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Opinión

“Cabaret con perspectiva” por Juan Carlos Zambrano

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Mire, lo siento (es un decir) pero no pienso decir ni ‘la árbitra’ ni ‘la médica’ ni cosas semejantes. Ya sé que la Real Academia lo acepta, pero la Real también acepta ‘toballa’ y ‘almóndiga’, por lo que lo de ‘Limpia, Fija y Da Esplendor’ parece haberse convertido en ‘Traga, Cede y No te Señales’.

En fin, ¿que soy un cavernícola, dice? Bueno, en todo caso, y siguiendo el lenguaje inclusivo, sería un cavernícolo, porque de lo que se trata es de poner ‘o’ o ‘a’ al final, y así ya todos inclusivados/as. Ni me detendré en lo de la ‘e’, que ya es la chorrade extreme.

Pero bueno, como soy un cavernícolo con cierto raciocinio… aceptaré lo de ‘árbitra’ y ‘médica’ justo en el momento en el que a mí me llamen periodisto, y Picasso sea considerado un artisto. Igualmente, aceptaré jueza y concejala cuando haya juezos y concejalos.

Porque la igualdad, la real, no la de baratillo, es considerar las mismas capacidades y las mismas oportunidades para las personas por el hecho de serlo, sin tanta parafernalia artificial que lo que busca es tapar la absoluta falta de ideas y soluciones o, peor aún, justificar el propio salario, normalmente con fondos públicos.
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Me comentaba una amiga, técnico de empleo con larga experiencia, su desolación al ver que en muchísimos ayuntamientos y en todas las mancomunidades había, como poco, una o dos ‘agentes de igualdad’ (siempre mujeres, como si la igualdad no fuera cosa de todos) y, por el contrario, la mayoría de esos ayuntamientos y no pocas mancomunidades carecían de un agente de desarrollo local, alguien que dinamizase la precaria economía de la Extremadura vaciada.

Además, las susodichas agentes de igualdad se comportan, en multitud de ocasiones, como Torquemadas de pacotilla, vigilantes a la caza de herejías, que lanzan anatema o cuelgan sambenitos con un desparpajo solo comparable a su ignorancia sobre el lenguaje.

Me ha ocurrido. Con 20 años de periodismo a cuestas, una de estas agentes cogió un texto mío y lo ‘corrigió’ para que fuese ‘inclusivo’. Leí la corrección y le pregunté si tenía alguna formación en literatura, filología o similar: cero patatero. Le dije que se podía meter sus correcciones por salva sea la parte, que si alguien tocaba un texto mío era para mejorarlo, no para convertirlo en un farragoso galimatías por seguir la corriente dominante, porque, le recordé, solo los peces muertos (y pezas muertas) siguen siempre la corriente.

Se marchó dando un portazo y mascullando un sonoro ‘machista’, que yo recogí y coloqué en mi álbum de pegatinas, donde ya figuran fascista, topo del PSOE, anarquista, próximo a IU, sicario del PP, ventoleras, juntaletras a sueldo, feminista (pronúnciese en tono despectivo), y no sé cuántas cosas más.

Pero lo mejor vino hace unos meses. Una amiga médico, de Atención Primaria, me comentó que, en plena cuarta ola del covid, con los centros de salud en precario, desbordados además por el tema vacunas (les llegaban listados para vacunar a gente que había fallecido, a enfermos de cáncer sin haber contactado con su oncólogo, etcétera) les instaron a apuntarse a un curso de, pásmese, ¡sanidad con enfoque de género!
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O sea, razonaba mi amiga, que yo he estudiado diez años cosas como fisiología, anatomía, citología, bioquímica y tal, y ahora, en tres charlitas me van a enseñar que el cuerpo de un hombre y el de una mujer son diferentes, y el abordaje de según qué enfermedades, es distinto.

El susodicho curso iba acompañado de un cartel que mi amiga me envió, y donde en primer lugar me llamó la atención el diseño: me recordó los espectáculos de cabaret que venían a mi pueblo, con el cebo de uno que cantaba como Juanito Valderrama y fotos de mujeres con el pezón tapado por una estrellita. Lo siento, pero esa fue mi primera impresión.

La segunda fue que el curso lo daban dos mujeres: una especializada en medicina familiar CON PERSPECTIVA DE GÉNERO, y otra en endocrinología CON PERSPECTIVA DE GÉNERO. Vea usted que he buscado en los MIR y no encuentro esa especialidad de la perspectiva de género, lo que me lleva a dos posibilidades: o se estudia en el extranjero o es un bluf.

La tercera sorpresa fue que el curso se daba entre las 13.30 y las 15.00, es decir, en plena jornada laboral. Como dijo gráficamente mi amiga médico: la perspectiva debe ser que yo deje de lado a mis pacientes para acudir a esta patochada, porque si no va nadie, las ‘especialistas’ se supone que no cobran.

Le digo una cosa, en confianza ahora que no nos oye nadie: no debe irles mal a quienes montan estos saraos, viendo como proliferan. Estoy por hacerme con una perspectiva de esas, a ver si aseguro mi jubilación, porque visto lo visto, con la pensión…
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Ya en serio, creo que este tipo de montajes poco aportan, más bien perjudican, se convierten en cortinas que ocultan los verdaderos problemas para alcanzar la igualdad real: educación, oportunidades, respaldo legal y corresponsabilidad. Menos inquisición y más herramientas para remover obstáculos.

Por Juan Carlos Zambrano.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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