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Carta abierta a unos jueces infames

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Ustedes saben perfectamente que el sujeto que aspira a profanar la tumba de Franco es un falso doctor.

Es decir, que ha estafado a la universidad, a la opinión pública y a la democracia. Lo saben ustedes, entre otras cosas, porque ese sujeto amenazó con acciones legales a quienes pusiesen en duda su doctorado, amenaza que no fue capaz de cumplir. Un estafador y profanador de tumbas, aupado además al poder por los grupos más totalitarios y separatistas, no puede gobernar una democracia sin causarle los mayores perjuicios.

Dicho Estafador se apoya en una llamada ley de memoria histórica, y ustedes saben perfectamente que esa ley es a su vez una estafa a la democracia. Porque solo en regímenes totalitarios tipo Corea del Norte se impone desde el poder a los ciudadanos la historia que deben creer.

Ustedes saben además que esa versión de la historia es falsa. Lo prueba el mero hecho de que precise imponerse desde el poder y de forma totalitaria, tiránica. Es una Ley de la Estafa Histórica.

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Ustedes saben bien, porque es su obligación como jueces, que dicha ley amenaza las libertades de opinión, expresión, investigación y cátedra. Amenaza que el citado Profanador y su gobierno intentan desarrollar en persecución abierta a quienes defendemos la verdad de la historia.

Asimismo saben ustedes de sobra que dicha ley pretende convertir en mártires de la libertad a los asesinos, torturadores y chekistas que, abandonados por sus jefes, fueron juzgados y fusilados al terminar la guerra. Por tanto, los autores de la Ley de Estafa Histórica se solidarizan precisamente con tales “mártires de la libertad”; y, como estos antaño, tratan hoy de privar de libertad a los españoles.

Ustedes saben perfectamente que el pretexto invocado por el Estafador, de que una democracia no puede admitir un monumento que honre a un “dictador”, es tan falso como el doctorado o la ley en que se apoya el desmán.

Ustedes saben que una institución importante de la democracia española es la monarquía, y que la misma se debe a Franco, por lo que la profanación de los restos de este es un ataque evidente a la monarquía. Y a la democracia.

Ustedes saben que Franco salvó a la Iglesia y la cultura cristiana del exterminio genocida a que la sometían aquellos “demócratas” con quienes se identifican el Profanador y su ley. El ultraje a los restos de Franco humilla así a la Iglesia y agrede de nuevo a la raíz cultural de España y de Europa. Muchos pueden fingir indiferencia, ustedes como jueces no pueden.

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Ustedes saben que el paso del franquismo a la democracia se hizo en referéndum de 1976 “de la ley a la ley” por abrumadora mayoría. Es decir, se hizo DESDE el franquismo y CONTRA las pretensiones rupturistas de antifranquistas similares al Estafador. Y se hizo así porque la vasta mayoría del pueblo español tenía memoria inmediata y real del franquismo, opuesta a la memoria-estafa que intentan implantar hoy ¡por ley!

La memoria del franquismo era entonces la de un régimen que había vencido a un Frente Popular salido de elecciones fraudulentas, el cual había asesinado al jefe de la oposición y a cientos de personas más, que se había entregado, con el oro, a Stalin, organizado las chekas y llevado a varias regiones al borde de la secesión. Después, el franquismo había mantenido a España al margen de las atrocidades de la guerra mundial, había derrotado al maquis comunista, había reconstruido el país sin depender de nadie, había vencido a un delictivo aislamiento internacional, había presidido la época de mayor desarrollo económico vivido por España antes o después y había creado una sociedad próspera y políticamente moderada. Los votantes en el referéndum de 1976 querían precisamente una democracia fundada en los logros anteriores, de ningún modo una vuelta a un viejo pasado añorado solo por demagogos irreconciliables y a menudo alucinados como el Profanador.

Ustedes saben muy bien que ninguna democracia funciona en sociedades de miseria, grandes diferencias sociales y plagadas de odios políticos, como fue la república. Y saben que el franquismo creó las condiciones para una democracia estable y no caótica, y que por eso el pueblo decidió esa evolución.

Y también por eso el Profanador y sus huestes, y los separatistas que añoran un pasado nefasto, se retratan en toda su sordidez moral al intentar vengarse ultrajando los restos de un gran estadista.
En cambio, ¿qué debe la democracia a gentes como el Estafador y su partido? Les recordaré algunos de sus “méritos”, que no deben olvidarse. Empezaron con la gravísima ilegalidad de la expropiación de Rumasa, madre de mil corrupciones, y con la declaración de la muerte de Montesquieu, es decir, de la independencia judicial. Esto debieran tenerlo ustedes muy en cuenta, por lo que les atañe y nos atañe a todos. La corrupción se extendió como una mancha hasta institucionalizarse en alguna región. Ese partido ofreció a la ETA la “salida política” reconociendo así sus crímenes como actos políticos, contra la Constitución y el estado de derecho. Tal medida no impidió al mencionado partido practicar el terrorismo de estado en un bandazo que no excluía el anterior. Su primera experiencia de gobierno se saldó con tres millones de parados y una grave crisis económica. Y su segunda experiencia fue peor: llegó a los cinco millones de parados, rescató a la ETA de la ruina a que la había llevado el gobierno anterior, primer gobierno que desde la transición había aplicado el estado de derecho a los etarras, promovió los separatismos como nunca antes, reconociéndoles una soberanía práctica, promovió el islam y una inmigración salvaje, entregó ilegalmente soberanía a la burocracia de Bruselas…

Por no seguir: estas son las contibuciones del partido del Estafador a la democracia, contribuciones continuadas por el partido teóricamente opositor. Julián Besteiro, un socialista demócrata –rara avis– reconoció que el poder de los suyos se había asentado en “un Hilamaya de falsedades”. Ese himalaya opresivo y venenoso ha vuelto a cubrir en gran parte el clima social de España.

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Ustedes deben saber, por oficio, que no hay libertad ni democracia sin estado de derecho; y ustedes deberían ser los garantes de ese estado contra los abusos, las demagocias y las estafas de personajes como el Doctor y su partido. Ustedes debían elegir entre defender el derecho o defender a los estafadores. Ustedes han optado por defender a estos últimos, en nombre, para más injuria, del “interés general”. El interés general de los profanadores y separatistas.

Para perpetrar el gran desmán, todos juntos han debido vulnerar la decisión popular de 1976 y las normas más básicas de la convivencia libre y civilizada. De hecho han culminado ustedes la demolición del estado y la legalidad construidos en la transición, rematando de paso a Montesquieu. Han echado ustedes sobre sus hombros una tremenda responsabilidad que no es solo política, sino histórica. Y la historia demuestra que estas infamias no suelen salir gratis a sus autores ni, por mayor desgracia, a las sociedades víctimas de ellas.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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