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Breve reseña de la historia criminal del PSOE

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Abascal se ha quedado incluso corto en su denuncia de la historia criminal del PSOE. Decía el filósofo Jorge Santayana que un pueblo que olvida su historia se condena a repetirla, entendiendo que a repetir lo peor de ella. En España, la derecha ha querido olvidar la historia, y la izquierda y los separatistas la han falsificado de modo sistemático. Su falsificación es tan brutal que no puede sostenerse en un debate racional y democrático, y por eso han impuesto una ley totalitaria, de tipo norcoreano, llamada de memoria histórica, que trata de imponer por fuerza sus versiones. Ahora mismo están pensando en organizar la persecución, con multas y cárcel, de quienes defendemos la verdad. Porque, obviamente, su Himalaya de falsedades, que decía Besteiro, no puede sostenerse.

Parte del pasado que es preciso recuperar si queremos regenerar la democracia es la historia criminal del PSOE. Hoy tenemos un gobierno socialista apoyado en los separatistas y en la ETA. Esto no es nuevo, es una tradición, así que rememoraré muy sintéticamente el historial de este partido. Su primer crimen, aparte de preconizar el atentado contra adversarios políticos en el mismo parlamento, fue la huelga revolucionaria de 1917, acompañada de terrorismo y en combinación con el separatismo catalán. Más tarde el PSOE pasó a colaborar con la dictadura de Primo de Rivera, aunque eso no fue un crimen, pues el partido se moderó y contribuyó así a la prosperidad de aquellos años. Al principio no quería la república, pero luego se unió al golpe militar fracasado con que los republicanos intentaron imponerse. Cuando llegó la república, unos meses después, en lugar de moderarse como con Primo de Rivera, el PSOE realizó una escalada de demagogias, amenazas de guerra civil, y al perder las elecciones de 1933 organizó, textualmente, la guerra civil, con una insurrección y de nuevo en complicidad con los separatistas catalanes. La insurrección socialista-separatista dejó casi 1.400 muertos, enormes destrucciones y malherida a la república.

Después de esa derrota, el PSOE se puso de acuerdo con otros partidos, para formar el frente popular, mezcla de socialistas, comunistas y separatistas, lo que anunciaba claramente un designio combinado de destruir la unidad nacional y de implantar un régimen de tipo soviético, en el que los republicanos de izquierda jugaban el papel de adorno para hacerlo pasar por demócrata. Esto es lo que explica la guerra, y lo he expuesto a fondo en mi reciente libro Por qué el Frente Popular perdió la guerra. Causas y consecuencias históricas. Entre todo falsificaron las elecciones de febrero de 1936, como está documentalmente probado, en las que sus jefes anunciaron que no respetarían una victoria de las derechas. Lo anunciaron textualmente, lo anunció el mismo Azaña. Con ello acabaron de destruir la Constitución y la legalidad republicana. Después de imponerse en el poder por fraude electoral, el PSOE, aunque dividido internamente (andaban a tiros entre ellos mismos) se dedicó a formar milicias, perpetrar incendios y asesinatos que culminaron en el intento de asesinar a los jefes de la oposición, lo que consiguieron con Calvo Sotelo, asesinado por una combinación de policías y milicianos socialistas, encabezados por un jefe de la Guardia Civil también del partido socialista. Esta sangrienta tiranía provocó una rebelión muy justificada, y al llegar la guerra, los socialistas organizaron o más bien desarrollaron masivamente el terror que venían practicando desde 1933. De paso convirtieron a Stalin en el verdadero amo del Frente Popular, al entregarle la mayor parte de las reservas de oro, porque el objetivo declarado del PSOE por entonces era sovietizar España y sus simpatías iban hacia la URSS.

En fin, perdieron la guerra los totalitarios y separatistas. Como dijo el socialista Besteiro, el PSOE había querido la guerra civil para implantar “la mayor aberración política que vieron quizá los siglos”. Besteiro era de los poquísimos socialistas demócratas y fue laminado. Pero en lugar de abandonar o provocar una escisión, se mantuvo en el PSOE por disciplina de partido, y por ello fue condenado al terminar la guerra, aunque sin duda habría salido muy pronto.

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Después, la oposición del PSOE al franquismo fue irrisoria y cabía esperar que hubieran aprendido la lección. Pero no fue así. Al llegar la transición acusaban a los comunistas de blandos, rechazaban la monarquía, la bandera, propugnaban una economía llamada autogestionaria, típicamente marxista, es decir, antidemocrática, y la autodeterminación de varias regiones españolas. Solo cuando vieron que así no llegaban al poder dijeron que abandonaban el marxismo. Pero el marxismo estaba en la raíz de todos sus crímenes y la experiencia no fue nunca asimilada. De hecho el marxismo continuó y se manifestó primero en su designio de matar a Montesquieu, es decir, la separación de poderes, es decir, el estado de derecho. Luego, en combinar el terrorismo de estado con la colaboración con la ETA. Pero ha sido con Zapatero cuando, de modo similar al antiguo frente popular, destruyeron la legalidad democrática rescatando a la ETA de la ruina a que la había llevado Aznar, imponiendo leyes totalitarias de memoria histórica y de género, impulsando estatutos anticonstitucionales, a un paso de la secesión, etc. El zapaterismo fue un cambio de régimen en esencia, si bien no en las formas, equivalente al que realizó el Frente popular con respecto a la república. Y hoy, debido a la colaboración del PP, tenemos la gravísima amenaza de un gobierno de socialistas y comunistas apoyado en los separatismos y la ETA, como decía al principio. De momento, estos delincuentes están atacando todas las libertades y separación de poderes que caracterizan una democracia.

He enviado un ejemplar de mil libro sobre el Frente Popular a Doctor de la Moncloa con la siguiente dedicatoria: «por si sus ocupaciones le permiten aprender algo de la historia de su país y de su partido». Hay que decir que esa dedicatoria conviene a mucha más gente, empezando por la inmensa mayoría de los políticos y los periodistas, cuya mezcla de ignorancia y de información tergiversada es una de la lacras que pueden llevar al país nuevamente al desastre.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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