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Malika Sorel: “La no asimilación terminará por poner en minoría los ideales franceses en su propio suelo

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Malika Sorel / Imagen: Youtube
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Ingeniera y profesora del MBA de Estudios Políticos de París, Malika Sorel ha sido miembro del Alto Consejo para la Integración, institución dependiente del Primer Ministro (francés). Es autora del libro “Décomposition française” (“Descomposición francesa”) (Editorial Fayard, 2015), que ha recibido el premio “Honor y Patria” de los Miembros de la Sociedad de la Legión de Honor.

Malika Sorel se rebela contra las declaraciones de Nicole Belloubet (Ministra de Justicia francesa) que ha afirmado que “Francia siempre se ha construido y agregado alrededor de un multiculturalismo secular”. La entrevistada recuerda la tradición asimiladora de dicho país.

– “Francia siempre se ha construido y agregado alrededor de un multiculturalismo secular; negarlo es no comprender nuestra historia”, ha declarado Nicole Belloubet en la Asamblea Nacional. ¿Qué le inspiran estas declaraciones?

Esa es la palabrería que se sirve al público desde hace ya un cierto tiempo. En realidad, desde que las élites políticas ya no pueden esconder la amplitud del desastre que han originado. La señora Belloubet es nueva en ese ámbito y no la hago corresponsable, por supuesto, pero eso que dice es falso.

Para empezar, su “siempre” lleva a algunas preguntas. ¿A qué periodo se remonta con precisión? Como lo ha evidenciado muy bien la historiadora Marie-Claude Blanc-Chaléard, al final de la época moderna Francia forma un mundo cuya población había aumentado en el propio territorio, y donde la inmigración nace con la llegada de campesinos italianos a partir de los años 1860-1870. Comparado con la larga historia de Francia, ese “siempre” de la ministra es bastante inapropiado.

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Seguimos con el multiculturalismo: fuera de casos precisos heredados de la Historia y circunscritos a islas francesas lejanas y poco pobladas, el multiculturalismo no ha sido nunca una política francesa, y todavía menos un objetivo. Incluso ha sido todo lo contrario, como se puede ver en el Código Civil según el cual “nadie puede ser naturalizado si no justifica su asimilación a la comunidad francesa”. Y es en este punto preciso del respeto al Código Civil sobre el que las élites de mando –el mundo político y la alta administración- han fallado en un caso, y han traicionado en el otro.

Para comprender bien la complejidad de la asimilación, que sigue siendo la condición necesaria para formar un mismo pueblo, hay que repetir incansablemente que solo un italiano de cada tres se asentó en Francia, y que el 42% de los polacos de la ola de 1920-1939 no se quedaron, incluso cuando ninguna mejoría económica substancial podía justificar a primera vista la vuelta a su país. Así que imaginar que los flujos migratorios de culturas más alejadas que éstas puedan asimilarse mejor sale de los límites del sentido común.

La asimilación debe ser una elección libremente aceptada. No puede ser impuesta ya que influye enteramente en las facetas moral y afectiva de la persona. Hay que cuidar simplemente de que esa asimilación no se vuelva imposible. Cuando se evoca la inmigración y la integración cultural sistemáticamente se deja en silencio la dureza que constituye el exilio y los sufrimientos que puede causar. ¡Es incomprensible! En cuanto a la concesión de los documentos de identidad debe corresponder a una asimilación real y no a otras cuestiones.

¿Qué es lo que revelan esas declaraciones sobre la visión de Francia del partido en el poder? ¿Es el Presidente de la República favorable al multiculturalismo sin decirlo?

Siendo el partido en el poder una cacofonía continua me es difícil realizar un juicio en su conjunto, pero lo que veo me lleva a decir que tenemos bastante tela que cortar todavía.

En cuanto al Presidente ya he tenido ocasión de decir, durante la campaña presidencial, que no estábamos en la misma sintonía. Sigo pensando que Emmanuel Macron no domina estas problemáticas. Observo que busca, duda, toma posiciones, las afirma y después retrocede algunos meses más tarde…

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Estimo, de todas formas, que eso es menos desesperante que la posición de otros políticos que persisten en sus errores y profundizan en su ignorancia.

Lo que está en juego a través de esta cuestión del multiculturalismo es vital para el destino del pueblo francés y de su civilización ya que todo proyecto de sociedad es el reflejo de la identidad de un pueblo.

Se trata de hablar de los principios fundamentales que estructuran la identidad. ¿Qué hacemos con la divisa de la República francesa cuando nos encontramos en presencia de culturas en las que el individuo no tiene derechos y no existe por sí mismo? ¿Qué hacer con la igualdad entre hombre y mujer si es considerada como una herejía? ¿A la basura? Lo mismo con la fraternidad si queda subordinada a las convicciones religiosas.

La no integración cultural o no asimilación aunque afecte solo a una débil proporción de los flujos migratorios, ya de por sí importantes, terminará antes o después por poner en minoría sobre el suelo francés los ideales políticos propios de la identidad francesa.

¿Continúa usted defendiendo un modelo de integración? En realidad, ¿es todavía aplicable en un contexto de inmigración de masas y de reagrupamiento por comunidades en barrios cada vez más homogéneos?

En este nivel de la discusión conviene evocar la inserción, que es el simple respeto de las reglas y normas del país donde se vive, incluso si no son compartidas en el fuero interno de la persona, ya que uno se adhiere a otras referencias culturales. Es a eso a lo que se somete cualquier francés cuando vive expatriado. Este respeto elemental es un imperativo sobre el que nuestra sociedad nunca hubiera debido transigir; sin embargo, se le ha llevado por el peligroso camino de los arreglos poco razonables de políticos entre los que una parte ignoraba la realidad de los desafíos mientras otros eran indiferentes ante los mismos.

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En cuanto al modelo francés de integración, que es en realidad un largo proceso jalonado de cuestionamientos a veces dolorosos, conviene más que nunca rehabilitarlo si queremos trabajar por una vida en comunidad armoniosa y duradera.

Me pregunta usted por la inmigración de masas. Sí, ha convertido la asimilación en algo muy difícil, por la simple razón de que los flujos han persistido en gran cantidad incluso si los países de origen volvían a unos fundamentos religiosos que chocaban frontalmente con los principios de nuestra divisa republicana. Principios que se encuentran también, dicho sea de paso, en los otros países europeos. A partir de ahora, sucede que es posible vivir en un territorio sin tener que hacerlo a la misma hora que su vecino de escalera o que los habitantes de su mismo pueblo. En esas condiciones, la integración cultural se vuelve una misión imposible, y no es la escuela pública quien podrá hacerlo sola.

En lo que respecta al reparto a través del territorio, defendido tanto por la izquierda como por la derecha en las últimas décadas, incluso un niño comprendería, viendo las cifras, que eso no es ya una solución. Como recordatorio, ya en 1981, Georges Marchais, entonces secretario general del Partido Comunista francés, pedía “frenar la inmigración oficial y clandestina”. ¿Cuándo se sacará este tema de las divisiones partidistas?

Nicole Belloubet respondía a una pregunta de la oposición sobre la laicidad. ¿Debe ser intocable la ley de la laicidad de 1905? ¿La voluntad de Emmanuel Macron de plantear su reformulación le preocupa? ¿Por qué?

Siempre he dicho y escrito que la laicidad es el dique de contención que protege a Francia. Y lo sigo manteniendo. Todo el mundo sabe las consecuencias que se sufren cuando un dique se rompe. Recurriendo o no al concepto de laicidad todas las sociedades occidentales vivien según las leyes humanas. Las personas ejercen el derecho de dotarse de leyes que van a regir sus pueblos sin que esas leyes sean la transcripción de mandamientos divinos, además de que existe una jerarquía entre lo político y lo religioso.

Los golpes contra el dique son numerosos, no son recientes y se han intensificado con los años. Me acuerdo muy bien de un alto responsable político, que los medios presentaban como laico, y que explicaba en una entrevista de radio cómo los representantes políticos, sobre el terreno, podían esquivar la laicidad financiando lugares de culto mediante las concesiones a muy largo plazo así como la financiación de asociaciones culturales. Pregúntese: ¿Por qué tener cada vez más lugares de culto y no escuelas incluso cuando las encuestas PISA muestran cómo Francia se hunde en las clasificaciones educativas año tras año?

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¿Es hoy la laicidad suficiente para responder al desafío cultural que plantea el islam? Además de la laicidad jurídica, ¿habría que añadir una afirmación de nuestra cultura y nuestra historia?

Numerosas situaciones que preocupan a nuestra sociedad no se refieren a la laicidad, sino al principio de igualdad y dignidad compartidas entre los sexos, retomando la expresión del islamólogo Abdelwahab Meddeb. Hay que evitar mencionar la laicidad para derribarla mejor o hacerla derribar por otros. La cuestión, ahora y siempre, nos lleva al proyecto político colectivo, es decir, al respeto de la identidad del pueblo francés. Cuando el presidente Macron, en abril de 2018, se preguntaba frente a unos periodistas: “¿Por qué la cuestión del velo nos da inseguridad? Porque no es conforme a la civilidad que hay en nuestro país”, aporta él mismo la respuesta que la sociedad espera de él. Como recordatorio, “civilidad” significa la observación de los usos de las gentes entre las que se vive en sociedad.

En Occidente, muchos de los que se afirman “progresistas” no lo son en absoluto, y han participado incluso empujando a Francia a una visión etno-racial de los individuos. No tengamos miedo de las palabras, se trata de una visión racista; cuando resulta que el proyecto francés de integración republicana es profundamente humanista. No se debería juzgar a la persona más que por sus obras. He conocido la buena época en la que, en Francia, nadie se preguntaba sobre el origen del otro, ni espiaba el contenido de lo que comía en su plato, ni le condenaba sobre la base de su nombre, nombre que sus padres le habían dado. Con el objetivo de evitar todo error recordaré aquí lo que ya he tenido ocasión de escribir a propósito de los nombres. No se puede juzgar a nadie sobre la base del nombre que recibió en su nacimiento. Simplemente, el nombre que esa persona dará también a sus hijos informará sobre la trayectoria en la que desea inscribir a su descendencia. Para su información, muchos de los miembros de las élites que he podido cruzar en los ámbitos de poder llevaban nombres cristianos. Y mientras yo defendía la identidad francesa, muchos de ellos la pisoteaban. Vivimos en una sociedad que se ha hundido en la hipocresía. Es natural, entonces, que una parte de los descendientes de inmigrantes que han escogido la vía de la asimilación no comprendan que se les eche en cara, e incluso que sientan a veces un intenso sufrimiento.

Recientemente, he asistido en el ayuntamiento de París a la proyección del documental sobre lo sucedido en Glières en 1944. El sentido del honor fue primordial para todos aquellos hombres. Es lo que recordó el Presidente de la asociación de Glières en las conmemoraciones del pasado 31 de marzo. Los participantes en Glières volvieron a levantar Francia en su honor y su orgullo.

¿Eso debe ser cuestión del pueblo o de las clases dirigentes?

De los dos, mi capitán. Lo que he oído y entendido me lleva a decirle que no hay que firmar un cheque en blanco a nuestros dirigentes. Hace ya cuarenta años que las élites occidentales cuentan la misma palabrería a sus pueblos. Al principio, se trataba de acoger poblaciones por razones humanitarias. En la actualidad, en todas partes, se les pide tolerancia teniendo que abandonar épocas enteras de su historia política y cultural. No se trata de un juego ya que todo esto podría acabar muy mal, incluyendo a las élites que han participado con su influencia en las opiniones públicas –es decir, no solo las élites políticas-sobre las que la desconfianza llega a niveles inéditos. No se empuja nunca impunemente a un pueblo en su propio territorio y, como ya lo escribió Víctor Hugo: “el símbolo más excelente del pueblo es el adoquín, se camina encima de él hasta que le cae a uno sobre la cabeza”.

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En Francia haríamos mal en subestimar el alcance y el significado del movimiento de los “chalecos amarillos”. El sufrimiento es real y profundo. Como lo han subrayado los periodistas presentes en las rotondas desde el comienzo del movimiento, el tema de la inmigración salía muy rápido en las discusiones. ¡Con razón! Muchos ciudadanos se sienten abandonados en beneficio de recién llegados que son más pobres, en un momento en el que la escuela pública ya no cumple la promesa republicana de la ascensión social. El desclasamiento es el único horizonte para sus hijos. Esto amenaza el consentimiento a los impuestos y favorece la descomposición francesa. Es cierto que Macron ha heredado esta situación, pero hoy es él quien tiene el timón. Así que debe formarse de manera acelerada, escuchar, comprender y responder con empatía.

Debido a la evolución del electorado, numerosos políticos, para ser reelegidos, están obligados (o se creen obligados) a adaptar su comportamiento. De ahí un clientelismo abierto o larvado. He estado en primera fila para observar desde el interior hasta qué punto la clase política está obsesionada e incluso aterrorizada por la “diversidad”. Las sumas considerables de dinero inyectadas en las comunidades no han tenido el efecto que se esperaba. Peor todavía, han suscitado el resentimiento de unas hacia otras. En lugar de favorecer la cohesión, estas políticas han creado la división.

Es en el momento de esta evolución demográfica cuando los franceses deben hacer una lectura de las acciones políticas que se han desplegado en estos últimos cuarenta años. La clase política se ha atado de pies y manos. Es por eso que no espero ya demasiado del Parlamento cuando nos saca, de vez en cuando, la idea de aprobar cuotas anuales de inmigración mientras que el país no consigue garantizar un futuro decente a todos sus hijos.

Este asunto debe depender directamente del Presidente de la República, que tendrá que responder ante los franceses y ante la Historia. Los presidentes sin altura de miras trabajan para ser reelegidos pero los grandes, ocupándose del interés general, deben tener la ambición de inscribir su nombre en letras mayúsculas en la Historia de Francia y también en la de Europa.

(*) Entrevista publicada inicialmente en Le Figaro. Publicada en La Tribuna del País Vasco con autorización del autor. Traducción: Esther Herrera

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El ex dirigente del PP catalán Óscar Bermán: “El coronavirus es la respuesta de Dios al globalismo, el laicismo y la multiculturalidad”

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Óscar Bermán Boldú, el presidente de NOSOTROS y ex concejal y ex dirigente del PP catalán, ha manifestado hoy que el coronavirus ” es la respuesta de Dios al globalismo, el laicismo y la multiculturalidad”. Para Bermán, la grave incidencia de la enfermedad en España sería también consecuencia del desistimiento espiritual de los españoles y de su apuesta por proyectos políticos que, en su opinón, son “la encarnadura del mal”.

“El mundo viene sembrando ese falso igualitarismo para allanar el terreno a la dictadura mundial que pretende, a través del control económico, instaurar el reino del becerro de oro, aunque más del oro que del becerro. De esta ingratitud contra el Creador, que mientras más favorece al hombre, éste más se olvida de su origen divino, trascendente y sobrenatural, muy bien puede cosecharse el fruto del castigo divino a través de fenómenos como el coronavirus”, añadió.

Bermán instó a los cristianos a no temer los efectos del virus. “Que se preocupen los que han reducido el concepto de la existencia humana a la simple materialidad. El hombre moderno ha jugado a ser Dios y ha bastado un simple virus para mostrar nuestra insignificancia y poner en riesgo nuestras vidas. O el hombre recupera el rumbo de la trascendentalidad como eje vetebrador de su existencia o tendrá que enfrentarse al caos y la destrución, tal y como nos advierten los textos bíblicos”.

.Por último, Bermán relacionó la deshumanización y el poder destrutivo de China al origen de la enfermedad. “China es un peligro para el mundo. Su espectacular crecimiento económico de las tres últimas décadas ha sido fruto de la explotación laboral de millones de personas y de la destrucción del medio ambiente. En su colapso económico encontramos el sello indeleble de la justicia divina”, concluyó.

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