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Historia

Desvelan la olvidada represión de la II República: “No es un mito, se asesinó a 7.000 religiosos”

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España vive todavía una época de azules y rojos en la que los grises no tienen cabida. Buscar la anhelada objetividad en un período tan reciente (y estudiado) como la Guerra Civil parece una tarea imposible. En primer lugar, porque estamos obsesionados con colgar carteles simplistas que definan (en una palabra) a los profesionales de la investigación. Fernando del Rey, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense, quiere huir de este maniqueísmo barato. «No tomo partido ni de un bando ni de otro, solo quiero entender qué les pasó a todos durante el enfrentamiento», explica. En un momento de tensión política agitado más, si cabe, por la exhumación de Francisco Franco, este experto incide en que no le gusta hablar de muertos de uno y otro bando; para él todos ellos fueron víctimas del momento histórico que atravesó el país entre 1936 y 1939.

Su última obra ( «Retaguardia roja» -Galaxia Gutenberg, 2019-) está elaborada sobre los pilares de esta filosofía. No pretende señalar y no busca cargar tintas contra unos y otros (los «hunos y hotros» de Unamuno). Es, sencillamente, una investigación que detalla la represión republicana que se desató en Ciudad Real desde el momento en el que los sublevados se alzaron contra la Segunda República en julio de 1936. Un análisis concienzudo, todo sea dicho, pues le ha llevado más de 30 años de trabajo en los que ha hecho 60 entrevistas a otros tantos supervivientes. Podría parecer localista, pero pensar así es un error. Y es que, como bien explica, las conclusiones de su estudio se pueden extrapolar a toda la España rural.

Además de las suculentas novedades que alberga, su nueva obra también sirve para recordar «verdades como catedrales», como el mismo Del Rey las define. Una de ellas, que los estudios publicados en los años sesenta ya determinaron que «en España se asesinó a 7.000 religiosos». «No es un mito», completa. El autor, de hecho, dedica un capítulo a hablar de la «clerofobia» y la violencia de los republicanos más radicales contra los religiosos de la localidad.

Las hipótesis que baraja a la hora de establecer las causas de la violencia anticlerical son dos: la asimilación por parte de la sociedad de que los sacerdotes eran «agentes del enemigo» encargados de extender sus ideas a través de un púlpito y, por otro lado, la interiorización de los tópicos más exagerados sobre los religiosos (por ejemplo, su homosexualidad). Mención a parte merecen los frailes que residían en monasterios y que, según el doctor en historia, no encajan en este arquetipo. «Su caso es más extraño. ¿Por qué se enconaron con ellos?». La pregunta, difícil, la intenta responder en su obra.

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En todo caso, «Retaguardia roja» no se limita a analizar la violencia contra el clero y se adentra también en la represión que se vivió en las ciudades que se mantuvieron leales a la Segunda República tras el levantamiento militar de 1936. En sus páginas caben desde la violencia que se desató contra los primeros enemigos del gobierno (una buena parte, falangistas) hasta la labor, enterrada en las páginas de la historia, de los militantes más moderados que quisieron detener aquella locura. Pero no es lo único, Las seiscientas páginas de este ensayo dan para mucho más y se dedican además a destruir mitos como, por ejemplo, aquel que afirma que el golpe militar fue una respuesta a una presunta movilización comunista. Algo que Del Rey define como una «soberana estupidez» multitud de veces refutada.

Tampoco se muerde la lengua al acabar con el mito de las dos España. «Hubo muchas más. La mayoría estaba formada por una mayoría que se vio arrastrada a la violencia», insiste.

Microhistorias

Del Rey forja su discurso mediante las determinantes microhistorias. Un total de diecinueve ejemplos prácticos, del día a día, que permiten al lector poner cara y ojos a los protagonistas del conflicto. «Las microhistorias locales nos permiten llegar a conclusiones similares en el resto del territorio español», afirma. Gracias a esta forma de estudiar la Guerra Civil, el autor establece que ha logrado destrozar mitos arraigados como el que explica que los republicanos más exaltados eran «incontrolados y delincuentes comunes». «Era gente corriente. Vecinos que mataban a otros vecinos. Es algo que ya demostraron muchos estudios de la Segunda Guerra Mundial al analizar la figura de las SS», señala.

Algo similar sucede con Ciudad Real. «Al palpar un universo pequeño que no se ciñe a las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Zaragoza…) te percatas de que encuentras respuestas que no hallas al estudiar las grandes ciudades», explica. Para él, esta urbe es un escenario privilegiado al encontrarse cerca de la capital y supone un ejemplo claro de cómo fue la vida en los pueblos rurales afines a la Segunda República.

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Pero no todo lo encontrado ha sido bueno. En su investigación, Del Rey se ha topado con «cosas tremendas» que «no sabía si contar». «Al final me decidí a explicarlas porque partes de la base de que la sociedad española actual lleva cuarenta años de democracia y se merece que intentemos mostrarle una realidad lo más cercana al pasado y lo menos ideologizada posible», finaliza.

Violencia contra el clero

Mediante estas microhistorias, Del Rey se adentra en la «clerofobia» que se vivió al comenzar la contienda. La época de la «violencia en caliente», como la denomina. «Por violencia en caliente se entiende la que se sucedió en las primeras semanas de la guerra allí donde los sublevados habían sido derrotados», señala a este diario. Poco después del 18 de julio de 1936, cuando se produjo el Alzamiento, los partidarios de la Segunda República se ofuscaron en acabar con el «enemigo interior»: todo aquel sospechoso de ser partidario de la sublevación y que pudiera unirse al ejército enemigo si este llegaba hasta la zona. «Se detuvo a miles de derechistas que fueron a parar a las cárceles. En ese proceso, y sin que respondiera a una planificación previa, hubo algunos muertos cuando se produjeron choques. Hay que entender que muchos se resistieron a ser detenidos y que a algunos milicianos se les iba la mano», desvela.

Los religiosos de sotana y misa se vieron envueltos en este torbellino de tensión, miedo y desaire debido a que el miliciano de base los veía como unos «compinches de los golpistas». Ello, a pesar de que, en palabras del experto, «muchos se limitaban a rezar». Esa idea del «monje trabucaire partidario del enemigo solo por el hecho de serlo» era general. «El clero de base, el secular, era visto como un agente político. Ejercía el papel de ideólogo de la derecha en esa dialéctica de odio político», añade.

En su obra, el autor afirma que esta mentalidad estaba instaurda desde el siglo XIX, cuando «la fe religiosa se ligó en la cultura de las izquierdas europeas a la idea de la opresión del “pueblo”». Ejemplo de ello es que el marxismo la comparaba con el «opio del pueblo» y aseguraba que estaba al servicio de los ricos y de los poderosos. «Tales postulados se interiorizaron pronto en España, primero en los medios republicanos anticlericales y después en las distintas corrientes obreristas», completa.

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Del Rey, como hace a lo largo de toda su obra, ofrece datos fehacientes sobre la represión contra el clero que se vivió en Ciudad Real durante la «violencia caliente». Entre el 19 de julio y el 31 del mismo mes las víctimas sumaron un total de 157. «Esto representa el 38,85% de los muertos en la “fase caliente” de la revolución, un porcentaje elevadísimo si se tiene en cuenta que la población religiosa en su conjunto -compuesta por poco más de un millón de personas entre curas, religiosos y monjas- apenas rondaba el 0,20% de los habitantes de la provincia», completa. En el interior de su obra, por descontado, analiza y compara esta cifra con multitud de informes relacionados.

En todo caso, también deja claro que la mayor parte no tuvieron que soportar torturas, como afirman algunos expertos. También rechaza que se califique a la represión general como «genocio» u «holocausto».

Lo que llama la atención al autor es el caso del clero que trabajaba en monasterios y no predicaba desde los púlpitos. «¿Por qué mataron en las dos primeras semanas a casi sesenta frailes?», se pregunta el historiador. La respuesta se encuentra en la imagen negativa que se había asociado al clero. «Creo que no funcionó la lógica del combate político previo tanto como en el estereotipo. Todos los tópicos denigratorios (como que eran homosexuales) se cernieron sobre esa figura», desvela. Las muertes de esta parte del clero fueron fomentadas, en parte, por la administración. «Decían que había que tener ojo con los conventos porque podían servir como fortalezas para refugiar fascistas. Había verdadera obsesión con los campanarios. Y en el fondo era verdad porque eran auténticas fortalezas arquitectónicas», añade.

Según Del Rey, una orden ministerial obligó a los frailes y monjas a salir de sus conventos en las dos primeras semanas de la guerra. «Los extrajeron mediante una orden gubernativa. Es decir, acompañados de un juez». En principio, la idea era meterles en la cárcel, aunque no pocos alcaldes se apiadaron y les ofrecieron salvoconductos para viajar hasta zonas seguras. «Lo sorprendente es que, en cuestión de días, los cazaron», señala. Telefonazo a telefonazo, y chivatazo a chivatazo, los milicianos se enteraron de dónde se encontraban y acabaron con ellos. El que aquel mandato gubernamental estableciese un día concreto para expulsarles de sus centros de culto es lo que hizo, en palabras del autor, que las muertes se concentraran en unas jornadas muy específicas en toda Ciudad Real.

Como ejemplo de esta violencia pone casos como el de Francisca Ivars Torres (sor Vicenta), la única religiosa muerta en la provincia. A esta monja la guerra le sorprendió en el colegio San José de Valdepeñas. Sin embargo, el devenir de los acontecimiento hizo que decidiera marcharse. Como otras tantas recibió un salvoconducto. El 23 de septiembre tomó un tren para Alcázar de San Juan, desde donde pretendía viajar a Alicante. Jamás lo consiguió. «Avisados por sus compañeros de Valdepeñas, los milicianos estaban esperándola en Alcázar. […] Sirviéndose de engaños, le propusieron conducirla a la casa que la orden tenía en Herencia. La subieron en un camión y, pocos kilómetros antes de llegar a ese pueblo, la mataron en una viña junto a un hombre. Tenía 68 años», completa Del Rey en su documentada obra.

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La violencia vivida en Ciudad Real, con todo, es un mero ejemplo de la que sufrieron los miembros de la iglesia de toda España en estas primeras semanas. «La represión contra el clero se conoce desde 1960, cuando salió un estudio estupendo de un sacerdote en el que se contabilizaba la población religiosa asesinada en unas 7.000 personas. No es un mito, es una realidad como una catedral. Luego se han corregido levemente sus cifras. Fue un estudio impresionante hecho en una época en la que no había ordenadores. Otra cosa es que se hable de eso en el vacío y sin hacer referencia al anticlericalismo que se había extendido en la época, sin contextualizar», completa Del Rey.

Mitos, asesinos y víctimas

En las páginas de «Retaguardia roja», Del Rey también se cuestiona máximas como la idea de que la democracia había cuajado en España. «La democracia no se adquiere en 24 horas, supone un aprendizaje muy amplio. La aceptación del adversario es un elemento clave para saber si uno es democrático o no, lo mismo que la alternancia en el poder. En la España de los años treinta eso no estaba claro. Algunas minorías que venían de la España de la Restauración, la España oligárquica, se adaptaron a ello. Pero aquella sociedad todavía no estaba dentro del juego democrático porque procedía de un mundo caciquil», explica. Eso no significa, sin embargo, que no tuvieran a su disposición el armazón institucional para ello.

Del Rey también es partidario de que la sublevación fue la que provocó las revueltas violentas en el seno de la Segunda República. «Los estudiosos de la violencia política tienen claro que hubo una multicausalidad, pero hay que establecer una jerarquía en base a criterios racionales. La conclusión a la que llego es que hay unos factores mucho más importantes que otros. Para empezar, el golpe fue decisivo porque supuso un desafío a la legalidad y rompió el monopolio que tenía el estado sobre la violencia. Así, un golpe que se creía preventivo para contener una supuesta revolución comunista en ciernes (que se ha demostrado falsa), provocó la revolución por el desafío de poder que generó», sentencia.

Otro tanto sucede con la idea de las dos Españas. «Insisto en que no existían. Había muchas más: la España revolucionaria, la España contrarrevolucionaria, la España de los moderados (liberales, socialistas y católicos, todos ellos en su versión moderada) y la España que no estaba ideologizada, pero se vio arrastrada por el resto. Esta última era la más extensa», completa. Según cree, a pesar del alto nivel de politización de la sociedad de los años 30, la realidad es que los protagonistas de estos combates fueron minorías que arrastraron a la mayor parte del país. De hecho, una de sus tesis es que la violencia fue generada por una minoría que muy ruidosa. «Siempre eran militantes jóvenes y muy ideologizados», señala.

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Del Rey también analiza la falsa imagen de los represaliados en la zona republicana. Personas que, en sus palabras, se ajustan a un arquetipo concreto. «Al analizar las víctimas de la violencia te das cuenta de que todos los que habían tenido un protagonismo público previo, tanto político como administrativo (un juez, un secretario de ayuntamiento…) estaban en la cabeza de las listas», señala. Para el autor, ser un personaje público en la España de los años treinta, aunque fuera a escala local, suponía un riesgo impresionante. «La fijación de objetivos humanos respondía a criterios ideológicos y políticos. «No es tanto la lucha de clases lo que determinaba estas matanzas, como la adscripción política. Las víctimas eran élites políticas que habían tenido protagonismo público en el período anterior. Hubo cierta lucha de clases, pero no se mataba a los ricos por ser ricos. Se mataba a los que habían tenido relevancia», finaliza.

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Cultura

Naufragios que se pueden visitar en las Islas Baleares

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En las Islas Baleares, hay varios naufragios interesantes que se pueden visitar, ya sea buceando o realizando actividades de snorkel, pero también podemos acercarnos a esos sitios misteriosos en barcas a motor que no necesitan título en Menorca.

 

Sitios de naufragios interesantes que se pueden visitar con nuestras barcas de alquiler en Menorca

 

Recientemente, Félix Alarcón, mientras nadaba en la costa de Mallorca cerca del municipio de Can Pastilla, hizo un descubrimiento asombroso hace unas semanas: los restos de un barco romano hundido en Mallorca, de aproximadamente diez metros de longitud y cinco metros de anchura.

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Foto de ABC

 

Los restos de un barco romano hundido en Mallorca

 

Hace unos pocos años, en 2019, se hizo un descubrimiento sorprendente de un barco romano cerca de la playa de Can Pastilla, en la costa de Mallorca. A unos cincuenta metros de la costa y a una profundidad de tres metros, se encontraron los restos de un barco romano hundido. A pesar de su proximidad, nunca había sido localizado debido a que se encontraba completamente enterrado bajo la arena. Sin embargo, el desplazamiento de la arena causado por las corrientes reveló parte de la estructura y algunas ánforas.

 

Félix Alarcón, quien había visto fragmentos de ánforas en ocasiones anteriores, decidió alertar a las autoridades cuando esta vez quedaron expuestos los costados de la embarcación. En respuesta, el Consell de Mallorca envió ocho buceadores especializados en arqueología subacuática y un restaurador al lugar. Las primeras evaluaciones de los expertos sugieren que se trata de un navío romano que data de los siglos III al V, posiblemente transportando un cargamento de ánforas que contenían vino, aceite u otros productos alimenticios como la popular salsa garum, hecha de vísceras de pescado. El motivo del naufragio aún se desconoce.

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En cuanto a la posible ruta del barco, los arqueólogos consideran la posibilidad de que realizara un trayecto desde o hacia el sur de la península ibérica. El Consejero de Cultura, Bel Busquets, y la Directora Insular de Patrimonio, Kika Coll, han informado que se llevarán a cabo trabajos de conservación del pecio durante las próximas tres semanas. Se delimitará un área específica, posiblemente de 5 a 10 metros cuadrados, y se establecerá una vigilancia las 24 horas a cargo de la policía local de Palma de Mallorca y la seguridad privada. La Armada también ha enviado una embarcación, junto con un patrón y dos buzos del Grupo Especial de Operaciones (GEO), para facilitar los trabajos.

 

Se planea que la estructura del barco permanezca en el mar, pero las ánforas serán extraídas y llevadas al Museo de Mallorca. Allí, se someterán a un delicado proceso de desalación y se realizarán estudios sobre su contenido antes de que puedan ser exhibidas al público.

 

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El barco mercante francés “Malakoff” se hundió frente a Menorca en cuestión de minutos

 

El 2 de enero de 1929 se produjo un trágico accidente marítimo frente a las costas del suroeste de la isla de Menorca. El barco mercante francés “Malakoff” se hundió frente a Menorca en cuestión de minutos, llevándose consigo a la mayoría de su tripulación. El buque, un carguero de 7.000 toneladas de desplazamiento, con bandera de Rouen y propiedad de la Société Auxiliaire des Chargeurs Français, se dirigía desde el puerto argelino de Argel hacia Marsella, después de haber pasado el Estrecho de Gibraltar, rozando la costa oeste de Menorca que debía dejar a su estribor.

 

 

Según los medios de comunicación de la época, el vapor venía de las islas de Madagascar y Reunión, y tras cruzar el Canal de Suez, había hecho escala en Argel antes de continuar su ruta hacia Marsella. Según los registros de la Lloyd’s Register Building de Londres, investigados por Francis Abbott, se sabía que el barco había partido del puerto belga de Amberes con destino a Madagascar y Reunión, cargado de cemento, acero, maquinaria de construcción, porcelana, azulejos y un yate que se suponía era propiedad del dueño y que jugaría un papel importante en el rescate de algunos de los pocos supervivientes de la catástrofe.

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El barco cruzó el Estrecho de Gibraltar rumbo al Mar Rojo, atravesando el Canal de Suez, una ruta que difiere de lo que afirmaron los supervivientes en su momento. Por lo tanto, todavía se desconoce el motivo exacto de la desviación en la derrota que los acercó a la costa de Menorca. Una suposición sería la orden de recoger carga en el puerto de Marsella.

 

 

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La noche del 2 al 3 de enero se describió como cerrada y extremadamente brumosa, típica del invierno, con una visibilidad mínima debido a la intensa niebla. En estas circunstancias, parece ser que el timonel perdió el rumbo o el oficial de guardia en ese momento en el puente de mando del buque le dio una dirección equivocada, lo que llevó a una trágica colisión con un accidente conocido como Escull d’es Governador, ubicado más a babor del rumbo de la Talaia d’Artrutx, en la costa sur de Cala en Turqueta, en el municipio de Ciutadella. Esto ocurrió poco después de las once de la noche.

 

Varios tripulantes lograron aferrarse a un bote salvavidas y se mantuvieron en la superficie de las frías aguas durante casi una hora, agarrados al casco del bote que estaba volcado, debajo del cual se encontraban otros supervivientes intentando ayudar a un hombre llamado August Teti. Alrededor de las dos de la madrugada, desesperadamente se aferraron a otro bote que apenas flotaba porque estaba lleno de agua.

 

En nombre de los seis náufragos franceses supervivientes del vapor “Malakoff”, L. Priquer, el primer oficial del “Malakoff”, escribió una carta de agradecimiento:

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“A la noble y hospitalaria población de Ciudadela. Antes de separarnos, en mi nombre y en el de mis compañeros supervivientes del naufragio del vapor ‘Malakoff’, ocurrido la noche del 2 de este mes, debo agradecer la hospitalidad y el acogimiento fraternal que nos han brindado. Gracias a ustedes, nobles y valientes torreros de Artrutx, aún estamos vivos. Una vez más, gracias en mi nombre y en el de la Marina Mercante francesa. ¡Viva España! ¡Viva Francia!”.

 

 

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El capitán del vapor correo “Monte Toro”, que había pasado por el mismo lugar del naufragio una hora antes, corroboró la información de que el faro estaba iluminado normalmente. Incluso los seis supervivientes rescatados por los torreros afirmaron que habían remado durante toda la noche hacia la costa siguiendo la luz del faro como referencia.

 

A pesar de que el honor de los valientes torreros fue debidamente reconocido, no recibieron ni el agradecimiento oficial de las autoridades francesas ni el reconocimiento que merecían por parte de las autoridades españolas. Además, es importante mencionar que uno de los torreros, Gabriel Pons, estuvo a punto de caer al mar mientras intentaba ayudar a los náufragos. Cuando le dieron la cuerda y antes de que pudiera asegurarse a una de las rocas, el otro, asustado, tiró rápidamente de la cuerda para saltar a tierra.

 

El 3 de febrero, se encontró un cadáver en las aguas de Cala Fustam, que fue identificado como Louis Assineau de Saint Michel. El 14 del mismo mes, otro cadáver fue encontrado en las Platges de Binigaus, pero no pudo ser identificado. Poco después, en Cala Figuera (Mallorca), aparecieron otros dos cadáveres que se atribuyeron al naufragio del vapor.

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Naufragios de barcos en Menorca dedicados al contrabando: el caso del Mastiff

 

Durante muchos años, antes del problema actual con las drogas, el contrabando de tabaco y de otras mercancías ilícitas o fuera del control de Hacienda fueron protagonistas de una interminable lucha entre autoridades y estos piratas modernos. Y muchas veces sólo fueron detectados y apresados tras un naufragio, pues la costa siempre ofrece muchas opciones para meter cualquier cargamento si se quiere hacer las cosas mal. El caso del Mastiff es paradigmático de esta situación, un barco pequeño que nos puede recordar al que vimos en la película de Tiburón.

 

 

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En la madrugada del 10 de julio de 1953, una lancha rápida dedicada al tráfico de contrabando encontró su final al chocar de frente con el conocido Baix d’en Caragol, ubicado entre las calas de Biniancolla y Binibèquer, justo después de pasar el Pas de l’Aire. En el momento del accidente, la embarcación transportaba un importante cargamento de tabaco rubio y café. Poco después, la tripulación fue detenida en la localidad de Ciutadella.

 

No era la primera vez que una embarcación tropezaba con este peligroso arrecife situado en la costa sur de la isla, cuyas rocas afloran en la superficie del agua y son fácilmente detectables gracias a la espuma que se forma sobre ellas cuando hay viento. La embarcación, llamada “Mastiff”, se disponía a descargar su valiosa carga en algún punto de la costa sur de Menorca, posiblemente en la zona conocida como Morro d’en Xulla. Sin embargo, al acercarse a la costa, chocó de lleno con el arrecife mientras intentaba navegar hacia el mencionado punto, frustrando toda la operación. La mayor parte de la embarcación quedó varada sobre el arrecife, con la proa levantada, y solo la popa permaneció en el agua, lo que indica claramente que la embarcación estaba navegando a gran velocidad en el momento del percance.

 

Los contrabandistas del Mastiff, hundido en Menorca, intentaron escurrir el bulto

 

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Tras el accidente, se observó una gran cantidad de cajetillas de tabaco flotando en el agua, que se habían desprendido del barco debido al impacto. Sin embargo, ninguna de las personas que descubrieron la embarcación al amanecer denunció el incidente, incluido Antonio Coll “Roig”, quien se acercó en su bote desde la cala de Biniancolla para prestar ayuda en caso de que hubiera heridos, pero no vio a nadie a bordo. Sin subir a la embarcación, decidió regresar a la cala. Más tarde, alrededor de las ocho de la mañana, el vigía de la torre de Torret, desde su atalaya, avistó la embarcación varada sobre el arrecife y avisó de inmediato a la Comandancia de Marina.

 

La autoridad marítima ordenó de inmediato el inicio de las operaciones de rescate. El remolcador de la Estación Naval zarpó del puerto de Maó alrededor de las nueve de la mañana, con el comandante CF. don Miguel A. Liaño y el segundo al mando, don Antonio Fontenla, a bordo, remolcando la barca del buzo. Una vez llegaron al lado del “Mastiff” y evaluaron la situación y el tipo de servicio al que estaba dedicado, se procedió a trasladar su carga al remolcador. Al anochecer, el remolcador se encontraba nuevamente entre boyas con la carga recuperada. No se encontró rastro alguno de la tripulación a bordo. Los miembros de la tripulación, utilizando el bote de salvamento de la embarcación, habían llegado a tierra firme y huido, abandonando el barco para evitar ser detenidos por las autoridades. Sin embargo, después de intentar abandonar la isla desde Ciutadella, fueron aprendidos por la Guardia Civil y acusados de contrabando y otros cargos.

 

Naufragios de barcos en Menorca: el caso del buque contrabandista Santa Clara

 

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A las nueve menos veinte de la noche del 17 de marzo de 1983, la Comandancia de Marina ordenó la salida inmediata del puerto de Maó al remolcador “Remolcanosa Catorce”, con el práctico Bartolomé Rigo a bordo, con el objetivo de prestar ayuda al pesquero de bandera panameña llamado “Santa Clara”, que tenía un desplazamiento de 107,2 toneladas y estaba registrado en el Lloyd’s Register con ese nombre, a pesar de que en el momento del incidente solo se mostraba en sus amuras y popa la palabra “Santa”. El capitán del barco era de nacionalidad inglesa. El pesquero se encontraba a la deriva aproximadamente a 47 millas náuticas al noreste de Menorca después de haber sido sorprendido por un fuerte temporal y sufrir una grave avería.

 

 

Después de buscar exhaustivamente en la zona donde se suponía que se encontraba la embarcación, finalmente fue localizada en un tiempo relativamente corto, aunque con algunos contratiempos. El primer contacto se estableció cuando estaban a unas 10 millas del pesquero. Al contactar con el capitán, Mr. Richard Davison, éste les dio instrucciones, aparentemente intentando mantenerlos a distancia para deshacerse, arrojándolo por la borda, de un supuesto cargamento de tabaco de contrabando que llevaba a bordo. De hecho, dos días después, se encontraron flotando en las aguas cercanas a la costa miles de cajetillas de tabaco.

 

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A las nueve menos veinte de la noche del 17 de marzo de 1983, se ordenó desde la Comandancia de Marina la salida inmediata del puerto de Maó del remolcador “Remolcanosa Catorce”, con el práctico Bartolomé Rigo a bordo, con el objetivo de auxiliar al pesquero de bandera panameña llamado “Santa Clara”. El pesquero, con un desplazamiento de 107,2 toneladas, se encontraba a la deriva aproximadamente a 47 millas náuticas al suroeste de la Illa de l’Aire, después de sufrir una grave avería debido a un fuerte temporal. Tras unas diez horas de búsqueda, finalmente se localizó el barco.

 

Visita los mejores sitios del misterio en Baleares con barcos de alquiler en Menorca

 

El “Santa Clara” era un barco antiguo, que aparentemente había sido utilizado originalmente como barco de pesca. Estaba pintado de blanco, pero mostraba signos de óxido y suciedad por todas partes. El armador era Panakarina S. A. de Antweppen (Bélgica), y su subagente en las Islas Baleares era la agencia Hijos de Miguel Estela S. A. de Palma. El consignatario en Maó fue la Agencia Meliá Vives, que dejó de representarlos tan solo cuatro meses después. Después de amarrar el barco alrededor de las 23:00 horas y desembarcar en tierra firme, los tripulantes abandonaron la isla, dejando el barco prácticamente abandonado. Al parecer, el barco quedó bajo el control de las aseguradoras en el actual muelle de Pasajeros (destinado a cruceros turísticos) después de que el primer maquinista, Tomás Monteiro, desmontara todos los equipos electrónicos recuperables y los enviara a Palma para evitar su desaparición.

 

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En los meses siguientes, el barco quedó retenido mientras se resolvían los asuntos legales y se pagaban los costos de las operaciones de rescate. Sin embargo, dado el estado del barco, pocos creían que estas gestiones tuvieran éxito. Finalmente, debido a la falta de una solución aparente y al hecho de que obstruía el limitado espacio de atraque en el muelle, se decidió remolcar el barco una vez más hasta los muelles de la Illa d’en Pinto, en la Estación Naval, concretamente en su cara este. En ese momento, el barco ya parecía una montaña de chatarra y no ofrecía ninguna utilidad futura. Pasaron tres años y comenzaron a aparecer filtraciones de agua, lo que representaba el riesgo de que se hundiera en su amarre, lo que crearía un nuevo problema. Por lo tanto, se decidió hundir el barco, ya que su construcción de hierro hacía que el desguace fuera costoso y, si se hundía en el amarre, sería difícil de extraer.

 

 

Barcas de alquiler sin patrón en Menorca

 

El barco fue remolcado hasta el área de Sa Cigonya, en la costa de Binissaida de sa Torre, en un día en el que el viento del noreste soplaba con fuerza. El hundimiento se intentó mediante una detonación, que falló en el primer intento. La fuerza del viento y la corriente arrastraron el barco hacia la costa de Rafalet, cerca de la urbanización S’Algar, por lo que tuvo que ser recuperado por el remolcador y llevado nuevamente mar adentro, donde se colocaron nuevas cargas explosivas. En esta ocasión, la explosión posterior reventó la parte trasera del barco, que se hundió rápidamente en posición vertical. Sin embargo, la proa parecía contener alguna cámara de aire, lo que retrasaba el final deseado de la operación. La detonación inicial tuvo lugar a una milla al este de la finca Son Vidal, pero el barco terminó hundiéndose a mitad de camino entre el punto de la explosión y Punta de Rafalet, en la urbanización S’Algar, en una profundidad de 47 metros.

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En la actualidad, el barco es visitado con frecuencia por buceadores de los diferentes centros de buceo que existen a lo largo de la costa menorquina. Permanece en posición vertical y está completamente cubierto de vida marina.

 

 

Un bombardero alemán hundido en aguas de Menorca que se puede visitar

 

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En la madrugada del 24 de febrero de 1943, mientras trabajaban en sus faenas de arrastre con la embarcación del bou “Segundo Gaspar”, José Melsión, patrón del barco, junto con su hermano Gaspar y el marinero Joan Terrassa, presenciaron un incidente aéreo frente a la costa de Menorca. Mientras navegaban cerca de la cala de Biniancolla, observaron un avión que proyectaba un haz de luz sobre ellos antes de caer al mar.

 

Inicialmente, Gaspar pensó que el haz de luz estaba dirigido hacia ellos, pero su hermano José no le dio importancia. Sin embargo, al reducir la velocidad de la embarcación, escucharon gritos de auxilio y avistaron a varios hombres a bordo de dos balsas cerca de ellos. Los hombres, tripulantes del avión accidentado, subieron a bordo del “Segundo Gaspar” y explicaron que habían bombardeado Argelia y se quedaron sin combustible mientras se dirigían a Mallorca.

 

Se trataba de la tripulación de un Junkers 88, un mítico bombardero de tamaño medio de la II Guerra Mundial, que se hizo especialmente popular en la Guerra Civil Española como bombardero mejor del bando nacional, encuadrados en la Legión Cóndor germana. También fue el primer avión de la Historia en hacer un puente aéreo militar exitoso cuando consiguieron pasar gran número de tropas de élite franquistas, desde África hacia Andalucía, al poco de iniciarse la Guerra del 36.

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Un Junker JU-88 yace en el fondo del mar en Menorca

 

Después de ofrecerles comida caliente, los pescadores se dieron cuenta de que los aviadores llevaban armas y que uno de ellos estaba herido en la pierna. Los hombres entregaron sus armas y fueron llevados a puerto, donde se les brindó asistencia médica y se les proporcionó ropa seca. El cónsul de Alemania en aquel momento los homenajeó por su valentía y les otorgó medallas simbólicas.

 

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El avión, un Junker JU-88, yace en el fondo del mar cerca de la costa de Alcalfar, aproximadamente a media milla de la costa. A lo largo de los años, el avión se ha convertido en un arrecife artificial, hogar de peces y vida marina. Aunque no se ha reconocido oficialmente el acto de salvamento de los pescadores, su historia ha quedado en la memoria local como un acto de valentía y humanidad en tiempos de guerra.

 

Alquiler de barcas a motor en Menorca: otros naufragios más conocidos en las islas Baleares

 

Éstos son sólo algunos de los otros naufragios más conocidos en las islas Baleares, pero hay muchos más.

 

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Es importante tener en cuenta que los naufragios pueden ser peligrosos y solo deben ser visitados por buceadores certificados y experimentados. Además, se requiere obtener los permisos adecuados y seguir las regulaciones locales para realizar inmersiones en sitios de naufragios. Si estás interesado en visitar alguno de estos naufragios, te recomiendo contactar a centros de buceo y obtener información actualizada sobre las condiciones y requisitos necesarios. En nuestro equipo de alquiler de barcas a motor en Menorca podemos asesorarte para que hagas de tu experiencia en la isla algo inolvidable y maravilloso.

 

Agradecemos a Buenaventura Pons y Guido Pfeiffer, entre otros ya aludidos, por la información y las fotos.

 

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