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A l@s roj@s, feminikes, blasfem@s y anticatólicos: “No se mea en la escalera del convento”

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“No se mea en la escalera del convento”, es la admonición que, en un famoso chiste, le hace una religiosa a un maleducado que se orinaba en su convento –a la vez que le hacía en sus partes pudendas cosas de las que no puedo acordarme–.

Yo no tengo ningún convento, ni soy monje, pero adivinen lo que me gustaría hacerle a los blasfemos meacapillas que tanto abundan hoy entre la patulea luciferina que se ha lanzado en tropel contra los católicos, y que me han orinado tanto en la oreja que, damas y caballeros, estoy muy harto y no puedo soportarlo más. Y les haría lo mismo que le hacía en la historia chistosa la monja al cantamañanas ése, mientras les digo lo siguiente:

No se asaltan capillas para exigir que el Vaticano deje comer las almejas a nadie; no se encadena una feminike –por muy loca que esté– a ningún altar para berrear a voz en grito “¡El aborto es sagrado!”; no se pinta en las paredes de las iglesias eso de “¡Arderéis como en el 36!»; no se permite en los muros de ningún templo que satánic@s de atar grafiteen la diabólica frase “Os beberéis la sangre de nuestros abortos”; no se roban hostias consagradas de ningún sagrario; no se compone con hostias profanadas la palabra “pederastia”; no se cometen actos impuros en lugares consagrados; no se blasfema de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, so pena de la correspondiente pena de cárcel y anatema ad aeternum; no se consiente en territorio español la presencia de ningún cagarruta estilo Willy Toledo, y serán perseguidos por tierra, mar, aire e inframundo.

No se permite que Cáritas dedique la inmensa mayoría de su ayuda a personas pertenecientes a confesiones religiosas distintas a la católica, sin hacer ninguna conversión; no se ceden templos a los musulmanes para que hagan allí sus protocolos rituales; no se hace caso del radicalismo musulmán que quiere prohibir las procesiones religiosas; no se enseña el Corán en ninguna escuela pública mientras que no se enseñe el Catecismo en las escuelas de los países musulmanes; no se hace comida “halal” en ninguna escuela pública: que los alumnos musulmanes se la lleven de su casa, si quieren cumplir con sus preceptos; se ponen crucifijos en un aula con que solamente los padres de un alumno lo pidan, acabando con la alevosa costumbre de que basta que un solo padre de un alumno esté en contra del crucifijo, para que éste sea automáticamente eliminado del aula; no se permite la construcción de mezquitas en ninguna parte del territorio nacional, mientras los países musulmanes se nieguen a permitir la edificación de iglesias en sus territorios.

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No se tolera que la Conferencia Episcopal esté permanentemente alentando para que se acepte sin fisuras la inmigración ilegal, que nos trae una musulmanía que no se va a integrar bajo ninguna de las maneras, y con cuyo concurso las élites mundialistas pretenden acabar con el cristianismo.

No se venden templos con poca feligresía al mejor postor, para que terminen convertidos en centro LGTBI, en supermercados, en locales para una putrefacta ONG; no se cuentan votos de referéndums secesionistas en ninguna iglesia; no se dejan monasterios históricos como lugares de reunión para celebrar aquelarres catalanitas; no se pronuncian homilías en ningún centro católico a favor de ningún golpista.

No se prohíbe el enterramiento en ninguna cripta consagrada de ningún personaje que tenga adquirida legalmente una tumba en ella; no se introducirán ni tractores, ni tuneladoras, ni ningún tipo de maquinaria para remover tumbas en basílicas inviolables por Concordato; no se desentierran cadáveres ni de monjas, ni de religiosos, ni de patriotas, ni de héroes, ni de generales invencibles; no se profanan cruces ni lápidas en los cementerios.

No se permite el acceso de guardias civiles fuertemente armados a ningún recinto religioso, y mucho menos durante la celebración de cualquier acto litúrgico; Ningún jerarca de la iglesia puede alabar et jamás la figura de un Borbón que ha firmado un frenesí de legislación contraria a los principios de la moral católica; ningún preboste vaticano puede hacer el saludo masónico a ninguna tiorra sociata que pretenda chantajear al Vaticano para que acceda a la profanación de tumbas.

No se cobra el impuesto de bienes inmuebles a ninguna institución eclesiástica, mientras estén exentos de él las sedes de sindicatos, partidos políticos, ONGs, y la madre que los parió; no se persigue la enseñanza concertada, solamente porque es un obstáculo al alevoso y diabólico adoctrinamiento en la ideología izquierdista que persigue el rojoprogrerío globalista.

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No se quitan los servicios religiosos ni en hospitales, ni en cuarteles, ni en tanatorios, por la sencilla razón de que mucha gente los demanda, y es un derecho reconocido en la Constitución y el Concordato con la Iglesia; no se retiran cuadros religiosos de ningún ayuntamiento, porque son patrimonio de la cultura, la tradición y la fe de un pueblo; no se esconden las vírgenes en ninguna fiesta en las que ejercen su patronazgo, con la excusa del laicismo de los cojones –con perdón– ; no se hace ningún tipo de boicot a los belenes, sino que éstos se instalarán por las autoridades municipales con todo su esplendor y tradicionalismo en todas las ciudades y pueblos de España.

No se llama “solsticio de invierno” a las navidades; no se llama “semana de fiestas” a la Semana Santa; no se prohíbe hacer ostentación en ningún lugar público de los símbolos religiosos que una persona lleve en su indumentaria, que para algo está la libertad religiosa, y para algo estamos en un país católico; no se elimina la Santa Misa de la parrilla de ninguna cadena de televisión en la que actualmente esté programada, por la sencilla razón de que, si el 70% de la población católica es española, es también católico el 70% de los impuestos que costean las cadenas televisivas de carácter público, es decir, la inmensa mayoría.

No se manipula la historia de la barbarie perpetrada por el Terror Rojo que asesinó a más de 11.000 católicos por el simple hecho de serlo, y arrasó 20.000 mil edificios religiosos durante la dictadura frente populista; se indemniza a la iglesia por tanto robo de su patrimonio, por tanta destrucción de sus templos, por tanta profanación de sus tumbas, por tanto religioso asesinado; no se permite en ningún centro de enseñanza, y mucho menos en aquellos pertenecientes a instituciones religiosas, la perversa ideología de género, y la corrupta memoria histórica; no se permite, de ninguna de las maneras, la desacralización del Valle de los Caídos; no se permite a ningún medio de comunicación la ostentación de cualquier simbología masónica, ni satánica, como “cornutos”, signos del “OK”, dragones rojos, calaveras, etc.; no se impide a los facultativos católicos el derecho de objeción de conciencia ante abortos y eutanasias.

NO SE PERMITE A LOS CATÓLICOS QUE VOTEN A PARTIDOS POLÍTICOS QUE TENGAN EN SU PROGRAMA MEDIDAS CONTRA LA FE Y LA MORAL CATÓLICAS, Y CONTRA LA IGLESIA.

NO SE MEA EN LA ESCALERA DEL CONVENTO.

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Y, ya que tanto odian los conventos, para lo que les queda en el poder a esta turba satánica anticatólica y blasfema, en sus hemiciclos y parlamentos, NOS CAGAMOS DENTRO.

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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