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Opinión

Octogésimo aniversario de una fecha que cambió el curso de España

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Como muchos lectores sabrán, pese al casi unánime silencio de la mayoría de los medios de comunicación con excepción de alguna pequeña cita en alguno menor, el pasado lunes, 1 de Abril, se cumplieron ochenta años del final de la triste Guerra Civil que durante casi tres años se libró en nuestro suelo patrio como consecuencia de la deriva que en los años precedentes, desde la súbita proclamación de la Segunda República, “España se acostó monárquica y se despertó republicana” decía un titular de prensa aquel 14 de Abril de 1931.

Tras tres intentos de golpe de Estado, uno en 1932 y dos en 1934 -o uno con dos focos, Asturias y Cataluña, según se quiera ver- y una manipulación de las elecciones generales de Febrero de 1936 que dio lugar a la llegada del frente popular -recomiendo la lectura de “1936, Fraude y Violencia”, de Miguel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, Espasa Libros, 2017-, y después de no pocas barbaridades -quemas de iglesias, asaltos, profanaciones de cementerios, asesinatos, etc.-, se hizo inevitable el Alzamiento de una parte del país contra esos desmanes que causaron la tragedia que se vivió desde el 18 de Julio de 1936 hasta el citado 1 de Abril de 1939, que desde entonces y durante bastantes años hasta 1975, algunos de los cuales festivo nacional, fue conocido como el Día de la Victoria.

Y aquel 1º de Abril de 1939, con un escueto parte de guerra: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales los últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”, el Generalísimo Franco daba la buena noticia de haber terminado con cerca de treinta y tres meses de un durísimo enfrentamiento entre españoles que dejó miles de muertos, familias rotas -muchas de ellas por la simple razón de haber estado en una u otra zona geográfica o por tener diferente ideología política-, con un país sumido en la destrucción y la posterior ruina que había que levantar. Y a partir de ese día empezó la recuperación que llevó a España a ser la 9ª potencia industrial mundial en 1975, después de unos años de aislamiento internacional que tuvo que rendirse a la evidencia tras un largo y duro camino que no fue nada fácil para nuestros padres y abuelos, especialmente en las dos primeras décadas, con unos primeros años dramáticos.

Sin ánimo de ser exhaustivo, como decía cada noche un conocido comunicador desde los micrófonos de la cadena de uno de los “colaboradores necesarios” de que el Dr. Fraude cum Laude alcanzase su sueño de estar unos meses como “reyezuelo” en la Moncloa, apoyado por todos los enemigos de España, citaré algunas de las cosas que desde esa fecha octogenaria se hicieron y contribuyeron a conseguir el gran país que heredamos los españoles en 1975, que ya empezaron durante el transcurso de la contienda con la Ley del Fuero del Trabajo de 1938, a partir de la cual se inicia un largo camino de leyes de ámbito puramente social.

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Ya el mismo año de la Victoria, 1939, se promulgaron las Leyes del Subsidio familiar y del Subsidio de vejez y al siguiente la de Descanso dominical y festivos. Tres años después, 1942, tocó el turno a la Ley de Patrimonios Familiares para acabar el año con el establecimiento del Seguro Obligatorio de enfermedad a través del Instituto Nacional de Previsión, Organismo creado en 1908, reformado en 1950 para mejorar la cobertura en la acción protectora, y desaparecido en 1978 tras los acuerdos de aquellos Pactos de la Moncloa, para, en aras de la “transparencia”, establecer un nuevo sistema de gestión administrado por cinco nuevos organismos: Instituto Nacional de la Salud, Instituto Nacional de la Seguridad Social, Instituto Nacional de Servicios Sociales, Instituto Social de la Marina y Tesorería General de la Seguridad Social. Es decir, de un director y una estructura del INO, se pasaba a cinco, INSALUD, INSS, INSERSO -luego IMSERSO (I. de Mayores y Serv. Sociales)-, ISM y TGSS. Un claro ejemplo de por dónde iban los tiros del sistema democrático “inflacionario”.

1944 empezó con la Ley de Contrato de Trabajo (vacaciones retribuidas, maternidad para mujeres trabajadores y garantías sindicales) y terminó con el establecimiento de la Paga Extra de Navidad completada en 1947 con la del 18 de Julio , entonces con carácter verdaderamente extraordinario para compensar a los trabajadores por el encarecimiento del nivel de vida y la caída de los salarios por la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, que se mantienen actualmente sin ese carácter, ya que devinieron en un prorrateo entre catorce del sueldo anual.

Todo este paquete de medidas sociales se completó con la Ley de Accidentes de Trabajo de 1956; la de Convenios Colectivos de 1958; el establecimiento del Régimen Especial de la Mutualidad de Previsión Agraria en 1959, complementado en 1966 con el Régimen Especial Agrario y en 1969 con la Ordenanza General del Campo, en la que se establece la jornada laboral de ocho horas; la regulación del Seguro de Desempleo en 1961; la Ayuda a la Ancianidad en 1962 y la Ley de Bases de la Seguridad Social en 1963, modificada dos veces en años posteriores hasta la final de 1974.

En definitiva, una gran conquista social que muchos ignoran de donde viene y que algunos tergiversan atribuyendo todos los logros en materia Social y Sanidad a la etapa de Felipe González a partir de 1982, como atrevidamente aseguraba en una tertulia de El Cascabel al Gato en Trece TV, el que fuera Alcalde de Móstoles y Senador de ese Partido Siempre Opuesto a España, David Lucas, si no recuerdo mal, allá por 2017, ante la pasividad de su director, Antonio Jiménez y otros tertulianos, algunos muy conocidos que con su silencio parece que otorgaban esa afirmación: “Gracias a Felipe González, tenemos hoy en España Sanidad y Educación públicas”, dijo sin despeinarse. Parece que este señor olvidaba también la Ley de Educación Primaria de 1945, la posterior de Ordenación de la Enseñanza Media de 1953 o la Ley General de Educación de 1970 y la existencia de Escuelas Preparatorias, Institutos Nacionales de Enseñanza Media y Universidades, todos ellos de carácter eminentemente público.

Dicho lo anterior, parece que todo eso se ha olvidado y que el llamado Bienestar Social emerge por arte de magia tras la Transición y después de cuarenta años de degeneración democrática que ha llevado al sistema participativo consagrado en la Constitución de 1978, que permitía la centrifugación de la administración -en teoría, sólo de la gestión- de determinadas competencias estatales, a una partidocracia endogámica dirigida por políticos, salvo excepciones muy contadas, cada vez más mediocres y que muchos de ellos parecen querer volver a la situación que dio lugar a lo que el pasado lunes se recordaba como el final de la peor década de la Historia de España Contemporánea.

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Ya sé que la situación actual de España, social, económica e internacionalmente, no es la misma de aquellos primeros años treinta que acabaron en el cruel enfrentamiento de 1936-39, porque hay mayor nivel educativo global -que no cultural ni educacional, me temo-, no hay hambre en las calles y estamos en un marco globalizado como miembros de la Comunidad Económica Europea y otros organismos internacionales, pero las circunstancias de las últimas cuatro décadas y los acontecimientos vividos, especialmente desde 2004, con la aprobación de leyes sectarias, la permisividad -interesada en ocasiones- con ciertos nacionalismos que se han incrementado de forma casi exponencial merced al adoctrinamiento derivado de una descontrolada gestión educativa a nivel estatal -en Cataluña en 1980 el sentimiento nacionalista era del 10% y hoy supera el 48%- y la debilidad de nuestros gobernantes, han planteado un escenario que recuerda en algunas cosas la situación vivida en los golpes de Estado promovidos por el socialismo y el separatismo radicales de aquellos años, como son los hechos vividos en Cataluña en 2017, hoy juzgados en el Tribunal Supremo como actos de violencia, sedición, rebelión y malversación de fondos que espero acarreen las mayores condenas que las leyes permitan. Todo ello por no haber cortado a tiempo el primer reto -9 de Noviembre de 2014- que los mismos -Arturo Mas- ya plantearon como aviso a navegantes de unas intenciones que sí recuerdan las de 1934. Pero en fin, no hay que llorar por la leche derramada sino pensar en un futuro habiendo aprendido de los errores repetitivos citados.

Por eso, a falta de tres semanas y media en las que se dilucidará no ya el resultado de unas elecciones generales al uso sino la supervivencia de una España Unida, tras el recordatorio anterior hay que hacer un nuevo llamamiento al sentido común y aunar al máximo el voto en torno a la única alternativa que, a mi juicio, puede frenar la continuidad del nuevo frente popular que ya ha demostrado en estos nueve nefastos meses de desgobierno, gasto inútil, pérdida de empleo, primeros síntomas de la ralentización de nuestra economía y cesiones a los diferentes enemigos de España, el camino que nos esperaría de conseguir sumar en la proporción que sea los mismos que apoyaron la moción de censura en Junio pasado. La “indiscreción” del bailarín Miguel Iceta -sin lugar a dudas de acuerdo con Mr. Falconeti, que ya lo debe tener pactado con los nacionalistas-: “si, dentro de diez años, el 65% de los catalanes quiere la independencia, la democracia deberá encontrar un mecanismo para encauzar eso”, da una seria pista.

Hagamos bueno ese “nuevo eslogan”, al parecer también copiado por el “redondo” gurú del okupa de la Moncloa, “Haz que pase”, y completémoslo como ya se han adelantado a hacer las redes sociales en diferentes versiones en las que ha sido mofa desde su aparición, precisamente este lunes pasado. Hagámoslo viral con algún añadido, como por ejemplo “Haz que pase… de nosotros este cáliz” -perdón por la paráfrasis y el uso de tan noble término que no soporta la comparación- y no permitamos que las llamadas “fake news” -eufemismo anglófilo de mentira- que empiezan a circular por esa gran mayoría de medios de comunicación sesgados a la izquierda o al nacionalismo nos hagan ver una falsa situación. No nos dejemos engañar de nuevo por esas mismas mentiras que ya sufrimos en la campaña electoral de 2008 en aquel famoso debate entre Pedro Solbes -el ministro de Economía con González y Rodríguez que cuenta las ruinas de España a pares- y Manuel Pizarro, en el que el primero mintió descaradamente cuando negaba la crisis de 2007 que se cebó con España un año después, precisamente por no haberla valorado entonces como él mismo reconoció en su libro de “Recuerdos” de Octubre de 2013, mientras el hoy escogido y selecto asesor del candidato a la Presidencia del Gobierno por el Partido Popular, Pablo Casado, daba el pronóstico acertado de la difícil situación económica que se avecinaba.

El Partido Popular es el único que, a mi juicio, como decía, puede acabar con esta lamentable situación apuntada de nuevo por este socialismo degenerado y degenerativo y sólo el voto aunado en torno a su candidatura se presenta como posibilidad cierta de evitar el desastre. No nos dejemos llevar por el odio -no digo que injustificado- al PP de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría y no caigamos en el error, posiblemente irreversible, de castigar a este nuevo PP y a su líder por los errores de los anteriores.

Aunque se necesite el apoyo de VOX y Ciudadanos, que sea el menor posible. España no nos lo perdonaría.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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