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“La brecha generacional” por el General de División Juan Chicharro

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No es nuevo. Siempre ha existido una diferencia de criterios entre las diferentes generaciones. Una diferente visión del presente y del futuro desde la perspectiva de la edad de cada uno. Así es la naturaleza humana. No obstante, creo que hoy esta brecha es mucho más acusada que otrora. Varias son las razones pero no tengo duda de que es debido a que hoy gracias al avance de la medicina vivimos mucho más tiempo. Hoy quizás los 70 años de edad sean los 50 de hace nada.

Y esa brecha nos hace percibir nuestra sociedad desde muy diferentes perspectivas. No sé si existe una estadística de edad de los que escriben y leen este periódico. Me temo que de existir constataríamos que los que escribimos aquí y lo leemos asiduamente no estamos precisamente en años mozos. Sucede lo mismo en el entorno en el que con dificultad nos movemos en las redes sociales. Párese un momento Vd. a meditar sobre la edad de sus contactos. Y también en el entorno social del que proceden. El resultado de la combinación de estos factores supone una distorsión seguramente muy profunda de la percepción que mi generación tiene de la realidad de la sociedad de nuestros días. Sí, existe hoy una brecha generacional muy acusada de la que creo no somos conscientes. Valga como ejemplo lo que me sucedió el otro día en mi entorno familiar. Hablábamos, mayores y jóvenes, de lo sucedido en Cádiz con Pemán o en Murcia con el ingeniero La Cierva. Diferentes opiniones. Paré la conversación y se me ocurrió preguntar a mis jóvenes universitarios si conocían quien eran esas personas. Desconcierto en la Condomina. No se asombren. Ni idea. ¡ Ojo! , he dicho universitarios. ¿Algo exagerado? Es posible, pero no ando muy descaminado.

Me quedé desconcertado y me vino a la cabeza ese viejo refrán castellano del “ muerto al hoyo y el vivo al bollo” y ganas le dan a uno de dejar de preocuparse por todo cuanto está sucediendo y dedicarse al “ carpe diem “, a vivir lo mejor que se pueda el presente. Sin embargo no debe ser así porque es cierto también que “ más sabe el diablo por viejo que por diablo” y a esta generación longeva – la mía –  le ha tocado la responsabilidad, siquiera sea por deber, de hacer ver a estas nuevas generaciones fruto del bienestar, y del influjo enorme de la tecnología digital, que pese a que se mueven por aquello de que el futuro les pertenece se encuentran sumidos en un caos social, ideológico y moral que les va a llevar a un desastre personal y colectivo. Y hay que decírselo. Allá ellos si nos ven como extraterrestres. El ambiente no es desde luego muy favorecedor para hablar a una sociedad relativista de las cosas buenas que hubo en el pasado y también de los errores que se cometieron para evitar que vuelvan a suceder. Y para ello lo primero que tenemos que hacer es ser estrictos en la defensa de los valores y principios en los que crecimos y nos formamos. No podemos caer en los mismos errores en los que están cayendo , también, muchos de los nuestros por el influjo de cuanto vivimos día a día.

Hablemos ahora de la España de hoy y si las reflexiones anteriores tienen alguna conexión.

Hoy nuestra Patria se encuentra en uno de los momentos más críticos de su historia reciente. Sí, hace cuarenta años, allá por los ochenta, nos enfrentábamos a una ofensiva asesina de ETA – los amigos de Sanchez de ahora – con muertos todos los días en la mesa pero nunca estuvo en riesgo la unidad nacional como lo está hoy; de hecho pienso que los golpistas catalanes son algo lerdos y lentos. A poco que dieran un empujón obtenían su ansiada independencia en un “plis plas” pues no veo yo a la nación capaz de hacerles frente. Desmanteladas y desactivadas casi todas las instituciones tan sólo resiste a duras penas el Poder Judicial sometido a un  asalto directo que no sabemos cuanto durará. Yo ya sólo creo en la divina providencia y en esa última “ratio regis” que es el pueblo español si bien al estar huérfano de líderes no veo como podría revertir esta situación y más aún imbuido como está de un relativismo moral acuciante. Lo estamos viendo ahora mismo con el asunto de los indultos. Al principio mucha indignación pero pasados unos días ya todo sigue igual. Aquí no pasa nada. Todos de rositas, sin mascarillas y a la playa.

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Pertenezco a una generación que conoció una España donde había, paz, trabajo y seguridad. De derechas y de izquierdas pues por muchas milongas que estos ahora nos cuenten bien que disfrutaban de aquella nación: la que lideró Franco en unas circunstancias históricas concretas y circunstanciales. La ventaja que dan los años es haber vivido aquella época y mi deber es contárselo a mis nietos. No para instalar un régimen similar. No, ya sé que eso no es viable hoy pero sí para que al menos sepan que hubo una España donde todos los españoles éramos iguales y no se debatía por su supervivencia. Yo veo una España muy diferente a la que vislumbran hoy nuestros jóvenes donde ni siquiera pueden encontrar un trabajo estable, donde matar al feto en el vientre de la madre es un derecho, donde dar fin a la vida de los mayores también lo es, donde la referencia secular de la Iglesia ha muerto desde el momento en el que la Conferencia Episcopal toma parte por aquellos que rompen el Estado de Derecho, donde la máxima Autoridad de la nación , el Rey, es insultado , ninguneado y maltratado desde la propia Generalidad de Cataluña con absoluta impunidad e indiferencia por el resto.

El Sr Aragones , supuestamente máximo representante del Estado en Cataluña, ha dicho que aquello es una República y que allí el Rey no pinta nada y tal parece que fuera verdad. Apenas hay algún indicio que demuestre lo contrario. Si hubiera voluntad mañana mismo el Rey acudiría a Barcelona, no de tapadillo como viene siendo habitual, y allí le serían rendidos honores por una compañía de infantería con Bandera, Banda y Música siendo recibido por el Sr Aragonés so pena de ser cesado en el acto de no acudir a la recepción. Sí, ciencia ficción. Lo sé, pero así lo veo yo y los de esta generación dolida. Me temo que la brecha generacional está presente en que esta opinión mía sea tomada como una “boutade” por las que me siguen, primer indicio claro de que vivimos seguramente en mundos diferentes. Así lo quieren, pues venga, pero conmigo que no cuenten y el día de mañana cuando ya no tengan patria que no sea porque no se les avisó. Lo malo es que me parece que les trae sin cuidado.

 

 

Ingresó en la Escuela Naval Militar en 1969.

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Ha participado en las siguientes operaciones: Campaña del Sáhara en 1975, En Nicaragua/Honduras en 1989 y en Bosnia Herzegovina en 1999.

Es General de División de Infanteria de Marina y Diplomado de Estado Mayor del Ejercito de tierra.

Actualmente en la situación de reserva ha sido el Comandante General de la Infantería de Marina entre el 2006 y el 2011 y fue Ayudante de Campo de SM el Rey durante 4 años.

En la actualidad es Presidente de la Fundación Nacional Francisco Franco.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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