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Rubalcaba: descanse en paz un “héroe” de leyenda negra

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Como no podría ser de otra manera desde el más puro sentido cristiano, cuando alguien fallece y aunque no sea de la familia, muy conocido o, como es el caso, más bien detestable para no pocos españoles, hay que desearle el eterno descanso de su alma y así lo hago desde estas líneas en lo que a su estricta condición humana corresponde.

Dicho lo anterior voy a dar un somero repaso a la faceta política del personaje que “más y mejor miente -o han mentido, para decirlo con propiedad- en España“,-se decía en algunos medios, desde su propia aparición en el Partido Siempre Opuesto a España, pese a ser descendiente de un suboficial que combatió en el bando nacional. Esta consideración formaba parte de un artículo del pasado mes de Noviembre que titulé: “¿Qué justifica el resentimiento sectario de la izquierda?”, en el que glosaba una supuesta carta póstuma del Generalísimo Franco que dejaba sobre él esta pregunta: “¿Qué cuentas familiares pendientes podría reclamar Alfredo Pérez Rubalcaba, hijo de un gran suboficial del Ejército del Aire durante mi mandato?”, lo que seguramente le valió para pasar a ejercer después como mecánico de vuelo en Iberia. Es decir que no hay que buscar su deriva socialista en el ámbito familiar, parece, salvo que la “dureza paternal extrema” que pudiera sufrir en su niñez y juventud le hicieran albergar ese “resentimiento” que le llevara al otro lado en el pendulazo de la izquierda, aunque yo creo que la razón está más cerca del ámbito universitario que vivió en ese caldo de cultivo marxista que se dejó entrar en la Universidad en los finales de los años sesenta -Mayo del 68-, que comenzó a influir en la deriva hacia la izquierda de ese sector fundamental de la Educación, del que salieron los que iban a formar a las futuras generaciones -hoy ya padres y/o profesores- con insospechadas consecuencias, entonces. Porque no creo que esa tendencia socialista le viniera de su etapa en el madrileño Colegio del Pilar, sito en el conservador Barrio de Salamanca de la Capital de España y centro educacional de la descendencia de la más castiza clase social acomodada de la etapa franquista.

Al hilo de esto, enlazo con unas “emocionadas” declaraciones que como consecuencia del óbito hacía Felipe González a una cadena de televisión en las que resaltaba la verdadera “vocación” del fallecido, la Educación. Seguramente esa “vocación” fue la que le llevó a ser nombrado Secretario General de Educación en el segundo gobierno socialista, 1986, bajo la “tutela” ministerial de José Mª Maravall, recién implantada la LODE, pasando en 1988 a Secretario de Estado del ramo, puesto en el que estaba cuando se produce la llegada al Ministerio de Javier Solana -el que utilizaba el partitivo “doceavo” por el ordinal “duodécimo”-. Y no tengo la menor duda de que, desde ese primer puesto en el que -en mi opinión- se empieza a instalar la gran degeneración del sistema educativo español -que el niño apruebe, no que el niño sepa, por si molesta de adulto-, el desaparecido “educador” ya empezó a ejercer su influencia en la caída, desde la primera piedra puesta por la LGE de Villar Palasí en 1970, que ya se cargaba el Plan 1953 y su modificación de 1957 que tan buenos frutos venían dando. Así, tras la no entrada en vigor de la que sin duda hubiera sido la Ley de Educación que España necesitaba, hecha desde la Constitución y abortada por el intento de golpe de Estado de 1981, la LOECE de José Manuel Otero Novas (1980) en la tercera etapa de Adolfo Suárez, prueba evidente de lo cual es que fue recurrida por el PSOE con la inestimable colaboración de parte de la Iglesia y la estimación sustancial del siempre incomprendido Tribunal Constitucional, apareció la primera ley socialista, la ya citada LODE, que por cierto fue la que inició la etapa de colegios concertados, tan denostados hoy por la retrógada y desleal izquierda “progresista”. Durante esa segunda etapa de responsabilidad, el “vocacional” Rubalcaba colaboró activamente en la preparación de la nefasta LOGSE -1990-, que “heredó” cuando en 1992 fue nombrado ministro de Educación por un corto espacio de trece meses -suficientes para rematar la faena-, antes de pasar al Ministerio de Presidencia y portavoz del Gobierno, donde tuvo que hacer equilibrios increíbles a las continuas preguntas sobre el caso GAL y en los que se mantuvo hasta que la corrupción institucionalizada acabó por fin con la era González en 1996.

Después de la vuelta del PSOE tras la masacre de Atocha y cercanías en 2004, con dos legislaturas en la oposición y la ¿sorprendente? victoria del PSOE de José Luis Rodríguez cuando se presumía una cómoda tercera legislatura de continuidad del PP, truncada por los citados atentados, nuestro “héroe”, al que algunos atribuyen un “papel decisivo” en ese triunfo, vuelve a la primera línea de la política nacional. El Sr. Rubalcaba se llevó a la tumba el que seguramente sea su mayor secreto ¿qué sabía de la gestación y posterior perpetración del mayor atentado terrorista de la Historia de España? Obviamente, por él nunca lo sabremos, como tampoco qué pintaba en Atocha el Juez Baltasar Garzón sin estar de guardia o quién mentía cuando tras la manipulación del sentimiento puesto de manifiesto en aquella numerosa manifestación bajo la lluvia del viernes 12 -otra vez las vísceras jugando un papel decisivo en el destino de España- y lo que a todas luces podía constituir un delito electoral, el incumplimiento de la jornada de reflexión del sábado 13, sorprendió con aquella lapidaria frase que se quedó grabada en la memoria de muchos españoles: “España se merece un Gobierno que no mienta”, con la que “movilizó” a las masas en una multitudinaria llamada a una cacerolada -escrache, se llama ahora a estos cercos injustificados, intolerantes e intolerables, tan comunes por parte de la izquierda que los considera “libertad de expresión” si lo hacen ellos- perfectamente orquestada -cuesta pensar que se improvisara algo así- ante la sede del Partido Popular, que dejaba en un triste papel a un cercado y asustado Mariano Rajoy poco antes de huir a su “abducción” en Méjico. Cacerolada en la que participaba el hoy líder de la extrema izquierda -esa que salió de la Universidad colonizada por el marxismo que antes citaba- Pablo Iglesias Turrión, rico hacendado desde su llegada al primer plano político que en poco tiempo lo llevó a su Villa Tinaja actual, como buen “comunista” que se precie. Probablemente también, la mala gestión de este suceso por parte de José Mª Aznar supuso el mayor error político de su carrera al no haber suspendido las elecciones generales del domingo 14, que nunca debieron celebrarse en el estado de shock en el que se encontraba el pueblo español, tan fácilmente manipulable cuando priman los sentimientos sobre la razón.

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En esta nueva etapa, Rubalcaba fue primero portavoz del grupo socialista del Congreso y más tarde, en 2006, ministro de Interior, cargo que compaginó con el de ministro de Defensa en sustitución por baja maternal de su admirada “Capitán, mande firmes” (q.e.p.d. también) a la que le llevaba el bolso su fiel JEMAD José Julio Rodríguez, alias “el rojo”, hoy podemita sin plaza, -se ve que no lo querían mucho los ciudadanos de Zaragoza y Almería, sus dos primeros intentos-, aunque no se le conoce mucho destrozo en esta corta etapa -40 días- de sustitución ministerial. Lo que tampoco sabremos por él es cuál fue su papel en el chivatazo conocido como “Caso Faisán”, instruido por el hoy ministro sucesor, en funciones, cuando ejercía de juez y parecía bueno, en el que “alguien” evitó con su aviso que se detuvieran a unos etarras pertenecientes a una red de extorsión a empresarios vascos que se “gestionaba” desde el bar Faisán de Irún. Por último y para no extenderme más en un relato que daría para varios libros nos quedaremos sin saber por él su implicación en el movimiento 15-M, ya en su última etapa, que fue la antesala del “rodea el Congreso” y de la aparición de Podemos, tres años después. Ni del presunto espionaje a la sede del PP desde un edificio próximo, o de la “desaparición” de 100 Kg de cocaína de la Jefatura Superior de Policía de Sevilla, movilizaciones por el derrame de petróleo del Prestige en las costas coruñesas y un largo etc.

Terminó su etapa con Zapatero, como Vicepresidente del gobierno, cargo que compatibilizó con los anteriores en una demostración de polivalencia infinita, para acabar sucediéndole como candidato a la Presidencia en las elecciones generales de Noviembre de 2011, en las que tras la ruina económica, social y educacional que dejaron los socialistas -una más-, consiguió el peor resultado -hoy sería el tercero peor- de la historia electoral del PSOE desde la Transición -110 escaños- y, finalmente, en Febrero de 2012, fue elegido Secretario General del partido en el XXXVIII Congreso socialista, por un estrecho margen de 22 votos respecto a su rival en esta liza, su querida amiga Carmen Chacón. Dos años después dimitiría de sus cargos tras el nuevo fracaso en las elecciones europeas de Mayo de 2014, para volver a su abandonada etapa docente en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Complutense, en la que algunos alumnos guardan un grato recuerdo.

Cierto que no se le conoce implicación directa -al menos que yo sepa- en ningún caso de corrupción económica y que dada la media de los que formaron parte de los gobiernos de José Luis Rodríguez -, Bibiana Aído, Leire Pajín, Pepiño Blanco, Trinidad Jiménez, Magdalena Álvarez y un largo etcétera- hay que considerarlo un político de mucho más nivel, pero no es menos cierto que su relación con los distintos asuntos comentados dejan muchas sombras en su trayectoria, que el tiempo y la Historia juzgarán. Por eso, desde mi mayor respeto a los muertos y a su persona, también mi mayor repulsa como político a pesar de esa entregada “familia” socialista de cuchillos largos y fáciles cuando las circunstancias lo requieren y de lágrima no menos fácil y falsa cuando de tocar el sentimiento se trata. Así que D. E. P. don Alfredo Pérez Rubalcaba y que encuentre tanta paz como él haya contribuido a dejar para España durante su larga vida política.

Y para terminar, mi extrañeza por esos honores más propios de un Jefe de Estado, a los que se sumó la doble pareja de Reyes, en lo que yo considero excesivo para un cuarto nivel político en la línea jerárquica y que estuvo a punto de acabar como el rosario de la aurora por lo que se ha comentado sobre una posible nueva osadía del presidente del gobierno en funciones que el propio Felipe VI reprendió en el velatorio.

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No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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