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Europa

Francia se está hundiendo lentamente en el caos

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Por Guy Millière.- París, Campos Elíseos. 14 de julio. Día de la Bastilla. Justo antes de que comience el desfile militar, el presidente Emmanuel Macron baja por la avenida en un coche oficial para saludar a la multitud. Miles de personas se congregaron a lo largo de la avenida para gritar: “Macron, dimisión” y abuchearlo y lanzarle insultos.

Al final del desfile, varias decenas de personas soltaron globos amarillos al cielo y repartieron folletos que decían: “Los chalecos amarillos no están muertos”. La policía los dispersó, con rapidez y firmeza. Momentos después, llegaron cientos de anarquistas de “Antifa”, que lanzaron barreras de seguridad a la calzada para levantar barricadas, provocar fuegos y destrozar los escaparates de varias tiendas. La policía tuvo dificultades para controlar la situación, pero al final de la tarde, al cabo de algunas horas, lograron restablecer la calma.

Unas horas más tarde, miles de jóvenes árabes de los suburbios se reunieron cerca del Arco del Triunfo.
Al parecer, habían ido a “celebrar” a su manera la victoria de la selección argelina. Se destrozaron más escaparates y se saquearon más tiendas. Había banderas argelinas por todas partes. Se gritaron eslóganes a los cuatro vientos: “Larga vida a Argelia”, “Francia es nuestra”, “Muerte a Francia”. Las placas con los nombres de las calles se sustituyeron por placas con el nombre de Abd El Kader, el líder religioso y militar que luchó contra el ejército francés en la época de la colonización de Argelia. La policía se limitó a contener la violencia con la esperanza de que no se propagara.

En torno a la media noche, tres líderes del movimiento de los “chalecos amarillos” salieron de una comisaría y le dijeron a un reportero de televisión que habían sido detenidos aquella mañana y que habían pasado en prisión el resto del día. Su abogado afirma que no hicieron nada malo y que sólo fueron detenidos “de manera preventiva”. Hace hincapié en que se había aprobado una ley en febrero de 2019 que permite a la policía francesa detener a cualquier persona sospechosa de ir a una manifestación; no es necesaria ninguna autorización del juez y no es posible apelar.

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El viernes 19 de julio, la selección argelina vuelve a ganar. Más jóvenes árabes se reúnen cerca del Arco del Triunfo para volver a “celebrarlo”. Los daños son aún mayores que los de ocho días antes. Se presentan más policías, y no hacen casi nada.

El 12 de julio, dos días antes del Día de la Bastilla, varios cientos de autodenominados inmigrantes ilegales africanos entraron en el Panteón, el monumento que alberga las tumbas de los héroes que desempeñaron un papel importante en la historia de Francia. Allí, los inmigrantes anunciaron el nacimiento del “movimiento de los chalecos negros”. Exigen la “regularización” de todos los inmigrantes ilegales en territorio francés y casa gratis para todos ellos. La policía se presenta, pero rehúsa intervenir.

La mayoría de los manifestantes se marcha pacíficamente. Algunos insultan a la policía y son detenidos.
Francia es hoy un país a la deriva. La agitación y la alegalidad siguen ganando terreno. El desorden se ha convertido en parte de la vida diaria. Las encuestas indican que una gran mayoría rechaza al presidente Macron. Parecen odiar su arrogancia y se inclinan a no perdonarlo. Parecen resentidos por su desprecio hacia los pobres, por cómo aplastó el movimiento de los “chalecos amarillos”, y por no haber prestado la menor atención a las mínimas demandas de los manifestantes, como el derecho a celebrar un referéndum ciudadano como los de Suiza. Macron ya no puede ir a ninguna parte en público sin arriesgarse a las muestras de enfado.

Parece que los “chalecos amarillos” han dejado al fin de manifestarse y se han rendido: demasiados se han quedado lisiados o han sido heridos. Sin embargo, su descontento sigue ahí. Parece que está a la espera de volver a explotar.

La policía francesa se muestra agresiva cuando trata con manifestantes pacíficos, pero apenas es capaz de impedir que organizaciones como “Antifa” provoquen violencia. Por lo tanto, al final de cada manifestación, aparece “Antifa”. La policía francesa parece particularmente cautelosa a la hora de tratar con los jóvenes árabes e inmigrantes ilegales. La policía ha recibido órdenes. Saben que los jóvenes árabes y los inmigrantes ilegales pueden crear disturbios a gran escala. Hace tres meses, en Grenoble, la policía estaba persiguiendo a unos jóvenes árabes que iban en una moto robada y que estaban acusados del robo. En su huida, sufrieron un accidente. Empezaron cinco días de caos.

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El presidente Macron se muestra como un líder autoritario cuando se enfrenta con los pobres disgustados. Nunca dice que lo siente por los que han perdido un ojo o una mano o han sufrido daños cerebrales irreversibles por la extrema brutalidad policial. En su lugar, le pidió al Parlamento francés que aprobara una ley que casi abole completamente el derecho a protestar y la presunción de inocencia, y que permite detener a cualquiera, en cualquier parte, incluso sin motivo. La ley se aprobó.

En junio, el Parlamento francés aprobó otra ley que castigaba severamente a cualquiera que diga o escriba algo que se pueda contener “discurso del odio”. La ley es tan poco concreta que Jonathan Turley, investigador jurídico estadounidense, se sintió obligado a reaccionar. “Francia se ha convertido en una de las mayores amenazas internacionales para la libertad de expresión”, escribió.

En cambio, Macron no parece autoritario con los anarquistas violentos. Cuando se enfrenta con los jóvenes árabes y los inmigrantes ilegales, se muestra completamente débil.

Sabe lo que el exministro del Interior, Gérard Collomb, dijo en noviembre de 2018 cuando dimitió del Gobierno:

“Las comunidades de Francia se están enredando cada vez más en un conflicto entre ellas y se está volviendo muy violento […] hoy vivimos unos al lado de los otros, temo que mañana sea frente a frente”.
Macron también sabe lo que el expresidente François Hollande dijo al terminar su mandato como presidente: “Francia está al borde de la división”.

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Macron sabe que esa división de Francia ya existe. La mayoría de los árabes y africanos viven en zonas de exclusión, apartados del resto de la población, donde aceptan cada vez menos la presencia de personas no árabes ni africanas. No se definen a sí mismos como franceses, salvo cuando dicen que Francia les pertenece. Las informaciones muestran que la mayoría están llenos de un profundo rechazo a Francia y la civilización occidental. Son cada vez más los que parecen situar su religión por encima de su ciudadanía, y muchos parecen radicalizados y dispuestos a luchar.

Macron no parece querer luchar. Lo que parece es que ha decidido apaciguarlos. Está obcecadamente empeñado en su plan de institucionalizar el islam en Francia. Hace tres meses, se creó la Asociación Musulmana para el Islam de Francia (AMIF, por sus siglas en francés). Una rama de la asociación se ocupará de la expansión cultural del islam y se encargará de la “lucha contra el racismo antimusulmán”.

Otra será responsable de los programas para formar a los imames y construir mezquitas. Este otoño se creará un “Consejo de Imames de Francia”. Los principales líderes de la AMIF son (o fueron hasta hace poco) miembros de los Hermanos Musulmanes, un movimiento clasificado como organización terrorista en Egipto, Bahréin, Siria, Rusia, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, pero no en Francia.

Macron es consciente de los datos demográficos. Muestran que la población musulmana de Francia crecerá de forma considerable en los próximos años (el economista Charles Grave escribió hace poco que en 2057 Francia será de mayoría musulmana). Macron ve que pronto será imposible que nadie sea elegido presidente sin depender del voto musulmán, así que actúa en consecuencia.

Macron ve que el descontento que dio origen al movimiento de los “chalecos amarillos” aún sigue ahí. Parece pensar que la represión bastará para impedir cualquier futura revuelta, así que no hace nada para remediar las causas del descontento.

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El movimiento de los “chalecos amarillos” nació de una revuelta contra los desorbitados impuestos al combustible y las duras medidas del Gobierno contra los conductores de coches y motos. Estas medidas incluían la reducción de los límites de velocidad —80 km/h en la mayoría de las autopistas— y más radares; un fuerte aumento de las multas de tráfico, y complejos y caros controles anuales de revisión de los vehículos a motor. Los impuestos al fuel franceses subieron hace poco otra vez y ahora son los más altos de Europa (un 70% del precio que se paga en las estaciones de autoservicio). Aún siguen vigentes otras medidas contra los usuarios de coches y los motoristas, especialmente dolorosas para los pobres. Ya los echaron de los suburbios los intolerantes recién llegados, y ahora tienen que vivir aún más lejos —y conducir— desde su lugar de trabajo.

Macron no ha tomado ninguna decisión para remediar la desastrosa situación económica de Francia. Cuando fue elegido, los impuestos, deudas y gastos sociales representaban casi el 50% del PIB. El gasto del Gobierno representaba el 57% del PIB (el más alto de los países desarrollados). La proporción de deuda nacional respecto al PIB era casi del 100%.

Los impuestos, deudas y gastos sociales y del Gobierno siguen en el mismo nivel que cuando llegó Macron. La proporción entre deuda y PIB es del 100% y va en aumento. La economía francesa no está creando puestos de trabajo. El nivel de pobreza sigue siendo muy alto: el 14% de la población gana menos de 855 euros al mes.

Macron no presta atención al creciente desastre cultural que se está apoderando del país. El sistema educativo se está desmoronando. Un creciente porcentaje de alumnos que salen del instituto no saben cómo escribir una frase sin errores que hacen incomprensible cualquier cosa que escriban. El cristianismo está desapareciendo. La mayoría de los franceses no musulmanes ya no se definen como cristianos. El fuego que asoló la catedral de Notre-Dame de París fue oficialmente un “accidente”, pero sólo fue uno de los muchos edificios religiosos cristianos que se han destruido hace poco en el país. Cada semana, se vandalizan iglesias ante la indiferencia general de la opinión pública. Sólo en la primera mitad de 2019, se quemaron 22 iglesias.

La principal preocupación de Macron y el Gobierno francés no parece ser el riesgo de revueltas, el descontento de la opinión pública, la desaparición del cristianismo, la desastrosa situación económica o la islamización y sus consecuencias. En su lugar, es el cambio climático. Aunque la cantidad de emisiones de dióxido de carbono de Francia es infinitesimal (menos del 1% del total mundial), combatir el “cambio climático provocado por el hombre” parece ser la prioridad absoluta de Macron.

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Greta Thunberg, una niña sueca de 16 años —y sin embargo gurú de la “lucha por el clima” en Europa— fue recientemente invitada a la Asamblea Nacional francesa por los miembros del Parlamento que apoyan a Macron. Pronunció un discurso en el que aseguró que la “destrucción irreversible” del planeta iba a empezar muy pronto. Añadió que los líderes políticos “no son suficientemente maduros” y necesitan las lecciones de los niños. Los diputados que apoyan a Macron le dedicaron un cálido aplauso.

La niña recibió el Premio de la Libertad, recién creado, que se les entregará cada año a las personas “que luchen por los valores de los que atracaron en Normandía en 1944 para liberar Europa”. Probablemente sea razonable asumir que ninguno de los que atracaron en Normandía en 1944 creyó que estaba luchando para salvar el clima. Sin embargo, Macron y los diputados que lo apoyan parecen estar por encima de esos detalles sin importancia.

Macron y el Gobierno francés tampoco parecen preocupados por que los judíos —a causa del aumento del antisemitismo, y comprensiblemente preocupados por las decisiones judiciales imbuidas del espíritu de la sumisión al islam violento— sigan huyendo de Francia.

Kobili Traore, el hombre que asesinó a Sarah Halimi en 2017 mientras coreaba suras del Corán y gritaba que los judíos son Sheitan (“Satán” en árabe) fue declarado no culpable. Por lo visto, Traore había fumado cannabis antes el asesinato, así que los jueces decidieron que no era responsable de sus actos.
Traore será pronto puesto en libertad. ¿Qué pasa si vuelve a fumar cannabis?

Unas semanas después del asesinato de Halimi, tres miembros de una familia judía fueron agredidos, torturados y tomados como rehenes en su domicilio por un grupo de cinco hombres que decían que “los judíos tienen dinero” y que “los judíos deben pagar”. Los hombres fueron arrestados: todos eran musulmanes. El juez que los imputó anunció que sus actos no eran “antisemitas”.

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El 25 de julio de 2019, cuando el equipo de fútbol israelí Maccabi Haifa competía en Estrasburgo, el Gobierno francés limitó el número de seguidores israelíes en el estadio a 600: ni uno más. Un millar de personas había comprado billetes de avión para ir a Francia y asistir al partido. El Gobierno francés también prohibió ondear banderas israelíes en el partido o en cualquier parte de la ciudad. No obstante, en aras de la “libre expresión”, el Departamento del Interior francés permitió manifestaciones contra Israel delante del estadio, donde había banderas y pancartas palestinas que decían “Muerte a Israel”. En la víspera del partido, unos israelíes fueron violentamente atacados en un restaurante cerca del estadio.

“Las manifestaciones contra Israel se aprueban en aras de la libertad de expresión, pero las autoridades prohíben a los seguidores del Maccabi Haifa que muestren la bandera israelí, es inaceptable”, dijo Aliza Ben Nun, embajadora de Israel en Francia.

El otro día, llegó a Israel un avión lleno de judíos franceses que se marchaban de Francia. Más judíos franceses se irán pronto. La marcha de los judíos a Israel les supone sacrificios: algunas inmobiliarias francesas se están aprovechando del deseo de muchas familias judías de marcharse, así que compran y venden propiedades a los judíos a precios mucho menores de su valor de mercado.

Macron seguirá siendo presidente hasta mayo de 2022. Varios líderes de los partidos de centroizquierda (como el Partido Socialista) y de centroderecha (Los Republicanos) se unieron a La República en Marcha, el partido creado hace dos años. Después de eso, el Partido Socialista y Los Republicanos sufrieron un derrumbe electoral. Es probable que la principal oponente a Macron en 2022 sea la misma que en 2017: Marine Le Pen, líder de la populista Agrupación Nacional.

Aunque Macron es sumamente impopular y odiado, probablemente usará los mismos lemas que en 2017: que él es el último bastión de esperanza contra el “caos” y el “fascismo”. Tiene muchas posibilidades de salir reelegido. Cualquiera que lea el programa político de Agrupación Nacional puede ver que Le Pen no es una fascista. También, cualquiera que vea la situación en Francia se podría preguntar si el país no ha empezado ya a hundirse en el caos.

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La triste situación que reina en Francia no es del todo diferente a la de muchos otros países europeos.

Hace unas semanas, Robert Sarah, un cardenal africano, publicó un libro titulado Le soir approche et déjà le jour basse (“Llega la noche, y la luz ya empieza a oscurecer”). “En el origen del derrumbe de Occidente se halla una crisis cultural y de identidad —escribe—. Occidente ya no sabe lo que es, porque no sabe ni quiere saber qué le ha dado forma, qué constituye, qué fue y qué es […] Esta autoasfixia conduce de forma natural a una decadencia que abre el camino a nuevas civilizaciones bárbaras”.

Esto es exactamente lo que está pasando en Francia… y en Europa.

Fuente: Gatestone Institute

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España

Un homenaje a Ucrania desde la Memoria Española: 81 años de la última gran victoria del ejército español, por Francisco Torres García

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Francisco Torres García

 

Hace 81 años se libró en la entonces URSS, en los arrabales de la ciudad de Leningrado (San Petersburgo) la batalla de Krasny Bor. Un choque de tintes épicos entre la infantería española y el Ejército Rojo en los inicios de la Operación Estrella Polar, planificada por quien sería mariscal y cuatro veces héroe de la Unión Soviética, Gueorgui Konstantinovich Zhúkov. Considerado por la historiografía soviética y posterior como el mejor de los comandantes soviéticos en campaña, los soldados afirmaban: «Donde está Zhúkov, está la victoria».

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Con aquella, sin duda, pensaba añadir, a la que sería una brillante carrera militar, la liberación definitiva de la ciudad de Leningrado. La misma que había conseguido defender ante el asalto alemán en el otoño de 1941. Con una concatenación de ofensivas en los Frentes de Leningrado, Vóljov y Noroeste pretendía alcanzar un objetivo  muy ambicioso: acabar con el cerco a Leningrado, liberar Novgorod, embolsar al 18.º Ejército alemán y abrir el camino hasta la frontera de Estonia y Letonia. Todo ello tras haber desarticulado los soviéticos la Operación Nordlicht, el que iba a ser el asalto definitivo a la ciudad cuna de la Revolución dirigido por el mariscal Erich von Manstein.

La batalla defensiva que libró en Krasny Bor la División Española de Voluntarios, la División Azul, supuso, sin embargo, un revés para el plan de Zhúkov al impedir la ruptura del frente encomendada a unidades del 55.º Ejército; resistencia que contribuyó a la frustración de toda la Operación. Más allá de cualquier otra valoración hay que señalar que si los españoles se hubieran hundido la progresión soviética, que debía protagonizar la 45.ª División de la Guardia del general Krasnov, hubiera sido difícilmente contenible quebrando la línea de comunicación que permitía abastecer a las fuerzas alemanas.

Conviene insistir, como nota introductoria, en una realidad incuestionable que las circunstancias políticas de la última década, junto con algunos sectores de la historiografía, tienden a obviar, que, independientemente de su componente político y de su recluta, la División Española de Voluntarios, la División Azul, fue una unidad del Ejército español, constituida orgánicamente al efecto de realizar una misión específica (combatir al comunismo) y disuelta a la conclusión de la misma. Esta gran unidad consiguió, entre el 10 y el 11 de febrero, en lo que debemos denominar los combates de Krasny Bor, siguiendo al general Fontenla, una importante victoria en lo que fue una batalla defensiva al frustrar la intención enemiga y dislocar una ofensiva de amplios horizontes. No es exagerado, sino simple constatación de la realidad, que en Krasny Bor el ejército español alcanzó su última gran victoria en una gran acción bélica.

Más allá del desarrollo de los combates en aquellas 18 horas de lucha continua entre el 10 y el 11 de febrero, más allá del rosario de acciones heroicas que en aquellas momentos se dieron, avanzado el conocimiento real de los hechos (siendo fundamentales las aportaciones realizadas por Carlos Caballero), desbrozadas algunas interpretaciones herederas de las valoraciones personales de quienes combatieron, eliminados no pocos mitos que durante décadas prescindieron de los condicionantes tácticos y de la realidad de las fuerzas en presencia, vamos a tratar de precisar algunos aspectos, quizás aparentemente secundarios, sobre los condicionantes y las lecciones de aquel día.

La División Azul que consiguió aquella victoria no era la unidad que salió de España en julio de 1941 y que había combatido brillantemente en las orillas del Vóljov. En febrero de 1943 no eran muchos los divisionarios alistados en 1941 que permanecían en el frente, probablemente rondarían los 2.000. Tras agotar las listas de reserva, en marzo de 1942, el gobierno español decidió iniciar un nuevo periodo de recluta del que saldrían la mayor parte de los combatientes en la batalla.

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Entre abril y diciembre de 1942 llegaron al frente 14.124 hombres. A partir de mayo comenzaron a abandonar el frente los denominados Batallones de Repatriación. Más de 9.000 voluntarios regresaron a España hasta el último mes de aquel año; entorno a  2.000 no pudieron hacerlo y aguardaban la eternidad en un rosario de cementerios. En este proceso el general Muñoz Grandes chocó con el Ministerio del Ejército y su planteamiento de renovación/sustitución, inclinándose por mantener la vieja «amalgama napoleónica» distribuyendo a los que llegaban entre todas las unidades.

En febrero de 1943 la DEV era una unidad prácticamente renovada. Sobre aquellos voluntarios llegados caería la leyenda de una recluta forzada, alimentada por la paga, pletórica de republicanos y maleantes, con escasa moral de combate y menor voluntad de vencer, salida de los cuarteles, aunque casi 9.000 de los llegados a lo largo de 1942 se hubieran alistado desde los banderines abiertos en las milicias falangistas… Visión que compartía y ampliaba la propaganda soviética que mantendría de forma ortodoxa el PCE y se transmitiría, a través de sus vasos comunicantes, a parte de la reciente historiografía española. La prueba más evidente de que no era así es lo ocurrido durante los combates de Krasny Bor.

En julio de 1942, aquella gran unidad que estaba renovándose/reconstruyéndose, recibió órdenes para trasladarse desde el Vóljov hasta el frente de Leningrado, iban a participar en lo que se anunciaba como el asalto definitivo a la ciudad. Aquel movimiento iniciado en agosto dio tiempo al general Muñoz Grandes para instruir a sus hombres. Además se le indicó que, una vez acantonada en las proximidades del frente, tendría un tiempo antes de entrar en línea. La División Azul iba a tener un papel relevante en la ruptura que conduciría a la ocupación de la ciudad dentro de la Operación Nordlicht. Lo que indica el valor que como unidad de combate se daba a los españoles por parte del mando alemán.

Las circunstancias y la falta de fuerzas acortaron los plazos y la DEV entró en línea el 5 de septiembre entre Alexandrovka y el río Ishora. El general Muñoz Grandes asumió el mando de una zona de buenas posiciones pero sin profundidad en sus elementos de defensa, y procedió a reestructurar sus fuerzas para una acción ofensiva que se mantuvo viva hasta mediados de octubre de 1942. Ahora bien, por sus efectivos, que a finales de octubre podía desplegar 16.343 hombres, la DEV era la unidad más poderosa del frente. Con sus fuerzas podía mantener su sector sin dificultades ante cualquier contingencia.

El general Emilio Esteban-Infantes, que iba a sustituir en el mando a Muñoz Grandes, llegó al frente en agosto para convertirse en 2ª Jefe de la unidad, a él iba a corresponder, en gran medida la preparación final de la zona y el despliegue en el nuevo sector que se le iba a adscribir en que se libraría la batalla.

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Cerrado definitivamente el planteamiento ofensivo correspondía prepararse para establecer un escenario defensivo ganando lo que no tenían las líneas alemanas de un frente estático como era el asumido, profundidad. Ambos generales conocían la doctrina táctica española sobre la batalla defensiva que optaba por la profundidad y la distribución de posiciones defensivas con espíritu de resistencia al objeto de impedir al enemigo la penetración real y el dominio del territorio. Doctrina revisada durante la guerra civil sobre la que el propio Franco había teorizado, destacando la importancia de la batalla defensiva, en 1938 en sus instrucciones para los jefes de grandes unidades y en sus comentarios al reglamento de ese año. El general Muñoz Grandes asumió que se vería obligado a librar una difícil batalla defensiva cuando anunció que se mantendría a toda costa en Novgorod en el invierno de 1941-42.

El propio Franco en su ABC de la batalla defensiva. Aportación a la doctrina, síntesis final de lo escrito durante la guerra, incidiría en la necesidad de relegar «los órdenes lineales», optando por «sistemas profundos, tanto más necesarios cuanto mayor sea la capacidad de penetración de los Ejércitos modernos y su potencia para la ruptura» con lo que se organizará el terreno propio «preparando el sistema de fuegos que ha de aniquilar al enemigo», asumiendo que las fuerzas enemigas progresarán según sea la red de comunicaciones existentes que permitirán alimentar la batalla, por lo que «los campos de batalla principales hemos de buscarlos en esas vías de penetración, como en ellas ha de situarse el centro de gravedad de nuestras tropas», creando la zona de resistencia y en esta, siguiendo los reglamentos tácticos, lo fundamental es el ocultamiento y la dispersión de las fuerzas. En ese marco se desarrolló la batalla de febrero en el frente ruso.

Tanto Muñoz Grandes primero como Esteban-Infantes después trabajaron para dotar de profundidad sus líneas. La línea española tuvo una relativa tranquilidad, aunque sometida a los duelos artilleros y golpes de reconocimiento, entre los meses de octubre y noviembre, lo que permitió incidir en la instrucción de las fuerzas. Una optimización que no hay que depreciar a la hora de valorar las razones de la victoria española.

El problema, sobre todo para Esteban-Infantes al asumir el mando completo, fue la constante ampliación de la línea a cubrir por los españoles desde el sector inicial establecido entre Alexandrowka y el meandro del río Ishora. En enero de 1943 los soviéticos lanzaron la Operación Iskra que daría origen a la batalla por el control de los Altos de Sinyavino. La falta de fuerzas hizo a los alemanes exprimir el frente sacando unidades. La División Azul cedería al II Batallón del 269.º a mediados de enero de 1943. En Sinyavino los españoles demostrarían, una vez más, su capacidad de aferrarse al terreno y no ceder hasta quedar reducidos a la mínima expresión (solo 30 hombres regresarían indemnes), algo que no parece que fuera tenido en cuenta por el mando enemigo. Todo ello llevaría a la División a extender sus líneas primero hasta Krasny Bor, y después hasta más allá de la línea férrea cubriendo otros siete kilómetros. De un despliegue en el que los españoles mantenían reservas en cada subsector se pasó a un despliegue que embebía en línea a casi todas las fuerzas. Pero lo más grave era la falta de profundidad de la línea más allá del Ishora y la necesidad de preparar el terreno. Esteban-Infantes tendría que luchar contra el tiempo para ganar profundidad, pero este se estaba acabando. El tiempo había permitido trabajar en todo el sector la oeste del Ishora, pero ahora las líneas española podían alcanzar, según se evalúe, entre los 24 y los 30 kilómetros para soldarse al este con las fuerzas limitadas de la 4.ª División SS Policía que estaban retornando tras su participación en los combates de mediados de enero.

La División Azul cubría una línea que cortaba el río Ishora, la carretera Leningrado-Moscú, la población de Krasny Bor que ocupaba unos 9 kilómetros cuadrados y la línea del ferrocarril Leningrado-Moscú. A lo largo del mes de enero se hizo evidente que el subsector que se abría en el Ishora y llegaba hasta la línea férrea era tácticamente fundamental. Esteban-Infantes asumió la necesidad de ganar en profundidad asegurando las líneas en el Ishora y cubriendo la carretera, pero para completar un sistema que contara con suficientes posiciones para cubrir una amplia zona de resistencia necesitaba más tiempo. A la vez procuró destruir los intentos enemigos de progresar a la hora de acercar sus posiciones a la línea española ante Krasny Bor y la línea férrea. El condicionado despliegue español en la zona mostraría su eficacia el 10 de febrero.

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El  subsector de unos 11 kilómetros de línea, con unos cuatro fundamentales entre la carretera y el ferrocarril, quedó guarnecido por el Regimiento 262.º a las órdenes del coronel Manuel Sagrado Marchena, reforzado con el Batallón de la Reserva Móvil y la Compañía de Esquiadores, a lo que se sumarían, exprimiendo la División, el Grupo de Exploración, el Batallón de Zapadores y el Grupo Antitanques. El 10 de febrero tenían establecidos 2 escalones de despliegue y dos pequeñas reservas en su retaguardia. Durante los combates improvisarían una tercera línea. En total unos 5.000 hombres.

Lo que difícilmente podía prever el mando español o alemán era que los soviéticos hubieran situado el punto de ruptura de una gran operación ofensiva precisamente en aquellos kilómetros. Allí los españoles tendrían que aguantar primero la durísima ruptura artillera y después el asalto enemigo. Lo harían en inferioridad ya que el Ejército Rojo desplegaba 4 divisiones (72.ª y 43.ª de Fusileros, junto con la 63.ª y 45.ª de la Guardia) y una imponente masa artillera (la proporción con respecto a las baterías hispano-alemanas ha precisado Carlos Caballero era de 3.3 a 1, «que ya era bastante»). Flanqueada por las divisiones 72.ª y 43.ª de Fusileros, la 63.ª División de la Guardia, al mando del general Nikolái Pávlovich Simoniak tenía la misión de abrir brecha en Krasny Bor consiguiendo la necesaria ruptura. No era la 63 División una unidad escasamente fogueada, ni su general carecía de brillantez. De hecho, había protagonizado el 18 de enero la ruptura del frente enemigo en Shlisselburg, enlazando con las fuerzas del Frente del Vóljov en la Operación Chispa, lo que valió a Simoniak la Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética.

La terrible preparación artillera que se prolongó durante casi dos horas castigó muy duramente a las compañías españolas, que en algún caso llegaron a sufrir bajas cercanas al 80% de sus efectivos. Simoniak no esperaba una fuerte oposición y cuando la infantería roja avanzó apoyada por carros KV 1 se encontró con la enconada resistencia de los restos de las compañías de Huidobro, Palacios, Oroquieta, Aramburu, Campos… Se abría así el tiempo de las resistencias decisivas que se prolongaría durante horas. Algo que no debió extrañar, cuando comenzó a tener información, al general Esteban-Infantes pues él mismo las había vivido en primera persona durante la batalla de Brunete en la guerra civil. Tampoco, a pesar de la dureza se produjo el hundimiento de la moral, los que retrocedieron en medio de la lluvia de fuego se recompusieron y contraatacaron cuando encontraron mandos que los reagruparon. Algo que difícilmente hubiera sucedido en una unidad de recluta forzada o sin más horizonte que la paga.

Según la propaganda enemiga la División iba a plantear escasa resistencia dado el componente humano de la nueva recluta. Parece evidente que los mandos del Ejército Rojo habían asumido como real esta imagen. Sin embargo, lo que los españoles estaban demostrando era una alta moral de combate no quebrándose la voluntad de vencer y una elevada calidad entre sus jefes, oficiales y suboficiales que tuvieron que combatir durante horas sin la necesaria comunicación entre las compañías ni con el mando superior establecido por Esteban-Infantes en el puesto avanzado de Raykolovo. Las compañías de la Guardia pudieron sobrepasar los núcleos de resistencia de las compañías de línea, pero se empantanaron en una zona de resistencia que nunca pudieron dominar, no pudieron adueñarse del terreno y esa fue la clave del día.

Sin comunicación exacta sobre el alcance de la penetración enemiga durante horas el general Esteban-Infantes movió sus escasas reservas y adoptó la medida de recurrir a los hombres del Batallón de Repatriación, disponiéndose a aguantar, en el peor de los casos apoyado en el Ishora; al otro lado del río el intento de progresión soviética había sido contenido y rechazado el ataque en el meandro del río. Con respecto a la actuación del general Esteban-Infantes, el general Fontenla ha precisado que si bien no percibió la entidad del posible ataque, «durante al batalla reaccionó de forma correcta… en su puesto de combate: empleó el fuego de la artillería divisionaria, empeñó reservas disponibles y se esforzó en organizar otras nuevas, y reforzó el borde de la lucha en Ishora para impedir sus ensanchamiento y facilitar, en su caso, la estrangulación de la penetración mediante un contraataque general».

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Al caer la noche, sobre las 15.30 los combates adquirieron una nueva dimensión sobre un terreno en el que las manchas blancas se alternaban con grandes extensiones de barro. Los españoles continuaban resistiendo en su segundo escalón apegados a las construcciones de Krasny Bor y en su improvisada última línea de resistencia. Los divisionarios habían dado tiempo al mando alemán a preparar una línea tras la zona de combate para guarecer Sablino. Las fuerzas de Simoniak no pudieron abrir la brecha necesaria en Krasny Bor, ni se pudo progresar al este de la línea férrea: no hubo ruptura definitiva. El mando del 55.º Ejército no pudo usar su reserva convenientemente, la 45.ª de la Guardia del general Krasnov, pues ya no había éxito que explotar y los alemanes habían desplegado una línea defensiva tras los españoles.

Al finalizar el día los divisionarios habían perdido en aquel subsector, que cederían a los alemanes de forma progresiva hasta la medianoche, entre 3 o 4 kilómetros, pero -insistimos- los soviéticos no consiguieron su objetivo que era abrir una brecha rompiendo el frente y dominando el terreno para permitir el avance, con lo que su ataque quedó dislocado perdiendo más de un tercio de sus efectivos, sin romper nunca de forma definitiva la última línea española ni ocupar su zona de resistencia.

La gloria, la victoria y la muerte acompañan siempre hechos de armas como los combates de Krasny Bor. En torno a 1.100 españoles perdieron la vida en la batalla, entre 200 y 300 cayeron prisioneros, otro millar y medio recibieron heridas de consideración -parte de ellos también dejarían este mundo a consecuencia de las mismas o acortarían significativamente su vida-. Hubo acciones heroicas que por falta de testigos nunca fueron convenientemente recompensadas. Un soldado, Antonio Ponte Anido, pese a estar herido decidió frenar un T-34 que se dirigía hacia un hospital de campaña, lo hizo con su vida, fue recompensado a título póstumo con la Cruz Laureada de San Fernando.

Según anota Carlos Caballero el mando alemán anunció la concesión por los hechos de aquel día de 30 Cruces de Hierro de 1ª, 300 de 2ª y 400 Cruces al Mérito Militar con Espadas. En parte de aquellos prisioneros, que fueron internados en los campos de concentración soviéticos, tampoco se quebró la voluntad de continuar la lucha y vencer. Algunos de ellos serían condecorados tras volver a España 11 años después.

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