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¿Hacemos memoria, don Mariano? Tal vez entendamos lo que pasó (1ª parte)

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Siguiendo la pauta de este mes de agosto de repasar la hemeroteca después del paréntesis obligado por la actualidad de Madrid, ya con Presidente autonómico, voy a tratar de resumir parte de lo que desde Enero de 2011 le he dedicado a don Mariano Rajoy y que de haberse llevado a cabo -aunque pueda parecer pretencioso- tal vez habría evitado el desencanto de tantos y lo que hoy tenemos.

Para empezar, el 23 de enero, casi un año antes de que llegase al Palacio de la Moncloa, y tras la Convención Nacional del PP celebrada ese fin de semana en Sevilla en la que José Mª Aznar le recomendase que se presentara a las elecciones -todavía sin convocar en esa fecha- con un programa bien definido y concreto, me pareció oportuno dedicarle la primera de lo que después sería una larga serie de reflexiones que no tuvieron mucho eco, visto lo visto. En esa primera entrega le dejaba algunas recomendaciones que muchos pensábamos que deberían estar en el citado programa y tuve la oportunidad de entregársela en mano al propio Rajoy al final de la entrevista y “coloquio” que pocos días después le realizó Pedro J. Ramírez en el programa de televisión “La vuelta al Mundo” que por entonces emitía la cadena de El Mundo, VEO7, que presentaba Carlos Cuesta.

En el cierre de la citada Convención, el “previsible” candidato a la Presidencia del Gobierno, dos veces derrotado por José Luis Rodríguez -en 2004 por el atentado “golpista” del 11M y en 2008 sin explicación racional posible- dijo que acabaría “con los privilegios de los diputados y senadores” y, unos días después, declaró que cuando llegara al Gobierno, “aboliría la actual Ley del Aborto” aprobada poco antes por el Gobierno socialista, las dos primeras promesas incumplidas. Titulé ese artículo “¿Para cuándo el programa Sr. Rajoy?” y lo publiqué entonces en mi muro de Facebook iniciándolo con una pregunta: “¿Qué más cosas piensa incluir Mariano Rajoy en ese programa concreto que muchos posibles votantes del PP estamos esperando para saber cómo va a llevar a cabo su política de gobierno?”.

Le sugería entre otras cosas al futuro Presidente cambiar la Ley Electoral y el sistema de reparto para adaptar la representación nacionalista a la realidad nacional en lugar de primarles por la localización de su voto; hacer real la separación de poderes; recuperar una buena Ley de Educación a nivel Nacional; replantearse la Institución del Senado, si no su desaparición; centralizar la Función Pública en oposiciones de nivel Nacional así como reducir el número de funcionarios y las duplicidades; plantear la Ley de Huelga prometida en la Constitución que sigue inexistente hoy; unos sindicatos sin subvencionar; continuar con la necesaria reducción de impuestos iniciada por Aznar y eliminada por el PSOE en su afán recaudatorio; reestructuración del insostenible y fracasado régimen de las autonomías recuperando gran parte de las transferencias, Educación, Justicia, Sanidad y Economía y Hacienda; reagrupar ayuntamientos; auditoría y supresión de infinidad de empresas públicas innecesarias; recorte del gasto -asesores, vehículos, etc.-; derogación de leyes como la del Aborto y Memoria Histórica; y la posible revisión de la Constitución del 78 para abordar la urgente reestructuración global que necesitaba España después de la desastrosa etapa de Zapatero.

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Como decía, le di en mano entonces al Sr. Rajoy estas recomendaciones junto con un pequeño dossier al terminar la entrevista en la que el aspirante a Presidente de Gobierno nos dejó una ‘gloriosa’ anécdota cuando miraba sus notas para responder una de las preguntas concertadas: “¡Anda, si no entiendo mi propia letra!”, tal vez premonitoria de lo que vendría después. No esperaba, obviamente, que don Mariano en persona me contestase pero sí que alguien de su equipo hiciese al menos el acuse de recibo, algo que nunca se produjo, prueba del caso que nuestros políticos hacen al que se molesta en dirigirse a ellos con la mejor intención y forma, ninguno.

Cierto que el Sr. Rajoy se presentó a las elecciones con un Programa “bien definido y concreto”, como le pedía Aznar, pero no lo es menos que, puede que por la situación heredada, no cumplió nada, aunque haya que reconocerle que mejoró sustancialmente la situación internacional y económica de España, si bien, en buena medida, a costa de una demoledora subida de impuestos que como de costumbre recayó sobre el bolsillo del contribuyente, dejando pequeña la que proponía Izquierda Unida. Ese incumplimiento se dejó ver ya en la pérdida de 450.000 votos en las elecciones andaluzas de Marzo de 2012 -sólo cuatro meses después-, que se saldaron con la “amarga victoria” del “señorito Arenas”, que la pinza PSOE/IU le impidieron saborear. Y el descontento de muchos más votantes propició en 2014 la aparición de VOX, como el existente con el PSOE había propiciado por su derecha y por su izquierda la de Ciudadanos y Podemos, respectivamente. Magro consuelo.

Cuatro años después de aquella primera dedicatoria -24 de Marzo de 2015-, tras el estruendoso batacazo del Partido Popular en las siguientes elecciones andaluzas, ante el descontento creciente de muchos de esos votantes del PP que decía antes que el desastre de VOX no supo canalizar entonces al fracasar en las europeas de 2014 -pero ese es otro tema sobre el que ya he escrito bastante-, lo actualicé, con el mismo título, en el Blog cordobés Desde el Caballo de las Tendillas, donde había empezado a publicar mis reflexiones un año antes. Huelga decir el efecto que tuvo.

La “sangría” azul continuó en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015, como recogía en el mismo Blog en “¿Todos ganan o no se quieren enterar?”. En las primeras se fueron casi dos millones y medio de votos, con una caída porcentual de diez puntos y en las autonómicas el descenso fue de poco más de dos millones, que supusieron la pérdida de las doce mayorías absolutas de cuatro años antes. Un nuevo aviso de que la cosa no iba bien, aunque se siguió sin reaccionar como se hubiera debido pese a que la crisis económica iniciaba su recuperación. Más tarde, en Julio siguiente, Rajoy se adornaba en la clausura del Campus FAES con frases como: “En 2012 hacíamos grandes esfuerzos -fundamentalmente los sufridos españoles de la clase media, porque no se vieron recortes en la Administración, sobre todo en la autonómica- para superar la situación de prequiebra que nos encontramos y buscar la consolidación fiscal”; “En 2013 abordamos las grandes reformas para acabar con el ‘crecimiento’ negativo y recibimos una bocanada de esperanza, empezando la senda del crecimiento y de la creación de empleo” -al final las “grandes reformas” se quedaron en la “casi gran” reforma laboral-; “En 2014 la situación de España no tiene nada que ver con la del comienzo de la legislatura. Hoy España es otra -en economía y en Europa, tal vez, el resto, educación en especial, salvo excepciones localizadas, siguió cayendo-, crecemos más que la media europea, tenemos mayor creación de empleo… nadie habla de España como situación de riesgo” -que empezaba a ser cierto, pero no era eso sólo lo que muchos queríamos-; “El PP es el legítimo heredero del pensamiento reformista y liberal” -tal vez en autonomías como Madrid, pero no a nivel nacional-; “Cada vez más catalanes apuntan por la unión” -¿estaría pensando en el 9N de 2014, cuando Arturo Mas celebró a su manera el “merendéndum” que “nunca se iba a realizar”?

Entonces, todavía con mayoría absoluta en Congreso y Senado, es cuando se debió aplicar con rigor y de forma indefinida el Art. 155, como le recordaba en agosto de ese año- y hablaba después de cinco objetivos, tales como “creación de empleo al objeto de que al final de la próxima legislatura -la que tras dos elecciones acabó como el rosario de la aurora y no se pudo completar- estemos en torno a los veinte millones de afiliados a la Seguridad Social” -algo que se quedó en futurible y, me temo, no llegará en el corto plazo-; “consolidación del Estado del Bienestar” -es decir ¿más derechos sin las responsabilidades correspondientes?-; “nos enfrentamos al terrorismo yihadista, la mayor amenaza del mundo occidental y no occidental -que volvió a golpear en Cataluña en Agosto de 2017-, una de cuyas consecuencias es la inmigración” -que sigue descontrolada y en manos de las mafias que quieren colonizar Europa y acabar con la civilización occidental-; “devolver la reputación a la Política -sin comentarios y causa importante en los fracasos electorales de 2015 y 16- y recuperar la confianza en los políticos -hoy una de las preocupaciones principales de los ciudadanos- y reparar el daño causado por la corrupción” -que no sólo no se reparó sino que fue la puntilla y sigue sin atacarse de raíz obligando, aparte de las posibles condenas, a devolver lo sustraído con intereses y multas-; y por último, “Europa -en la que en 2016 se cumplía el trigésimo aniversario de la entrada de España, de aquella manera-. cuyo proyecto, que asumimos como nuestro, ha supuesto el destierro de las guerras y situarnos en la primera división del mundo desarrollado”.

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Tras los resultados del 27-S en las elecciones autonómicas catalanas de 2015, que le daban su “quinto aviso” -el PP pasó de 19 a 11 escaños- en las que crecieron las CUP con su mensaje “a Mas no lo vamos a investir ni a vestir ni a desvestir” (sic) e intuyendo la debacle que podía llegar -y llegó en Diciembre-, el 30 de Septiembre le dedicaba “El sexto o séptimo aviso” en el que le recordaba todo lo anterior y me preguntaba “¿Qué tendrá que pasar para que don Mariano reaccione?”, me respondía yo mismo: “Seguramente nunca lo sabremos, porque a este paso se lo llevará por delante el sexto -o séptimo- y último aviso y seguirá sin enterarse de que tuvo la más holgada mayoría absoluta, a todos los niveles, nacional, autonómico y provincial, que nunca había tenido un político español después de Franco ni, probablemente, antes y, me atrevería a decir, no tendrá ninguno de los que venga, salvo que, Dios no lo quiera, llegue la sangre al río”. Poco después, en “Profetizando el pasado. Ó cómo toparse de bruces con la realidad, ignorada treinta y cinco años”, recordaba un artículo de 2010 y concluía con estas palabras “cinco años después, aunque los números empiecen a cuadrar y nuestra credibilidad internacional haya mejorado sensiblemente, el resto de las reformas estructurales que necesitaba nuestro país y que confiamos a don Mariano Rajoy en Noviembre de 2011, siguen sin llegar y, esos polvos, trajeron estos lodos” y no eran todos.

Seguía con “Hasta aquí Sr. Rajoy. Premio de consolación o pedrea” -osadamente, sin duda- en el que tras el desafiante órdago del nuevo parlamento catalán declarando su “rebeldía a respetar las leyes del Estado” y a seguir la hoja de ruta de sólo aceptar las que emanaran de ese contubernio que hace muchos años debía haber sido puesto en su sitio y la sorprendente inmediatez de la respuesta de Rajoy avisando de la posible aplicación de la legislación que contempla el Estado de Derecho, le anunciaba que “Si nos vuelve a defraudar no demostrando firmeza ante el sedicioso desafío separatista como continuación a su, a mi juicio, clara respuesta, creo que habrá sembrado su ‘tumba política’ y hasta los más fieles seguidores ‘digitalizados’ en sus listas -los que sobrevivan, que no van a ser muchos de confirmarse esa decepción, porque las urnas se encargarán de limitarlos aún más- le van a enseñar el camino a Santa Pola. Así que, por favor, Sr. Rajoy, sea enérgico en sus medidas, dentro de la Ley, como no puede ser de otra manera en democracia -“dura lex, sed lex”- y gánese en estos dos meses escasos la credibilidad que, usted mismo, ha contribuido a poner en cuestión”.

Hubo un último intento en el que “Don Mariano se fue de ronda” y abrió las puertas de la Moncloa para recibir a los líderes de los diferentes partidos previamente a la llamada a las urnas prevista para el 20 de Diciembre sin fruto alguno. Y llegaron las elecciones del 20D en las que se produjeron en parte lo que vaticinaban las encuestas y dieron un resultado que hacía difícil la gobernabilidad, tras las que le preguntaba al ya Presidente en funciones si “¿Hacía falta este esperpento, don Mariano?” una vez conocido el “enorme ‘sacrificio’ político de Arturo Mas”, que se retiraba del primer plano de la política para “desbloquear el impasse catalán que, desde las absurdas elecciones del 27S tenía sin gobierno a la región Catalana -me refiero a sin gobierno formal, porque sin gobierno lleva desde 1980, más o menos-”

Y aquí lo dejo por hoy, invitando a la reflexión que continuaré en mi próximo artículo.

Mientras tanto, sigue el “trilerismo” entre PSOE y Podemos, el esperpento internacional a cuento del Open Arms y los viajes en Falcon del lamentable clon zapaterino que nos puede llevar de nuevo a la ruina por no querer ver la recesión que nos viene.

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(Continuará)

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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