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Dos libros imprescindibles para comprender el pensamiento de Jose Antonio Primo de Rivera. Por Miguel Hedilla

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Recientemente el hijo de un amigo me preguntó acerca de cómo podría profundizar en el conocimiento del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera. En la biblioteca de su padre estaban las Obras Completas del fundador de Falange y las había leído, pero me dijo que tenía aun muchas dudas y algunas cuestiones no las entendía.

Me dijo que lo hizo también por la Falange, por saber más de ella. Históricamente me precio de conocerla, ahora bien de lo que es en la actualidad no tengo mucha información. Solo sé que hay varias, que son marginales y, por lo que me cuentan, bastante endogámicas. Es cierto que además la prensa las ningunea y solo la sacan para remarcar lo malo o lo que sin serlo tras la oportuna tergiversación lo convierten en nocivo.

Me gustaría equivocarme dada mi condición de falangista, pero pienso que en la actualidad Falange, cualquiera de ellas, no es un instrumento válido para tratar de llevar adelante el pensamiento de José Antonio. Es un nombre desprestigiado y sus propuestas me parecen antiguas y ajenas a la realidad de la gente corriente. Sin embargo creo que su esencia continua plenamente vigente, y sobre esa base habría que construir y proponer.

Por desgracia José Antonio murió joven y de esas obras completas se puede sacar también, de acuerdo con el gusto e interés del lector, varias interpretaciones. Para evitar lecturas sesgadas y triviales, propia de gente superficial y patriotera, es necesario leer, dialogar y estudiar, y a través de ese camino conocer de verdad al autentico José Antonio.

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Al hijo de mi amigo le recomendé dos libros. Uno de hace años, de 1996. Entre lo espontaneo y lo difícil se llama. Lo publicó la editorial TARFE y su autor es Miguel Argaya Roca.

El libro tiene la virtud de separar la paja del trigo, pues califica la obra de José Antonio, diferenciándola, en varios apartados. En primer lugar lo superficial o accesorio, es decir uniforme, himnos y consignas, el sonido de la época está envuelto en una estética trasnochada que no solo ha perdido en este umbral de siglo nuevo (1996) su sentido, sino que lo prostituía incluso en los mismos años treinta. Es comprensible que la parafernalia fascista ejerciese un atractivo especial en quien necesitaba perentoriamente reducir el caos al orden.

En segundo lugar lo contingente, que no es otra cosa que las propuestas a los problemas socio políticos de su época, y por lo tanto invalido hoy en día ya que se necesitaría una nueva contingencia. Después lo permanente, Patria y Justicia, que José Antonio se empeñó en armonizar y que el profesor Argaya, y yo comparto, califica como irrenunciable. Por último lo esencial, que se trata sobre todo de una formulación ética, una de las propuestas éticas más radicales que se han formulado desde la política, y que, desde luego, trasciende lo estrictamente político para enlazar con lo poético.

Y es que en José Antonio, como muy bien dice Miguel Argaya, lo poético es una constante de fondo y no meramente retorico, excediendo el termino de lo estrictamente literario para implicarse en lo ético, entendiéndolo no como el arte de hacer versos sino de construir. Para José Antonio “no ser poeta está reñido con ser falangista” y “a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas”.

La vida, por tanto, continúa diciendo el profesor Argaya, para el fundador de la Falange se instituye como un compromiso radical, revolucionario, que ha de asumirse en modo poético, es decir: constructivo, a partir de la sujeción a valores y verdades permanentes.

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Para José Antonio “la interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es además, históricamente, la española”, palabras que conforman la raíz de su pensamiento, alejado, por supuesto, de posturas beaticas pero base de su consideración del hombre como portador de valores eternos, y en consecuencia de su idea de misión y servicio. Servicio, tal y como lo recoge Miguel Argaya, que no es otra cosa que sacrificio, ascesis, abnegación, renuncia, solidaridad y disciplina.  Y en ese sentido dice también José Antonio “tenemos que adoptar ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu de servicio y sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida”.

A lo que habrá que unir el estilo ya que en este, según José Antonio, “su fuerza, no reside en el desenfado de la expresión, sino en la firmeza doctrinal de lo que se escribe”.  Y al respecto afirma el profesor Argaya “lo cierto, y todos los estudiosos coinciden en ello, es la ineludible aspiración joseantoniana de armonizar la profundidad y el vigor intelectual con el rigor y la belleza del estilo, que, como hemos visto, es la manifestación de la autenticidad revolucionaria”.

El libro termina con las conclusiones, una acerca de Falange y Fascismo y la otra sobre José Antonio y Ramiro Ledesma Ramos, cobrando especial significación, por su contenido, la primera. Señala Argaya la incompatibilidad filosófica entre la cosmovisión del fascismo y la del fundador de Falange, y explica que frente al estatismo del Fascismo, en donde todo está sujeto a él, para José Antonio el estado, de raíz tomista, no está por encima de todo, sino que sirve a la armonía total desde la sujeción a una norma eterna siendo un instrumento totalitario, diferente al totalitarismo fascista, al servicio de la integridad patria.

El segundo libro que le recomendé se llama Diccionario ideológico joseantoniano, su autor es Manuel Parra Celaya, está editado por ASTIGI, y es de este año, 2021.

El libro comienza con una contextualización histórica de la Europa y España que le tocó vivir a José Antonio, así como de José Antonio en su circunstancia. Termina con un anexo acerca de su testamento y comentarios sobre este.

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Después de la contextualización, va, por orden alfabético, llenando de significado de forma clara y sencilla, acertadamente, diferentes términos usados o no (por ejemplo inmigración y racismo) por José Antonio, para sobre esa base desentrañar su pensamiento. El primero es acción, la acción sin pensamiento es pura barbarie y el último violencia, ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles.

Son muchos los términos pero entre todos ellos destaco los siguientes haciendo un breve resumen, pues dice bastante más de cada uno de ellos:

Cataluña. José Antonio que había vivido en Cataluña en un debate parlamentario señaló: Si alguien hubiera gritado “Muera Cataluña” no solo hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen contra España y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los que sienten a España dicen “Viva Cataluña” y vivan todas las tierras hermanas en esta admirable misión indestructible y gloriosa que nos legaron varios siglos de esfuerzo con el nombre de España.

Democracia. La palabra democracia se ha convertido hoy en un lugar común, sin precisión ideológica. José Antonio, en uno de sus discursos que versó sobre las formas y el contenido de la democracia, dijo: la democracia de forma no ha sabido proporcionar una vida enteramente democrática en su contenido. Aspiramos a una vida democrática, libre y apacible, que siempre será el punto de mira de la ciencia política por encima de toda moda.

FamiliaQue es definida por José Antonio como célula social que, a partir del individuo portador de valores eternos y de un alma, es base de la sociedad y forma parte de los valores orgánicos de la misma.

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Política. La palabra política, referida a los gestores públicos y representantes de los ciudadanos, es que su teoría debe de estar presidida por la idea de servicio.

Economía. Su principio esencial es que la economía debe de estar al servicio de la sociedad, nunca a la inversa: las decisiones económicas de cada momento deben tener, por lo tanto, en cuenta, la garantía de satisfacer las necesidades humanas con criterios de justicia y equidad.

Autonomías.  Una determinada región es mayor de edad cuando tiene conciencia plena de su integración en el proyecto común de España; en ese momento ya no existen impedimentos para que se lleve a cabo una profunda descentralización administrativa y funcional.

Socialismo. Fue justo su nacimiento, son palabras de José Antonio en el discurso fundacional, pero rechaza del mismo el dogma de la lucha de clases, la interpretación materialista de la historia y la utopía de la sociedad comunista, a la que se llegaría a través de la dictadura del proletariado.

Patria. Ver artículo de José Antonio La gaita y la lira (publicado en FE, semanario de Falange Española, nº 2, de 11 de enero de 1934). Al estar la patria mucho más allá de los aspectos físicos, concibe José Antonio a España en una dimensión metafísica, por lo que la constituye en vinculo espiritual; los diversos pueblos que integran España están unidos de forma armoniosa e indivisible; la unidad de la patria no se opone en modo alguno a la diversidad de los pueblos españoles.

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Para terminar no puedo más que calificar el libro, de nuevo, como imprescindible. No es tan solo un libro más es bastante más.

 

Miguel Hedilla

Graduado Social y Abogado, además de hijo del histórico dirigente falangista Manuel Hedilla

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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