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Opinión

La izquierda actual y su ideología de desprecio a la vida humana

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Jonathan García Nieves.

 Para Instituto Acton (Argentina)
Dada la influencia cristiana en la cultura occidental, tanto el respeto a la vida humana como la solidaridad, representan valores fundamentales de nuestras sociedades políticas. Estos valores, derivados de la razón humana y afianzados en la revelación bíblica, se encuentran tan profundamente arraigados en nuestra conciencia colectiva, que han alcanzado un vigor meta-religioso, esto es, un grado de coercibilidad moral que ha sobrepasado los límites de la cristiandad; incidiendo en la conducta de las grandes mayorías sociales de Occidente, sin distingo de credo alguno.

Estos dos valores se derivan del principio de Dignidad de la Persona Humana, cuyo argumento racional consiste en que el hombre, por el solo hecho de serlo, tiene un valor que le es inherente en cuanto ser dotado de racionalidad y libre albedrío. Desde el punto de vista de la fe, el Cristianismo nos ha revelado esta dignidad en su plenitud teológica, esto es: por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, por haber sido redimido por Cristo y por ser templo del Espíritu Santo; cada hombre, cada mujer, cada niño, cada anciano, sin distingo de ningún tipo; goza de una dignidad irreductible en todas las dimensiones y estadios de su vida. La persona humana es sujeto, no objeto; un alguien y no un algo; razón por la cual tiene un valor superior a todos los bienes, materiales e inmateriales. Y justo por ello es que el Cristianismo rechaza y condena que el capital sea puesto por encima del hombre.

Esta dignidad de la persona humana es  imperecedera, imprescriptible. Su duración es de extremo a extremo de nuestra existencia; en virtud de lo cual la vida humana debe ser respetada, preservada y protegida en todos sus estadios, desde la concepción hasta la muerte natural. Asimismo, la dignidad humana es causa de nuestro deber de solidaridad para con el prójimo. La solidaridad debe ser practicada para con el necesitado, ya que éste comparte con nosotros la misma dignidad humana.
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Conforme a la moral cristiana, la dignidad de la persona humana nos insta a la valoración de la vida (propia y ajena) como un don divino, así como a la práctica de la solidaridad para con nuestros congéneres; siendo que estos dos valores (respeto a la vida humana y solidaridad) tienen su fundamento en el mandamiento de “Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo”. Por amor a Dios y a nosotros mismos, debemos valorar y conservar nuestra propia vida; y por amor a Dios y al prójimo, debemos valorar la vida de este último y ser solidarios con él en la procura de su preservación. Asimismo, conforme a la doctrina cristiana, la vida humana debe ser vivida y compartida en el amor (“Amaos los unos a los otros”); siendo el amor la gran fuerza motriz de la solidaridad (“Lo que hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”).

Por estas razones, en toda sociedad de base cultural cristiana, resultará difícil de rechazar a priori una oferta ideológica que superponga al hombre sobre el capital, y que también muestre cierta preocupación por los sectores más débiles, vulnerables e indefensos del cuerpo social. Sin duda que estas dos posiciones, prima facie, pueden dar la impresión de que estamos ante una ideología que valora la vida humana.
En su discurso -que no su praxis- la ideología social-comunista propugna estas ideas. De allí que constituya un virus capaz de sortear las primeras barreras de defensa axiológica de nuestras sociedades políticas, culturalmente abiertas a la vida y dispuestas a la solidaridad. Y justo por ello, esta corriente de pensamiento político tiene una presencia particularmente endémica en nuestra región latinoamericana, pues se trata del mayor pulmón de la Cristiandad, “el continente de la esperanza” en palabras de Juan Pablo II.

Como lluvia copiosa, el ideario socialista ha permeado el pensamiento de distintas generaciones en diversos países de cultura cristiana. Inducidos al error, víctimas de una oferta político-ideológica fraudulenta, muchos han llegado a asumir el Socialismo como una corriente beneficiosa para la vivencia de los valores in comento. Nada más lejos de la realidad. Se trata de un auténtico canto de sirenas, un timo ideológico no apto para desprevenidos.
Quién no se detenga a analizar las inconsistencias filosóficas del Socialismo, corre el riesgo de ceder ante sus seducciones, y terminar convirtiéndose, precisamente, en un instrumento ciego contra la defensa y protección de la vida humana, y contra la solidaridad en sus circunstancias de mayor vulnerabilidad.

Por el solo hecho de superponer el ser humano al capital, el socialismo no está reconociendo la plena dignidad de la persona humana; simplemente está poniendo al  capital por debajo del hombre, pero ello dentro de una escala en la que éste (el hombre) se encuentra por debajo del Estado, y este último por debajo de la Revolución; lo que, irremediablemente, conduce a un totalitarismo arbitrario y aplastante en que la persona es cosificada por el Estado, instrumentalizada por la Revolución, y tratada como mera pieza del sistema por el tiempo que sea pueda serle útil a éste.

El solo hecho de combatir la inmoral primacía del capital sobre el hombre, no hace de la ideología socialista una corriente favorable al ser humano. El socialismo es un pensamiento anti-humanista, esencialmente materialista, que niega la esencia espiritual y trascendente del hombre y que, por ende, valora únicamente el aspecto físico de la vida humana. Siendo, además, que esta valoración física es sólo por un tiempo limitado: mientras la persona sea lo suficientemente fuerte e independiente para no requerir del auxilio de sus congéneres. Por ello, la izquierda mundial aboga por el abortismo y la eutanasia.
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Para los socialistas, el ser humano, en los frágiles extremos de su existencia biológica (fases intrauterina y de proximidad a la muerte natural), no es un ‘alguien’ sino un ‘algo’, una cosa de la que se puede disponer. Para ellos, la vida del ser humano en el vientre de la mujer, es concebida como un apéndice del cuerpo femenino, una especie de órgano, y casi que un tumor extirpable a voluntad de la madre filicida. Para ellos, asimismo, la vida del enfermo terminal no es más que un desecho familiar.

En el ADN del Socialismo se encuentra el gen de la contradicción más profunda a sus postulados de defensa y solidaridad para con los desvalidos y más vulnerables. Para encontrarse con la veracidad de esta afirmación, bastaría con dar sincera respuesta a las siguientes interrogantes:

¿El derecho a la vida es exclusivo de las personas sanas y que puedan valerse por sí mismas? ¿Tenemos el deber legal y moral de socorrer a una persona que desea suicidarse, pero no con respecto a una persona que, por estar impedida de suicidarse, le pide a otra que le cause la muerte por eutanasia? ¿La solidaridad y el deber de socorro que nos instan a salvar la vida de un criminal que corre el riesgo de morir en su claustro carcelario; no procede para salvar al ser humano mientras está en el claustro materno? ¿Mientras está en el vientre de su madre, el hombre no es ser humano? ¿Si una madre primeriza lo es, precisamente, por su relación con el niño que lleva en su vientre, y este niño no es una persona sino una cosa desechable, entonces la mujer embarazada tiene relación de maternidad con respecto a una cosa? ¿Puede protegerse y defenderse al desvalido -incluidos el enfermo terminal y el ser humano intrauterino- sin respetar el más sagrado de sus derechos, que es la vida?

Lo que resulta una perogrullada viene a ser el mayor signo de contradicción en la bitácora del buque socialista. Éste, una vez asumido el poder político, siempre encalla en las aguas poco profundas del irrespeto a la dignidad humana. Los más vulnerables: aquellos a quienes se ha ensalzado y seducido con promesas de protección, respeto y defensa; terminan siempre pisoteados, cosificados cual si fueran simples piezas en el juego revolucionario.
La vida, el más sagrado de los derechos humanos, es tratado por el Socialismo como si fuera un plus en la esfera jurídica del hombre: un atributo del que se puede carecer según las circunstancias previstas por el sistema.
Al concebirse la vida humana de manera reductivista (sólo en sus dimensiones material y temporal, y excluyendo sus extremos inicial y final), se incita a la cultura de la muerte y de la insolidaridad; se pretende vaciar de contenido moral el deber de no matar, así como el de hacer todo cuanto esté a nuestro alcance para preservar la vida propia y ajena.

Es tal el desprecio por la vida humana en el pensamiento de izquierda, que mientras su abortismo militante les lleva a considerar al feto humano como un mero apéndice del cuerpo femenino, un ‘algo’ carente de todo derecho porque -según ellos- no es persona; por otra parte, incurren en la aberración jurídica de declarar a las semillas de las plantas como sujetos de Derecho. Sí, apreciado lector, tal cual: un sujeto de Derecho, es decir, un sujeto capaz de ser titular de derechos y vincularse mediante obligaciones personales; tal como lo sabe cualquier estudiante de primer año de Ciencias Jurídicas. En este sórdido despropósito incurrió la mayoría parlamentaria del socialismo chavista cuando, en 2005, dictó una Ley de Semillas venezolana, en cuyo artículo 4 estableció que “Se reconoce a la semilla como ser vivo y (…) y sujeto de derecho…”
Así son las cosas en el socialismo: un sistema de creencias con los valores a todas luces invertidos; donde una semilla (ad exemplum: un frijol) es reputada como sujeto, mientras que un ser humano es tratado como objeto. Para los socialistas, una semilla es un sujeto de Derecho; lo que implicaría la posibilidad de que la ésta sea titular de derechos -incluida la vida-, mientras que un ser humano en el vientre materno, carece de derecho a la vida porque no es un sujeto sino un objeto. En pocas palabras, para un socialista, el niño que una mujer lleve en su vientre no tiene madre sino ‘propietaria’.
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Más que dantesco resulta el imaginarse a alguna de las ‘parlamentarias del horror’, (diputadas chavistas que aprobaron semejante aberración legislativa), arrullando tiernamente a un grano de frijol o de arroz, después de haber abortado -asesinado-  al hijo que llevaba en su vientre.

Olvidaron los socialistas chavistas que la semilla es capital, un insumo para el agro;  y que, por tanto -apegados al pensamiento del propio Karl Marx- mal puede ser privilegiada por encima del ser humano en su fase intrauterina. ¡Vaya contradicción!

Mientras redactamos estas palabras, los socialistas avanzan en sus procesos legislativos para despenalizar el aborto en México y para aprobar la eutanasia en España. Son persistentes en su misión de instaurar la cultura de la muerte y de la insolidaridad para con los seres humanos más desvalidos y vulnerables.

Oportunidad para que nuestras naciones hagan gala de ese gran acervo moral de nuestra cultura cristiana, que es el humanismo integral; y, solidariamente, plantemos cara en defensa de la vida humana, muy especialmente en ese sagrado estadio que es la gestación en el vientre materno.

Antes de haberte formado yo en el vientre de tu madre, te conocía; antes de que salieras de su seno te consagré.” (Jer. 1:5).

@JGarciaNieves

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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