitivo aunque, lamentablemente, lo entienda a toro pasado.

¿Como se explica que, sabiendo lo que había, no se cancelasen las manifestaciones del 8M con miles de personas en la calle? Es que ahora, en tiempos de pandemia y feminismo, se ha impuesto propagar el coronavirus con perspectiva de género. No cabe otra conclusión a tamaño despropósito. Si la epidemia se expande aún más, y lo hará, podremos afirmar que el feminismo habrá matado más personas que el machismo ¡Que paradoja!

Y, en definitiva, no es que las mujeres lo hagan mejor o peor que los hombres sino que lo hacen igual de bien o de mal. Esa es la verdadera igualdad de las mujeres alcanzada por la ignorancia, la necedad, el amiguismo, la codicia, el oportunismo, la ineficacia y en última instancia por la ideología de género que, al no tener una base científica, ciega el pensamiento de la masa convirtiéndolo en sectario para su propio beneficio en vez de útil a la sociedad. Enfrentar a hombres y mujeres en una guerra de sexos para luego pedir colaboración con sus demandas ideológicas a los primeros es absurdo y estéril.

También, basar todo el pensamiento feminista en un victimismo crónico, del cual es culpable exclusivo el “patriarcado”, es conveniente y falaz. Con esa manía de echar balones fuera y culpar siempre al hombre de sus desgracias podríamos cambiar el famoso canto chileno por éste otro, en tiempos de pandemia: Y la culpa no era mía / ni donde estaba / ni donde tosía, / el portador eres tú
.
Conclusión, mujeres irresponsables en un gobierno irresponsable que ha llevado a que en este momento ostentemos el segundo lugar del mundo en el ranking de los países en que más nuevos casos de infección por coronavirus se registran. Ahora nos piden que nos quedemos en nuestras casas y quizás perdamos nuestros trabajos o nuestras empresas, y los irresponsables pasaremos a ser los ciudadanos insolidarios que no cumplimos las normas. Nosotros lo haremos, por el bien de todos, pero no nos olvidaremos de quienes fueron los culpables de no tomar las decisiones a tiempo.

El feminismo ha perdido el norte. En manos de radicales sin escrúpulos y con poder en las instituciones de gobierno, es como un cáncer que se destruye a sí mismo y a todo lo que lo rodea. Su motivación original por una igualdad real se ha perdido en un mar de ideas delirantes (uso de lenguaje igualitario), política de conveniencia (cuotas en lugar de méritos) y liderazgo corrupto (Dilma Rouseff y Cristina Kirchner, imputadas por la Justicia). Sólo hay un halo de esperanza a un retorno al feminismo original que tímidamente expresan algunas mujeres valientes que se oponen al sector oficial actual. Éstas últimas las tachan de fachas porque no concuerdan con sus ideas totalitarias

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Finalmente, cuando acabe la crisis del coronavirus todos los irresponsables, ellos y ellas, por honor y coherencia, lo hayan hecho bien o mal, deberían dimitir.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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