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Europa

Apaciguamiento: el mal europeo

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Gran Bretaña y Francia tratan de apaciguar a las tres potencias que más amenazan el mundo en estos momentos: Irán, China y Rusia. En la imagen (Vyacheslav Oseledko/AFP, vía Getty Images), el presidente de Rusia, Vladímir Putin; el de China, Xi Jinping, y el de Irán, Hasán Ruhaní, en Bishkek, Kirguistán, el 14 de junio de 2019.
Gran Bretaña y Francia tratan de apaciguar a las tres potencias que más amenazan el mundo en estos momentos: Irán, China y Rusia. En la imagen (Vyacheslav Oseledko/AFP, vía Getty Images), el presidente de Rusia, Vladímir Putin; el de China, Xi Jinping, y el de Irán, Hasán Ruhaní, en Bishkek, Kirguistán, el 14 de junio de 2019.
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Richard Kemp.- Europa es presa de una enfermedad extraordinariamente virulenta y perniciosa que amenaza el bienestar de sus pueblos y del mundo entero. No me refiero al coronavirus, sino al apaciguamiento. En la década de los años 30 del siglo pasado, también la política exterior anglo-francesa estuvo dominada por el apaciguamiento, entonces ante la Alemania nazi; apaciguamiento que fracasó a la hora de impedir una de las mayores catástrofes que haya sufrido la civilización y que se cobró la vida de millones de personas.

Ahora, el Reino Unido y Francia tratan de apaciguar a las tres potencias que más amenazan al mundo en estos momentos: Irán, China y Rusia. Como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, el otro día tanto Londres como París se arrodillaron ante sus archienemigos al negarse a apoyar una resolución de su mayor aliado, EEUU, para prolongar el embargo de armas onusiano que pesa sobre Irán. Por supuesto, la iniciativa norteamericana fue rechazada por China y Rusia, que pretenden vender armamento convencional avanzado a Teherán en cuanto se levante el embargo, el próximo mes de octubre.

Volvamos a los años 30. Las intenciones agresivas de la Alemania nazi estaban claras. Aunque el apaciguamiento con Hitler no tiene excusa, la razón primordial era quizá comprensible: la actitud imperante de ‘paz a cualquier precio’ luego de la inaudita carnicería de la Primera Guerra Mundial, todavía fresca en la memoria de todo el mundo.

Hoy, las intenciones del Irán de Jamenei son igual de claras, y las materializa con frecuencia en agresiones imperialistas por todo Oriente Medio, sobre todo contra Irak, Siria, el Líbano, el Yemen y Arabia Saudí, así como en sus incesantes amenazas y acciones militares contra Israel.

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Aun si los países europeos fueran tan miopes como para ignorar esas distantes agresiones, ¿cómo podrían hacer lo mismo ante la miríada de acciones terroristas y asesinatos pergeñada por los peones iraníes en sus propios territorios en los últimos años? Hablamos de asesinatos o intentos de asesinato de disidentes iraníes, así como de un intento fallido de atentado con bombas contra una convención en París en 2018 y del almacenamiento de toneladas de material explosivo en Londres en 2015. Sólo unos años antes mantuve discusiones en Downing Street sobre la muerte de soldados británicos en Irak a manos de aliados de Irán, y me encontré con una amplia reluctancia a adoptar medida significativa alguna.

Las excusas para el retraimiento franco-británico son menos convincentes hoy que en los años 30 y aluden, por ejemplo, a la resaca de las recientes campañas en Irak y Afganistán, aunque, comparadas con la Gran Guerra, aquéllas apenas afectaron a nadie en Europa. En tal parálisis encontramos un viejo y arraigado sentimiento de culpa colonialista, explotado durante décadas por la izquierda para minar la autoconfianza nacional y promover un espíritu de apaciguamiento hacia los países de Oriente Medio. El creciente radicalismo islámico tanto en el Reino Unido como en Francia, que albergan decenas de miles de yihadistas, también ha contribuido a excitar la pusilanimidad.

Si el legado económico de la Gran Depresión alimentó el apaciguamiento en los años 30, hoy en día la vinculación comercial con China y Rusia, junto con la aprensión ante el panorama económico post-covid, hace que los Gobiernos e instituciones europeos teman alienarse a ambos.

Hay otro factor que quizá pese aún más en los apabullados políticos europeos. Gran Bretaña e –incluso aún más– Francia están muy preocupados por el acuerdo nuclear con Irán suscrito por el anterior presidente de EEUU, Barack Obama, directamente responsable de la crisis que se vive ahora en el Consejo de Seguridad de la ONU. Los dos países, así como Alemania y la propia UE, saben perfectamente que, en vez del objetivo declarado de cerrar a Irán la vía a la adquisición de armamento atómico, el PAIC de hecho le allana el camino; no sólo a la adquisición de capacidades nucleares, sino a hacerlo de manera legítima y efectiva, con la bendición del Consejo de Seguridad.

Ignorando valoraciones mejores, accedieron al PAIC porque así se lo pidió el presidente Obama, al que veneraban. La retirada de EEUU del acuerdo, ordenada por el presidente Trump, les ha generado un dilema. Y es que desprecian a Trump tanto como veneraban a Obama y, aunque saben que aquél tiene razón, posiblemente no sigan su estela.

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El otro día, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, puso en marcha la reactivación de las provisiones sobre las que se basa el apoyo de la ONU al PAIC, en función de lo consignado en la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad. Y lo hizo porque el Consejo rechazó la prórroga del embargo de armas contra Teherán. Su efecto será la reimposición de todas las sanciones de la ONU contra Irán, empezando por el embargo de armas convencionales. También vedará el apoyo internacional al programa misilístico iraní, al desarrollo iraní de misiles capaces de portar componentes nucleares y a las actividades nucleares de enriquecimiento de la República Islámica. Y reinstaurará las prohibiciones de viajar que pesaban sobre ciertos miembros del régimen de los ayatolás. La reactivación pondrá fin al PAIC de tal manera que su recuperación será imposible.

La reactivación inmediata está justificada, al amparo de la Resolución 2231, por las violaciones iraníes de sus compromisos para con el PAIC, tal y como ha certificado la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), que en junio anunció que Teherán había enriquecido uranio e incrementado sus provisiones de uranio poco enriquecido más allá de lo permitido, almacenado una cantidad excesiva de agua pesada, testado centrifugadoras avanzadas y recomenzado el enriquecimiento en la planta de Fordow, todo ello en contravención de lo pactado. Asimismo, la AIEA ha especificado que Irán sigue negándose a permitir el acceso de inspectores internacionales a sus instalaciones nucleares, y puede que esté ocultando materiales y procesos nucleares no declarados.

Por supuesto, el Reino Unido y Francia lo saben de sobra, y en enero pusieron en marcha, junto con Alemania, el mecanismo de resolución de disputas del PAIC en protesta por las violaciones iraníes del mismo. Pero siguen rechazando la exigencia norteamericana de prorrogar el embargo de armas contra Irán y piensan no sólo negar el apoyo a EEUU en la cuestión de la reactivación, sino frustrar activamente su empeño en el Consejo de Seguridad, en refuerzo de los intentos rusos y chinos al respecto, por supuesto saludados por Alemania y la UE.

Como Irán, esos países esperan y desean que el presidente Trump pierda las elecciones de noviembre y el acuerdo nuclear sea rescatado por su sucesor. Con independencia de quién gane esos comicios, no será fácil que tal cosa suceda. Los defensores de Irán tratan desesperadamente de impedir la reactivación aduciendo que, tras su retirada del PAIC, EEUU no tiene nada que decir. Lamentablemente para ellos, están equivocados. Pero eso no quita para que se desvivan tratando de retorcer los términos y precedentes del Consejo de Seguridad.

Al final es probable que la maniobra de Pompeo tenga éxito. La reimposición de las sanciones dejará entonces a China, Rusia y los países europeos ante la complicada disyuntiva de cumplir con ellas o asumir unas consecuencias perniciosas en sus relaciones comerciales con EEUU. Puede producirse un daño irreparable no sólo en las relaciones euro-americanas sino en la propia ONU, institución ya muy cuestionada por muchos en EEUU.

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¿Y todo esto para qué? Puede que saquen tajada Rusia y China, cuyas ventas de armas a Irán les reportarán jugosos ingresos y que verán extenderse su influencia sobre la región a expensas de América y Europa.

En cuanto a esta última, quizá logre un retorcido reconocimiento por plantarse ante EEUU y el malvado Trump. Y algunas migajas comerciales con Irán. Pero, definitivamente, no se hará avanzar la paz ni la seguridad global. Puede que los belicistas ayatolás que gobiernan en Teherán también se beneficien, pero desde luego no lo harán el pueblo iraní ni los demás países mesorientales. Numerosos iraníes de bien no quieren más que acabar con los ayatolás opresores que les han convertido en parias y llevado a la miseria. Si la reintroducción funciona, las sanciones norteamericanas acelerarán el fin del régimen terrorista de Teherán. Y dará más confianza y seguridad a los países árabes, cada vez más temerosos de un Irán con armas nucleares.

El apaciguamiento europeo de los años 30 acabó siendo gestionado casi en exclusiva por un solo hombre: Winston Churchill. Al primer ministro británico actual, Boris Johnson, que ha escrito una biografía de aquél, cabría aconsejarle que reflexionase sobre cuál sería la reacción de su biografiado ante esta difícil situación, y que se alineara con nuestros aliados americanos en el Consejo de Seguridad.

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España

Un homenaje a Ucrania desde la Memoria Española: 81 años de la última gran victoria del ejército español, por Francisco Torres García

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Francisco Torres García

 

Hace 81 años se libró en la entonces URSS, en los arrabales de la ciudad de Leningrado (San Petersburgo) la batalla de Krasny Bor. Un choque de tintes épicos entre la infantería española y el Ejército Rojo en los inicios de la Operación Estrella Polar, planificada por quien sería mariscal y cuatro veces héroe de la Unión Soviética, Gueorgui Konstantinovich Zhúkov. Considerado por la historiografía soviética y posterior como el mejor de los comandantes soviéticos en campaña, los soldados afirmaban: «Donde está Zhúkov, está la victoria».

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Con aquella, sin duda, pensaba añadir, a la que sería una brillante carrera militar, la liberación definitiva de la ciudad de Leningrado. La misma que había conseguido defender ante el asalto alemán en el otoño de 1941. Con una concatenación de ofensivas en los Frentes de Leningrado, Vóljov y Noroeste pretendía alcanzar un objetivo  muy ambicioso: acabar con el cerco a Leningrado, liberar Novgorod, embolsar al 18.º Ejército alemán y abrir el camino hasta la frontera de Estonia y Letonia. Todo ello tras haber desarticulado los soviéticos la Operación Nordlicht, el que iba a ser el asalto definitivo a la ciudad cuna de la Revolución dirigido por el mariscal Erich von Manstein.

La batalla defensiva que libró en Krasny Bor la División Española de Voluntarios, la División Azul, supuso, sin embargo, un revés para el plan de Zhúkov al impedir la ruptura del frente encomendada a unidades del 55.º Ejército; resistencia que contribuyó a la frustración de toda la Operación. Más allá de cualquier otra valoración hay que señalar que si los españoles se hubieran hundido la progresión soviética, que debía protagonizar la 45.ª División de la Guardia del general Krasnov, hubiera sido difícilmente contenible quebrando la línea de comunicación que permitía abastecer a las fuerzas alemanas.

Conviene insistir, como nota introductoria, en una realidad incuestionable que las circunstancias políticas de la última década, junto con algunos sectores de la historiografía, tienden a obviar, que, independientemente de su componente político y de su recluta, la División Española de Voluntarios, la División Azul, fue una unidad del Ejército español, constituida orgánicamente al efecto de realizar una misión específica (combatir al comunismo) y disuelta a la conclusión de la misma. Esta gran unidad consiguió, entre el 10 y el 11 de febrero, en lo que debemos denominar los combates de Krasny Bor, siguiendo al general Fontenla, una importante victoria en lo que fue una batalla defensiva al frustrar la intención enemiga y dislocar una ofensiva de amplios horizontes. No es exagerado, sino simple constatación de la realidad, que en Krasny Bor el ejército español alcanzó su última gran victoria en una gran acción bélica.

Más allá del desarrollo de los combates en aquellas 18 horas de lucha continua entre el 10 y el 11 de febrero, más allá del rosario de acciones heroicas que en aquellas momentos se dieron, avanzado el conocimiento real de los hechos (siendo fundamentales las aportaciones realizadas por Carlos Caballero), desbrozadas algunas interpretaciones herederas de las valoraciones personales de quienes combatieron, eliminados no pocos mitos que durante décadas prescindieron de los condicionantes tácticos y de la realidad de las fuerzas en presencia, vamos a tratar de precisar algunos aspectos, quizás aparentemente secundarios, sobre los condicionantes y las lecciones de aquel día.

La División Azul que consiguió aquella victoria no era la unidad que salió de España en julio de 1941 y que había combatido brillantemente en las orillas del Vóljov. En febrero de 1943 no eran muchos los divisionarios alistados en 1941 que permanecían en el frente, probablemente rondarían los 2.000. Tras agotar las listas de reserva, en marzo de 1942, el gobierno español decidió iniciar un nuevo periodo de recluta del que saldrían la mayor parte de los combatientes en la batalla.

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Entre abril y diciembre de 1942 llegaron al frente 14.124 hombres. A partir de mayo comenzaron a abandonar el frente los denominados Batallones de Repatriación. Más de 9.000 voluntarios regresaron a España hasta el último mes de aquel año; entorno a  2.000 no pudieron hacerlo y aguardaban la eternidad en un rosario de cementerios. En este proceso el general Muñoz Grandes chocó con el Ministerio del Ejército y su planteamiento de renovación/sustitución, inclinándose por mantener la vieja «amalgama napoleónica» distribuyendo a los que llegaban entre todas las unidades.

En febrero de 1943 la DEV era una unidad prácticamente renovada. Sobre aquellos voluntarios llegados caería la leyenda de una recluta forzada, alimentada por la paga, pletórica de republicanos y maleantes, con escasa moral de combate y menor voluntad de vencer, salida de los cuarteles, aunque casi 9.000 de los llegados a lo largo de 1942 se hubieran alistado desde los banderines abiertos en las milicias falangistas… Visión que compartía y ampliaba la propaganda soviética que mantendría de forma ortodoxa el PCE y se transmitiría, a través de sus vasos comunicantes, a parte de la reciente historiografía española. La prueba más evidente de que no era así es lo ocurrido durante los combates de Krasny Bor.

En julio de 1942, aquella gran unidad que estaba renovándose/reconstruyéndose, recibió órdenes para trasladarse desde el Vóljov hasta el frente de Leningrado, iban a participar en lo que se anunciaba como el asalto definitivo a la ciudad. Aquel movimiento iniciado en agosto dio tiempo al general Muñoz Grandes para instruir a sus hombres. Además se le indicó que, una vez acantonada en las proximidades del frente, tendría un tiempo antes de entrar en línea. La División Azul iba a tener un papel relevante en la ruptura que conduciría a la ocupación de la ciudad dentro de la Operación Nordlicht. Lo que indica el valor que como unidad de combate se daba a los españoles por parte del mando alemán.

Las circunstancias y la falta de fuerzas acortaron los plazos y la DEV entró en línea el 5 de septiembre entre Alexandrovka y el río Ishora. El general Muñoz Grandes asumió el mando de una zona de buenas posiciones pero sin profundidad en sus elementos de defensa, y procedió a reestructurar sus fuerzas para una acción ofensiva que se mantuvo viva hasta mediados de octubre de 1942. Ahora bien, por sus efectivos, que a finales de octubre podía desplegar 16.343 hombres, la DEV era la unidad más poderosa del frente. Con sus fuerzas podía mantener su sector sin dificultades ante cualquier contingencia.

El general Emilio Esteban-Infantes, que iba a sustituir en el mando a Muñoz Grandes, llegó al frente en agosto para convertirse en 2ª Jefe de la unidad, a él iba a corresponder, en gran medida la preparación final de la zona y el despliegue en el nuevo sector que se le iba a adscribir en que se libraría la batalla.

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Cerrado definitivamente el planteamiento ofensivo correspondía prepararse para establecer un escenario defensivo ganando lo que no tenían las líneas alemanas de un frente estático como era el asumido, profundidad. Ambos generales conocían la doctrina táctica española sobre la batalla defensiva que optaba por la profundidad y la distribución de posiciones defensivas con espíritu de resistencia al objeto de impedir al enemigo la penetración real y el dominio del territorio. Doctrina revisada durante la guerra civil sobre la que el propio Franco había teorizado, destacando la importancia de la batalla defensiva, en 1938 en sus instrucciones para los jefes de grandes unidades y en sus comentarios al reglamento de ese año. El general Muñoz Grandes asumió que se vería obligado a librar una difícil batalla defensiva cuando anunció que se mantendría a toda costa en Novgorod en el invierno de 1941-42.

El propio Franco en su ABC de la batalla defensiva. Aportación a la doctrina, síntesis final de lo escrito durante la guerra, incidiría en la necesidad de relegar «los órdenes lineales», optando por «sistemas profundos, tanto más necesarios cuanto mayor sea la capacidad de penetración de los Ejércitos modernos y su potencia para la ruptura» con lo que se organizará el terreno propio «preparando el sistema de fuegos que ha de aniquilar al enemigo», asumiendo que las fuerzas enemigas progresarán según sea la red de comunicaciones existentes que permitirán alimentar la batalla, por lo que «los campos de batalla principales hemos de buscarlos en esas vías de penetración, como en ellas ha de situarse el centro de gravedad de nuestras tropas», creando la zona de resistencia y en esta, siguiendo los reglamentos tácticos, lo fundamental es el ocultamiento y la dispersión de las fuerzas. En ese marco se desarrolló la batalla de febrero en el frente ruso.

Tanto Muñoz Grandes primero como Esteban-Infantes después trabajaron para dotar de profundidad sus líneas. La línea española tuvo una relativa tranquilidad, aunque sometida a los duelos artilleros y golpes de reconocimiento, entre los meses de octubre y noviembre, lo que permitió incidir en la instrucción de las fuerzas. Una optimización que no hay que depreciar a la hora de valorar las razones de la victoria española.

El problema, sobre todo para Esteban-Infantes al asumir el mando completo, fue la constante ampliación de la línea a cubrir por los españoles desde el sector inicial establecido entre Alexandrowka y el meandro del río Ishora. En enero de 1943 los soviéticos lanzaron la Operación Iskra que daría origen a la batalla por el control de los Altos de Sinyavino. La falta de fuerzas hizo a los alemanes exprimir el frente sacando unidades. La División Azul cedería al II Batallón del 269.º a mediados de enero de 1943. En Sinyavino los españoles demostrarían, una vez más, su capacidad de aferrarse al terreno y no ceder hasta quedar reducidos a la mínima expresión (solo 30 hombres regresarían indemnes), algo que no parece que fuera tenido en cuenta por el mando enemigo. Todo ello llevaría a la División a extender sus líneas primero hasta Krasny Bor, y después hasta más allá de la línea férrea cubriendo otros siete kilómetros. De un despliegue en el que los españoles mantenían reservas en cada subsector se pasó a un despliegue que embebía en línea a casi todas las fuerzas. Pero lo más grave era la falta de profundidad de la línea más allá del Ishora y la necesidad de preparar el terreno. Esteban-Infantes tendría que luchar contra el tiempo para ganar profundidad, pero este se estaba acabando. El tiempo había permitido trabajar en todo el sector la oeste del Ishora, pero ahora las líneas española podían alcanzar, según se evalúe, entre los 24 y los 30 kilómetros para soldarse al este con las fuerzas limitadas de la 4.ª División SS Policía que estaban retornando tras su participación en los combates de mediados de enero.

La División Azul cubría una línea que cortaba el río Ishora, la carretera Leningrado-Moscú, la población de Krasny Bor que ocupaba unos 9 kilómetros cuadrados y la línea del ferrocarril Leningrado-Moscú. A lo largo del mes de enero se hizo evidente que el subsector que se abría en el Ishora y llegaba hasta la línea férrea era tácticamente fundamental. Esteban-Infantes asumió la necesidad de ganar en profundidad asegurando las líneas en el Ishora y cubriendo la carretera, pero para completar un sistema que contara con suficientes posiciones para cubrir una amplia zona de resistencia necesitaba más tiempo. A la vez procuró destruir los intentos enemigos de progresar a la hora de acercar sus posiciones a la línea española ante Krasny Bor y la línea férrea. El condicionado despliegue español en la zona mostraría su eficacia el 10 de febrero.

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El  subsector de unos 11 kilómetros de línea, con unos cuatro fundamentales entre la carretera y el ferrocarril, quedó guarnecido por el Regimiento 262.º a las órdenes del coronel Manuel Sagrado Marchena, reforzado con el Batallón de la Reserva Móvil y la Compañía de Esquiadores, a lo que se sumarían, exprimiendo la División, el Grupo de Exploración, el Batallón de Zapadores y el Grupo Antitanques. El 10 de febrero tenían establecidos 2 escalones de despliegue y dos pequeñas reservas en su retaguardia. Durante los combates improvisarían una tercera línea. En total unos 5.000 hombres.

Lo que difícilmente podía prever el mando español o alemán era que los soviéticos hubieran situado el punto de ruptura de una gran operación ofensiva precisamente en aquellos kilómetros. Allí los españoles tendrían que aguantar primero la durísima ruptura artillera y después el asalto enemigo. Lo harían en inferioridad ya que el Ejército Rojo desplegaba 4 divisiones (72.ª y 43.ª de Fusileros, junto con la 63.ª y 45.ª de la Guardia) y una imponente masa artillera (la proporción con respecto a las baterías hispano-alemanas ha precisado Carlos Caballero era de 3.3 a 1, «que ya era bastante»). Flanqueada por las divisiones 72.ª y 43.ª de Fusileros, la 63.ª División de la Guardia, al mando del general Nikolái Pávlovich Simoniak tenía la misión de abrir brecha en Krasny Bor consiguiendo la necesaria ruptura. No era la 63 División una unidad escasamente fogueada, ni su general carecía de brillantez. De hecho, había protagonizado el 18 de enero la ruptura del frente enemigo en Shlisselburg, enlazando con las fuerzas del Frente del Vóljov en la Operación Chispa, lo que valió a Simoniak la Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética.

La terrible preparación artillera que se prolongó durante casi dos horas castigó muy duramente a las compañías españolas, que en algún caso llegaron a sufrir bajas cercanas al 80% de sus efectivos. Simoniak no esperaba una fuerte oposición y cuando la infantería roja avanzó apoyada por carros KV 1 se encontró con la enconada resistencia de los restos de las compañías de Huidobro, Palacios, Oroquieta, Aramburu, Campos… Se abría así el tiempo de las resistencias decisivas que se prolongaría durante horas. Algo que no debió extrañar, cuando comenzó a tener información, al general Esteban-Infantes pues él mismo las había vivido en primera persona durante la batalla de Brunete en la guerra civil. Tampoco, a pesar de la dureza se produjo el hundimiento de la moral, los que retrocedieron en medio de la lluvia de fuego se recompusieron y contraatacaron cuando encontraron mandos que los reagruparon. Algo que difícilmente hubiera sucedido en una unidad de recluta forzada o sin más horizonte que la paga.

Según la propaganda enemiga la División iba a plantear escasa resistencia dado el componente humano de la nueva recluta. Parece evidente que los mandos del Ejército Rojo habían asumido como real esta imagen. Sin embargo, lo que los españoles estaban demostrando era una alta moral de combate no quebrándose la voluntad de vencer y una elevada calidad entre sus jefes, oficiales y suboficiales que tuvieron que combatir durante horas sin la necesaria comunicación entre las compañías ni con el mando superior establecido por Esteban-Infantes en el puesto avanzado de Raykolovo. Las compañías de la Guardia pudieron sobrepasar los núcleos de resistencia de las compañías de línea, pero se empantanaron en una zona de resistencia que nunca pudieron dominar, no pudieron adueñarse del terreno y esa fue la clave del día.

Sin comunicación exacta sobre el alcance de la penetración enemiga durante horas el general Esteban-Infantes movió sus escasas reservas y adoptó la medida de recurrir a los hombres del Batallón de Repatriación, disponiéndose a aguantar, en el peor de los casos apoyado en el Ishora; al otro lado del río el intento de progresión soviética había sido contenido y rechazado el ataque en el meandro del río. Con respecto a la actuación del general Esteban-Infantes, el general Fontenla ha precisado que si bien no percibió la entidad del posible ataque, «durante al batalla reaccionó de forma correcta… en su puesto de combate: empleó el fuego de la artillería divisionaria, empeñó reservas disponibles y se esforzó en organizar otras nuevas, y reforzó el borde de la lucha en Ishora para impedir sus ensanchamiento y facilitar, en su caso, la estrangulación de la penetración mediante un contraataque general».

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Al caer la noche, sobre las 15.30 los combates adquirieron una nueva dimensión sobre un terreno en el que las manchas blancas se alternaban con grandes extensiones de barro. Los españoles continuaban resistiendo en su segundo escalón apegados a las construcciones de Krasny Bor y en su improvisada última línea de resistencia. Los divisionarios habían dado tiempo al mando alemán a preparar una línea tras la zona de combate para guarecer Sablino. Las fuerzas de Simoniak no pudieron abrir la brecha necesaria en Krasny Bor, ni se pudo progresar al este de la línea férrea: no hubo ruptura definitiva. El mando del 55.º Ejército no pudo usar su reserva convenientemente, la 45.ª de la Guardia del general Krasnov, pues ya no había éxito que explotar y los alemanes habían desplegado una línea defensiva tras los españoles.

Al finalizar el día los divisionarios habían perdido en aquel subsector, que cederían a los alemanes de forma progresiva hasta la medianoche, entre 3 o 4 kilómetros, pero -insistimos- los soviéticos no consiguieron su objetivo que era abrir una brecha rompiendo el frente y dominando el terreno para permitir el avance, con lo que su ataque quedó dislocado perdiendo más de un tercio de sus efectivos, sin romper nunca de forma definitiva la última línea española ni ocupar su zona de resistencia.

La gloria, la victoria y la muerte acompañan siempre hechos de armas como los combates de Krasny Bor. En torno a 1.100 españoles perdieron la vida en la batalla, entre 200 y 300 cayeron prisioneros, otro millar y medio recibieron heridas de consideración -parte de ellos también dejarían este mundo a consecuencia de las mismas o acortarían significativamente su vida-. Hubo acciones heroicas que por falta de testigos nunca fueron convenientemente recompensadas. Un soldado, Antonio Ponte Anido, pese a estar herido decidió frenar un T-34 que se dirigía hacia un hospital de campaña, lo hizo con su vida, fue recompensado a título póstumo con la Cruz Laureada de San Fernando.

Según anota Carlos Caballero el mando alemán anunció la concesión por los hechos de aquel día de 30 Cruces de Hierro de 1ª, 300 de 2ª y 400 Cruces al Mérito Militar con Espadas. En parte de aquellos prisioneros, que fueron internados en los campos de concentración soviéticos, tampoco se quebró la voluntad de continuar la lucha y vencer. Algunos de ellos serían condecorados tras volver a España 11 años después.

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