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Lo que de verdad quiere PODEMOS: La violencia de la extrema izquierda y el Gran Despertar

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Los habitantes de ciudades como Medellín y Bogotá, en manos de gobiernos de la extrema izquierda, están emigrando a pueblos vecinos y algunos, los más ricos, están emigrando al exterior. (Flickr)
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En la Universidad de Stanford, la joven Gabby Crooks, estudiante de relaciones internacionales y derechos humanos, propuso que exterminaran a todos los estudiantes de raza blanca del campus universitario.

Crooks sabe que promoviendo el genocidio, asegura los votos necesarios para ser reelegida en el Senado de los estudiantes de pregrado. Los estudiantes de raza blanca, temerosos de ser asesinados por los fanáticos seguidores de Gabby se quejaron ante las autoridades universitarias que terminaron dándole la razón a Gabby porque por encima del derecho a la vida, se encuentran todos los derechos que están consagrados en los dogmas que la extrema izquierda usa para proteger y justificar su agenda de miseria y muerte.

Bajo la misma lógica agresiva de Gabby, Gustavo Petro amedrenta a la sociedad colombiana utilizando la violencia para afianzar su llegada a la presidencia de Colombia en el año 2022. Según la firma encuestadora Invamer, cuenta con el apoyo del 38,3 % del electorado colombiano, algo cercano a las 15 millones de personas (la mayoría jóvenes y NINIS), con base al censo electoral de abril del 2021.

Ese número de votantes se podría ampliar si se permite votar a los niños desde los 16 años de edad pues para nadie es un secreto el fervor que despierta el carismático Gustavo Petro entre los niños colombianos, franja que desconoce el pasado criminal de Petro, lo que le ha permitido tener a miles de seguidores que son hábilmente instrumentalizados por su equipo multinacional de asesores.

En Chile, la misma propuesta violenta y salvaje de Gabby y Gustavo tiene a las puertas de la Casa de la Moneda a la marxista Pamela Jiles. Igual que Petro, utiliza a los jóvenes más ignorantes, inexpertos y violentos cómo perros de presa para quemar y arrasar con todo lo que encuentren en su camino si los chilenos no hacen y dicen todo lo que Jiles quiere que hagan y digan como, por ejemplo, votar por su esposo Pablo Maltés para que sea el gobernador de la Región Metropolitana de Santiago.

Jiles también amenaza al presidente Sebastián Piñera para que cambie a los ministros que ella diga o cambie las políticas públicas que ella ordene. Los chilenos, otrora los más evolucionados y civilizados de Latinoamérica, lograron ser doblegados por la barbarie de la extrema izquierda que representa Pamela Jiles y “sus nietos” como se refiere de forma cariñosa a la caterva de jóvenes terroristas urbanos que ella domina a su antojo.

Con base en el último censo de los Estados Unidos, los estados de California y Nueva York perdieron, cada uno, un escaño en la Cámara de Representantes porque gran parte de su población, incluida la más rica, emigró hacia otros estados como Florida y Texas, cansados de las decisiones absurdas de sus gobernadores del partido Demócrata y de la violencia irracional de grupos terroristas como Black Lives Matter (BLM) y Antifa, y de los ataques desde la misma institucionalidad en contra de la policía por lo que se volvieron lugares inseguros en los que los empresarios que generan empleo y pagan impuestos, no quieren ni pueden estar. El entorno violento e inseguro genera incertidumbre e inestabilidad, por lo tanto, se pierde la confianza necesaria para fomentar la inversión.

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Los habitantes de ciudades como Medellín y Bogotá, en manos de gobiernos de la extrema izquierda, están emigrando a pueblos vecinos y algunos, los más ricos, están emigrando al exterior. La persecución desde el ayuntamiento contra la policía y la institucionalidad se convirtió en un apoyo indirecto a las actividades de los delincuentes.

Dicen con sorna que a la alcaldesa Claudia López le van a levantar un monumento en la plaza principal de Girardot, Anapoima y Villa de Leyva porque se disparó el consumo, el empleo y el pago de impuestos en esos lugares, gracias al éxodo de los bogotanos que ella misma promovió y provocó al convertir a su gobierno (el de Bogotá) en una opera bufa escrita por un principiante.

El origen común de la violencia irracional de la extrema izquierda es la obra del comunista francés, George Sorel. Sorel consideraba que Marx estaba equivocado, no en su doctrina, sino en su método. La doctrina del Sorelianismo cuestionaba que la revolución final se diera hasta cuando fracasara el capitalismo y consideraba etéreo decir que el materialismo histórico propiciaría la llegada del comunismo por lo que creía que era necesario, para agilizar el proceso, usar la violencia y la fuerza para “a la brava” lograr la llegada del comunismo.

En las calles de las ciudades estadounidenses, jóvenes con camisas negras portando banderas negras, se autodenominan ANTIFA (Antifascistas), y por eso pueden delinquir libremente porque convencieron a una sociedad ignorante que ellos no son fascistas y que los fascistas son malos. En España al canto de “somos antifascistas” unos desadaptados sociales del partido comunista Podemos agreden de manera violenta a jóvenes que asisten a una reunión de VOX porque lograron convencer a otra sociedad ignorante que todos los que no son comunistas son de extrema derecha y son “fachas”. En Colombia, Gustavo Petro, excabecilla del grupo terrorista de extrema izquierda M-19, tiene convencidos a los jóvenes más ignorantes y violentos, que viven en una dictadura fascista y que deben luchar todos los días por su libertad y sus derechos que, supuestamente, les arrebataron.

Las medidas ilógicas, irracionales, se volvieron habituales en Colombia. En plena pandemia, no se puede ir al velorio de la abuelita pero sí se puede asistir en masa al homenaje póstumo por el eterno descanso del alma de Dilan Cruz. No se puede ir a trabajar, pero sí se puede asistir a un acto multitudinario de consumo de marihuana. No se puede fumigar con glifosato porque le puede dar cáncer al guerrillero que cuida el cultivo de coca. No se puede usar gases lacrimógenos para dispersar a los terroristas urbanos durante la pandemia porque le puede dar tos al vándalo. La fuerza pública no se puede defender porque no puede usar sus armas y se tiene que dejar asesinar de los antifascistas que ejercen su sagrado derecho a la protesta social.

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Lo que está ocurriendo en el mundo ha sido una gran prueba para medir el coeficiente intelectual de la sociedad y para calcular su capacidad de hacer frente al accionar de los violentos y del absurdo de su proceder.

Todos los días nos lo dicen para despertarnos, para hacernos conscientes, para que tomemos decisiones y actuemos. Nos lo han mostrado de mil formas y por todos los medios, lo han hecho evidente, han documentado situaciones peripatéticas que, a fuerza de verlas tanto, se habían terminado por naturalizar a pesar de ser totalmente irracionales.

Afortunadamente, la gran mayoría, ve lo evidente porque en medio de la tragedia se agudiza los sentidos, la percepción y el sentido común. Ese es el Gran Despertar de la humanidad al que tanto se hace referencia. Ese es el gran cambio que va a tener la humanidad.

En el Senado de Arizona aprobaron una auditoria a todos los votos del Estado después de encontrar enormes inconsistencias y evidencias de fraude en los resultados del condado de Maricopa. En una orden ejecutiva del año 2018 dice que en caso de fraude o interferencia extranjera en las votaciones, se convocará a nuevas elecciones. Por eso desde ya, muchos dicen que el 4 de julio del 2021 regresa el presidente Donald Trump. Esperemos a que lo digan en CNN.

 

Andrés Villota Gómez es consultor en temas de inversión responsable y sostenible, y es excorredor de bolsa con más de 20 años de experiencia en el mercado bursátil colombiano

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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