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El timo de la solidaridad o el negocio de las ONGs

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Fui ayer a hacer una gestión en Barcelona, a hacer cola detrás de un muestrario de todas las etnias y razas habidas y por haber en el planeta. Ahí sigue, desde hace meses, un cartel pidiendo solidaridad con los somalíes amenazados por la hambruna que asola periódicamente el Cuerno de África.

La foto que nos invita a aligerarnos los bolsillos de nuestras últimas monedas para esta noble causa no puede ser más contraria al objetivo buscado: unos bultos oscuros, cubiertos de la cabeza a los pies con unos trapajos de color indefinido, que mi conocimiento de las especies vivas identifica como mujeres adultas de la etnia somalí y unos retoños comidos de moscas. En una palabra: África. La mirada se aparta con asco y reprobación.

Esto en un país con 5 millones largos de parados, la pobreza extendiéndose como una mancha de aceite y la miseria llamando a las puertas de nuestra casa. Este es un país de Quijotes. ¿He oído gilipollas? Se acepta la corrección.
Bien es cierto, que debido precisamente a la crisis que se prolonga en España y el estado de necesidad y penuria en que han caido muchos españoles, esta campaña “contra la emergencia alimentaria en Somalia” no ha tenido ni la repercusión mediática que hubiera tenido en otras circunstancias más prósperas, ni la respuesta en clave solidaria que sin duda esperaban los organizadores de esta operación. Pero la voracidad de las ONGs no repara en esa clase de consideraciones, lo que cuenta es explotar estas “crisis humanitarias” para reflotar sus arcas con el cuento de llenarle el estómago a los negritos. Si pueden rebañar unos euros, buenos son.

Hay que ser claro y hablar sin tapujos ni mojigaterías: estamos ya más que hartos de todo este tinglado. Nos toman por el pito de un sereno. Somos los europeos los malos malísismos de la película, la hez del mundo, el cáncer de la humanidad, pero siempre somos nosotros los que hemos de salvarle el cuello a todos los demás pueblos de la tierra, incapaces de salir adelante sin que estemos perpetuamente asistiéndolos como a eternos menores de edad.

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Voy a ser directo: no hay que dar nunca nada a esta gente. Nunca nada. Si queremos dar algo a alguien, tenemos con toda seguridad a nuestro alrededor a compatriotas con necesidades básicas que atender. Están ahí, a la vuelta de la esquina, tal vez en el mismo bloque que cualquiera de nosotros. Hay pobreza y hasta miseria muy cerca de nosotros, a veces en nuestra propia familia y no queremos verla, para no tener que hacer algo.

No debemos darles de comer a los hijos de los extraños cuando los nuestros pasan hambre. Hay que hacer oidos sordos a los profesionales de la generosidad, a los maestros de la solidaridad, una manga de espabilados y zánganos que viven demasiado bien a costa de la credulidad y la tontería de muchos. Hace apenas un par de semanas, la prensa nos traía la enésima versión de una noticia que ya es un clásico: en este caso era el juicio a los directivos de una conocida y muy mediatizada ONG contra la lepra, por embolsarse el dinero de los donantes, reblandecidos por la exibición de las llagas a toda pantalla de sus supuestos favorecidos.

No hagamos caso de esas fotos que rompen el corazón, de esas caras llenas de mocos, de esas miradas tan lastimeras, de esos mullones tan rojos, de esas costras tan gruesas… Guardemos nuestro dinero y nuestra compasión para los que la necesitan entre los nuestros. Es la manera más segura y eficaz de no engordar a esos farsantes que trafican con las miserias del mundo y la credulidad de los paganos.

Nos están metiendo la mano en el bolsillo continuamente, de una manera u otra, ya sea de forma indirecta con el dinero del erario público que los gobiernos de España, del color que sea, distribuyen tan alegremente por el mundo, o por las colectas directas de las ONGs llevan a cabo por distintos medios. Hay que acabar con este síndrome de Papá Noel.

Ahora es el caso de Somalia. Al parecer el país sufre de nuevo una hambruna. Los medios televisivos nos han ofrecido algunas imágenes penosas de la situación acompañadas de comentarios chorreando buenos sentimientos y cargados de reproches culpabilizadores. Como si nosotros los europeos tuviésemos la menor responsabilidad en esa historia que tiene dos culpables claramente identificados:

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– Una guerra tribal inacabable entre clanes y facciones rivales. Unos salvajes que no saben vivir de otra manera.

– Una sobrepoblación que ha destruido el equilibrio ecológico regional. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando los somalíes tienen una tasa de natalidad bruta del 48 % y un índice de fecundidad por mujer que alcanza los 6,7 hijos?

Lo de la tasa de natalidad bruta quiere decir exactamente esto: que al año por cada mil habitantes en un población concreta (en un país) hay 48 nuevos nacimientos vivos. En el caso de Somalia eso significa concretamente que se producen en ese país unos 480.000 nacimientos al año, ya que la población total es aproximadamente de 10 000 000. (TNB: 48%, o sea 48 por cada 1000. Una simple regla de tres: 10 000 000 dividido por 1000 multipllicado por 48 = 480 000).

En Somalia, un país donde no crecen ni los cardos, con una guerra crónica desde hace décadas, con un sistema sanitario inexistente y en medio de una hambruna, nacen más niños que en España, que tiene una tasa de natalidad bruta del 10,66% (460 000 nacimientos al año).

(Otros ejemplos: Alemania: 8,25%, Japón: 9,37%, China : 13,25%, Francia : 13,11%, Estados Unidos: 14,14%, Pakistán: 29,74%, Niger : 50,73%. Datos de Wikipedia).

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Recapitulemos: España con una población de unos 46 000 000 de habitantes tiene 460 000 nacimientos al año. Somalia, con una población de unos 10 000 000 tiene 480 000 nacimientos al año. Si sumamos a esto los demás datos señalados, ¿tenemos que extrañarnos de que estén como están? Y sobre todo, ¿tenemos los europeos en general y los españoles en particular que apadrinarlos eternamente? ¿Debemos darle de comer para que puedan hacer la guerra con la tripa llena y eructando lo que se han embuchado gracias a nosotros? ¿Por qué no les ayudan sus hermanos en Mahoma de los emiratos del Golfo o de Arabia Saudí? Por otra parte veo que no les falta dinero para gastar en armamento ¿Para qué queremos salvar vidas en Somalia? ¿Para que después vengan a Europa a parasitarnos?

Hagamóslo breve: que les den morcilla a los somalíes. Quiero ser sincero y directo: antes de dar la más pequeña cáscara de pan mohoso al más esquelético de los niños somalíes quiero que mis hijos tengan una casa con piscina, amueblada a todo trapo, un buen coche en el garaje y 2000 euros para gastar al mes cada uno. Mientras no tengan eso, los somalíes pueden joderse. ¿Por qué este egoismo? Porque los descendientes de los que han inventado la electricidad, los coches, los aviones, el agua por los grifos, los ascensores, las medicinas, los frigoríficos y las sardinas en escabeche merecen vivir decentemente.

Nuestros ancestros europeos no se han dado tanto trabajo para que sus descendientes sean mendigos por tener que compartir los merecidos frutos de su civilización con los inútiles retoños de los pueblos que nunca hicieron nada salvo rascarse la barriga tendidos al sol. Somos los hijos de todas esas generaciones que han trabajado, luchado, sufrido, inventado, creado, mientras tanto otros tocaban el tam tam, comían larvas y esperaban a que lloviese. Esto sin duda era más descansado que lo que hacían nuestros antepasados, pero claro, ahora los descendientes de esos pueblos “naturales” comen piedras. Ley de vida. Que revienten.

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2 Comentarios

1 Comentario

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    Ramiro

    07/07/2019 at 14:23

    La ESTAFA de las organizaciones gubernamentales (pues viven del dinero público) de jetas se acabaría rápidamente si se cortara el grifo de las subvenciones. NI UN EURO PARA NINGUNA DE ELLAS. Que vivan de su propio dinero, de las cuotas de sus afiliados, de las donaciones que puedan recibir, etc., PERO NUNCA DEL DINERO PÚBLICO.
    ¿O no se trata de organizaciones no gubernamentales…?

  2. Avatar

    Ramiro

    28/09/2018 at 16:33

    La ESTAFA de las organizaciones gubernamentales (pues viven del dinero público) de jetas se acabaría rápidamente si se cortara el grifo de las subvenciones. NI UN EURO PARA NINGUNA DE ELLAS. Que vivan de su propio dinero, de las cuotas de sus afiliados, de las donaciones que puedan recibir, etc., PERO NUNCA DEL DINERO PÚBLICO.
    ¿O no se trata de organizaciones no gubernamentales…?

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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