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La Cruz de Aguilar de la Frontera (Córdoba). Por el General de División Juan Chicharro

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En junio del año 2018 escribí un artículo titulado “ la Cruz” . Los sucesos acaecidos ayer en Aguilar de la Frontera me han llevado a releer el citado artículo. Hoy, reedito aquellas líneas sin más modificación que la relacionada con este último ultraje.

LA CRUZ

 Hace 17 años la milicia ultraortodoxa islámica afgana talibán destruyó dos colosales esculturas de Buda esculpidas en roca, entre los siglos III y IV, en la provincia central de Bamiyán. Una barbaridad desde todos los puntos de vista.

En occidente contemplamos entonces aquella “proeza” con el mismo  estupor con el que observábamos, también, sus crueles asesinatos y torturas  a quienes no profesaban sus ideas radicales. La verdad es que no sé porque aquí nos extrañamos tanto pues en España hace 80 años sucedió algo parecido cuando la caza de religiosos y seglares católicos fue el deporte preferido de comunistas, socialistas y anarquistas  en la España roja. Miles de españoles, seglares y religiosos fueron simplemente asesinados por sus creencias.

Han pasado 17 años de aquella salvajada de los talibanes y, hoy,  asisto atónito, y con gran dolor,  a un continuo espectáculo en el que estamos viendo como una tras otra se derriban cruces en los pueblos de España. Son, o mejor dicho eran, cruces en las que figuran o figuraban los nombres de hombres y mujeres asesinados en la contienda civil española de hace 80 años. Y en muchos casos, todo hay que decirlo, la tropelía la  propician descendientes de quienes les asesinaron. En los pequeños pueblos se sabe todo. Las cruces se derriban con un odio desatado cuando no inexplicable; y además al amparo de una Ley de Memoria Histórica en la que por cierto no se dice nada de derribar o destruir cruces. La citada Ley sólo habla de la retirada de insignias, placas, escudos y otros objetos que ensalcen la sublevación militar de 1936. ¿ Desde cuando los nombres de unas personas asesinadas y una Cruz ensalzan sublevación alguna ? Curiosa manera la de algunos jueces de interpretar las leyes.

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Lo vimos en el pueblo castellonense de Vall d,Uxo, en Callosa de Segura y ayer en Aguilar de la Frontera. Da igual el hecho de que incluso se hayan retirados los nombres de los asesinados. Sí, da igual. Lo que de verdad pretenden es ir directamente contra la Cruz, símbolo cristiano por excelencia. La Cruz es el símbolo del misterio cristiano redentor, pues en la Cruz quiso libremente morir Jesús.

Observar como una máquina  tritura con saña una Cruz o como se descuelga otra como si fuera un ahorcado produce esperpento y sorpresa, hecho llevado a cabo, además, ante el regocijo de unos miserables que aplaudían entusiasmados la gloriosa acción ; protegidos además por Fuerzas de seguridad del Estado. Me pregunto que sentirían estos guardias y policías que supuestamente rezan a la Virgen del Pilar o al Sto Angel Custodio protegiendo a estos miserables mientras se profana lo más sagrado de la religión cristiana ante sus narices.

La situación desde luego es esperpéntica.

Nos encontramos ante unos hechos de destrucción que constituyen otros tantos gestos de autoafirmación, en los que previamente se ha proyectado sobre el ‘otro’ todas las frustraciones sociales, económicas e individuales. Tocamos así el fondo del integrismo marxista. Hechos que no son otra cosa que la obra de regímenes que, como en este caso, compensan con la vocación punitiva su propia debilidad política. La violencia desplegada frente al credo cristiano, o contra el adversario interior, es vista como un recurso imprescindible para alcanzar la vocación hegemónica de la teoría marxista  que es la que está detrás de todos estos actos. Algo nada difícil de alcanzar en una España desestructurada moralmente que asiste impávida ante estas barbaridades como si la cosa no fuera con ella. Aquí cabe preguntarse donde está la opinión de la propia Iglesia católica española representada por la propia Conferencia Episcopal, que calla, o la de una parte de la propia jerarquía eclesiástica, que se cuelga lazos amarillos, pero que ante la destrucción de las cruces mira para otra lado. Va a ser verdad lo que le oí decir recientemente a Elvira Roca Barea de que la Iglesia católica española está en proceso de autodestrucción.

Y cuando hablo de talibanes hispánicos – es lo que son – el lector podría pensar que me refiero a grupos radicales minoritarios, más no es esa la realidad, toda vez que el partido impulsor de estos desmanes no es otro que el PSOE,  propiciador de la LMH en el 2007, y hoy con su proyecto de ley de Memoria Democrática ahondando  en su ataque directo contra las cruces ante la que se acogen por su simbolismo quienes cayeron en su día por Dios y por España.  Si no lo ven así, lean lo que exponen : “La Iglesia Católica será requerida para la retirada de simbología de exaltación de la Guerra Civil Española en templos y cementerios, cruces de los caídos, o cualquier otro lugar de propiedad eclesiástica. En el caso de que la Iglesia no cumpliera el requerimiento que se le haga en el plazo de seis meses desde su notificación será obligación del Ayuntamiento la retirada de dicha simbología, a costa de aquélla”.

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¿Cabe mayor odio o sectarismo totalitario?

Y si hablamos de cruces, en el fondo nos encontramos con la monumental Cruz que domina el valle de Cuelgamuros y que es objetivo final de toda esta tropelía porque, ¿qué diferencia a esta en su simbolismo de las más humildes de Callosa, de Agular de la Frontera o de Vall d,Uxo? Nada. Ambas son la expresión máxima del amor fraterno. Diferentes tamaños pero en el fondo es lo mismo. Y bien lo sabemos si leemos a Carrillo, Anasagasti, Rufián , Sinde y un  sinfín más de abyectos personajes llenos de odio y sectarismo cuando han dicho claro que era necesario dinamitar el Valle.

La España que se forjó en la lucha contra el Islam y que conquistó y colonizó un nuevo mundo con la Cruz en una mano se encuentra enferma y a merced de doctrinas totalitarias que dominan los medios y se ha adueñado de la calle.

Sí, una calle dominada por talibanes salvajes que es lo que son y punto.

¿ Habrá alguien en España que empiece a darse cuenta de la ofensiva marxista en todo su esplendor que pretende destrozar las esencias de nuestra Patria?

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¿ Habrá alguien en España que empiece a darse cuenta de que nos encontramos ante una ofensiva contra nuestra libertad de pensamiento y creencias cuando vemos derribarse cruces con la saña con que lo vemos?

Me temo con pesar que pocos son los que ven este peligro y simplemente sucede que como dicen los jóvenes en su argot particular: una gran mayoría de la sociedad española pasa de todo. Simplemente les da igual .

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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