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El puente de la derecha sobre aguas turbulentas

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Casado y Abascal
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Simon y Garfunkel no pensaban en Vox, ni en que el río iba, aquel noviembre del 2019, protestando una corriente de furia. Asombroso que analistas y políticos experimentados se sorprendan estos días del notable aumento de Vox en las urnas. Nunca un partido había tenido condiciones tan favorables para crecer como las ha tenido Vox en los últimos treinta días.

Las contradicciones son tantas en los principales del sistema que nos maravilla todavía más que algunos agiten el miedo a la mal llamada extrema derecha y no a las causas que han propiciado su meteórico ascenso. Increíble que los políticos de la izquierda invoquen los valores de la democracia para demonizar a los millones de electores que han votado contra sus clamorosos errores y sus inaceptables contradicciones. Una de ellas es que PSOE y la izquierda radical hayan dilapidado 136 millones de euros (coste de las elecciones) para alcanzar ahora, en cuestión de horas y con diez diputados menos, el acuerdo de gobierno que tras los comicios de abril no fueron capaces. Así se ríen estos pellas de los españoles…

No es de recibo expedir certificados de pedigrí democrático si al mismo tiempo se desprecia e incluso si insulta a los más de tres millones y medio de ciudadanos españoles que se decantaron el domingo por una opción distinta. No se puede defender el cuento de que la sacralidad de la democracia reside en su expresión de la voluntad popular cuando al mismo tiempo se sostiene que hay votos buenos y malos dependiendo de quienes los emiten. ¿No descansaba acaso la credibilidad del sistema en la aceptación de la infabilidad de los votantes como principio democrático? ¿O acaso el pueblo se equivoca cuando vota a determinadas formaciones políticas y en cambio acierta de pleno cuando elige aquellas que representan a los defensores del pensamiento único?

Cuando se alerta de forma alarmista sobre el auge de la extrema derecha parecería que este ascenso ha sido provocado por fuerzas maléficas sin nombres y sin rostros. Y se equivocan. Hace unas horas, un representante del partido de Puigdemont atribuía el crecimiento de Vox al no bloqueo por parte del PP. Justamente el representante de un partido que tiene actualmente bloqueadas las principales vías de comunicación terrestres entre Francia y España, con gran daño para la economía de millones de personas. ¿Qué esperaban estos gualtrapas? ¿Les sorprende que el río se haya cabreado tanto y venido arriba, acabando con tantos prejuicios en su lecho? ¿Nos están diciendo que millones de votantes tendrían que haber avalado con sus votos a los responsables de una Cataluña en llamas, del sabotaje de aeropuertos, vías férreas y carreteras, de unas instituciones autonómicas gobernadas por pirómanos, de una sociedad cuarteada y dividida, de un Torra fuera de control…? España está siendo dirigida por unos dirigentes que tratan de corromperlo todo por dentro para hacer más fácil la acción destructiva desde fuera. ¿O cree algún lector que en los planes marcados por el globalismo político y financiero no estaba precisamente el dibujo de un Gobierno de España sustentado por la extrema izquierda y los separatistas de todo pelaje? ¿Creen que el tacticismo electoral de Pedro Sánchez, en medio de los ataques a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en Cataluña, no había sido calculado antes de que se convocasen elecciones?

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Saben los lectores que nunca me fié de los dirigentes de Vox. Pero no es el momento de anteponer estas diferencias a la exigencia de estar unidos frente al escalofriante panorama que se nos presenta. Es el momento de apelar a la unidad frente a una amenaza común. Raro será que el nuevo gobierno no intente el cierre de este digital y amordazar la disidencia con todos los instrumentos legales de los que va a disponer. Raro será que no traten de imponernos, por lo civil o por lo criminal, la aceptación de los mantras ideológicos de la izquierda. Raro será que no se encarcele a quien se atreva a contrapuntar las mentiras oficiales. Es la hora de que PP y Vox acuerden una estrategia conjunta frente al potencial peligro de una izquierda guerracivilista y más resuelta que nunca a convertir en cenizas cualquier cosa que nos vertebre emocionalmente. Por muchas cosas que separen a ambas formaciones, estas son sin duda infinitamente menos importantes que lo mucho que hay en juego.

Las elecciones del pasado domingo nos ofrecieron el soplo alentador de que muchos españoles acudiesen a las urnas, no porque fueran militantes o simpatizantes de Vox, sino movidos por un amor a la Patria posiblemente más emocional que intelectual, pero es que una esperanza y una base para construir sobre lo emotivo, como diría José Antonio, lo racional.

En esta hora tan difícil, el PP se enfrenta a la encrucijada de contenerse o sobrepasar convencido esas líneas rojas que han sido establecidas por el sistema como infranqueables. El PP tiene que cambiar el disco duro a su estrategia y rechazar que los que pactan con la izquierda radical y también con los que promueven la violencia y el terror en Cataluña, les den lecciones de nada.

Pensábamos que una democracia era sobre todo la oportunidad de discutir acerca de todos los asuntos y de poder cuestionar aquellos que colisionan con los principios de tus votantes.

En la actual sociedad moldeada por la mafia progresista, que no tiene ideales fijos y, como resultado, tampoco una clara división entre el bien y el mal, existe una técnica que permite cambiar la actitud popular hacia conceptos considerados totalmente inaceptables. Ponemos el ejemplo radical de cómo convertir en aceptable la idea de legalizar el canibalismo paso a paso, desde la fase en que se considera una acción repugnante e impensable, completamente ajena a la moral pública, hasta convertirse en una realidad aceptada por la conciencia de masas y la ley. Eso no se consigue mediante un lavado de cerebro directo, sino en técnicas más sofisticadas que son efectivas gracias a su aplicación coherente y sistemática sin que la sociedad se dé cuenta del proceso.

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Esta técnica, llamada la ‘ventana Overton’ y que consiste en una secuencia concreta de acciones con el fin de conseguir el resultado deseado, puede ser más eficaz que la carga nuclear como arma para destruir comunidades humanas. Millones de votantes dijeron alto y claro el domingo que no han sucumbido a este proceso de lobotomización colectiva. Si por razones morales te opones al aborto, a la eutanasia, a la desigualdad legal entre hombres y mujeres, al feminismo excluyente o al homosexismo militante, entonces tu derecho a la discrepancia se convierte en una tara moral, en un accidente ideológico, en un peligro potencial para la convivencia o a lo que ellos llaman principios democráticos. El PP sucumbió durante años a este chantaje de la mafia progresista y ahí ha estado la razón de que se hayan transferido tantos miles de votos a Vox. Incluso Rajoy fue capaz, antes de llegar al Gobierno, de ponerse detras de una pancarta contra el aborto y el adoctrinamiento educativo. Casado tiene que revertir la involución moral e ideológica que ha sufrido su partido desde 2o11 si quiere que los españoles lo perciban como un antídoto eficaz frente a la izquierda.

Cuando vemos que hasta los criminales de ETA gozan de la conmiseración que la mafia progresista niega a los españoles que defienden el derecho a la vida, entonces es facil comprender que muchos españoles decentes terminasen votando al partido que más representa para ellos la desafección al sistema. Los que más hablan de libertad, los que más atacan los dogmatismos, los que defienden la oposición de pareceres, son al mismo tiempo los que pretenden poner vetos a las personas y a las ideas que han sido el andamiaje moral de nuestra arquitectura civilizacional durante siglos.

El viaje al centro sin ideales y sin avitullamientos morales es un viaje a ninguna parte. No conozco a ningún dirigente de la izquierda que busque en el centro su Eldorado electoral, como hace la derecha liberal. El PP no debería renunciar al derecho de recoger banderas que otros han arrumbado al cajón de los recuerdos. Con esas banderas nos educaron, crecimos y fuimos felices.

La sal se pudre. La luz se apaga. La verdad se oculta o altera. La libertad o el sufragio deciden lo que es bueno o es malo. El crimen del aborto es un derecho de la mujer. El matrimonio homosexual y el orgullo gay, conquistas de la democracia. El mal se disfraza de bien posible. El dinero se roba o se despilfarra. Se contraen deudas no para crecer, sino para pagar los intereses de las anteriores. Las banderas -en frase de Garibaldi- son lienzos con los que se amortaja a la Patria. Los parados no encuentran empleo, y los que lo tienen viven con lo puesto. El Estado de las Autonomías políticas divide a los españoles. El cambio demográfico ya se percibe en muchos barrios y ciudades. El Estado renuncia a imponer orden en Cataluña. El mal ejemplo en las alturas corrompe a la sociedad.

Hay valores más altos que aquellos que esgrime el falso progresismo de los que tratan, al estimularle, de aplastarnos; hay valores más apreciados que la vida y la paz, como la fe y el honor, a los cuales la paz y la vida, por ser inferiores, se entregan en holocausto. Sólo así, con su espíritu, que hacía gritar a los nuestros: “¡Viva la muerte!”, conseguimos, muriendo, que viviera España, Y desde Belchite al Baleares, desde el Alcázar de Toledo al santuario de la Virgen de la Cabeza, se alzaron, entre las espigas, las cruces toscas que iban señalando el lugar donde caían nuestros héroes.

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Esto no se puede olvidar. Un país no recibe una lección como la nuestra para reducirla a un capítulo de historia, y menos todavía para retorcerla y falsificarla.

Y ha llegado la hora de que purificadas nuestras filas, manifestados los pensamientos ocultos de los progresistas y sus cómplices, descubierta la acción del enemigo, que ha quemado las banderas de España en Cataluña, que ha embadurnado de porquería el monumento a nuetros héroes, que ha profanado iglesias, que ha producido la turbación en las Universidades, que trata de corromperlo todo por dentro para hacer más fácil la acción destructiva desde fuera, apretemos nuestras filas, cerremos la guardia y hagamos posible, por la unidad, la grandeza y la libertad de España, que la izquierda sucumba en el campo de batalla de las ideas. Sin complejos y convencidos de lo que somos.

La economía no es todo, porque “no solo el hombre vive de pan (aunque lo necesita) sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4,4). Poner en práctica esa palabra como exigencia moral, es ineludible para que el pan llegue a todos, y es evidente que esa palabra o no se escucha y si se escucha no se obedece. De esa palabra de Dios yo no oí nada en los mítines del PP ni de Vox.

Cuando Europa entera parece abocada a un trágico final, cuando la civilización occidental parece agonizar entre los estertores del hedonismo, el multiculturalismo y el relativismo moral, ¿a qué cosa sino a la derecha deberían aferrarse los votantes para mantener viva la esperanza?

Tras el acuerdo entre PSOE y Podemos, se intentará atacar y debilitar el “alma” de la nación. El ataque será a sus tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad. A la memoria histórica auténtica mediante la memoria falsa; al entendimiento, despreciando los valores innegociables y a la voluntad, con el desamor a la herencia recibida. De esta forma, unas generaciones, que no es lo mismo que un pueblo, pueden cambiar de conducta, tal y como está sucediendo en la España de hoy. A la viga de hierro, que permanece firme, la convierte en masa, que es moldeable. Si el cuerpo del hombre se convierte en cadáver y se pudre cuando cesa el soplo de vida, la nación, privada del suyo, deja de serlo, y económica, cultural y políticamente se reduce a colonia.

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El nutriente revitalizador, el resurgimiento, no pude ser otro que el de reencontrar sus raíces cristianas y cumplir con su misión histórica.

No es lo mismo estar juntos, que estar unidos. Juntas están las maletas sobre la baca del coche, y sujetadas por el pulpo. Si el pulpo se quita o se rompe, las maletas, al moverse el coche, se caen al suelo. Lo mismo sucede con respecto a la nación cuando la diversidad y el pluralismo, estimulan su fraccionamiento y no hay baca ni pulpo político que lo impida.

Por el contrario, cuando la diversidad y el pluralismo son fruto de la unidad íntima de la nación manifestada durante siglos, con su fuerza creadora, la diversidad y pluralismo se complementan, y enriquecen. Una cosa es el corsé y otra el músculo.

Las aguas bajan descontroladas, pero muchos españoles ya han encontrado un puente seguro para no ser arrastrados por la corriente. El PP no puede hacer oídos sordos a este instinto de conservación ni atribuirlo erróneamente a una coyuntura pasajera. Por su parte, Vox debe convencerse que solo no podrá alcanzar nunca el objetivo de arrancarle al sistema el poder suficiente para cambiar las cosas. Tanto el PP como Vox tienen que unir fuerzas para que la dispersión de quienes somos fieles a unos ideales comunes, vaya desapareciendo, y que nuestra manera de pensar y de comportarnos, la conozcan, los que no la conocen o los que la rechazan. Lo que importa, decía Unamuno, no es solo vencer sino convencer.

Sirva como base esperanzadora la existencia de millones de españoles dispuestos a evitar que se eliminen uno tras otro todos los límites que protegen a la sociedad del abismo de la autodestrucción. Frente al enemigo todopoderoso que hoy ha sido presentado en sociedad, o Casado y Abascal reman en la misma dirección o perecerán ahogados bajo las aguas turbulentas.

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Postdata.- Armando Robles, en Radio Cadena Española, el 1 de noviembre de 2019: “Conozco muy bien a la izquierda porque he pasado toda mi vida combatiéndola ideológicamente. Habrá un voto visceral contra el PP de Rajoy, que ya está retirado de la política, y lo que tendremos antes del día 15 de noviembre es un acuerdo entre PSOE y Podemos para un gobierno frentepopulista, con Pablo Iglesias de vicepresidente y apoyado externamente por los separatistas”.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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