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La ciencia busca diferencias entre sexos y se topa con los prejuicios

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Mónica G. Salomone (Agencia Zinc) Cada publicación sobre si hay o no variaciones importantes en el cerebro de hombres y mujeres genera encendidas reacciones incluso entre la comunidad científica.

Muchos alertan de que el área avanza lastrada por sesgos que inducen a ignorar las evidencias, a un mal diseño de los experimentos y a errores de interpretación, en un círculo vicioso que perpetúa los estereotipos.

“Una vez asistí a un congreso sobre feministas en biología”, cuenta el biólogo evolutivo británico John Maynard Smith a su colega Richard Dawkins. “Eran gente amable, no me agredieron”.

La conversación tiene lugar hacia 1996. Maynard Smith, de unos 76 años entonces, admite coincidir con dos de las principales ideas feministas en ese encuentro: que “algo debe hacerse” contra la discriminación de las científicas; y que, si entre los estudiosos del comportamiento animal hubiera habido más mujeres, “habrían visto cosas distintas”.

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Ha pasado un cuarto de siglo y los sesgos siguen centrando el debate en torno a si hay o no diferencias en el comportamiento entre sexos –diferencias además de la gestación, parto y lactancia–. La brecha entre quienes niegan grandes variaciones cerebrales y quienes, en cambio, las consideran demostradas, sigue hoy día más abierta que nunca, y para muchos la causa está en los profundos prejuicios que lastran el área.

La discusión es acalorada y no solo entre el público, sino entre científicos con el máximo pedigrí. La última muestra se vio hace unas semanas, en las reacciones a la publicación del libro de Gina Rippon.

Esta experta en neuroimagen cognitiva de la Universidad de Aston (Reino Unido) afirma que se han buscado diferencias “vigorosamente a lo largo de los años con todas las técnicas al alcance de la ciencia”, sin que nada de lo hallado pueda ser extrapolado al comportamiento ni servir de base a las históricas y actuales desigualdades sociales entre sexos.

Rippon se suma así a una reciente oleada de autoras, como Cordelia Fine, psicóloga y catedrática de historia de la ciencia en la Universidad de Melbourne (Australia) y madre del término neurosexismo, y la periodista Ángela Saini, que denuncian que los prejuicios sobre las diferencias entre hombres y mujeres condicionan estudios que acaban mostrando solo lo que se quiere ver.

Como resultado se genera “neurobasura” –dice Rippon– que refuerza estereotipos que ya se han demostrado falsos, como que ellos destacan en matemáticas y ellas en comunicación verbal, o que ellos son más promiscuos y tienen más tendencia al liderazgo.

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Un debate fiero

Para los autores de esos estudios el sesgo está en negar las evidencias que ellos aportan. Larry Cahill, neurocientífico de la Universidad de California (EE UU), afirmaba en 2015 en la prestigiosa revista Neuron: “La cuestión de la influencia del sexo en el cerebro se está moviendo rápidamente hacia el primer plano, impulsada por los abundantes resultados que demuestran que el sexo del individuo altera, e incluso revierte, los hallazgos de la neurociencia”.

Para Cahill está más que demostrado que el sexo de la persona influye marcadamente en la función cerebral. También para Simon Baron-Cohen (Universidad de Cambridge) y Ruben Gur (Universidad de Pensilvania), que aseguran poder demostrar que los hombres son “sistematizadores” y las mujeres “empáticas” (Baron-Cohen); y que las conexiones cerebrales en ambos sexos son distintas para garantizar su “complementariedad” (Gur).

Las réplicas y contrarréplicas que generan en las propias revistas científicas los trabajos de estos investigadores, y los de quienes restan peso a las diferencias, son de una fiereza inusual. En una publicación, Cahill, sintiéndose llamado neurosexista, se refiere a Fine, Rippon y otras investigadoras como “mujeres académicas”, sin más; en otra, Baron-Cohen critica el “determinismo social extremo” de Fine, basado “más en la política que en la ciencia”.

No ayuda a la calma, probablemente, que el estudio de las bases biológicas del comportamiento humano –desde la neurociencia u otros ámbitos, como la biología evolutiva– haya servido de base históricamente a injusticias contra las mujeres e incluso, ya en el siglo XXI, para explicar la violencia sexual en términos que fácilmente pueden interpretarse como una justificación.

El biólogo evolutivo Randy Thornhill postuló en su Historia Natural de la Violación (2000, The MIT Press) que todos los hombres, por una mera cuestión evolutiva, sienten la pulsión de violar –esta teoría, decía Thornhill, ayudaba a las mujeres a decidir cómo vestirse, pues las hacía conscientes de que “su blusa ajustada puede ser interpretada como una invitación al sexo”–.

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Pero incluso admitiendo que la historia del área encienda los ánimos, ¿por qué ni una mejor tecnología, ni más datos, ni el sistema de peer review zanjan la polémica sobre las diferencias entre sexos?

El sexo es especial

Sucede que el sexo “es especial”, afirma Melissa Hines, psicóloga experta en neuroendocrinología de la Universidad de Cambridge y autora de Brain Gender, publicado en 2005 y obra de referencia indiscutida para ambos bandos. “Los individuos tienen sus propias perspectivas y opiniones sobre las diferencias de sexos, estén o no estudiándolas científicamente. Esto no suele ocurrir en física nuclear o en lingüística”.

“Todo el mundo está interesado en las diferencias entre sexos y tiene prejuicios cognitivos al respecto que, aunque inconscientes, ejercen una influencia poderosa sobre la percepción”, dice Hines. Ella no habla de neurosexismo, pero coincide en que se tiende a “sobreenfatizar los hallazgos de la neurociencia excluyendo los factores sociales”.

Denunciar sesgos en el área no es nuevo ni exclusivo de la neurociencia. En aquel encuentro sobre feminismo y evolución de 1994 con el que comienza este reportaje hubo abundantes ejemplos de comportamiento animal que contradecían uno de los paradigmas más sólidos de la biología evolutiva.

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Las hembras generan menos óvulos (muy grandes) que los machos espermatozoides (muy pequeños). La reproducción es más costosa para ellas que para ellos. Según las ideas aceptadas, eso hace que ellos sean promiscuos y compitan entre sí para acceder a las hembras, mientras ellas, que se juegan más, son selectivas y monógamas.

Sin embargo, los muchos ejemplos discordantes en la naturaleza estaban a la vista –señalaron las ponentes en el congreso feminista– y habían sido básicamente ignorados.

El propio Maynard-Smith reconoció entonces –según la crónica del New York Times– sentirse “molesto” consigo mismo porque “simplemente nunca se me había ocurrido” dudar del saber establecido.

“¿Cómo nadie lo vio antes?”

La organizadora de ese encuentro, la bióloga evolutiva Patricia Adair Gowaty, de la Universidad de California en Los Ángeles, sí cuestionó el paradigma, y en 2012 halló –y publicó en PNAS– que el principal experimento en que se sustenta, un estudio con moscas de la fruta realizado en 1948 por el británico Angus Bateman, era irreproducible.

Tenía graves fallos de diseño que invalidaban los resultados, “y a día de hoy me persigue la pregunta de cómo nadie los vio antes, por qué pasó tanto tiempo antes de que alguien intentara replicar exactamente el experimento, dado su impacto”, dice Gowaty a Sinc.

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El Times recogió en 1994 esta cita suya: “Decir ‘bióloga evolutiva feminista’ tiene connotaciones peyorativas; se podría pensar que hago ciencia por política, en lugar de por la ciencia misma. Yo creo que ser consciente de mis sesgos me hace mejor científica”.

Hoy dice Gowaty: “Muchas cosas han cambiado desde ese encuentro, pero algunas parece que no cambian nunca”. Alude a la fuerte reacción que provocó su demostración de que Bateman basó sus conclusiones en datos erróneos, un caso claro, en su opinión, de “tenacidad de la teoría”, esto es, de “adhesión persistente a una teoría a pesar de las evidencias contrarias”.

También de esencialismo biológico, “la idea de que hay diferencias determinantes, necesarias, intrínsecas, fundamentales entre entidades, como machos y hembras”.

El esencialismo funciona como “un potente y a menudo inconsciente marco conceptual para los biólogos evolucionistas”, dice Gowaty, una “trampa filosófica que impide pensar en hipótesis alternativas” e incita a diseñar experimentos que confirmen las propias creencias, el llamado sesgo de confirmación. Esta forma de hacer ciencia “viola el método hipotético deductivo (…)”.

Lo cierto es que en la publicación seminal de Bateman (Heredity, 1948) se explicita como objetivo el explicar “por qué es una ley general que el macho está ansioso por cualquier hembra, sin discriminación, mientras que la hembra escoge al macho”.

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Recetas antiesencialismo

También en la investigación de las diferencias psicológicas entre sexos se han abordado los sesgos. Una obra de 1974, The Psychology of Sex Differences, ya señala “muchos problemas que persisten hoy”, escribe Hines. Como la “tendencia a publicar estudios que encuentran diferencias, pero no trabajos similares que no las muestran”; las “distorsiones de la percepción” –ignorar evidencias contrarias al estereotipo–; u obviar que el contexto influye en el resultado –niños y niñas pueden mostrar diferencias en una situación y no en otra–.

Hines insiste en un concepto a menudo ignorado en los mensajes al público: “La mayoría de diferencias comportamentales entre sexos son de grado, no de naturaleza”.

Salvo la identidad de género y la orientación sexual –la mayoría de las mujeres se sienten atraídas por hombres y una mayoría de los hombres por mujeres–, en los demás rasgos la diferencia es mucho menor que la media de altura entre sexos. Así, si la diferencia en la media de altura vale 2, la diferencia en habilidad para visualizar rotaciones de objetos en 3D vale 0,9. Y es el rasgo cognitivo o comportamental que muestra más diferencias. En otras palabras, el grupo de hombres y el de mujeres se solapan casi en su totalidad.

Para Hines, que los investigadores sean o no conscientes de sus propios sesgos depende en gran parte de su formación al margen de su propia especialidad. Fines y Rippon dan más recomendaciones, sobre todo para quienes trabajan con neuroimagen. En un artículo de 2014 recuerdan que “el género es una categoría fuertemente esencializada” y que “también los neurocientíficos son público no experto en lo referido al estudio del género y son susceptibles de caer en el pensamiento esencialista”.

¿Mejores enfermeras, mejores científicos?

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De hecho, la investigación actual con neuroimagen parece asumir –advierten– “que la visión esencialista de los sexos es correcta” al dar por demostrado –erróneamente– que el cableado cerebral es claramente distinto entre hombres y mujeres.

Para estas autoras, los investigadores deberían recordar que los datos muestran en general mucho más solapamiento entre sexos que rasgos diferenciales; y que lo habitual es que cada individuo sea un mosaico de rasgos –anatómicos, psicológicos– catalogados como típicamente femeninos o masculinos.

Cabe resaltar que Cahill, por ejemplo, admite explícitamente su rechazo a la hipótesis de un cerebro sin diferencias funcionales entre hombres y mujeres: “La evolución ha producido cerebros de mamífero con similitudes y diferencias biológicas (…). Insistir en que de alguna forma, mágicamente, la evolución no produjo influencias biológicas de todo tipo y clase basadas en el sexo en el cerebro humano, o que esas influencias no produjeron apenas efectos en la función cerebral –comportamiento– equivale a negar que la evolución se aplica al cerebro humano”.

Baron-Cohen, por su parte, va innegablemente mucho más allá de lo que dicen sus propios datos al afirmar en su libro La gran diferencia que las personas “con cerebro femenino son mejores profesores de primaria, enfermeros, cuidadores, terapeutas, trabajadores sociales y asistentes”, mientras que aquellas con cerebro masculino son mejores “científicos, ingenieros, mecánicos, banqueros, programadores e incluso abogados”.

Gowaty tiene una cita favorita del físico Richard P. Feynman referida a la ciencia: “El primer principio es que no debes engañarte a ti mismo y tú eres la persona más fácil de engañar”. Pues eso.

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Las fregonas pasarán a la historia gracias a los aspiradores seco-húmedo

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La limpieza del hogar es una tarea que requiere tiempo, esfuerzo y recursos. Entre los utensilios más utilizados para mantener el suelo limpio se encuentran las fregonas, que sirven para eliminar el polvo, la suciedad y los líquidos derramados. Sin embargo, las fregonas también tienen sus inconvenientes: consumen mucha agua, dejan el suelo mojado y pueden albergar gérmenes y malos olores. Por eso, cada vez más personas optan por alternativas más eficientes, ecológicas y cómodas, como los aspiradores seco-húmedo.

¿Qué son los aspiradores seco-húmedo y cómo funcionan?

Los aspiradores seco-húmedo son aparatos que, como su nombre indica, pueden aspirar tanto la suciedad seca como la húmeda, incluyendo los líquidos. Esto los hace muy versátiles y aptos para limpiar todo tipo de superficies, desde el parqué hasta la alfombra, pasando por el azulejo o el mármol. Además, algunos modelos también tienen función de soplado, lo que les permite desplazar el polvo o las hojas de lugares de difícil acceso.

El funcionamiento de los aspiradores seco-húmedo es similar al de los aspiradores convencionales, con la diferencia de que tienen un depósito donde se almacena el agua y la suciedad aspiradas, en lugar de una bolsa o un filtro. Este depósito se puede vaciar fácilmente después de cada uso, evitando así la acumulación de residuos y malos olores. Algunos aspiradores seco-húmedo también incorporan un filtro HEPA, que retiene las partículas más pequeñas y alérgenas, mejorando la calidad del aire.

¿Qué ventajas tienen los aspiradores seco-húmedo frente a las fregonas?

Los aspiradores seco-húmedo ofrecen una serie de ventajas frente a las fregonas tradicionales, que los convierten en una opción más práctica, higiénica y económica para la limpieza del hogar. Entre estas ventajas se encuentran las siguientes:

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  • Ahorran agua y energía: los aspiradores seco-húmedo consumen menos agua que las fregonas, ya que no necesitan estar mojando y escurriendo el trapo constantemente. Además, al no dejar el suelo mojado, se reduce el tiempo de secado y se evita el uso de calefacción o ventiladores para acelerar el proceso.
  • Limpian en profundidad: los aspiradores seco-húmedo eliminan el polvo, la suciedad y los líquidos de forma eficaz, sin dejar rastros ni marcas en el suelo. Además, al tener una mayor potencia de succión, pueden aspirar los pelos de las mascotas, las migas, las pelusas y otros residuos que las fregonas no pueden recoger.
  • Son más higiénicos: los aspiradores seco-húmedo evitan el contacto directo con la suciedad, lo que reduce el riesgo de contaminación cruzada y de infecciones. Además, al vaciar el depósito después de cada uso, se eliminan los gérmenes y los malos olores que pueden generarse en las fregonas.
  • Son más cómodos y ergonómicos: los aspiradores seco-húmedo son más fáciles de manejar que las fregonas, ya que no requieren de hacer fuerza ni de agacharse para fregar el suelo. Además, al tener ruedas y una manguera flexible, se pueden desplazar por toda la casa sin dificultad, llegando a todos los rincones y esquinas.

¿Qué aspectos hay que tener en cuenta a la hora de elegir un aspirador seco-húmedo?

A la hora de comprar un aspirador seco-húmedo, hay que tener en cuenta una serie de aspectos que pueden influir en su rendimiento, su durabilidad y su precio. Entre estos aspectos se encuentran los siguientes:

  • La potencia: la potencia determina la capacidad de succión del aspirador, y se mide en vatios (W) o en kilopascales (kPa). Cuanto mayor sea la potencia, mayor será la eficacia del aspirador para eliminar la suciedad y los líquidos. Sin embargo, una potencia excesiva también puede implicar un mayor consumo de energía y un mayor nivel de ruido.
  • La capacidad: la capacidad se refiere al volumen del depósito donde se almacena el agua y la suciedad aspiradas, y se mide en litros (L). Cuanto mayor sea la capacidad, mayor será la autonomía del aspirador, y menos veces habrá que vaciar el depósito. Sin embargo, una capacidad demasiado grande también puede hacer que el aspirador sea más pesado y voluminoso.
  • La funcionalidad: la funcionalidad se refiere a las características adicionales que puede tener el aspirador, como la función de soplado, el filtro HEPA, el regulador de potencia, el indicador de nivel de llenado, el sistema de seguridad contra el sobrecalentamiento, etc. Estas características pueden mejorar el rendimiento y la comodidad del aspirador, pero también pueden encarecer su precio.
  • Los accesorios: los accesorios son los elementos que se pueden acoplar al aspirador para adaptarlo a diferentes tipos de superficies y de suciedad, como las boquillas, las cepillos, las lanzas, las tubos, etc. Estos accesorios pueden ampliar las posibilidades de limpieza del aspirador, pero también pueden ocupar más espacio y requerir más mantenimiento.

¿Qué modelos de aspiradores seco-húmedo hay en el mercado y cuáles son los más recomendados?

En el mercado hay una gran variedad de modelos de aspiradores seco-húmedo, de diferentes marcas, precios y prestaciones. Algunos de los modelos más populares y recomendados son los siguientes:

  • El Tineco Floor One S5 Extreme es un aspirador seco-húmedo catalogado como de los mejores del mercado. Puede limpiar tanto la suciedad seca como la húmeda de todo tipo de suelos. Cuenta con una tecnología inteligente que detecta el nivel de suciedad y ajusta la potencia de succión automáticamente. Tiene una pantalla LED que muestra el estado del rendimiento, el nivel de batería y el modo de limpieza. Incluye un kit de limpieza con un cepillo extra y un filtro seco. Su precio ronda los 440 euros
  • Kärcher WD 3: este es uno de los modelos más vendidos y valorados por los usuarios, ya que ofrece una buena relación calidad-precio. Tiene una potencia de 1000 W, una capacidad de 17 L, un filtro de cartucho especial, una función de soplado y una posición de estacionamiento práctica. Su precio ronda los 60 euros.
  • Einhell TE-VC 2025 SACL: este es otro modelo muy completo y eficiente, que destaca por su sistema de limpieza automática del filtro, que garantiza una potencia de succión constante. Tiene una potencia de 1500 W, una capacidad de 25 L, un filtro HEPA, un regulador de potencia y un indicador de nivel de llenado. Su precio ronda los 100 euros.
  • Klarstein IVC-30: este es un modelo de gama alta, diseñado para un uso profesional e intensivo. Tiene una potencia de 1800 W, una capacidad de 30 L, un doble motor, un filtro HEPA, una protección IPX4 y una función de soplado. Su precio ronda los 120 euros.

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