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Un partido de ladrones y asesinos

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En 1917, el PSOE se estrenó contra un régimen liberal que le permitía organizarse, hacer propaganda, presentarse a las elecciones generales y haber ganado ya algunas municipales. Y se estrenó en compañía de anarquistas y republicanos radicales, mediante una huelga insurreccional en la que ya practicó actos de terrorismo. Juzgados sus dirigentes, al poco estaban en las Cortes despotricando contra quienes les permitían tales cosas.

El PSOE aprovechó la desgracia de Annual para volverla, sin reparar en demagogias, contra el régimen liberal, contribuyendo, en alianza de hecho con los separatismos vasco y catalán, y el terrorismo anarquista, a destrozar un sistema de libertades. El resultado inmediato fue la dictadura de Primo de Rivera, y dentro de esa dictadura, el PSOE no solo fue permitido, sino que colaboró a fondo con ella.

Llegada la república, el PSOE pasó pronto de una posición reformista a otra revolucionaria, lo que en la práctica fue esto: terrorismo y preparación de la guerra civil (textualmente en sus palabras) y finalmente lanzamiento de la guerra, en octubre de 1934, con propósito reconocido de implantar un régimen de estilo soviético y ocasionando 1300 muertos en solo dos semanas. Detenidos varios de sus dirigentes y puesto en libertad el principal de ellos, Largo Caballero, por “falta de pruebas”, organizó una gigantesca campaña internacional de falsas acusaciones de torturas y terror, inventadas casi todas ellas, contra quienes habían defendido la legalidad republicana frente a su asalto.

Y poco después, en 1936, después de unas elecciones manifiestamente violentas y fraudulentas, los golpistas revolucionarios salieron en libertad convertidos en héroes. Y nuevamente volvieron a las huelgas salvajes que destrozaron en pocos meses la economía elevando el paro a más de un millón de personas, al paso que practicaban un intenso terrorismo que causó cientos de muertos y de incendios en solo cinco meses, culminando con el asesinato del jefe de la oposición, Calvo Sotelo, que desencadenó la continuación de la guerra civil empezada por el PSOE en 1934. Todo ello, como siempre, en nombre de “los intereses del proletariado” que afirmaba defender.

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Durante la guerra, el PSOE se distinguió por tres cosas: la entrega de las reservas de oro de España a Moscú (lo hizo el PSOE, no los comunistas), con lo que convirtió a Stalin en árbitro y jefe de hecho del Frente Popular; la proliferación de chekas o cárceles de partidos (las había también anarquistas, comunistas y separatistas) en las que fueron torturadas, robadas y asesinadas miles de personas; y el robo organizado y sistemático de bienes nacionales y particulares, con saqueo del patrimonio histórico-artístico, de las cajas de seguridad de los bancos y hasta de las alhajas de la gente humilde en los montes de piedad. Por cierto que la destrucción de obras de arte valiosísimas y de bibliotecas y archivos fue otro rasgo de estos apóstoles de “la cultura”.

Me gustaría señalar que todo lo dicho hasta ahora y lo que continuará, no son acusaciones de panfleto, como los de la “memoria histórica”, sino hechos plenamente documentados, que he investigado y analizado en mis libros sobre la guerra civil, sin poder ser desmentido por ningún “memorioso histórico”.

Al terminar la guerra, los líderes socialistas, con alguna mínima excepción, huyeron al exterior con el producto de sus saqueos, dejando que se las compusieran como pudieran sus sicarios, muchos de los cuales fueron capturados por los nacionales y fusilados. Caerían algunos inocentes, pero la gran mayoría habían cometido crímenes realmente sádicos.

Después de la guerra, el PSOE dejó de hacer oposición significativa al régimen de Franco, salvo intrigas de sus jefes exiliados (y algunos enriquecidos con el botín sacado de España, que motivó agrias polémicas entre Prieto y Negrín) en otros países. Es ahora cuando “luchan” contra el franquismo a base de calumnias e invenciones.

Cuando el pueblo español decidió en referéndum la transición a la democracia, de la ley a la ley, contra el deseo de la oposición de enlazar con la “democracia” y las “libertades” del Frente Popular, el PSOE se presentó, con un descaro absoluto, como el partido de los “cien años de honradez y firmeza”. Ni un solo año de honradez, y su firmeza consistió en la cobardía ante el franquismo. La oposición real a Franco siempre fue comunista y/o terrorista. El PSOE solo ha sido capaz de ejercer su demagogia delictiva en regímenes de libertades, corroyéndolos.

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En el PSOE ha habido personas decentes un tanto ingenuas, que creían la retórica marxista, o eso de que el partido defendía a los obreros, y similares. Un ejemplo típico fue el de Besteiro, que pasó de una actitud de energúmeno en 1917 a otra moderada y democrática en la república. Y que por esa razón fue apartado de toda influencia real por los nuevos energúmenos guerracivilistas de 1934, sin tener el coraje de marcharse de semejante partido, lo que motivó su condena al terminar la guerra. Besteiro reconoció al final que el PSOE había sido el gran culpable por dejarse arrastrar al bolchevismo.

La demagogia típica de ese partido consiste en presentarse como defensor de los obreros o de “los de abajo”, ahí, de la mujer, de los jóvenes o de quien se tercie. Su defensa de los obreros la marca el desempleo masivo: en el Frente Popular, más de un millón de parados, con Felipe González, tres millones; con Zapatero, cinco millones. Pero estamos acostumbrados a que los datos de la realidad no digan nada a muchas personas. Y ha habido y quizá siga habiendo en ese partido iluminados y gente bienintencionada. Pero los hechos reales del PSOE son los que he resumido aquí brevísimamente, lo que prueba que la línea ha sido marcada siempre por los más violentos y totalitarios. Solo podría excluirse la época de la dictadura de Primo de Rivera, cuando adoptaron una posición moderada y colaboradora, o el franquismo, cuando simplemente tuvieron la decencia de no hacer casi nada; incluso, hasta cierto punto, la de Felipe González. Es muy triste decir que uno es un socialista honesto y bienintencionado y al mismo tiempo negarse a conocer la historia real del propio partido.

El PSOE, en lo esencial, no ha cambiado en la democracia. En primer lugar, porque nunca ha hecho la menor autocrítica de su terrorífico pasado, sino que se jacta de él; y en segundo lugar porque pronto inundó la democracia de corrupción, practicó al mismo tiempo el terrorismo de gobierno y la connivencia con la ETA y con los separatismos, hasta que, con Zapatero, creyó posible volver al Frente Popular, es decir, a las amenazas totalitarias y de disgregación del país, amenazas siempre combinadas y hermanadas. Uno de sus aspectos fue la ley de memoria histórica, una ley de exaltación de los chekistas como “víctimas” llenas de “dignidad” y necesidad de reparación moral y económica, y no sé cuántas cosas más, ley de falseamiento totalitario de la realidad histórica, de destrucción de la democracia, porque en ninguna democracia la historia es decidida por un partido en el poder: solo puede atreverse a tal cosa un partidos de ladrones y asesinos. Y hay que decir que el PP lo ha secundado muy activamente, fingiendo al principio una oposición de chiste malo.

Pues bien, ahora ese partido presenta un proyecto de ley que retuerce aún más la nefasta ley anterior. Un proyecto de tipo bolivariano o soviético, anticonstitucional porque vulnera el más elemental derecho, reconocido en la Constitución, a la libertad de opinión y expresión, de investigación y de catedra; antidemocrático, porque pretende que los votos le dan derecho a decidir la realidad de la historia e imponerla por la fuerza a la población, con amenazas de cárcel y multas a los discrepantes; antihistórico, porque su visión de la historia es la falsificación sistemática de ella. ¿Qué partido podría atreverse a proponer semejante ataque frontal a la libertad de los españoles y a las normas más elementales de respeto a la verdad y a la convivencia? Pues justamente un partido con el historial totalitario, hispanófobo, de violencias y robos como el que lo ha hecho. Hay que decir esto porque es la verdad, y cuando la verdad evidente se oculta con eufemismos y divagaciones, la política se convierte en una farsa y la convivencia en paz y en libertad se evapora.

Hay otro aspecto en este proyecto criminal, y es el momento en que sale: cuando el golpe del separatismo catalán ha suscitado una fuerte reacción patriótica que ningunos de los partidos actuales esperaba ni mucho menos deseaba. En el programa de ellos es prioritario reconducir a la nada esa reacción, que ven como una amenaza a sus posiciones y privilegios. Y la forma que se la ha ocurrido al PSOE es esa: desviar la atención con una estafa sobre el franquismo que hasta ahora le ha dado buenos resultados. Pero que no debe dárselos más. De todos los que aman la libertad depende que ese ataque, ese nuevo asalto a la legalidad y la democracia fracase. Es preciso movilizarse.

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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