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Opinión

La batalla entre don Carnal y doña Cuaresma (Dies irae)

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Fragmento de El combate entre don Carnal y doña Cuaresma. Pieter Brueghel el Viejo
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Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- Como saben de sobra mis lectores, tengo una acendrada manía a los palabros ingleses que por doquier están arrinconando nuestra maravillosa lengua, el segundo idioma del mundo más hablado como lengua materna, siguiendo la estrategia de la «gibraltarización».

Sin embargo, por una vez voy a emplear un anglicismo para que sirva de fondo de este artículo: «zapping». Su traducción aproximada sería «cambio de canal», aunque su verdadero significado es «pasear». No es difícil, por tanto, comprender bajo ese vocablo foráneo la acción de pasearse por los canales de televisión, como un Sywalker galáctico de esos, o de navegar por esos canales como el legendario «Holandés errante».

Cambiar de canal supone, en el fondo, usar un artilugio tecnológico para cambiar de realidad, pasando de una que no nos es grata, a otra más placentera, desechando un programa para elegir otro, aunque suponga que tengamos que pasearnos por toda una panoplia de canales.

Ya quisiéramos en esta decadente y putrefacta sociedad —que huye compulsivamente de lo que suponga esfuerzo, sacrificio y mortificación—, tener un cachivache que nos arranque de los páramos desolados para llevarnos a dimensiones numinosas y paradisíacas, donde pudiéramos divertirnos y pasar momentos esplendorosos, igual que un niño ante una enorme casa de dulces y golosinas como las de los cuentos infantiles, o sumidos en la apoteosis lúdica de un desván atiborrado de juguetitos.

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Desde luego, tenemos la tecnología que crea realidades virtuales, pero tampoco hace falta recurrir a esa estrategia, ya que la cuestión de cambiar de realidad es mucho más sencilla: consiste en que, ante una realidad que tiene cosas jacarandosas y otras más aburridas y sacrificadas, elegimos vivir solamente las primeras, zapeando que es un primor.

Es así como ¡voilá!: en un pis-pas, en una realidad bifaz, bicéfala, que tiene cara y cruz, anverso y reverso, «ying» y «yang», luces y sombras, nos zambullimos enloquecidos solamente en el aspecto más gratificante, el que nos tatúa en la frente el famoso «carpe diem».

Aquí tenemos ya la Cuaresma, realidad penitencial, de dureza monástica, de conversión de las almas e introspección de las conciencias, de ayunos y cenizas, de mortificaciones y «memento mori»… realidad arisca, severa, hosca, teóricamente de ásperos cilicios, de desabridos comitrajes, de plegarias y lágrimas…

Y, justo en su vestíbulo, en sus atrios, en su pórtico, tenemos el Carnaval, la otra cara de la realidad de la Cuaresma, su prólogo: es la fiesta mundana que nos invita al disfrute de lo que téoricamente nos va a quitar la inmediata etapa cuaresmal. Las carnestolendas son la fiesta previa a enterrar la sardina, y los placeres carnales, y las pompas mundanas, y los festejos desaforados, y las comilonas desbordadas… Carnavales para el exceso, para refocilarse sin límite en todo aquello a lo que deberíamos renunciar en la Cuaresma.

Pero, ¿qué tenemos?: pues un cambio de canal mayúsculo, porque nos aferramos al Carnaval con uñas y dientes, nos asimos a él sin pudor, mientras que después, cuando llega la hora de la penitencia cuaresmal, no queremos saber nada de ella, y seguimos haciendo lo mismo que hacíamos en las carnestolendas, menos vestirnos de payasos y espantapájaros.

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Resulta chocante este alevoso «zapping», porque se supone que Carnaval y Cuaresma deberían formar un todo indisoluble, ya que el exceso se justifica por la ascesis posterior. Pero, claro, eso es mucho pedirle a esta generación incrédula, a estas muchedumbres apóstatas que cogen del cristianismo solo lo que les interesa, todo aquello susceptible de justificar una fiesta más, otro botellón, otra noche discotequera, otra cabalgatita más, otra fanfarria, más despelote, más murga y comparserío… Como niños soltados al recreo, ahí tenemos a las masas, encantadas de encontrar en una festividad religiosa una excusa más para el desmadre… pero que nadie les hable luego del espíritu cuaresmal.
Pero, ¿por qué una sociedad descreída, cada vez más atea, se aprovecha de una festividad en la que no cree para ejecutar sus grotescos espectáculos de divertimento?

Igual sucede con otras celebraciones religiosas, como la Navidad, donde incluso los ateos más recalcitrantes, los blasfemadores, las asaltacapillas y toda esa patulea anticristiana se reúnen para celebrar los faustos navideños. Y sobre el «Jálouin», qué quieren que les diga… Incluso las fiestas populares en honor de los patronos y patronas se han convertido en territorio komanche de botellones, desfiles multikulturales, adoctrinamiento globalista, y otros numeritos anticatólicos ejecutados por la progresía —la fiesta de san Antón, claro, es ahora patrimonio de los PACMA, por poner un ejemplo—.

Y así estamos, cambiando de canal, cogiendo lo que nos interesa de una realidad, lo que nos favorece la diversión, y rechazando la cara oculta, todo aquello que nos aburre, que nos supone esfuerzo y sacrificio.

Pero, ojo, llegará el día en que tengamos que enfrentarnos cara a cara, a cara de perro, con esa otra parte de la realidad que negamos en nuestro ancestral infantilismo y nauseabundo hedonismo.

Recuerdo aquí aquella historia de un hombre que iba conduciendo una madrugada por una carretera solitaria que atravesaba un paraje desértico y despoblado. El frío era intenso, la lluvia caía como una espesa cortina, y el viento ululaba y retumbaba contra las ventanillas del coche. De repente, se oyó un pequeño estallido, y el hombre se temió lo peor: acababa de pinchar una rueda.

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Protegiéndose de las inclemencias del tiempo, bajó a comprobarlo: efectivamente, había pinchado una rueda delantera. Desolado ante aquella adversidad, mojado hasta los huesos, cansado y temblando de frío, exclamó: «Ahora no puedo cambiar de canal… esto es la realidad».

Porque llegará el día en que caigan chuzos de punta, en el que —según está anunciado en el Nuevo Testamento— lloverá fuego y azufre, se desaten los demonios en los aires, se abra la tierra, el espanto recorra nuestros espinazos, y las trompetas celestiales anuncien el final de los tiempos, el juicio universal… Durante esa Cuaresma tremenda, en ese «Dies irae», en ese dantesco Armageddón donde se pesarán las almas, donde los escuadrones celestiales vendrán a ejecutar la justicia divina, acabando con carnavales y pompas mundanas, cuando nos veamos frente a frente con esa apocalíptica realidad, tendremos que decir, compungidos y sorprendidos: «Ahora no puedo cambiar de canal: esto es la realidad».

Armageddón que ahora adquiere en estos días la modalidad de un combate atávico entre la luz y las tinieblas que tiene como máxima expresión, como metáfora perfecta, lo que podríamos llamar ―citando el legendario «El Libro del Buen Amor» del arcipreste de Hita― la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma, madre de todas las batallas que en el mundo han sido y serán, y en la que, a pesar de su apariencia meramente literaria y festiva, se juega cada año el futuro de la humanidad.

Por cierto, todos los años tenemos que soportar la gran chorrada de que el progrerío izquierdista felicite efusivamente el Ramadán a los musulmanes, diciéndoles «Ramadán Kareem», o «Ramadán Mubarak», con el fin de mostrar su visceral anticatolicismo y arañar votos entre la musulmanía ―casi dos millones en nuestro país, oiga―. Sin embargo, todavía estoy esperando que estos botarates del grotesco puñoenalto digan a los católicos algo así como: «Feliz Cuaresma», que viene a ser el origen del Ramadán musulmán.

Es la contienda armageddónica entre el Carnaval ―símbolo del hedonismo materialista y consumista de la sociedad desacralizada― y la Cuaresma ―expresión del espíritu cristiano, que predica la austeridad y la penitencia―. Al principio, esta contienda se desarrollaba en un plano casi exclusivamente dietético ―chuletones contra nabos, chorizos contra alcachofas―, pero ahora la batalla ha ido escalando hacia terrenos más complejos, hasta el punto de que el conflicto ha tenido el más pavoroso «big-bang» de la historia en las grandes carnicerías de católicos perpetradas por las milicias satánicas republicanas, que ejercieron cruelmente su papel de Don Carnal.

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Miércoles de Cuaresma. Miércoles de ceniza, polvo negro con el que se escribe la crónica de nuestra muerte anunciada, de nuestro implacable descenso a una fosa común donde las pompas mundanas se transmutarán en pompas fúnebres, con un fondo lento de llanto y campana.

«Memento mori», cristiano, que durante dos milenios has sido carne de cañón, carne de tantos y tantos Coliseos abiertos por los poderes luciferinos para borrarte de la faz de la tierra. Ahí, en esa ceniza que te orla la frente está el recuerdo de tantos mártires reducidos a polvo, a ceniza, a nada, por la acción satánica de tantos progroms, tantas persecuciones, tantas matanzas, tantas semanas trágicas desencadenadas por los poderes del Averno que buscan tu exterminio, para entronizar en tu lugar al Anticristo.

La ceniza cuaresmal es, por tanto, una siniestra puerta, una «hellgate» que nos lleva a los infiernos de tantas masacres, especialmente a las que tuvieron lugar en los Coliseos republicanos de nuestra Patria, desde los cuales nos llegan cada vez más sus descarnados zombies, sus milicias de colmillo retorcido sedientas de sangre católica, el insoportable hedor de su piromanía quemaconventos, las momias católicas profanadas, el pestilente olor sulfuroso del Señor que las dirige.

Se calcula que durante todo el período republicano ―especialmente en mayo de 1931 y durante los primeros meses de la Guerra Civil― cerca de 7000 miembros del clero fueron martirizados por los milicianos. A estas cifras hay que añadir las víctimas laicas, con lo cual el resultado final se acerca a las 10.000. El horror de estas matanzas puede comprenderse con un simple dato: en agosto de 1936 se mataba una media de 70 curas al día. Hubo ciudades donde se asesinó a más de 50% del clero ―por ejemplo, en Lérida ese porcentaje fue el 65%, y en Tortosa el 62%―.

La tortura física y los tormentos de toda laya estuvieron presentes en buena parte de estos hechos, llevadas a cabo en las terribles «chekas» establecidas por la República.
Además de este holocausto, la persecución arrasó muchos edificios religiosos: en Valencia, 800 fueron totalmente arrasados, mientras que la destrucción parcial afectó a todos en ciudades como Almería, Tortosa, Ciudad Real, Barbastro, etc.

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Las precisión casi quirúrgica de esta barbarie fue tal, que Andreu Nin ―jefe del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista)― llegó decir que «el problema de la Iglesia nosotros lo hemos resuelto totalmente, yendo a la raíz: hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto».

Las masacres llegaron a tal grado de paroxismo, que cuando el gobierno republicano afirma ―el 25 mayo 1937― que debe haber libertad de culto, «Solidaridad Obrera» se ríe de esta medida, diciendo: «¿Libertad de culto? ¿Que se puede volver a decir misa?

Por lo que respecta a Madrid y Barcelona, no sabemos donde se podrá hacer esa clase de pantomimas: no hay un templo en pie ni un altar donde colocar un cáliz».

Fue tal la magnitud del desastre, que el historiador de nuestra guerra Hugh Thomas afirmaba que «En ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus obras».
Martes, miércoles, jueves…semanas de fuego, de ceniza y sangre, por las que nadie ha pedido perdón, ni mucho menos exigido indemnizaciones por las vidas cercenadas y los edificios incendiados. Lejos de eso, la progresía heredera de aquellas turbas incendiarias pretende hacer en nuestro país una Segunda Desamortización, arrebatando edificios a la Iglesia y pretendiendo que pague el IBI.

Hace unos días Baltasar Garzón ―obsesionado ahora por cambiar el destino del Valle de los Caídos, proyecto que le tumbó el Tribunal Supremo― exigió la organización de un acto parlamentario en la que el Estado pidiera perdón por las víctimas del franquismo.

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¿Qué Estado, don Baltasar? Siento recordarle que Franco murió hace 40 años, y también lamento tener que decirle que «no me toque usted los muertos, que me conozco»: ¿Cuando pedirá perdón la izquierda por los 10.000 muertos y el sinnúmero de iglesias arrasadas durante la República? ¿Dónde ahora sus cadáveres, muchos de ellos profanados por las hordas satánicas? La verdad, para ser sincero, pienso que Franco debería haber construido otro Valle de los Caídos, donde dar cristiana sepultura a tantos mártires. Valle de ceniza, Valle de sangre, nuevas catacumbas donde dar el descanso eterno a los católicos que derramaron su sangre en tantos Coliseos republicanos. Y, ya que estamos con esto, ¿cuándo pedirán perdón los genocidas comunistas en los 110 millones de víctimas que masacraron en sus apocalípticos holocaustos?

Ante esto, se echa en cara a la Iglesia la leyenda negra de la Inquisición, la cual, según los estudios científicos más solventes de varios expertos, solamente fue responsable ―en los casi 400 años de su historia ―de un número de víctimas que no llegó a las 3000.

En varias ocasiones ―ya desde un temprano 1 de julio de 1937, pasando por los documentos «Constructores de la Paz» de 1986, y «la fidelidad de Dios dura siempre», de 1999― la Iglesia ha concedido el perdón a todos los que colaboraron por activa o por pasiva en esa espantosa persecución. Sin embargo, ninguna de las organizaciones implicadas en la persecución ha pedido perdón hasta el día de hoy.

Ningún gobierno español ―ni de derechas ni de izquierdas―, ha hecho nada por homenajear a los mártires católicos de aquellos días, para recuperar su memoria y exigir las debidas indemnizaciones a los descendientes de aquellos responsables. Si se habla de memoria histórica, que sea para todos, y no sólo para los verdugos.

Miércoles de ceniza, ceniza que cae suavemente como copos hacia las frentes y las conciencias, memento mori de los casi 150.000 católicos que mueren al año ―uno cada 5 minutos― en el mundo por causa de su fe, que hacen a la religión católica la más perseguida del mundo.

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Y los medios de comunicación no recogen esta hecatombe, ocupados como están en escudriñar en los recovecos de la Iglesia buscando pederastas para sus titulares y sus escándalos, para cualquier blasfemador que escriba esa palabra con Hostias consagradas.

Refugess welcome, dicen los ahoramadriles, en unos cartel que va batir todos los récords Guinness de permanencia en la fachada de un edificio. Es de suponer que ese welcomeo es para la pobre musulmanía exclusivamente, porque no me creo que estos asaltacapillas tengan el más mínimo deseo de refugiar a los católicos que huyen de las guerras que les reducen a polvo, a ceniza, a sangre, a nada. Ni siquiera el Papa fue capaz de llevarse a refugiados cristianos al Vaticano, y no conozco ninguna organización «oenegestista» o eclesial ―católica o no― que haya organizado un rescate de mártires a gran escala.

Las matanzas de cristianos son la más descarnada expresión de la Tercera Guerra Mundial en la que estamos inmersos, aunque para la prensa del NOM sean más importantes unas cuantas víctimas europeas que las horrendas masacres de los cristianos perseguidos.

Tercera Guerra Mundial que no es, a su vez, sino el episodio más cruento del Armageddón que pondrá fin a la historia conocida, y que instalará en el planeta el gobierno mundial del NOM, presidido por el Anticristo.

En los tiempos que corren se ya no se lleva eso de los milicianos estilo Buenaventura Durruti, ya que los modernos carnales son las asaltacapillas, los guiñoles que violan monjas, las procesiones de los coñosinsumisos, las madresnuestras, las brujas-que-no-pudimos-quemar… y ahora se une a este ejército luciferino la sección de los Drags, con el espectáculo blasfemo en el que un tal Borja Castillo ―alias «Drag Sethlas», quien, por cierto, para más recochineo, quiere ser profesor de religión― se disfraza de Virgen María que se desnuda, y luego de Jesús crucificado que baja de la Cruz y empieza a declamar frases pavorosas. Y pavoroso fue que esa performance satánica ―jaleada, votada y vitoreada por entusiastas a golpe de mensajitos― fuera «trending topic mundial, transmitida por el canal de TVE internacional, y consiguiera la mayor audiencia en 20 años. Así que no hay duda de que esta obscena performance creará escuela, ya que cualquier gilipollas que quiera ganar algo y conseguir sus cinco minutos de gloria no tendrá más que inventarse una grotesca blasfemia para conseguirlo.

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Pero así es el NOM, damas y caballeros, por si todavía no se habían dado cuenta. Y, ante esto, sigue predominando entre los católicos el buenismo, el pacifismo de la otra mejilla, esconder la cabeza en la tierra para no ver llegar a estos lobos sanguinarios sedientos de sangre cristiana. Ante una judicatura para la que nada es blasfemia; ante unos medios de comunicación apesebrados por el NOM que las justifican; ante una opinión pública corrupta y pervertida que ha pasado del ateísmo indiferente al aplauso a los blasfemadores, no es suficiente con que un reducido número cargos públicos y eclesiales se limiten a pedir respeto a las ideas religiosas, ni organizar eucaristías multitudinarias de reparación, ni exponer el Santísimo, ni siquiera multiplicar el rezo del Rosario.

Seguramente Don Carnal lanzará contra la Cuaresma sus tropas de élite, sus pretorianos más radicalizados, su ejército de blasfemadores, sus milicias más luciferinas. Ante estos ataques no bastarán las ristras de ajos, ni el agua bendita, ni proveerse de afiladas estacas. No: es la hora de salir a la calle, de pasearnos a cuerpo, de galopar y galopar hasta enterrarlos en el mar, de demostrarles que también nosotros sabemos escrachear, votar masivamente contra cualquier medida que pretenda atacar a la Iglesia, hacer manifestaciones y concentraciones, arrasar en las redes sociales, pleitear en los tribunales con acciones judiciales contundentes, sacar nuestros autobuses a la calle ―por supuesto, otro día hablaré del autobús antitransexualidad, no lo duden―.

Porque tras un miércoles de ceniza, puede venir un jueves de sangre. Es hora de demostrar a los Carnales que, si pretenden asaltar nuestros cielos reduciéndolos a cenizas, nosotros arrasaremos sus infiernos.

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Opinión

Hipótesis sobre los resultados de las elecciones catalanas. Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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No está muy claro cuál va a ser la repercusión de las elecciones catalanas, ni siquiera los resultados. Se ignora, por el momento, el efecto que pueden tener medidas como la amnistía, los casos de corrupción y cómo reaccionará el electorado nacionalista. Ni siquiera en la derecha están claros los resultados. Todo empezará a verse más claro cuando se sepa el resultado de las elecciones vascas (que albergan menos incertidumbres) y cuando se deshinchen los globos mediáticos sobre el “Caso PSOE” y la respuesta socialista activando el ventilador de la corrupción (esto es, cuando se vayan conociendo los alcances jurídicos y penales de ambos casos). Al mismo tiempo, ni siquiera están claros algunos candidatos que se presentarán (empezando por Puigdemont), ni mucho menos son creíbles los sondeos publicados. Así pues, vamos a intentar contemplar distintas hipótesis.

ILLA: ¿SUBIRÁ O BAJARÁ? YA NADA DEPENDE DE ÉL NI DE SU CAMPAÑA

En nuestra opinión Illa es un candidato “tocado” por sus propios errores durante la pandemia (él mismo dijo que al ser nombrado “ministro de sanidad”, no tenía ni idea de sanidad y nadie esperaba que se produjera la llamada “pandemia”) que no afectan solamente al manejo alegre de fondos del ministerio que se perdieron en mascarillas inservibles, tests igualmente falsos y material caro, malo y que se destruyó sin exigir devoluciones. Lo peor no es esto: esto sería, en el peor de los casos, incapacidad para gestionar un ministerio (algo previsible en un tipo que carecía por completo de experiencia en gestión y cuyo modesto título de “licenciado en filosofía” no le ayudaba en nada). Lo peor es que durante la gestión de Illa murió gente. Entonces, cuando el miedo atenazaba a la sociedad española, estábamos poco dispuestos a creer que la mayoría de las muertes se debían a la “mala praxis médica” recomendada por la Organización Mundial de la Salud, pero, desde entonces, las voces que ya lo advirtieron en aquel momento, se han convertido en un clamor. Y no, no somos negacionistas: existió pandemia y existió el virus… pero el mayor crimen fue recomendar unos protocolos que, en lugar de erradicar el virus cuando aún se podía, tendían a “hundirlo” en los pulmones de donde ya era imposible erradicarlo. Esa es la tesis que cada día gana más fuerza y que, en su momento, pocos médicos se atrevieron a denunciar.

Aquella mala gestión, presentada por Sánchez como un “gran éxito”, fue suficiente para desplazar a Illa al frente del PSC catalán en donde sigue. Ahora queda saber, si en los dos meses y medio que quedan hasta las elecciones, surgirán nuevas informaciones, tanto sobre el descontrol que existía en el ministerio de sanidad durante su gestión, como el error de aplicar protocolos contraproducentes en el trato de la enfermedad. El futuro de Illa dependerá, en gran medida, de esto, pero, además se le junta otro problema.

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EL PRECIO DE LA AMNISTÍA QUE PAGARÁN LOS SOCIALISTAS

El electorado socialista que permanezca fiel al PSC deberá de aceptar la versión oficial pedrosanchista sobre la oportunidad de conceder la amnistía: que se trató de una medida para poner el contador a cero, limpiar los errores del pasado, perdonar delitos de todo tipo a cambio de garantizar la convivencia. Pero este razonamiento es débil por dos motivos: el primero de todos, que el contador no está a cero. En realidad, los independentistas, ahora, están más fuertes que antes: consideran que no hicieron nada ilegal y, han repetido, por activo y por pasiva, que volverían a hacerlo. Así pues, los propios independentistas se encargan de desmentir y desmontar el razonamiento de quien les ha indultado. El segundo motivo es que resulta demasiado evidente que Sánchez sigue en el poder gracias a los 7 votos de Junts y que los ha obtenido para alcanzar una escuálida mayoría, obteniendo a cambio, solamente, la seguridad de mantenerse unos meses más en el poder.

La maniobra ha sido urdida por Sánchez, pero su virrey en Cataluña es el que tendrá que dar la cara ante su electorado. La duda es si una cuarta parte de los votos que obtuvo el PSC en las elecciones generales, seguirá pensando que el PSC era el muro más seguro contra el independentismo, seguirá fiel a la sigla o se habrá convencido de que el PSC no solamente no es el “muro”, sino que es el ariete: esto es, el muñeco que, manejado por el independentismo, consigue abatir, mucho mejor que ellos mismos, las resistencias de la unidad del Estado. Porque esto es lo que viene produciéndose desde Pascual Maragall, el hombre, con el cerebro ya desbaratado por la enfermedad, que se obstinó en la reforma del Estatuto (cuando no existía demanda social alguna), pacto con ERC y dio origen al problema que actualmente sigue vivo (y no lo estaba a principios del milenio, salvo en minorías juveniles muy radicalizadas).

LO IMPORTANTE ES QUIEN SUPERARÁ A QUIEN: ERC A JUNTS O VICEVERSA

El espacio independentista es, literalmente, caótico: ni siquiera dentro de las dos grandes formaciones (ERC y Junts) se está de acuerdo en lo que se pretende y mucho menos en cómo conseguirlo. Una nebulosa se percibe en ambos partidos en sus propuestas. Agitan todavía el tema de la independencia, pero da la sensación de que lo único que les interesa es liquidar el asunto, consiguiendo un “referéndum de autodeterminación” (“no vinculante” para unos y “vinculante” para otros). A diferencia de en 2007, los más lúcidos, dan por sentado que ese referéndum daría un resultado negativo… pero, al menos, podrán ´decir a su electorado, “lo hemos intentado”. Pocos son -pocos de los que tienen neuronas y las utilizan- los que piensan que la independencia de Cataluña es posible en las actuales circunstancias. El fracaso del “procés”, les ha hecho meditar… aunque no tengan el valor de afirmarlo públicamente, porque, como se sabe, el fin de un partido nacionalista/independentista es la independencia y, si esta no se puede conseguir, ¿para qué existe la sigla?

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No vamos a presenciar un debate entre dos programas políticos realistas, sino entre un programa “posibilista” (el de ERC) que quiere seguir detentando las riendas de la gencat, y un programa “agresivo” (el de Junts) que quiere restituir en la presidencia a Puigdemont. Los dos se declaran “indepes” y quieren convencer a su electorado de que lo siguen siendo, pero, en realidad, los dos, lo que quieren es tener las más amplias parcelas de poder para alimentar a sus cuadros. Eso es todo. La duda de si se producirá el sorpasso de Junts a ERC o si ERC mantendrá la hegemonía en el jardín indepe, es lo único que está en juego. ¿Referéndum? Ambos partidos han llegado a la conclusión de que lo mejor es… “jugar y perder”.

 

LAS FUERZAS NO INDEPENDENTISTAS

Teniendo en cuenta que el PSC juega la carta del equívoco desde la misma fusión de las distintas ramas del socialismo catalán en la transición, y su postura “federalista” es tan inviable como la “independentista”, el electorado que todavía conserva cierto sentido de la realidad nacional e internacional, está ubicado fuera de los márgenes del ambiguo socialismo catalán. En efecto, nos estamos refiriendo al PP, a Vox y a los restos de Ciudadanos. El electorado no independentista y “españolista” o “estatalista”, desearía que estas formaciones se presentaran bajo una misma etiqueta. De hecho, la lógica política implica que así debiera ser y que el poder de atracción de un polo así concebido sería el tercer actor político en Cataluña (tras el bloque independentista y tras el PSC). ¿O hay que recordar que Ciutadans, fue el partido más votado en las elecciones regionales de 2017? Y su programa se reducía a un solo punto: “no al nacionalismo – no al independentismo”.

Por otra parte, la derecha no ha extraído conclusiones de su derrota en las elecciones generales de 2023 que se debió a presentarse dividida en dos opciones, lo que permitió que se perdieran “restos” en beneficio del PSOE y en aplicación de la Ley d’Hondt. Cada uno de los dos partidos cree que podrá quedar “por delante” del otro en Cataluña. Pero, lo que está demasiado claro, es que la división de las fuerzas “estatalistas” seguirá siendo el factor que las suma en la irrelevancia en la política regional.

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Si el PP queda por delante de Vox, su dirección podrá alardear de “éxito electoral” (lo más probable es que aumente el número de votos, lo que no está tan claro es de dónde procederán esos votos, si de Vox o de sectores decepcionados con el PSC) y reforzar el previsible avance que obtenga en las elecciones vascas, en donde las últimas encuestas dan una pérdida notable de votos al PSOE (en beneficio, por una parte, de Bildu y, por otra, del PP). Para Vox, quedar por delante del PP supondría mantenerse como una opción tentadora para los votantes de este último partido que cada vez más quieren posiciones más claras y menos contemporizadoras.

De todas formas, el gran error y lo que limitará las posibilidades y los resultados “estatalistas” es su persistencia en desconocer que solamente un “programa único” podría llevarlos a competir con los dos otros bloques de la política catalana.

LO QUE SERÍA DESEABLE PARA EL ESTADO

Cataluña es la única reserva importante de votos que le queda a Pedro Sánchez. Sean cuales sean sus resultados en el País Vasco, aquella comunidad no puede aportar numéricamente gran cosa al PSOE. Si Sánchez consigue detener la sangría de votos socialistas catalanes, corre el riesgo de estabilizar su situación (hoy extremadamente precaria). Pero, para eso, haría falta que Illa obtuviera un buen resultado y que esto le permitiera entrar en el gobierno de la gencat, junto a ERC (en caso de que este último, como es seguro, no obtuviera una mayoría suficiente para gobernar en solitario).

Desde el punto de vista del “interés nacional” y de la “gobernabilidad del Estado”, una derrota socialista en Cataluña o, al menos, un descenso significativo de votos (al que se uniría en apenas un mes, una derrota previsible y sin paliativos de toda la izquierda europea en las elecciones de la Unión Europea), es deseable, necesaria y supondría otro golpe de piqueta para la existencia de la sigla “PSOE”.

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Desde que se inició el “procés”, siempre hemos sostenido que la independencia de Cataluña era completamente imposible, además de inviable. Cada vez estamos más convencidos de esta afirmación. La situación catalana está tan degradada, especialmente en materia de orden público y seguridad ciudadana que, aunque la temática no ocupa el primer plano en los programas de los partidos, está ahí para quien verla: un tercio de la población catalana ha nacido fuera de España o son hijos de extranjeros; ya existen zonas en Cataluña en donde la policía ha sido expulsada y diariamente se repiten incidentes cuando la policía entra en barrios de Salou, de Tarrasa o incluso en zonas de la propia Ciudad Condal, las prisiones catalanas están descontroladas (el asesinato de una cocinera y las protestas de los funcionarios han exteriorizado la situación de control que ejercen los presos procedentes del Magreb), Barcelona ya es considerada como una de las ciudades más peligrosas del mundo… Y todo esto con la policía nacional y la Guardia Civil, literalmente expulsadas del territorio catalán y con una policía autonómica desbordada y sin posibilidades de combatir a la delincuencia. A esto se suman los problemas de desindustrialización, gentrificación, la concentración de la mitad de la población catalana en torno a la ciudad de Barcelona, con un campo abandonado a su suerte y un gobierno de la gencat, consciente de todos estos problemas, pero ansioso de comprar la paz étnico-social mediante subsidios y seguir creyendo que con un certificado de catalán, los casi dos millones de inmigrantes e hijos de inmigrantes ya están integrados.

Sin olvidar que Cataluña tiene la tasa de natalidad más baja de todo el Estado (y el Estado Español una de las más bajas de todo el mundo)… ¿Quién iba a decir que después de 45 años de “Generalitat de Catalunya” la propia identidad catalana estaría en trance de desaparecer? Por que ese es el problema real y de fondo al que se enfrenta la sociedad catalana. Por mucho que se empeñe la gencat en llamar al engendro creado “Cataluña multicultural”, lo cierto es que, si es “multicultural” no es “catalana”. Ni siquiera europea. Por eso, siempre hemos sostenido que una Cataluña independiente tendría muchas más posibilidades de integrarse en la Liga Árabe que en la UE… Lo dijimos y lo mantenemos.

 

Ernesto Milá.

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