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Opinión

Antes que la obediencia está la conciencia, antes que la disciplina está el honor

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Homilía pronunciada el 12 de octubre de 2018 en la Parroquia de los Santos Juanes de Rosell (Castellón)

“Ilustrísima Corporación Municipal, Señor comandante del Puesto de la Guardia Civil, miembros y familiares del Benemérito Cuerpo, hermanos todos en el Señor:

Según una piadosa y antigua tradición, ya desde los albores de su conversión, los primitivos cristianos levantaron una ermita en honor de la Virgen María, a las orillas del Ebro, en la ciudad de Zaragoza. La primitiva y pequeña capilla, con el correr de los siglos, se ha convertido hoy en una basílica grandiosa que acoge, como centro vivo y permanente de peregrinaciones, a innumerables fieles que, desde todas las partes del mundo, vienen a rezar a la Virgen y a venerar su Pilar” (Oficio de lectura. Elogio de Nuestra Señora del Pilar).

Españolísima advocación en la que se resalta la fe inquebrantable, la esperanza incluso contra toda esperanza, la reciedumbre, la capacidad propia de sostener todas las cargas para transmitirlas con seguridad a la tierra firme. Eso evoca la advocación del Pilar. Por eso instituciones que, como la Guardia Civil se construyen sobre la firmeza, la han erigido en su Santa Patrona.

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La Santa Iglesia, Madre y Maestra, celebra precisamente hoy con alegría desbordante la Solemnidad de María Santísima, bajo la advocación del Pilar. Este nombre es para nosotros especialmente querido e invocado. No hay templo parroquial en nuestra amada nación que no albergue en su interior la pequeña imagen de aquella Virgen Inmaculada que acompañó al Apóstol Santiago en su misión evangelizadora entre los pueblos de la antigua Hispania romana. Difícilmente podrá encontrarse en el amplio territorio patrio un pueblo que no guarde con amor la pequeña imagen sobre la santa columna.

La devoción de los guardias civiles a la Virgen en su advocación del Pilar, procede de aquella transmitida desde niños a los alumnos del Colegio de Huérfanos de Valdemoro. En septiembre de 1864, fue destinado al colegio de Valdemoro su primer Capellán Militar, D. Miguel Moreno. Este sacerdote organizó la capilla del centro, donde fue instalada una imagen de la Virgen del Pilar e introdujo a los jóvenes alumnos en la devoción y amor a la Madre de Dios. Casi inmediatamente se nombró patrona del Colegio de Guardias Jóvenes a Nuestra señora del Pilar.

Con el tiempo, los guardias procedentes del Colegio fueron extendiendo la devoción a la Pilarica por toda la geografía nacional. Esta circunstancia fue determinante para que el 7 de enero de 1913, el Director General del Cuerpo -General Aznar- solicitara de Su majestad la proclamación de la Virgen del Pilar como patrona de la Guardia Civil. La orden sería firmada por D. Alfonso XIII con fecha de 8 de febrero, publicándose en los correspondientes diarios oficiales. Es ésta pues, para vosotros, apreciados guardias, una fiesta de compañerismo en la que los componentes de cada acuartelamiento se reúnen para rezar por sus compañeros caídos en acto de servicio y por el Duque de Ahumada, organizador y primer Inspector General del Arma (Orden General del Cuerpo, 18 de febrero de 1913).

Y esto es así porque tenemos fe. El Señor Jesucristo nos ha regalado esta virtud sobrenatural por la que creemos lo que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nos dice y la Santa Iglesia nos transmite con fidelidad. Por la fe el ser humano se abre libremente a la gracia, al don de Dios, presente en la Palabra que el Señor nos dirige y la acepta creyendo en su Palabra que no engaña, pues El es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14,6). Por esa fe Abraham fue hecho justo, ya que por su obediencia y rectitud fue grato a Dios. Ellos -dice el apóstol Pablo- los patriarcas, los profetas y las santas mujeres de la Escritura, gracias a la fe, sometieron a otras naciones, impusieron la justicia, vieron realizarse promesas de Dios, cerraron bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, sanaron de enfermedades, se mostraron valientes en la guerra y rechazaron a los invasores (Hebreos 11,33).

Es que en la fe se construyen los pueblos… Y en la fe grande se construyen los pueblos grandes. ¿Por qué el Islam presiona demográficamente sobre occidente? Porque tiene fe, y nosotros bien poca. Esto lo hace mucho más fuerte y cohesionado que nosotros. Cuenta con la ayuda y protección de Alá; nosotros hemos descartado a Dios de la vida pública -y hasta de la privada- porque nos estorba, porque nos obliga a cultivar las virtudes con las que se amasan y se aglutinan los pueblos… y eso siempre cuesta.

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Seamos conscientes de la fuerza y de la virtud que nos da la fe católica, mantengámonos como un reducto de fe inquebrantable… y la victoria estará de nuestro lado. Necesitamos que los que tenéis por oficio defender la Patria alcancéis la victoria. Y sabéis perfectamente que sin fe y sin moral, eso es imposible.

Fieles servidores de España, manteneos en la fe que nos hizo grandes. Recuperad la superioridad moral, abrazaos al Pilar para que os transmita su fortaleza. Este pueblo que te adora, de tu amor favor implora, y te aclama y te bendice abrazado a tu Pilar… Pilar bendito, trono de gloria, tú a la victoria nos llevarás… cantad, cantad, cantad, hijos de España a la Virgen del Pilar.

Entre la multitud de testigos de la fe, resplandece pues especialmente la figura de la Virgen María, cuya santidad ejemplar nos mueve a levantar los ojos hacia aquella que brilla ante toda la comunidad de elegidos como modelo de virtudes. Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios; la obediencia generosa; la humildad sincera; la caridad solícita; la piedad y respeto hacia el buen Dios; la fortaleza en el destierro; el vigilante cuidado de su Hijo Jesucristo, desde la cuna hasta la Cruz; la castidad virginal; el fuerte y casto amor conyugal (Pablo VI. Marialis cultus).

Ella es Consoladora de los afligidos, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores y ¡Madre de España! Contemplándola a Ella comprendemos el valor de su obediencia a la voluntad de un Dios bueno y justo: Soy la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra (Lucas 1,38). Obediencia que Jesucristo llevará a plenitud en el huerto de los olivos: ¡Aparta de mi este cáliz! Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú (Lucas 22,42).

Los sacerdotes nos parecemos mucho a los militares… Nosotros -sacerdotes- nos debemos a la filial obediencia a nuestros superiores jerárquicos, los obispos. Vosotros -los militares- a la disciplina leal hacia vuestros mandos. Obedecer implica, en diverso grado, la subordinación de la voluntad a una autoridad, el acatamiento de una instrucción, el cumplimiento de una demanda o la abstención de algo que prohíbe. La disciplina militar es, por su parte, un factor de cohesión que obliga a mandar con responsabilidad y a obedecer lo mandado.

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Sin embargo, tanto la obediencia como la disciplina tienen un límite: El límite de la obediencia es la conciencia y el límite de la disciplina es el honor. La conciencia es la facultad de decidir y hacerse actor y autor de los propios actos y responsable de las consecuencias que de ellos se siguen, según la percepción del bien y del mal -la moral- que sólo ofrecen los Diez Mandamientos de Dios. De modo semejante se expresan vuestras ordenanzas: El mayor prestigio y fuerza moral de la Guardia Civil es su primer elemento; y asegurar la moralidad de sus individuos la base fundamental de la existencia de esta institución (Cartilla de la Guardia Civil. Cap. 1, Art.2). El honor es pues la cualidad moral que impulsa a un militar a actuar rectamente, cumpliendo su deber y de acuerdo con la moral. Especialmente para vosotros, miembros del Benemérito Instituto: El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás (Ibid. Cap. 1, Art. 1). Así ponía Calderón de la Barca en labios del Alcalde de Zalamea: Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma ¡sólo es de Dios!

En ninguna circunstancia el mando o superior jerárquico tiene derecho a mandar algo que vaya contra el honor o contra la propia conciencia. Un obispo no tiene derecho a mandar nada que esté contra la voluntad o la Ley del buen Dios, nada que sea pecado, aunque este sea insignificante (cf. S. Maximiliano Kolbe. Cartas). Un mando militar no tiene derecho a mandar a sus subordinados nada que vaya contra la verdad, el bien, y la justicia más elemental, la cual está por encima de todas las leyes positivas.

Y si el superior jerárquico pudiera llegar a hacerlo en algún momento, tenemos la grave obligación de dejarnos guiar por el honor y la conciencia, antes que obrar la injusticia. Si lo hubiésemos hecho siempre así, hubiésemos evitado a la Santa Iglesia y a nuestra España tristes y dolorosos fracasos.

La llamada obediencia debida o cumplimiento de órdenes delictivas, injustas o criminales impartidas por el superior jerárquico, podrá ser causa eximente en Derecho Penal, pero no nos exime de la responsabilidad moral de nuestras acciones, si son malas e injustas. ¡Nuestras, sí!, aunque otro las haya mandado. El ser humano es un sujeto moral, capaz de obrar el bien y rechazar el mal, como ser que se expresa y crece en la experiencia de su acción. Por ello, la acción humana -siempre personal- identifica a la persona y la pone en juego, para bien o para mal, sobre sí mismo y sobre su destino (Dr. Daniel Granada. El camino mejor, p.31).

Alguno me dirá que obrar así, en conciencia y con honor, tiene un precio muy caro. Cierto, lo tiene. Es el precio que pagó Jesucristo, el Hijo de Santa María del Pilar. Al precio de su muerte en Cruz nos liberó del pecado y de la injusticia de este podrido mundo (cf. Romanos 6). Cristo Jesús, como hombre libre y a la vez obediente a la voluntad del Padre, se entregó a su destino: Nadie me arranca la vida. Yo la doy libremente y tengo poder para darla y poder para recuperarla (Juan 10,18).

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Por eso precisamente, el honor y la conciencia son las cualidades de los hombres verdaderamente libres y, aunque dejarse guiar por ellas es de precio inmensamente alto, recordemos siempre que el Tribunal de Dios es infinitamente más terrible que cualquier tribunal humano, sea episcopal o militar (cf. 2Co 5,10).

Que ninguno de vosotros -dice el Apóstol Pedro- tenga que sufrir ni por criminal ni por ladrón ni por malhechor ni por entrometido: pero si es por cristiano, que no se avergüence, que glorifique a Dios por llevar este nombre. Porque ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios. Pues si comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que no creen en el Evangelio de Dios? Si el justo se salva a duras penas ¿en qué pararán el impío y el pecador? De modo que, aun los que sufren según la voluntad de Dios, confíen sus almas al Creador fiel, haciendo el bien (Pedro 4,15). Que Nuestra Señora la Virgen Santísima, Pilar de nuestra fe, nos lo conceda. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

 

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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