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Opinión

Globalismo, perspectiva de género y nuevo orden mundial

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No es lo mismo globalismo que globalización. Como tampoco es lo mismo estar jodido que estar jodiendo… Tal como dijo nuestro Nobel, Camilo José Cela.

¿Por qué los “globalistas” -los promotores del Nuevo Orden Mundial- y sus principales representantes en España, los partidos políticos españoles promueven el feminismo “de género”?

Antes de hablar del feminismo de género, es imprescindible hacer una serie de precisiones, si me permiten la digresión:

Con el ascenso del populismo en los países desarrollados, la globalización económica cada día que pasa tiene peor fama, de forma injusta e inmerecida. Cada vez son más las personas que rechazan la globalización con el argumento de que es injusta y que además es la fuente de los males existentes en el mundo. Incluso, algunos afirman que es en la globalización económica donde está el origen de las crisis económicas, de las guerras, de las migraciones, de la pobreza, de la desigualdad y de todo aquello que nadie desea.

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Quienes afirman tales maldades de la globalización económica, ignoran consciente o inconscientemente que la globalización ha aumentado el nivel de vida de la mayoría de los habitantes del planeta tierra.

Una cosa es el globalismo y otra bien distinta la globalización. El globalismo es un concepto político. La globalización es un concepto económico. Confundir ambas cosas es mezclar las churras con las merinas que, aunque son ovejas no son iguales. Globalización económica significa “división del trabajo a escala mundial”.

Se trata de sacarle la mayor rentabilidad a las habilidades y los recursos. Es por ello que la población de cada país se especializa en aquello en que mejor sabe hacer, adquiriendo así una ventaja comparativa en relación a la de otras naciones: hago aquello en lo que soy mejor que los otros y les vendo; y compro de los otros aquello que ellos hacen mejor que yo. Todos esos intercambios, esas transacciones económicas se deberían realizar lo más libremente posible, sin que los gobiernos impongan tarifas proteccionistas y barreras arancelarias.

Allí donde funciona este esquema, siempre se acaba dando un enorme aumento en el nivel de vida de todos los implicados.

En la actualidad es casi imposible que algún lugar del mundo aspire a vivir en una situación de autarquía, de autosuficiencia y aspirando a producir absolutamente todo lo que sus habitantes necesitan para vivir dignamente. Si los dirigentes de algún país intentasen tal cosa, producir todo lo que consumen sus conciudadanos, no solo sería un monumental desperdicio de recursos escasos, sino que elevaría los costes de producción y, como consecuencia los precios de los bienes y servicios acabarían siendo increíblemente altos, afectando de forma negativa al bienestar de la población.

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¿Cómo es posible que, actualmente, un trabajador corriente tenga a su alcance una amplia variedad de bienes y servicios, cuya producción requiere los esfuerzos coordinadores de millones de trabajadores?

La respuesta es que cada uno de esos trabajadores forma parte de un mercado de tal magnitud, tan amplio que, facilita que muchos emprendedores e inversores de todo el mundo organicen actividades de producción altamente especializadas, que les resultan enormemente rentables debido a que el mercado para sus productos es a escala global.

Esta especialización tanto de trabajo como de producción, a lo largo de diferentes sectores industriales en todo el mundo, es la característica fundamental de la globalización económica.

La globalización económica, acompañada del libre comercio (conditio sine qua non para que se pueda dar la globalización económica) aumenta la productividad de todas las partes implicadas. Y por lo tanto el nivel de vida de todos. Sin la globalización económica, hubiera sido imposible que la pobreza se redujera con la intensidad con que lo ha hecho en las últimas décadas, en todo el mundo.

A pesar de la mala fama –inmerecida- de la globalización, cualquier persona que elijamos al azar, aunque no lo sepa es un entusiasta defensor de la globalización económica, Raro es quien no madruga, se levanta temprano y va a trabajar con la intención de ganar la mayor cantidad de dinero posible y, con él, poder consumir lo que desee. Las personas trabajan y producen para poder consumir productos buenos y baratos, independientemente de su lugar de origen. Les trae al fresco la parte del mundo de dónde vengan; lo que les interesa es que sean buenos y baratos. En eso consiste la globalización económica.

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Aunque sean muchos los que lo ignoren, globalización y globalismo son fenómenos contrapuestos, antagónicos. Globalización económica significa libre comercio y libre mercado (en ello subyace la idea de que el mejor gobierno es el que menos interviene y el que se dedica a gobernar, es decir: garantizar que se cumplan los pactos entre particulares, perseguir a los delincuentes, y defendernos de potenciales agresiones del extranjero). La globalización económica no necesita la intervención de los gobiernos y de sus burócratas, funciona mucho mejor sin ellos. El libre mercado, el libre comercio funcionan cuando no hay políticos y burócratas que se entrometen e imponen obstáculos a los pactos e intercambios entre particulares.

El globalismo es exactamente lo contrario de la globalización económica: Es un pacto de políticos y burócratas, para que exista el globalismo es imprescindible que haya políticos y burócratas.

El globalismo es una política internacionalista, creada, puesta en marcha, dirigida por burócratas, que ven el mundo entero como una esfera en la cual pueden influir y de la cual pueden parasitar. El objetivo del globalismo es dirigir y controlar todas las relaciones ente los ciudadanos de los diversos países del mundo, de los habitantes de todos los continentes creando organizaciones internacionales y legislando de manera autoritaria, para poder finalmente actuar, también, de manera autoritaria.

He aquí el principal pretexto del globalismo: Buscar soluciones y ponerlas en prácticas para abordar los problemas cada vez más complejos de este mundo y de quienes en él habitamos (crisis económica, “calentamiento global”, refugiados, lucha contra la “desigualdad”, y cuantas nobles causas a usted se le ocurra nombrar), para lograr esa bondad extrema se requiere tomar decisiones de forma centralizada, un gobierno mundial que actúe a escala mundial.

Los políticos y burócratas globalistas promueven leyes sociales, laborales, reglamentaciones económicas y toda clase, con la pretensión de hacerlas extensivas a todos los habitantes del planeta, para lo cual es necesario un cuerpo burocrático supranacional, que las imponga de manera uniforme en cada país.

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Como consecuencia de lo que vengo exponiendo, para los globalistas, el estado-nación como representante del pueblo soberano es considerado obsoleto y es necesario sustituirlo por un poder político transnacional, globalmente activo y alejado por completo de los deseos de la gente. Por supuesto, en esta forma de pensar está implícita una mentalidad claramente colectivista, socialista, intervencionista. Desde este esquema está organizada, estructurada la Unión Europea, su objetivo es crear un super-estado europeo, en que las naciones-estado se irán diluyendo como el azúcar en un vaso de café. Es por ello que los británicos han acabado diciendo que con ellos que no cuenten.

Son muchos ya los europeos que piensan que ese sueño burocrático monstruoso tiene fin y no está demasiado lejano… Tras la decisión de los británicos de salir de la UE es posible que el sueño de los burócratas de Bruselas acabe entrando en estado de “schop”, e incluso más prontos que tarde acabe colapsando dependiendo de los resultados electorales que vayan sucediéndose en algunos importantes países europeos: Francia, Holanda, Alemania, Italia…

La globalización es Steve Jobs; el globalismo es George Soros, es el Club Bilderberg, es la Comisión Trilateral, los Rockefeller, los Rothschilds y la ONU.

El globalismo representa el autoritarismo y la centralización del poder político a escala mundial, la globalización económica – que no es más que la división del trabajo y el libre comercio – representa la descentralización y la libertad, promoviendo una productiva y, aún más importante, pacifica cooperación más allá de las fronteras.

Bien, una vez aclarados algunos conceptos, volvamos al feminismo de género:

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Si buscamos antecedentes de lo que algunos tuvieron la feliz ocurrencia de llamar “perspectiva de género,” posiblemente los encontremos ya en la antropóloga Margaret Mead cuando terminaba el primer tercio del siglo XX, pero no será hasta 1963 cuando Robert Stoller hable de “identidad de género” e “identidad sexual” y añada que lo que él denomina “género” (que bien traducido al español habría que denominarlo “sexo psicosocial” o algo parecido) es una “construcción”, resultado de la educación y del entorno, y que apenas en nada o casi nada está determinado por la herencia, por los rasgos anatómicos, biológicos con los que el común de los mortales aparece por este mundo.

Entre otras muchas cuestiones, la “perspectiva de género” niega que los humanos seamos parte de la Naturaleza, e inspirándose, también, en el libro de Federico Engels, “La familia, la propiedad y el estado” afirma que la familia tradicional es el lugar en el que se maleduca a las personas y se les inculca lo que sus partidarios llaman “el patriarcalismo” y la idea de que los hombres son superiores a las mujeres y merecedores de trato de favor y más y mejores derechos que las mujeres, o el tres por ciento de la población que es más o menos el número de personas homosexuales; por descontado, añaden (contradiciéndose a sí mismos y sus peculiares teorías) que los varones tienden por naturaleza “y cultura” a establecer relaciones de dominación, vejatorias, desiguales, intrínsecamente o explícitamente violentas con las mujeres… y rematan la faena afirmando sin ruborizarse que las únicas relaciones “igualitarias” posibles son las que se dan entre personas del mismo sexo.

Por supuesto, todas estas ideas disparatadas, y algunas más son la base, los principios, los argumentos en los que se apoyan quienes abogan por una nueva sociedad, “un nuevo ser humano”, una nueva moral colectiva que en lo político se traduciría en una especie de dictadura, un régimen de apartheid por razón de sexo, en el que estaríamos gobernados por un grupo de sabias lesbianas y homosexuales; un régimen de apartheid en el que, tal cual ya se viene ensayando en lugares como España, los varones son ciudadanos de segunda categoría, privados de los más elementales derechos constitucionales, tales como la presunción de inocencia.

Lo que en principio fue considerado estúpido, extravagante, en aquellos años, acabó destruyendo el feminismo hasta entonces existente, aquel que surgió a partir de las sufragistas de finales del siglo XIX, que simplemente pretendía un trato justo y ausencia de discriminación para las mujeres.

Sirvan como muestra las palabras que siguen, de la feminista Shulamith Firestone: «… asegurar la eliminación de las clases sexuales requiere que la clase subyugada (las mujeres) se alce en revolución y se apodere del control de la reproducción; se restaure a la mujer la propiedad sobre sus propios cuerpos, como también el control femenino de la fertilidad humana, incluyendo tanto las nuevas tecnologías como todas las instituciones sociales de nacimiento y cuidado de niños. Y así como la meta final de la revolución socialista era no sólo acabar con el privilegio de la clase económica, sino con la distinción misma entre clases económicas, la meta definitiva de la revolución feminista debe ser igualmente -a diferencia del primer movimiento feminista- no simplemente acabar con el privilegio masculino sino con la distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente».

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Pero ¿Por qué acabo sucediendo esto, cuál es la razón de que el primitivo, o genuino feminismo haya desaparecido o apenas quede nada de él?

El feminismo de género echó a andar de la mano de las fundaciones Ford y Rockefeller, es decir, lo que ahora se denomina “globalismo”.

En 1995, la ONU celebró la primera Conferencia de Pekín (Cumbre de Beijing 95) para abordar la situación de las mujeres en el mundo, su problemática, todo lo concerniente a las mujeres y, no es casualidad que ambas fundaciones se hicieran notar especialmente.

En España el Gobierno del Partido Popular, presidido por José María Aznar, siguiendo los pasos del gobierno “socialista” de Felipe González (que pasará a la Historia por haber importado el engendro, y ser el principal promotor de la ideología de género en España, creando el Instituto de la Mujer…) y plagiando al Partido Republicano estadounidense, actuó siguiendo las directrices de la ya mencionada conferencia de la ONU, y profundizó en el camino emprendido por el socialista Felipe González y su partido.

Todo ello pese a las voces en contra que fueron surgiendo en el mundo occidental judeocristiano que alertaban de las terribles consecuencias que la divulgación de la perversa ideología neomarxista podría acarrear.

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Todo ello pese a que fueron muchos los que se acercaron con atención a la doctrina totalitaria y liberticida de la que vengo hablando, e inevitablemente acabaron vaticinando los peligrosos alcances que podrían llegar con su aplicación.

El “popular” Aznar amplió el camino iniciado por el gobierno de Felipe González y lo convirtió en una autopista, que por supuesto publicitó luego con bombo y platillo. Fue su gobierno el que creó y consolidó los diversos Institutos de la Mujer en las diversas regiones (léase “comunidades autónomas”). También fue el gobierno del PP, presidido por Aznar el que sentó las bases para la futura “ley integral contra la violencia de género” y demás leyes de apartheid y de discriminación “positiva” contra los varones.

Por entonces comenzó a ponerse en marcha un enorme tinglado, mafioso y fraudulento –a costa de nuestros impuestos, y con subvenciones de la Unión Europea- una gran ubre, de megasubvenciones para grupos “de mujeres” que fueron surgiendo “ad hoc” por doquier, como setas, y cuyo último objetivo es la financiación fraudulenta de los partidos, sindicatos, y ONG-lobbies que están detrás de los mencionados grupos de mujeres.

Algunas de las consecuencias de la implantación del feminismo de género, en Europa y en el Tercer Mundo, están siendo entre otras la desestructuración de las familias, el control de la población y la desestabilización de las sociedades, enfrentadas en guerras de sexos, así como la erradicación de las culturas locales de los países pobres, en especial los de África y Asia.

El feminismo de género considera a un 50% de la población –las mujeres- “minoría discriminada”, y por tanto merecedora de cuantiosas subvenciones y ayudas; “deudas históricas” y cosas similares, lo denominan los neo-marxistas e izquierdistas políticamente correctos.

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Desde el año 2000 se vienen poniendo en funcionamiento en España de manera acelerada las Políticas de Género basadas en la agenda de la Unión Europea. Desde entonces tres de los cuatro principales cargos en el Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional fueron ocupados por tres españoles, con la aprobación y complacencia de quienes controlan y financian tan importantes instituciones promotoras de las Políticas de Género.

España se ha convertido en el líder mundial de referencia en la aplicación de Políticas de Género, con la aprobación el 28 de diciembre de 2004 –día de los Santos Inocentes en el santoral católico- de la denominada “Ley Integral contra la Violencia de Género”.

Dicha Ley, que viene aplicándose desde hace más de una década –casi tres lustros- y cuyo resultado ha sido el procesamiento de alrededor de 2.000.000 hombres, consagra el Derecho Penal de Autor, es decir discrimina entre hombre y mujer estableciendo diferentes tipos de sanciones para un mismo delito, en función del sexo del autor y de la víctima.

No existe precedente mundial de una ley similar.

Mientras se condena a hombres por haber expelido un pedo, o por decirles a las madres de sus hijos que son unas “malas madres”… ellos y ellas –quienes viven de los suculentos beneficios del tinglado mafioso, de la industria del maltrato- dicen que las denuncias falsas no existen, y que hay que endurecer -¿más?- las leyes.

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La actual legislación considera que es suficiente una simple denuncia, o el certificado de los servicios sociales de cualquier ayuntamiento, o de una de las miles de asociaciones “de mujeres”, como documento acreditativo de la condición de “Mujer Maltratada”, para abrir la puerta a la recepción de ayudas sociales y recibir trato de favor en multitud de ámbitos, y es ya una realidad legal consolidada en los distintos Boletines Oficiales de España.

Pero, volvamos al asunto que nos ocupa: Existen algo más que sospechas, suficientes indicios que indican que quienes promueven el “globalismo”, los promotores del “nuevo orden mundial”, han manipulado el feminismo con el claro objetivo de suplantar las tensiones sociales (lo que algunos llaman “lucha de clases”) por una lucha de sexos inducida. De esa manera la gente acaba poniendo más atención, en el hecho de que se haya producido la muerte de cincuenta y tantas mujeres por violencia intrafamiliar durante el último año (todo queda en familia y se echa la culpa “a la violencia masculina/machista”, es decir, a los trabajadores varones) y le pasa desapercibido que se produzcan más de 1.500 muertos durante el año en accidentes laborales o en accidentes de tráfico, en los que también mayoritariamente fallecen hombres.

Por idénticos motivos, nadie habla del millar de hombres separados que se suicidan anualmente en España tras el divorcio.

Se desactiva de esa manera el conflicto social, para evitar que las grandes empresas –del entramado globalista- salgan perjudicadas; se divide a los trabajadores y a los ciudadanos en general, creando un ambiente contencioso entre sexos; se acaba con la familia nuclear para pasar a unidades mini-familiares atomizadas en las que, todos son consumidores individuales, cada vez más desarraigados, infantilizados y manipulables, dando entrada a consumidores adolescentes y niños.

¡Negocio redondo!

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Por otro lado, las iniciativas de todo tipo, encaminadas a destruir lo que siempre se ha llamado “la familia”, fomentando el divorcio, familias “monoparentales”, uniones homosexuales, etc. origina una mayor descohesión social y una sociedad muchísimo más fácil de manipular. Se está creando de esta manera una sociedad acéfala.

Otro asunto especialmente importante, es que las mujeres suelen ser más conservadoras y más “pasivas” políticamente que los hombres. Es por ello que se les van otorgando cada vez más derechos, a la vez que se va privando de ellos a los hombres, lo cual conduce cada día a una mayor desmovilización social y un mayor conformismo.

Estoy hablando de una política consistente en buscar “un problema” –lo haya o no, eso es lo de menos-, “encontrarlo” a fin de aplicar lo que les interese a determinados políticos, diagnosticar erróneamente, decretar soluciones duras e injustas y luego aplicarlas a medias.

Hemos llegado a una situación tal que, es urgente, imprescindible necesario mirar con lupa las consecuencias de la progresiva implantación de las políticas “de género” en el mundo, es imprescindible denunciar la política de apartheid por razón de sexo, los intentos megalómanos de imponer y crear «el hombre (mujer) nuevo»,… teorías de semejante calibre siempre han producido enormes desastres, basta con leer un buen libro de Historia del Siglo XX para saber hasta dónde puedan llegar las maldades de la bondad extrema.

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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