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Hay que impedir la destrucción de la democracia por macarras y tiorras

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Está en el poder un auténtico macarra con títulos académicos falsos, mentiroso compulsivo y vinculación familiar con el negocio de la prostitución homosexual y no homosexual. Este sujeto ha alcanzado el poder sin pasar por las urnas, mediante una alianza con separatistas y comunistas para desmontar legal pero ilegítimamente al anterior gobierno, que de hecho le allanó el camino al poder con una política a su vez delictiva. Y el actual mandamás ha montado un gobierno de tiorras e individuos semejantes a él, más algún iluso, y en lugar de convocar elecciones, se dedica a depurar los órganos de formación de opinión, es decir las televisiones públicas, ha empezado a hacerlo en el ejército y seguramente en otros organismos, y conculca la ley abiertamente, en Cataluña y pasando por encima del Senado en decisiones que competen a este. Todos los indicios apuntan a que planea una evolución a la venezolana.

Al mismo tiempo, está aplicando un programa de gobierno cuyos puntos básicos son la agravación de las leyes totalitarias de memoria histórica y de género impuestas por Zapatero y que desvirtuaron la democracia, convirtiéndola en una democracia fallida, sin oposición de la derecha. Los nuevos pasos se dirigen redondear el proceso con la anulación de las libertades de asociación, opinión, expresión, investigación y cátedra so pretexto de antifranquismo, y a la destrucción de la familia mediante una redoblada presión LGTBI. La corrosión de la democracia por Zapatero, proseguida por Rajoy, solo estaba dejando en pie ciertas libertades básicas que ahora se hallan seriamente amenazadas, por la presión legal combinada con la fabricación de una opinión pública envenenada desde los grandes medios de masas. Estamos de nuevo en plena eclosión de los rasgos que según Gregorio Marañón caracterizaron a la república: la estupidez y la canallería.

El programa de gobierno incluye la prosecución del auténtico golpe de estado permanente instalado en Cataluña por Rajoy, Puigdemont y Torra, con vistas a que degenere en una práctica secesión. Debe recordarse que Zapatero y luego Rajoy vaciaron prácticamente del estado a Cataluña y Vascongadas, permitiendo y financiando la infracción sistemática de la ley y el ataque permanente a España por parte de los separatistas. Lo que hoy vemos solo es la coronación de una política desintegradora de España iniciada ya con Suárez y acelerada con Zapatero.

La acción estrella del gobierno del macarra es su plan de profanar y ultrajar la tumba de Franco, un gesto simbólico del máximo alcance político-histórico. Y se entiende su sentido porque Franco venció a un Frente Popular constituido esencialmente por socialistas, comunistas y separatistas, como el de ahora (y entonces arropado como aliados menores por republicanos golpistas y por anarquistas, ambos felizmente desaparecidos hoy.) El franquismo los venció militarmente, salvó la cultura cristiana y a la Iglesia, disolvió los odios feroces de la república que condujeron a la guerra civil, libró a España de las catástrofes mayores de la Segunda Guerra Mundial, y con todo ello dejó un país próspero y apto para una democracia.

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Como debe recordarse, pero nunca se hace, al comenzar la transición de formó una especie de nuevo frente popular de hecho con los continuadores de los partidos vencidos, más grupos totalitarios nuevos, diversos democristianos, etc., cuyo objetivo era enlazar con los vencidos en la guerra civil, presentándolos con increíble descaro como los auténticos demócratas. Este nuevo frente popular fue derrotado en el referéndum de diciembre de 1976 por la abrumadora mayoría de la población, que aprobó una democracia de la ley a la ley, desde el franquismo y no contra él, y sí en cambio contra aquel nuevo frente popular en ciernes, cuya debilidad quedó bien de relieve. Puede decirse que fue una segunda victoria de Franco, después de muerto.

Los partidos frentepopulistas debieron entonces disimular, aunque, por desgracia no aprendieron nada de la historia, y prosiguieron tenazmente sus maniobras basadas en la falsificación de la historia. Una falsificación que una derecha asombrosamente descerebrada aceptó y compartió. Todo ello combinado con el terrorismo separatista de la ETA y la colaboración con la misma bautizada como negociación o diálogo. Llevó tiempo formar un tercer frente popular de hecho, pero con Zapatero se hizo: aparte de las leyes de género, la ley, igualmente totalitaria, de memoria histórica, supuso el intento de invertir la historia que llevaba del franquismo a la democracia, para acabar con esta en cuanto herencia del franquismo. Ni uno solo de los partidos que apoyaron esas nuevas leyes es democrático, como no lo fueron los vencidos en la guerra civil. Y lo más grave, lo nuevo históricamente es que estas derivas fueron apoyadas en la práctica por el PP, que no les hizo la menor oposición significativa y mantuvo luego en vigor todos aquellos atentados contra el estado de derecho y la libertad. La gran plaga de nuestra democracia es un antifranquismo demencial, fabricado por los intelectuales más falsarios, los políticos más corruptos y los periodistas más ignorantes.

Y así hemos llegado hasta hoy. Es fácil entender que todos los grandes problemas y amenazas que sufre la libertad y la propia España nacen de la falsificación de la historia reciente. Del “Himalaya de falsedades”, como decía Besteiro del Frente popular, falsedades que hoy resurgen con fuerza inusitada gracias a la colaboración del PP. Cualquier estrategia para romper esa deriva, personificada en un auténtico macarra, debe partir de esta constatación. Para sanear la convivencia en libertad entre los españoles, es indispensable restablecer la verdad sobre el pasado, pues de su falsificación surge toda la gusanera que está recobrando las lacras que destruyeron la república. Todos los esfuerzos que se hagan en esa dirección serán pocos, y esta convicción debe calar de una vez en las personas moral e intelectualmente aptas que haya en los actuales partidos, y sobre todo en la población en general.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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