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Opinión

Enseñar versus educar igualando en la mediocridad

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«Piedat e debdo natural debe mover a los padres para criar sus fijos, dejándoles et faciéndoles Io que es menester segunt su poderío, et esto se deben mover a facer por debdo de natura; ca si las bestias que non han razonable entendimiento aman naturalmente e crían sus fijos, mucho más Io deben facer los homes que han entendimiento et sentido sobre todas las otras cosas» «Claras razones et manifiestas son porque los padres et las madres son tenudos de criar sus fijos; Ia una es movimiento natural porque se mueven todas las cosas del mundo a criar et a guardar Io que nace dellas;… ALFONSO X, DE CASTILLA (EL SABIO) “Las siete partidas”, siglo XIII.

Aclaración previa, para las víctimas de las “leyes educativas progresistas”: “versus” es un vocablo latino que significa “hacia” y que ha sido reintroducido en el español procedente del inglés con el significado de “frente a, o contra”, y que aunque no era su significado etimológico ha acabado siendo aceptado por la Real Academia Española.

Después de la anterior aclaración, antes de seguir hablando de educar y enseñar, aunque pueda parecer de Perogrullo, es imprescindible destacar que nuestros hijos no nos pidieron que los trajéramos a este mundo, tampoco nosotros les pedimos permiso para tal cosa, y por supuesto, tampoco han venido a hacernos felices y danos “satisfacciones”… Esto tiene una grandísima importancia, pues por tal causa, los papás y las mamás contraemos la enorme responsabilidad, el deber de conducirlos hasta la edad adulta, es decir, hasta que sean suficientemente “sólidos” y autónomos, capaces de ocupar “su lugar” en la Sociedad… en eso consisten “LA EDUCACIÓN Y LA CRIANZA”. Tampoco está de más recordar que, además del derecho a la vida, los menores tienen derecho a poseer una madre y un padre, unos padres suficientemente adultos, competentes, capaces de acompañarlos hasta la adultez.

Los niños –de ambos sexos- tienen derecho a que se les enseñe a “saber ser ellos mismos”, a tomar las riendas de su vida y también a comprometerse con la Sociedad. Los menores tienen derecho a “saber hacer”, también a “saber vivir en grupo”, a vivir en sociedad, a sentirse a gusto entre los demás; y cómo no, a “saber saberes” que les permitan integrarse socialmente.

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No podemos olvidar que cuando un niño nace es un ser frágil, vulnerable; lo será durante toda su infancia, también durante la adolescencia, es decir aproximadamente una veintena de años. Entonces, cuando haya conseguido la madurez suficiente, cuando esté en condiciones de ser autónomo y adulto, podrá abandonar “el nido familiar”.

Mientras tanto, tiene derecho a esperar de sus padres todo lo que necesite para ocupar su lugar en la Sociedad. Necesita que se le eduque para que “sea él mismo” y sea capaz de tomar decisiones y hacerse responsable de los resultados de sus actos, así como comprometerse en la Sociedad.

Nuestra Sociedad está realizando enormes progresos en multitud de ámbitos como la biología, la genética, los medios de comunicación, la informática, la investigación científica… Pero a la vez la Sociedad cada día que pasa está más afectada por la droga, el alcoholismo, los embarazos precoces, el aborto, el suicidio, la violencia, las diversas formas de delincuencia, la marginación social, etc.

Si hurgamos un poco hasta llegar al origen, a la raíz de todos esos males, acabaremos topándonos con dos cuestiones esenciales: la familia y la educación.

Y ¿qué se está haciendo al respecto por parte de los poderes públicos, aparte de discutir acerca de la conveniencia o no de las tareas extraescolares y de prohibirlas en los hogares?

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Tal vez, llegados a este punto sea necesario hacer otra aclaración: pese a que se haya generalizado el uso de la palabra “educar” como sinónimo de “enseñar”, en realidad no significan lo mismo.

Enseñar: consiste en comunicar, exponer a los estudiantes de manera clara unos conocimientos, habilidades, ideas o experiencias que ellos no poseen, con la intención de que los comprendan y los hagan suyos para aplicarlos en un momento determinado.

Como es lógico, el docente, el enseñante, el maestro, el profesor (como mejor gusten llamarlo) debe tener un dominio del asunto que vaya a exponer a sus estudiantes; debe manejar técnicas o estrategias de enseñanza que faciliten el aprendizaje de los estudiantes dentro del aula.

Obviamente, enseñar es sinónimo de instruir, y por supuesto, solo puede instruir quien sabe, y sobre todo aquella persona a la que se le reconocen saberes, autoridad y ante quienes los alumnos están dispuestos a dejarse enseñar.

Por el contrario, educar es formar ideas y creencias, inculcar valores; y como consecuencia, educar es algo que compete a la familia, y que por supuesto nunca ha de ser considerado exclusivo de la escuela, en todo caso los centros de estudio se debe reforzar lo “sembrado” en la familia. Debe ser en la familia donde se inculquen esos valores para que perduren para siempre.

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El objetivo de la enseñanza debe ser que los jóvenes aprendan a usar sus mentes: a usar su capacidad de pensar y razonar. Una enseñanza-instrucción adecuada les debe dar a los estudiantes el conocimiento de los hechos, y más importante, les debe enseñar cómo adquirir conocimiento de nuevos hechos para vivir y conseguir afianzar valores.

La enseñanza pública en España adoctrina, inculca conformidad social y obediencia, no independencia.
Frente a la actitud de todos los gobiernos habidos y por haber (y ésta es la razón de que no haya habido en España ninguna ley reguladora de la enseñanza institucionalizada que haya perdurado más allá de lo que dura una legislatura) de adoctrinar a las futuras generaciones para asegurarse su voto; lo único que permite a los padres dotar, proveer suficientemente a sus hijos para que puedan funcionar eficazmente en el mundo es que el Estado, los diversos gobiernos no se entrometan en nada que concierna a la educación; pues, cuando lo hace viola los derechos de los padres y de los hijos.

El único objetivo de la enseñanza, de la instrucción pública debe ser que el estudiante aprenda cómo vivir su vida, desarrollando su mente y dándole los medios para que sepa hacerle frente a la realidad. Me dirá más de uno que lea estas líneas que los niños y adolescentes de hoy día, de este principio de siglo son educados por la televisión, la radio, la música, la comunicación informática, los juegos electrónicos y sus grupos de amigos en la barra, la discoteca o la calle; y que cuando permanecen en casa, el teléfono y más recientemente los chats, complementan la tarea. ¡Más a mi favor para insistir en que el Estados, los gobiernos deben entrometerse lo menos posible, por no decir nada!

Si acaso algo hay necesario, es procurarles a los padres, y sobre todo a los más jóvenes, una formación de base que les permita acompañar a sus hijos hasta la adultez. Cada día que pasa es más urgente prestar ayuda pública a quienes desean fundar un hogar y tener hijos, para que lo hagan en las mejores condiciones posibles. Porque a ser padres se aprende, no es suficiente con lo que hemos recibido de nuestros progenitores.

Los poderes públicos tienen la responsabilidad de ir preparando el porvenir con la anticipación suficiente, no pueden seguir desentendiéndose como hasta ahora, desinteresándose de la familia que es la célula básica de la Sociedad. Es de extrema urgencia proporcionarles a los padres una adecuada formación para que sean educadores competentes.

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Claro que, no se confundan: no es mi intención la de propagar más todavía la idea estúpida de que “todo lo que hicieron nuestros padres o nuestros abuelos con nosotros fue negativo, pues los pobres no daban para más ya que eran unos incapaces,…” Y claro, así nos educaron, o mejor dicho “nos maleducaron”.

Pues, de ahí a pasar a proscribir determinadas cosas hay un pasito muy corto, y es por ello que, por desgracia hoy día no están de moda expresiones como “disciplina”, “normas de convivencia”, “autoridad”, “respeto por los demás y sus propiedades”, etc. Para muchos, demasiados, todas ellas son antiguallas que casi todo el mundo evita pronunciar, si no se quiere correr el riesgo de ser tildado de facha, autoritario, o cosas por el estilo.

A menudo olvidamos que lo que no se siembra en casa, en el hogar, en la familia, difícilmente puede cosecharse después. Hacemos que nuestros hijos tengan la vivencia del león del circo que, había nacido y crecido en cautividad, y anhelaba salir de la jaula para corretear por los campos, ser libre… Un día, accidentalmente, se dejaron la puerta abierta, y el león salió de ella. Pero nada más empezar a caminar se le vino encima todo el peso de la libertad y la responsabilidad que comenzaba a tener, así que dio media vuelta y lo más deprisa que pudo se metió en la jaula.

Evidentemente hay que romper con la “ideología educativa” que proclama que por encima de todo hay que ser especialmente cautelosos, estar permanentemente alerta no sea que se les ocasionen traumas a los niños, de tal calibre que queden afectados o desequilibrados para el resto de sus vidas. Como resultado de ello se deriva: “dales todo, resuélveles todo, tenlos entre algodones, juega con ellos, sé su amigo, protégelos a toda costa”.

¿Alguien se ha parado a pensar que la mayoría de los padres y madres con su actitud de sobreprotección está fabricando niños dependientes o tiranos, o ambas cosas a la vez? ¿Alguien ha reflexionado sobre frases como la de “¡Ah, yo soy el mejor amigo de mi hijo!”? ¿Realmente es sano para el hijo que su padre o su madre sea “su amigo”? Lamentablemente hay que recordarles a algunos que los hijos no necesitan que sus padres sean sus amigos (también a muchos profesores hay que recordarles que ser profesor está reñido con ser amigo de los alumnos) que lo que necesitan es que sean padres, madres y padres competentes que los amen, pero que no los mimen; que les enseñen y ayuden a resolver problemas, pero que no se los solucionen; que les enseñen a ser capaces de tomar decisiones, pero que no decidan por ellos; que les enseñen a cuidar de sí mismos, pero que “no los cuiden demasiado”.

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Educar a un hijo es acompañarlo hasta la edad adulta, y ser adulto significa ser capaz de responsabilizarse de su propia vida. Ser amigo está reñido con ser madre o padre. Los amigos no reprenden a los amigos, los amigos no enseñan a los amigos, los amigos no ejercen ningún tipo de autoridad sobre los amigos, los amigos no tienen obligaciones con los amigos tales como procurarles alimentos, un hogar, seguridad afectiva, etc.

Los amigos no educan a los amigos. Los amigos se buscan y se eligen entre gente de la misma edad. Decirle a un hijo que uno es su amigo implica invitarlo a que desobedezca cualquier tipo de norma o de autoridad, es no enseñarle que las normas no son algo caprichoso y arbitrario, sino algo necesario e imprescindible para evitar que nos molestemos los unos a los otros. Y, sin duda lo que no inculquemos en casa, difícilmente puede ser inculcado en el colegio o enmendado por los profesores. No nos engañemos.

Ahora toca hablar un poco de enseñanza. Inevitablemente me viene a la memoria el libro “Panfleto antipedagógico” de Ricardo Moreno Castillo, publicado hace ya una década, en el que nos advierte que “analfabetizar un país es cosa relativamente fácil, pero volverlo a alfabetizar ya no lo es tanto, y en segundo, porque la cantidad de recursos que se derrochan en mantener la ignorancia de nuestros estudiantes se podrían dedicar a otras cosas más útiles.” También afirma Ricardo Moreno que las “leyes educativas progresistas”, en un tiempo record, han conseguido que la cultura de los alumnos baje hasta niveles alarmantes, que la mala educación en la vida cotidiana de los centros suba hasta cotas vergonzosas, y que los profesores estén más hartos, deprimidos y desesperados que nunca.

Añade Ricardo Moreno, llamando a las cosas por su nombre, que las tales “leyes educativas progresistas” han conducido, también, a que en los centros de estudio cada alumno hace lo que le viene en gana, porque la administración no respalda la autoridad del profesor y al mismo tiempo protege al alumno que conculca el derecho de aprender de los demás,.. No se están impartiendo enseñanza, y menos “educación”, se está repartiendo basura.

Tampoco han conseguido, las “leyes educativas progresistas” como suele afirmarse por parte de sus trovadores, aduladores, tertulianos televisivos y etc., una educación igualitaria, porque cuando la enseñanza pública se degrada hasta tales extremos, salen ganando los que pueden pagarse un colegio privado. Mucho menos es cierto que los nuevos problemas que se plantean al educador son debidos a una evolución social que ha gestado una juventud más conflictiva. No, si los jóvenes son más díscolos y apáticos que nunca, no es debido a ningún cambio social, es el resultado de una educación –en sus familias, tal cual hemos antes hablado- equivocada.

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Coincido con Ricardo Moreno en que la famosa L.O.G.S.E. es un disparate de arriba abajo, y ya va siendo hora de ponerle remedio.

Una enseñanza presuntamente lúdica, donde no se inculca el hábito de estudio, se convierte en un aparcamiento para pobres, donde están entretenidos hasta que les llegue la hora de convertirse en mano de obra barata. Para que la igualdad de oportunidades sea efectiva, ha de haber una enseñanza en la que cada uno pueda demostrar su valía, su inteligencia y su capacidad de trabajo. Quien defienda lo contrario, está hurtando a los muchachos de origen modesto la única oportunidad que tienen de estudiar en serio y de competir en parecidas condiciones con los que proceden de familias más favorecidas.

En fin, recomiendo la lectura urgente del “Panfleto antipedagógico” de Ricardo Moreno a todas aquellas personas que dicen estar “preocupadas” por las enormes deficiencias de nuestro sistema de enseñanza, y que según demuestran están bastante despistados, hasta el extremo de estar debatiendo acerca de si se deben permitir o no las tareas extraescolares, los “deberes”… Y ya para terminar (pues seguir hablando de enseñanza de calidad en la que estén presentes fundamentalmente el mérito y el esfuerzo da para mucho; para escribir un tratado…) permítaseme una penúltima reflexión:

“Una cabeza bien formada es la que tiene sus conocimientos bien ordenados y estructurados, no la que carece de conocimientos. Formar a una persona sin enseñarle cosas es como pretender ordenar una habitación vacía”.

Y, ahí va la última: “Quienquiera que controle la imagen e información del pasado determina qué y cómo pensarán las generaciones futuras. Quienquiera que controle la imaginación y las imágenes del presente determina cómo esa misma gente verá el pasado”. GEORGE ORWELL, 1984.

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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