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“Excelentísimo” e “Ilustrísimo”: esto sólo es el comienzo. Os enseñaré abnegación

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Siendo tan frecuentes, en la profesión militar, las renuncias y sacrificios de tantos intereses particulares, es evidente que la virtud de la abnegación sea una de las más importantes en la misma. Almirante la califica «como la más importante tras el valor» pero, sorprendentemente, no le dedica más extensión. Sinceramente creo no le falta razón al considerarla de tal manera, pues considero que, sin ella, sería muy difícil, por no decir imposible la existencia, de otras muchas de las virtudes o valores que deben adornar a las Fuerzas Armadas y a sus componentes. Entiendo que la virtud de la abnegación es un magnífico campo de cultivo, para que otras como la disciplina, el compañerismo, o la lealtad, por no citarlas todas, se desarrollen y la considero como uno de los pilares sobre los que debe asentarse la vocación militar.

Podría decirse de ella que es la valentía de la paz y es la virtud que lenta y calladamente prepara la voluntad y el ánimo para el héroe de la guerra. El DRAE define la abnegación como: «Sacrificio que alguien hace de su voluntad, de sus afectos y de sus intereses, generalmente por motivos religiosos o altruistas.»

Es claro que si en alguna carrera o profesión —aparte de la de sacerdote— exige una renuncia, casi sin límites, de los afectos e intereses, y a veces, incluso de la propia voluntad es la profesión militar. Lógicamente los motivos, religiosos o altruistas, deberán estar en consonancia con la renuncia o sacrificios ofrecidos. Y si en el caso de la profesión religiosa los motivos son claros y generalmente aceptados y reconocidos, en el caso del militar también el motivo es suficiente para una renuncia total de voluntad, afectos e intereses, pues se ofrecen por amor a la Patria, como veremos más adelante el afecto humano más importante. Es el «Todo por la Patria» que campea a la entrada de todos los cuarte les y bases militares como en los corazones de todos los miembros de las Fuerzas Armadas.

El Diccionario Enciclopédico de la Guerra, que bajo la dirección del general López Muñiz se publicó en los años cincuenta, añade un paso más a la anterior definición en dirección a lo anteriormente apuntado, y define la abnegación como: «Espontáneo y absoluto sacrificio que hace uno de su voluntad, de sus intereses y de su misma vida en favor de una causa cualquiera».

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No cabe duda de que hemos llegado al «Todo por la Patria» que antes decíamos, cuando esa causa cualquiera es España. Es en las RROO donde de forma más explícita y completa se inculca la necesidad de su cultivo dedicándole cuatro artículos. En el primero de ellos, se hace de la abnegación en unión de la disciplina fundamento de la vocación militar necesaria para vivir la profesión militar, las cuales deberá desarrollar el militar: «Hasta alcanzar el alto grado de entrega a la carrera de las Armas que la propia vocación demanda». Posteriormente se insiste en la necesidad de la abnegación para, en unión de la austeridad: «Afrontar la vida militar, recomendando seguidamente, tener mucho amor al servicio, honrada ambición y constante deseo de ser empleado en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga».

Expresión esta última procedente del artículo tercero sobre los oficiales, de las Ordenanzas de Carlos III, que hizo fortuna y ha sido recogida no sólo en el Artículo 31 de las RROO, artículos 152 y 160 de las RROO actualmente vigentes, sino también en otros textos militares como el Ideario paracaidista. En los otros dos artículos, hace depender de su abnegación y espíritu de sacrificio: «En buena parte la eficacia de su unidad, buque o aeronave, en el primero, e indicando deberá actuar con abnegación y espíritu de sacrificio, no regateando esfuerzos para cumplir su cometido… en el segundo de ellos».’ En relación con la abnegación, en el Decálogo del Cadete, su autor es o fue bien tajante al señalar que el cadete debe ser valeroso y abnegado añadiendo debe: «Ser voluntario para todo sacrificio, solicitando y deseando siempre el ser empleado en las ocasiones dé mayor riesgo y fatiga para dar a conocer su valor, talento y constancia». Idea y expresión que como antes se decía procede de las viejas Ordenanzas de Carlos III.

También el Credo Legionario exalta la abnegación en lo que denomina: «Espíritu de sufrimiento y dureza en el que se proclama: no se quejará de fatiga, ni de dolor ni de hambre, ni de sed, ni de sueño…»

En otro de los puntos de este mismo Credo, el titulado «El espíritu de la muerte», se exalta el sacrificio supremo, el dar la vida en el combate, con estas hermosas palabras: el morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde. ¡Cuántos hombres, jóvenes y no tan jóvenes, han realizado el gran acto de suprema abnegación, ofrendar su vida a España, con estos pensamientos en sus mentes y en sus corazones! El ideario paracaidista también dedica dos de sus «promesas» a destacar la importancia del sacrificio y la voluntariedad en el servicio. La que denomina «espíritu de sacrificio», dice textualmente: «Ningún obstáculo será tan grande que no pueda superarlo; cuanto mayor sea la dificultad y más imprevista la situación, más se superará y mejor cumplirá la misión. «Cuando enfermo, agotado o herido, artículos 152 y 160 de las RR.00, sea un lastre para el cumplimiento de la misión, cooperará hasta morir.» Por su parte, la promesa titulada «voluntariedad» insiste en la idea, recogida de las RROO de que el militar, en este caso el caballero paracaidista, debe ser: «Voluntario para cualquier sacrificio, señalando a continuación que los puestos de mayor riesgo y fatiga son los puestos de mayor honor.»

Como ya se ha dicho en otras ocasiones, estos valores que aquí estamos señalando no son, ni mucho menos, exclusivos de las Fuerzas Armadas, ni específicos de tiempos de guerra como alguien podría pensar a la vista de ciertas expresiones. Lo que sucede es que el militar, aunque normal y afortunadamente desarrollará prácticamente toda su vida en paz, no debe olvidar nunca que la razón de ser suya y de la Institución en la que sirve es estar preparado para la Defensa Militar de la Patria.

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La abnegación es la virtud callada por excelencia, su ejercicio debe ser silencioso y diario, y por supuesto de muy difícil reconocimiento. De ella decía el catedrático M. Gracia Morente es: «Esa valentía humilde de la labor diaria…, es negación de sí mismo, entrega total, sin reticencias, a la obra que en la vida le es dado a cada uno hacer por la Patria.» Por su parte J. Vigón llama a la abnegación «virtud castrense fundamental y añade que rara vez ha faltado en nuestras filas afirmando a continuación que suena a sacrificio y es, sin embargo origen del mayor caudal de satisfacciones».

J. Martínez Giménez tratando del mando y de los elementos que lo caracterizan —abnegación, inteligencia y carácter— señala que la abnegación: «Es el elemento principal. Las preocupaciones personales: amor propio, egoísmo etc. desvirtúan el mando y un afán mal entendido de sobresalir pueden producir un efecto contraproducente».

Efecto en el que emplearé todos los medios a mi alcance para descubriros la mano de un Oficial que se educó en el Tercio y sabe cuándo tiene que quitarse el guante blanco y enseñar el hierro.¡Teniente

*Teniente Coronel de Infantería y doctor por la Universidad de Salamanca

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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