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“Os conquistaremos con vuestras leyes y os someteremos con las nuestras”

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Según una noticia recientemente publicada, en Francia y en Alemania ya hay más musulmanes que católicos (se entiende que practicantes), y las estadísticas de iglesias (católicas o protestantes) cerradas y reconvertidas en mezquitas son desoladoras.

Además de la construcción de nuevas mezquitas para satisfacer la imparable y creciente demanda. En Francia, donde el 64% de la población se declara católica, se están construyendo 150 nuevas mezquitas que, junto a las ya existentes, sumarán pronto las 4.000 que se prevén necesarias… de momento, porque pronto se quedarán cortas en número. En Reino Unido los datos son escalofriantes: mientras que en los últimos años se han cerrado 10.000 iglesias, el número de mezquitas crece sin parar y la demanda de nuevas no cesa.

No hace falta más que una simple búsqueda en Internet para confirmar lo que ya sabemos: que la islamización de Europa es imparable, que ya no hay mucho que podamos hacer. Que los que venimos avisando de esta situación estamos castigados como Casandra, aquella mítica profetisa griega cuya maldición consistía en que nadie creería sus profecías. Y que sólo nos queda sentarnos a esperar que se cumplan, con la impotencia de pensar que pudimos haber hecho algo para evitarlo si nuestros compatriotas hubieran querido escucharnos.

Curiosamente, y a la vez que leemos estos preocupantes datos estadísticos, vemos que la población europea en general y española en particular se vuelca para pedir más refugiados, más inmigrantes, para exigir un hogar digno para ellos, una generosa subvención económica y todo tipo de ayudas. Vemos que muchos españoles se ofrecen a participar en recogidas de alimentos para inmigrantes, a pesar de que saben, como nosotros, que no pocas veces van a parar directamente a los contenedores. Pero esa misma gente que exige y pide para los de fuera, no tiene reparos en llamar fascista a quien exige y pide para los propios españoles.

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Ese pueblo estúpido y desnortado, con una brújula sin imán por toda guía, no quiere ver la realidad que se presenta a sus ojos en el resto de Europa. Disturbios callejeros continuos, la mayoría de las veces bastante graves, violencias cotidianas por cualquier motivo y la enésima reivindicación de estos exigentes y vociferantes inmigrantes y demás “refugiados”. Barrios enteros bajo la ley sharia (sobre todo en Bélgica, Inglaterra y Francia, aunque ya empieza a haber en otros países), llamados zonas “no go”.

Reclamaciones cada vez mayores de no hacer nada que ofenda a los musulmanes, es decir, no hacer nada que represente nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestras fiestas y nuestro estilo de vida, ya que todo eso les ofende. Ayudas que debían ser destinadas a los nativos con dificultades económicas son destinadas a los inmigrantes. Mientras nuestros abuelos malviven con magras pensiones después de haber trabajado, cotizado y pagado impuestos durante décadas, vemos que los recién llegados, que ni han trabajado, cotizado y mucho menos pagado impuestos, se llevan buena parte del dinero que no hicieron nada para merecer. Pero… ¡fascista el que se queje!

Pero como ya hemos dicho en un artículo anterior, el Sistema se defiende a sí mismo de cualquier crítica. Ha inventado las leyes “de odio” (¿desde cuándo un sentimiento puede ser un delito? ¿Habrá pronto leyes contra la envidia, o contra la frustración o la apatía?), que no son más que una forma velada de dictadura totalitaria. Bajo la elástica denominación de “odio” se encierra todo aquello susceptible de crítica al Sistema.

Porque el “odio”, curiosamente, sólo se entiende en un sentido: el que deja indefenso, inerme, al pueblo europeo.

En todo este entramado de manipulación y borreguismo, llama poderosamente la atención la aparente ceguera del pueblo europeo en general y español en particular en el tema inmigratorio hasta el punto de que es difícil encontrar una explicación para esta anómala respuesta. No es que estemos pasivos ante la colonización que sufrimos, es que estamos llamando a los que nos van a someter e imponer su cultura, nos estamos entregando a la muerte de nuestra civilización voluntaria, libre y gustosamente. Un pueblo que reclama y orquesta con tanto afán y dedicación su invasión y su esclavitud no merece sobrevivir.

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Los pueblos europeos caminan a trompicones en medio de sus contradicciones e incoherencias hacia su final. No podemos esperar nada de nuestros gobiernos, nada de nuestro sistema jurídico, y mucho menos aun que los medios se encarguen de difundir la verdad, sólo asequible en algunos medios digitales que no son subvencionados o mantenidos por el sistema. Habrá que aceptar que nuestra estúpida tolerancia será nuestro fin. Pronto desaparecerán las celebraciones navideñas, so pena de ofender a los que por todo se ofenden, y pronto desaparecerá todo rastro de nuestra cultura y nuestras costumbres. Como muy bien dijo aquel clérigo mahometano, os conquistaremos con vuestras leyes de respeto, tolerancia, permisividad, y os someteremos con nuestra ley islámica: la sharia.

Europa quiere refugiados porque las élites quieren refugiados. ¿Por qué? ¿Para qué? Muchas conjeturas y respuestas, y todas posibles, pero todas incompletas. ¿Para pagar pensiones? Los refugiados, según las leyes internacionales, no pueden trabajar, no necesitan hacerlo, porque el país de acogida tiene la obligación de alimentarles, vestirles, proporcionarles una vivienda digna y mantenerles el tiempo preciso. ¿Porque realmente huyen de países en conflicto? Y ¿por qué ahora, cuando hay conflictos que llevan décadas existiendo? Más aún: ¿por qué cuando el conflicto termina no vuelven a sus países de origen?. ¿Para poblar un continente senil, con poca natalidad? Y ¿por qué los políticos no fomentan políticas de natalidad en condiciones en vez de importar extraños para ello? Viendo este panorama, queda claro que hay algo detrás mucho más grave y siniestro: la deliberada destrucción de Europa por parte de las élites que nos gobiernan. Muchas zonas de Europa ya están sometidas a la sharia, pero nuestros políticos, en un alarde de estupidez impresionante, siguen pensando que “eso no nos va a pasar a nosotros”; “eso pasa en otros países, pero aquí no va a pasar”, o peor aún: “cuando se den cuenta de nuestra superioridad moral y legal, se integrarán”. La realidad es que nos esta pasando ya, la realidad es que desprecian nuestra cultura y nuestras costumbres, y por eso no hacen lo más mínimo por integrarse en ellas, al contrario, nos imponen, desde el victimismo, las suyas. Y seguimos caminando gustosos hacia ese fin, con una brújula sin imán por toda guía.

Ya sabemos cuál será nuestro final. Quisimos hacer algo por evitarlo, pero fuimos acusados de odiar, de ser fascistas, intolerantes, insolidarios. Quisimos hacer ver a los nuestros que el camino no era el que las élites nos decían que debíamos seguir, pero callaron nuestras voces con leyes absurdas, decretos sin sentido o falsas palabras y promesas. La única realidad es que nos conquistarán con nuestras leyes, y nos someterán a las suyas.

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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