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¿Hacemos memoria, don Mariano? Tal vez entendamos lo que pasó (3ª parte y final)

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Dejaba la segunda parte con “La resaca del 26J y unas propuestas” apelando al Sentido Común tan escaso en esta casta política y con la pregunta “¿Por qué no terceras elecciones?” que, a mi juicio, hubiera sido entonces “lo mejor para España y para el PP” ante la falta también del sentido de Estado que hubiera propiciado un gran pacto PP-PSOE con la posible colaboración de Ciudadanos.

Recordaremos que la repetición de elecciones dejó la subida del PP de casi 700.000 votos y 14 escaños para llegar a los 137 que posibilitaron la investidura de Mariano Rajoy-; una nueva caída del PSOE de Sánchez que perforó el suelo casi subterráneo hasta 85; la pérdida de casi 1.000.000 de votos de la extrema izquierda de Unidos Podemos que gracias a la Ley D’Hont mantuvo sus 71 escaños y el paso de “mecánica” a casi “pocha” de la formación naranja que cayó casi 400.000 votos y 8 escaños, aunque ninguno de los tres líderes perdedores dimitieron y el resultado dejaba la trampa de que “la suma de todos los que no querrían nunca nada bueno para España” era la única mayoría absoluta posible en la cámara. Al final, se conformó un gobierno en solitario del Partido Popular con “apoyo” de Ciudadanos y la abstención de 62 de los 85 diputados socialistas, que acabó con la entrega del acta de diputado del propio Sánchez y su salida hacia una “travesía del desierto” que ya sabemos cómo acabó y más adelante comentaré.

Más de diez meses de “Gobierno en funciones” llevaron a una etapa de “Gobierno en precario” cuando menos incierta. Ya en Enero de 2017, y “Después de casi cinco años”, le recordé al Sr. Rajoy las “Medidas Urgentes” sugeridas en Marzo de 2012, recién llegado a Moncloa con su inigualable mayoría absoluta.

Le decía que “el ‘enfermo’ que recibía, ‘España’, necesitaba ‘cirugía a tronco abierto’, y que no aparecieran más metástasis de las esperadas”, que había que “darle la vuelta al calcetín que la crítica situación exigía” y terminaba así: “con dos elecciones generales en seis meses, cuatro debates de investidura y un Gobierno en minoría que hace prever una difícil, y tal vez breve, legislatura, si bien con una situación económica mucho mejor que la recibida -España crece y se crea empleo- gracias al esfuerzo de todos los españoles y con algo más de confianza exterior, parece que sigue faltando la decisión firme de aplicar las leyes…” y me preguntaba: “¿Hay que seguir confiando en que Rajoy sabrá gestionar esta difícil situación política con un Gobierno en minoría cuando no lo hizo con una mayoría absoluta aplastante en todos los niveles de la Administración? ¿Será capaz el “diálogo sin fecha de caducidad” de aplacar los desafíos soberanistas de Cataluña?

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En ese 2017 no faltó casi de nada. Llegó en Febrero, con dos años de retraso, la celebración del esperado 18º Congreso del PP bajo el lema “España Adelante”, que tuvo como escenario la Caja Mágica, nombre apropiado para un “prestidigitador” de la política como Rajoy, en el que en una nueva demostración de la imprevisible “previsibilidad” del personaje, no pasó nada y lo más destacable fue la conclusión del Presidente: “¿Para qué cambiar lo que funciona bien?”. Afirmación dudosa si se refería al partido y mucho más si era al Gobierno después del batacazo del 20D edulcorado seis meses después. Significativo también que Javier Maroto dijera en ese Congreso que “Hemos refundado, rearmado ideológicamente nuestros principios, por ejemplo en materia social”, pues no me parecía que representara él, precisamente, ese “rearme ideológico” de los principios del antiguo PP ni de una gran mayoría de los que seguíamos votando su “futuro imperfecto”. Y como si de una contraprogramación se tratase, ese mismo fin de semana se celebró el Congreso de Podemos, Vistalegre 2, que demostró que los morados y sus franquicias se rompían por las diferencias entre PabLenin Iglesias y su colega Íñigo Errejón.

Destacable también por esas fechas fue el último cambio de tendencia de Alberto Rivera, ahora “liberal progresista”, renegando de su pasado socialdemócrata que justificaba en su web la razón de la llegada de su partido “por el vacío de representación en el espacio electoral de centro izquierda no nacionalista”, pero había que intentar pescar en todos los caladeros, ya expandido a escala nacional. Más avisos Sr. Rajoy.

No mucho después, “La militancia eligió muerte” en las nuevas primarias del PSOE y las luchas internas derivadas del desastre Zapatero -que yo creía que iba a significar el adiós al “histórico” PSOE para una larga temporada- con tres candidatos de muy bajo perfil -Pachi “Nadie”, la “Sultana” Díaz y el defenestrado Sánchez, “Tres eran tres, pero ninguno era bueno”- y con un denominador común, “No haber hecho nada en la vida fuera de la política salvo medrar y vivir de ella”, pero la exigua militancia cayó en la trampa del encantador de serpientes y el tramposo errante se llevó el gato al agua. El histórico PSOE se convertía en el PS, Partido de Sánchez, que volvió declarando su “arrepentimiento por no haberse puesto de acuerdo” con PabLenin tras las elecciones del 20D y un guiño al nacionalismo separatista: “España es una nación de naciones” que abría el camino a que su enfermiza ambición por llegar a la Moncloa, “como sea” y, lo peor, “con quien sea”, pudiera propiciar el acercamiento a Podemos y nacionalistas de uno y otro signo recreando el Frente Popular de 1934, que ya sabemos cómo acabó.

Aquello, y lo que llegó, que tuvo su ensayo en la fracasada moción de censura de Unidos Podemos en Junio de 2017, sólo apoyada por ellos mismos. Otro aviso.

Mientras tanto, seguía el órdago separatista catalán “no hay ningún poder que pueda frenar el voto”, junto al nuevo órdago de un desafiante Puigdemont, aprobar una ley que “en 48 horas permita declarar la independencia”, a lo que la Vicepresidente Soraya Sáenz de Santamaría respondió con firmeza que “al Estado le bastan 24 horas para recurrirla y obtener su paralización”. Se iba calentando todo de cara al cada vez más cercano 1 de Octubre, fecha anunciada para el inicio de la “rebelión” y otrora fiesta nacional del “Día del Caudillo”. Recordaba entonces algo que le escuché a Ignacio Astarloa: “Cuando se incumple la ley, la solución no es reformarla sino hacerla cumplir”, lo contrario de lo usual en nuestra querida “Monarquía parlamentaria” que cobija la ansiada democracia, muy próximo de lo que decía Rousseau en su Contrato Social: “Dondequiera que las leyes se debilitan, el Estado no existe ya”. Los atentados yihadistas de Agosto en Barcelona y Cambrils dieron paso al “nuevo” curso político que iba a ser peor y tras la nueva Diada precipitaría los acontecimientos. Seguían los avisos.

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Como podía esperarse “Se consumó la felonía secesionista” y llegó el segundo “referéndum” que “tampoco se iba a celebrar”, en el que hubo de todo, actos de rebelión, agresiones a los CC. y FF. de Seguridad del Estado, destrozo de vehículos, corte de autopistas y toda una serie de desafíos que no tuvieron la respuesta adecuada, la que el Gobierno de la Segunda República dio en 1934 al golpe de Estado de Luis Companys. Pero se siguió apelando al diálogo y sólo el Rey compareció con un discurso, aparentemente contundente y sin duda consensuado con el Gobierno, que se quedó en eso, más palabras. Lo que vino después y ante la declaración de independencia más breve de la Historia cuatro semanas después y al día siguiente la huida a Bélgica del que tendría que haber sido detenido el 1-O y, por supuesto, el día anterior. Pero nuestro “hombre bueno”, pese a no necesitarlo por tener mayoría absoluta en el Senado quiso llamar al acuerdo a PSOE y C’s -enemigos, no oponentes- para aplicar el Art. 155 en su forma más suave y además, por exigencia de sus “socios”, sin actuar con rigor sobre tres factores fundamentales, un parlamento manipulado que había que intervenir y disolver, unos medios de comunicación controlados por los golpistas que había que cerrar y un sistema educativo público adoctrinador que había que controlar. Para colmo, “olvidó” su compromiso inicial de mantenerlo “El tiempo necesario hasta recuperar la normalidad” y convocó elecciones regionales en menos de dos meses, cuando la situación era todo lo que se quisiera menos normal. Levantó además el control de las cuentas, propiciando de nuevo financiar con dinero público la deriva separatista. Y es que, Sr. Rajoy, aunque se deba ser Presidente del Gobierno de todos los españoles, de haber conocido bien al pueblo español y su Historia, debió haber gobernado preferentemente para los que lo votaron. Tratar de hacerlo para los que por mucho que se les dé nunca estarán satisfechos y siempre pedirán más hasta tener lo suficiente para rebelarse, como ha ocurrido en Cataluña, sólo podía suponer perder la confianza de los que se la dieron ¿Lo entiende? Nada es porque sí, sino que siempre hay unas causas con las que se podrá o no estar de acuerdo, pero existen.

Como decía Karl Popper: “Yo puedo estar equivocado y tú puedes tener la razón y, con un poco de esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad”, pero esto no reza con los separatistas y mi experiencia personal y profesional me dice que, en esta vida, es mejor ser blanco o negro, con la capacidad negociadora que haga falta para obtener ciertos tonos de gris, pero sin renunciar a los principios y valores que sustentan las convicciones. Querer quedar bien con todos, aceptando esa “transversalidad” impostada de “ideas” es metafísicamente imposible.

Podría alargarme mucho más, pero lo resumo en este párrafo, del que cualquiera de sus puntos daría casi para un libro: Cuatro años de gobierno débil desatendiendo el clamor de casi once millones de españoles que pedían el cambio integral que España necesitaba después del desarme moral y educacional -no sólo económico- de la etapa de Zapatero; casi un año en funciones, y pareció no haber aprendido las razones del batacazo del 20D, medio salvado por la campana el 26J; casi otro año viendo venir, sin reacción clara, lo que era voz populi sobre la secesión catalana que podía ser modelo de otras latentes, hasta que no tuvo más remedio que aplicar, tarde, mal y lo más light posible, el Artículo 155 de la Constitución; se aguantó la tomadura de pelo a nuestro Tribunal Supremo por parte de países “socios” -Bélgica y Alemania-; salvó los PGE para 2018 a base de concesiones al PNV traidor, que días después colaboró en echarlo; y, como remate, su actuación en las jornadas de debate de la moción de censura, de las que desapareció transmutándose en bolso en una sesión de tarde que dio mucho que hablar y en la que sin duda le hizo un flaco favor a su partido y creo que a España -no digamos a su sucesor-, ya que hasta el último momento tuvo en su mano aceptar el órdago del candidato a investir que insistía: “si presenta la dimisión decaerá la moción de censura”, seguramente una falsedad más del personaje, que no hubiera hecho más que retrasar el proceso porque el daño ya estaba hecho desde la legislatura anterior con las nuevas distribuciones de partidos en el “hemicirco” y la suma antiespañola mayoritaria, pero hubiera demostrado un último intento de evitar lo que vendría y que nos puede llevar de nuevo a lo que dice la frase bíblica “sin efusión de sangre no hay redención” (Hb, 9-22), que parece que es lo que buscan algunos enemigos de España.

Conste que creo que no ofrece dudas que Mariano Rajoy sea una persona honrada, pero parece que tampoco las ofrece que no hizo bien los deberes que le encargamos casi once millones de españoles en 2011 y casi ocho en 2016 y ahora cabe esperar que este aparentemente renovado Partido Popular de Pablo Casado, que vuelve a ilusionar con reservas y “pagó los platos rotos” el pasado 28A, haya aprendido la lección y sea capaz de aglutinar todo el descontento que en su gran mayoría se fue a la abstención, buena parte a esa bisagra cambiante de Ciudadanos y no pocos de los primeros, junto a algunos irredentos más extremos, que picaron con VOX. Al menos, la mitad de estos últimos, y creciendo, parece que se dieron cuenta pronto del bluf que eran el de Amurrio y sus cuates.

Según Ortega y Gasset “La memoria es clave para el progreso ya que permite al hombre aplicar las lecciones que aprende de sus éxitos y fracasos superando el mero instinto animal”. Atención pues a no engañar con la historia para no repetir catástrofes y, si llega Casado, que espero que no se haya dejado barba como aviso de continuidad, a presidir un Gobierno, ya sabe cual es la primera Ley a derogar.

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Como decía Einstein: “Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Pues eso y a seguir intentando aquello que publicaba hace un tiempo The Wall Street Journal: “España es el ejemplo de la recuperación europea”, pero para eso hay que echar a los socialistas del poder en las próximas elecciones, que ojalá sean en noviembre.

Me despido con una frase de Julián Marías que ya he utilizado alguna vez: “España está entre nosotros”, ahora sólo falta que seamos capaces de impulsarla.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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