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Opinión

Decepción y desesperanza en España

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«Ahora mi optimismo está por los suelos. Hoy estamos todos hundidos en la mierda del mundo, y no se puede ser optimista. Sólo son optimistas los seres insensibles, estúpidos o millonarios. Hay basura en la calle, hay basura en las pantallas de televisión,… y hay motivos para ser pesimista»… Yo a veces digo, cuando me critican por ser pesimista, que realmente, no es que yo sea pesimista, es que el mundo en que vivimos es pésimo” José Saramago, Premio Nobel de Literatura.

En estos tiempos tan oscuros que nos han tocado vivir, pienso que es bueno que alguna vez que otra nos tomemos un respiro y miremos hacia arriba. Contemplemos el lento y majestuoso devenir de las nubes, como se forman y desaparecen, sus cambios de forma y de color… Obviamente, aunque miremos el cielo, las cosas seguirán estando igual de mal, los políticos que nos malgobiernan seguirán siendo igual de golfos, nos seguirán estafando, seguirán robándonos… pero, desconectarnos por un momento aunque sea breve, alzar la vista, mirar al cielo hará que sintamos henchido el corazón, nos revitalizará para poder hacer frente a todo lo que nos está cayendo.

El cielo sigue siendo limpio, puro, libre… como dice el viejo poema tan lleno de rabia y frustración que escribió el poeta Ángel María Pascual en 1946:

A ti fiel camarada que padeces
el cerco del olvido atormentado.
A ti que gimes sin oír al lado
aquella voz segura de otras veces
Te envío mi dolor. Si desfalleces
al acoso de todos y cansado
ves tu afán como un verso malogrado,
bebamos juntos de las mismas heces.
En tu propio solar quedaste fuera.
Del orbe de tus sueños hacen criba.
Pero, allí donde estés, cree y espera
El cielo es limpio y en sus bordes liba
claros vinos del alba, Primavera.
Pon arriba tus ojos. Siempre arriba.

Eugenio D’Ors, que siempre admiró su elegancia, lo llamaba “el falangista de los zapatos de orillo”.
Su condición de falangista con tendencias más preocupadas por lo social que otra cosa, lo convirtió en una rara avis en el ambiente “franquistón” de la Navarra de posguerra. Los altos cargos de la prensa local acabarían por relegarle al cultivo de sus Glosas a la ciudad, con una responsabilidad limitada. Antes, había dirigido, el Arriba España, en la calle Zapatería de Pamplona, donde estaba y luego volvió a estar la sede del Partido Nacionalista Vasco.

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A los falangistas los absorbió Franco con el señuelo de meter el yugo y las flechas en su simbología.

Pero, nunca dejaron de ser vistos más como una amenaza para el régimen nacido de la guerra civil.
El poema de Ángel María Pascual es una llamada de auxilio, un sermón, falangista en el desierto, una homilía preñada de una extraña soledad y crudeza, e incluso escatológico (“bebamos juntos de las mismas heces”). Algo así como el “exilio interior” de Vicente Aleixandre, el de los que estaban en el bando vencedor, pero que sentían rechazo por el imperante estado de cosas.

Ángel María Pascual murió el día 1 de mayo de 1947, con tan solo 35 años de edad, y Eugenio d’Ors le dedicó un recuerdo en el diario Arriba que tituló Noches de Pamplona, noches del tiempo de la guerra. Eugenio D’Ors afirmó de Ángel Pascual que «era nuestro», «¿De un grupo, un partido? ¿De una ciudad? No. De una raza. De la raza de los cultivadores del amor en disgusto».

Pero, volvamos a releer el texto… ¿Cómo alguien puede escribir tal cosa después de ganar una guerra?

Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, enorme sensación de desengaño revoloteaba por encima de muchas cabezas pensantes de la sociedad española. Fue como si la nefasta y acomplejada desesperanza inoculada por la Generación del 98, tras la pérdida de Cuba y Filipinas volviera de golpe y porrazo, al ver el país nuevamente destruido en tan poco tiempo. Pero, lo que sí es evidente es que gran parte de los bandos contendientes coincidía en algo básico: La España que echó a andar, a principios del siglo XIX, achacosa, en declive… estaba abocada a morir. Nadie esperaba que España acabara rodeada de democracias liberales. Es más, gran parte de los españoles culpaban, no sin cierta razón, al liberalismo de los problemas de la España contemporánea, pues, no se olvide que siempre había logrado el poder en España a través de algún alzamiento militar.

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Paradógicamente, el liberalismo era enormemente despreciado y, sin embargo, era lo que rodeaba a España por todas partes.

Cuando Ángel Pascual escribió su poema, la Falange había perdido trágicamente a sus mejores mentores. Franco comenzaba en plena guerra un experimento totalitario que, amén de amordazar lo que quedaba de la Falange dirigente, o sea, Manuel Hedilla (sucesor de José Antonio Primo de Rivera en la jefatura de la Falange, tras su asesinato en Alicante), también pretendió inmovilizar al carlismo, que era la organización civil que más había aportado al Alzamiento. Es más, posiblemente Franco no habría ganado la guerra sin los requetés. Su jefe, Manuel Fal-Conde, quien se opuso a la política de partido único, fue condenado al destierro y el patrimonio de la Comunión Tradicionalista fue secuestrado. Es muy posible que no les hubiera temblado el pulso a los militares sublevados contra el gobierno del frente popular, para haber acabado condenando a muerte a Hedilla y Fal Conde, pero no eran tontos y sabían de los perniciosos efectos que aquello podría acarrear.

Comunistas y socialistas, en cambio, esperaban una milagrosa intervención de la Unión Soviética que trastocase el signo de la guerra y convirtiera a España en una colonia del poder de Moscú. Y eso no pasó. En el ejército del frente popular hubo sangrientas divisiones. Todavía en la actualidad, comunistas y anarquistas se pasan la pelota sobre los crímenes de supuestos “incontrolados”. La influencia de Stalin fue tal que en España tuvo lugar una purga antitrotskysta dirigida por él, de la que fue víctima el Partido Obrero de Unificación Marxista a través de Andreu Nin. Hubo comunistas recalcitrantes que engrosaron las filas del maquis. Fueron terroristas que se encontraron con la oposición de un pueblo harto de comunismo y guerra, y en cuanto la URSS dio la voz, se bajaron del burro… los que se jugaron la vida en el frente fueron olvidados. Desgraciadamente, no fue muy distinto el bando nacional.

De todas maneras, el desengaño, la decepción y la desesperanza ya comenzaron en la II República. De los “republicanos del 31”, no quedó ni uno que defendiera el régimen al cabo de cinco años. Qué mejor que la famosa frase de José Ortega y Gasset, para definir aquella situación: “No era esto, no era esto”.

Gregorio Marañón, Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez tuvieron opiniones parecidas. Alejandro Lerroux, uno de los más veteranos partidarios de la República, acabó abominando y apoyando al bando nacional, caso relativamente parecido al de Francesc Cambó. Era lo que Francisco Largo Caballero llamaba “la república burguesa”, ésa que había derribar con la bandera tricolor, para colocar solo la bandera roja de la Revolución que entonces preconizaba el PSOE amenazando con guerra civil desde 1933.

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Por supuesto, como era de esperar, durante la postguerra, fueron muchos los españoles que la se olvidaron de la “política”. La cuestión era subsistir y levantar España. Peor o mejor, así se hizo.

En 1975, España era la novena potencia industrial del mundo y apenas tenía un 3% de desempleo,

Aunque el régimen inoculara vicios que luego la partitocracia cleptocrática ha multiplicado desmesuradamente, lo que fue, fue, y no cabe discusión. El régimen del General Franco poseyó una inteligencia sociopolítica que no se puede negar. La justicia social se hizo real en muchos campos y se creó una clase media. El sistema educativo, aunque no poseía un buen aprendizaje de idiomas, era de los mejores de Europa. Si hacemos balance de lo conseguido desde entonces, solo cabe concluir que, el precio que se pagó para homologarnos con las naciones de nuestro entorno cultural y civilizatorio fue demasiado caro.

Durante los “cuarenta años” la Falange se deshizo tras múltiples divisiones y el carlismo poco más o menos. El régimen fue cercando a la oposición interior constructiva, a la vez que premiaba con prebendas a los que descaradamente se perfilaban como enemigos. Y, para más INRI, el clero dejaba de ser un asiento espiritual para convertirse en un puente al servicio del futuro poder.

Ahora que algunos dan la matraca con lo de la “memoria histórica”, viene a cuento recordar que en el bando nacional nunca sentó bien la muerte de García Lorca. Se reconoció como un error desde primera hora, no ya por los burócratas arrimados o por los “camisas nuevas”, sino por la gente de primera línea, que poco o nada tenía en contra de aquel genio de nuestras letras. En cambio, no parece que los que dicen ser herederos del frente popular estén por la labor de decir nada acerca de execrables asesinatos como los de José María Amigo, o de José María Hinojosa (Amigo de Lorca y colega de la Generación del 27), del dramaturgo Pedro Muñoz-Seca, del ensayista Ramiro de Maeztu… O incluso de Melquíades Álvarez, que era un intelectual republicano liberal progresista… También callan acerca de, cuando las turbas revolucionarias de la Asturias del 34 destrozaron la biblioteca de la universidad de Oviedo, obra y gracia de la krausista Institución Libre de Enseñanza…

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Aquellos miembros de ambos bandos, eran otros hombres, otra gente, hasta otra “raza”, independientemente de sus ideas políticas. No todos eran pesimistas o desengañados.
José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote decía que «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo»

Aunque parezca una perogrullada, permítaseme que afirme que si yo hubiera nacido en cualquier otra familia, en cualquier otro lugar, en otro país cualquiera, en otra época; en la actualidad yo sería un individuo completamente diferente.

La circunstancia es el mundo vital en el que se halla inmerso cada individuo, y nunca mejor dicho, pues de un profundo e interminable “baño” se trata; el mundo físico, y la totalidad del entorno con que nos encontramos cuando nos llaman a la vida (cultura, historia, sociedad,…) La circunstancia de cada cual incluye el entorno material, físico, pero también las personas, la sociedad, la cultura; en los que y con los que el individuo habita. Pero no hay que olvidar que la circunstancia personal también incluye el cuerpo y la mente. Inevitablemente, para bien y para mal, nos es dado un cuerpo y un conjunto de potencialidades, habilidades, capacidades psicológicas, y todas ellas pueden favorecer o ser un obstáculo para nuestros proyectos, nuestro crecimiento personal; de la misma manera que el resto de los factores del mundo que nos ha tocado en suerte.

Estamos obligados a decidir, optar en el momento presente -y por supuesto, hacernos responsables de los resultados de nuestras acciones u omisiones- también en el porvenir, pero, planificar el futuro implica tener presente el pasado, no hay otra manera de existir y actuar en el momento actual.

El futuro que nos espera no es uno cualquiera, es nuestro futuro, el que nos corresponde a partir de nuestro ahora, del mismo modo que el pasado no es el de otras épocas, es la época de nuestros contemporáneos, la nuestra. En nuestro actual momento, tanto individual como social, impone inevitablemente su presencia nuestro pasado. “Nuestro tiempo es nuestro destino”, y no debemos olvidarlo.

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Y, antes de despedirme, permítaseme otra reflexión:

Yo no soy responsable de las circunstancias que me tocaron en suerte cuando mis padres me llamaron a la vida, cuando vine a este mundo (tampoco ninguno de ustedes), pero si soy responsable de aquello que deje cuando me llegue el momento de marcharme. Todos podemos cambiar nuestro entorno, comenzando por nosotros mismos, humanizar el ambiente en que vivimos, es nuestro territorio de responsabilidad, y para ello no hacen falta fórmulas mágicas, solo gente de buena voluntad…Y, por supuesto, para cambiar el ambiente en que estamos inmersos, hay que empezar por uno mismo.

Y, como decía Ángel Pascual en su poema, desconectémonos de vez en cuando, aunque solo sea un momento breve, para alzar la vista, pues, mirar al cielo hará que sintamos henchido el corazón, nos revitalizará para poder hacer frente a todo lo que nos está cayendo.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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