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General, coronel: “La deslealtad, una enfermedad autoinmune”

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Hace un par de años, en una reunión multicultural, oí de labios de uno de los participantes una afirmación a propósito del futuro de Europa que me llamó entonces la atención y sobre la que no he dejado de reflexionar. Dijo:

“El futuro de Europa estará en manos de quienes tengan ley y sean fieles a ella”. Y, en conversación privada, explicitó que le había impactado cómo en muchos y muy distintos sentidos, en España estábamos perdiendo el respeto por la ley; esto es, observaba cómo, en general, el pueblo español había entrado en un proceso de pérdida de la lealtad como la vuestra.

  1. Efectivamente, la filología nos muestra la conexión etimológica entre lealtad y ley. Así, el diccionario de la RAE recoge, como uno de los sinónimos de lealtad, la palabra legalidad. El significado se enriquece cuando a la anterior familia léxica (ley, legalidad, lealtad) se le añade la idea de fidelidad. En este mismo diccionario se define lealtad como el ‘cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad…’, y se considera leal al que ‘guarda a alguien o algo la debida fidelidad’.

Por oposición, son evidentes los sentidos de deslealtad sobre los que más adelante trataré, justificando, al hacerlo, el título que encabeza este artículo. Pero volvamos de nuevo a la idea de lealtad para poder entender luego lo que comporta su ausencia. Nuestra tradición literaria, a la que por formación y vocación profesional recurro frecuentemente, nos brinda, como siempre, ejemplos sustanciosos en los que apoyarme. Releyendo estos días pasados el Libro de los doce sabios, también llamado Libro de la nobleza y lealtad, encontré en el capítulo I, titulado “De las cosas que los sabios dicen y declaran en lo de la lealtad”, un conjunto de consideraciones sobre lo que puede entenderse por lealtad. Los distintos sabios, de manera concisa, van exponiendo qué es la lealtad. Entresaco algunas de las definiciones más interesantes:

Lealtad es muro firme.

Lealtad es morada por siempre.

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Lealtad es árbol fuerte.

Lealtad es prado hermoso.

Lealtad es vida segura y mente honrada.

Lealtad es madre de las virtudes…

Lealtad es movimiento espiritual, arca de durable tesoro, raíz de bondad, destrucción de maldad, libro de todas las ciencias…

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Notemos que en estas definiciones se insiste en la idea de firmeza: muro firme, morada siempre hermosa, árbol con raíces profundas, prado siempre verde, etc. En este mismo libro, en el capítulo XXIV, se insta a amar a quienes son leales, pues su firmeza llega a tanto que son buen cimiento sobre el que poder construir. La bondad del hombre leal se deriva, en conclusión, de la seguridad que da el saber que ni todo el oro del mundo será capaz de torcer su voluntad: Ama a los leales y témplalos en su codicia, y a los que son de buena voluntad, y sobre estos tales afirma, como quien arma sobre buen cimiento, y puedes fiarte totalmente de ellos; aunque no tengan muchos tesoros, hallarás en ellos muchedumbre de buenas obras y de virtudes que te tendrán más provecho, porque no se puede comprar la virtud del hombre bueno y leal; que el codicioso desordenado hoy te dejará por otro que más le dé, aunque le hayas hecho todos los bienes del mundo; que donde hay mucha codicia no puede haber amor, ni fe, ni lealtad, sino todo movimiento de voluntad y obra. De esta firmeza deriva la fidelidad entendida como constancia inquebrantable. Esta visión que nos ofrece la literatura es sólo una pequeñísima muestra de cómo nuestra tradición cultural española ha ido conformándose de acuerdo con unos valores dignos de ser tenidos en consideración, y la lealtad ha sido uno de ellos; una lealtad referida tanto a la observancia de la ley como al respeto a la palabra dada.

  1. Me interesa señalar aquí un tipo de lealtad muy peculiar: aquella que el ser humano debe tener a sus raíces, a lo que lo ha ido formando como persona en sus distintas dimensiones, familiares, sociales, religiosas, etc. El problema que, a mi modo de ver, se presenta en el mundo actual es una cuestión de pérdida de la lealtad en campos en esferas muy amplias del comportamiento humano, conscientemente por parte de unos, como vosotros, con todo lo que ello supone, mientras que en el caso de otros se trata de deslealtad por ignorancia culpable. A esto se añade una infravaloración de la lealtad, que es tildada despectivamente de “conservadurismo” o de “inmovilismo” recalcitrante. Puestas las cosas así, los leales parecen una especie rara salida de las cavernas. Para entender la lealtad hay que recurrir a las nociones de firmeza, de respeto a la ley y cumplimiento de ésta; en tanto que la deslealtad va asociada a la traición, al desprecio de la ley y, como consecuencia de ello, a su incumplimiento.
  2. Hay, además, otros rasgos que, en mi opinión, deben asociarse a la falta de lealtad. En el título que encabeza estas reflexiones he considerado que la deslealtad es una “enfermedad autoinmune”. Me he permitido utilizar esta metáfora que, de una manera plástica, ilustra el análisis de la deslealtad.

Permítaseme la comparación de la actuación humana con el funcionamiento de un organismo vivo, el cuerpo humano, por ejemplo. Parece evidente que, para conservarse sano en medio de un ámbito lleno de agresiones, el organismo debe reconocer lo suyo como suyo, y lo ajeno como ajeno, es decir, debe reconocer su propia identidad; de este modo, el organismo rechaza cualquier elemento externo que quiera entrar en él. Una enfermedad autoinmune es aquélla en la que el sistema inmunológico está dañado y el organismo no reconoce lo propio como propio, de manera que se ataca a sí mismo. Confunde sus propios elementos con los factores externos y, sintiéndose atacado, reacciona perjudicándose a sí mismo. Estas enfermedades no tienen cura, tan sólo se aplican remedios de contención. Siguiendo esta analogía, creo que la persona que deliberadamente pierde su arraigo queda, por una parte, desprotegida y expuesta a dejarse invadir por creencias, modos de vida y de actuación que no son los suyos; y, si por otra, reconoce lo suyo como ajeno, se ataca a sí misma perjudicándose seriamente.

  1. El paso previo a que una persona actúe es reconocer lo que Julián Marías ha llamado su “instalación”. Dice este filósofo: “La vida humana acontece en una gran instalación, unitaria como la vida misma, pero articulada en varias, de las que el hombre toma posesión al vivir, a la vez que realiza un análisis de ellas. Vivir consiste en proyectarse vectorialmente desde las instalaciones, en actos definidos por una orientación y una magnitud o intensidad variables. La consideración moral se ha concentrado siempre en los actos, en su encadenamiento en conductas, y ha desatendido las instalaciones previas de donde parten los vectores, condicionados por ellas”.

Se podría pensar que las instalaciones, como estructura biográfica del estar, no son “actos”, sino algo “estático”, fuera del ámbito de la moralidad. Pero nada es estático en la vida humana: estar no es un mero “estar entre las cosas”, porque la realidad personal es enteramente distinta de la que pertenece a las cosas, y el estar del hombre es estar viviendo. Los rasgos morales o inmorales se dan ya en la manera de estar instalado. El reconocimiento de la propia instalación debe suponer el reconocimiento de las raíces personales, sociales y culturales que ha de provocar en el sujeto una actuación consecuente y una adhesión a un grupo social cuya cohesión puede ayudar a la persona a mantener su identidad en momentos en los que la lealtad se le presente como una dificultad.

La deslealtad, tomada en el sentido de no respetar lo propio y no serle fiel, lesiona de tal forma a la persona que hace que ésta se dañe a sí misma. Quien no se siente enraizado en una instalación sufre dos graves consecuencias: lo propio, a fuerza de no asumirlo, se puede llegar a perder, y lo ajeno suele ser un postizo que no encuentra a veces dónde prenderse. He aquí por qué la deslealtad puede presentarse como una enfermedad autoinmune: perjudica a quien es desleal y a la colectividad a la que el desleal pertenece. Despreciar lo que ha constituido las raíces de una persona y convertirlo en enemigo no es ningún signo de apertura a otras culturas. No puede, pues –creo yo–, presentarse esta renuncia como algo positivo. Insisto en esta cuestión porque algunas voces que hablan en nuestra sociedad entienden que es una señal de respeto hacia otras culturas desenraizarse y desprenderse de la propia. Grave error me parece éste porque defiendo que, justamente, sucede lo contrario: cuanto más respetuoso se es con lo propio más respetuoso se es con lo ajeno. Quien tiene ley y es leal a ella puede convivir con otro que también lo sea, aunque a una ley diferente.

  1. Pero, ¿por qué motivos se es desleal? ¿Cuál es la causa por la que una persona se perjudica a sí misma y al colectivo del que forma parte? No hay que indagar mucho para averiguarlo. Los sabios de las épocas pasadas ya nos daban la respuesta: la codicia y el poder hacen que el hombre rompa su fidelidad y traicione a los suyos, como leemos en el Libro de los doce sabios: “donde hay mucha codicia no puede haber amor, ni fe, ni lealtad, sino todo movimiento de voluntad y obra”. Estos desleales son conscientes de su traición a la ley y, para ocultar su vergüenza, suelen poner en marcha una maquinaria propagandística en la que se invierten los términos, disfrazando la deslealtad de tolerancia y equiparando la lealtad con la intransigencia, ejemplo vuestro a las nuevas generaciones militares. El resultado es una atmósfera social en la que la corriente lleva a aceptar la falta de respeto a la ley como algo socialmente positivo y prestigioso. La “masa”, formada por ignorantes culpables, sigue la corriente.

Vosotros de personalidad amorfa traicionáis la ley para no diferenciaros del grupo y formar así parte del colectivo de los “tolerantes”. Con frecuencia oímos decir frases como “yo respeto todas las ideas”, como si todas las ideas, incluso las contrarias a la ley, fueran ellas –y no las personas– las dignas de respeto.

  1. Hay que tener en cuenta todas estas consideraciones para llegar a hacer compatibles lo que llamamos identidad y diferencia. Compartir la noción de lealtad, aunque ésta vaya ligada a contenidos histórico-culturales distintos, puede permitir encontrar algo común desde donde trabajar para llegar a una entente intercultural. Intentar el diálogo con quienes son leales, esto es, con quienes asumen en sus vidas el respeto a la ley, debe ser el punto de arranque de un proceso de aproximación y comprensión mutuas. Es como jugar una partida en la que los jugadores conocen las reglas del juego y las respetan; sólo así es posible llevarla a cabo. Cuanto más se acepta la propia identidad, tanto más se respeta la identidad de los otros. El diálogo entre culturas sólo puede emprenderse si se mantienen la identidad y la diferencia. Más adelante ya se examinarán los puntos comunes de las respectivas leyes que puedan permitir establecer puentes de entendimiento. Es éste un proceso más largo para el que se necesita tiempo. Lo que de ninguna manera debe hacerse es iniciar este proceso partiendo de la traición a la propia ley.
  2. Cuando hace años, falleció Juan Pablo II, reflexioné sobre una pregunta que aparecía repetida en las televisiones italiana y francesa, cuando los entrevistadores o comentaristas hacían algunas consideraciones sobre lo paradójico de un papa como Juan Pablo II, que había sido muy avanzado en cuestiones de orden sociopolítico, pero conservador en cuestiones morales. Curiosamente, la televisión rumana no se planteaba estas elucubraciones porque es evidente que los países del Este han valorado la figura del papa con unos parámetros que no son los de Occidente. Traigo aquí a colación este hecho porque, para mí, no ha habido ninguna paradoja ni contradicción en la actuación de Juan Pablo II, ya que, como ya he dicho antes, no se trata de conservadurismo o progresismo, sino de situar el comportamiento de este papa en los términos justos: estamos ante una cuestión de lealtad puesto que Juan Pablo II ha sido firme en el respeto y cumplimiento de la ley –de la Ley de Dios, evidentemente–, y esta lealtad ha sido llevada a todos los campos. Y así, por ejemplo, el mandamiento de no matar lo ha defendido en el plano social, político, moral, etc., a pesar de las presiones de todos los tipos que ha tenido que soportar. Lo mismo puede decirse del papa Benedicto XVI, quien ha dado constante testimonio de lealtad y fidelidad a la doctrina cristiana. Mal nos va a ir si nos dejamos enredar en un perverso juego terminológico que desvíe el significado de la palabra “deslealtad”, haciéndolo derivar hacia sentidos que connoten mentalidad abierta, progreso o tolerancia. El desleal es eso: un desleal. Llamar a las cosas por su nombre empieza a convertirse en un reto en los tiempos en los que nos ha tocado vivir, pero vale la pena aceptar el desafío. Volviendo al comienzo de este escrito, si, como en efecto creo, el augurio sobre el futuro de Europa –y esto puede hacerse extensivo a otros continentes– fuera cierto, nos queda mucha tarea por delante. Los tiempos que corren nos reclaman una humanidad idéntica y diferente en convivencia. Urge, pues, que los abanderados de la lealtad sean los primeros en mover ficha.

General, coronel, no os quepa la menor duda que moveré ficha con contumacia, es decir, para que lo tengáis claro, “firme en mi comportamiento, actitud, ideas e intenciones, a pesar de castigos, advertencias o consejos”.

No me producís ningún respeto.

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Extractado de María Luisa Viejo Sánchez Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir”

*Teniente coronel de Infantería y doctor por la Universidad de Salamanca

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Opinión

“La banda De Los Tres” encabezará los resultados de las elecciones en el Emirato Islámico de Cataluña. Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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El resultado de las elecciones catalanas, ni va a ser una sorpresa, ni va a resolver nada. Ninguna encuesta duda de que, por este orden PSC, ERC y Junts, quedarán en cabeza y todo el misterio se centra en el número de votos que obtendrá la derecha liberal del PP, la derecha nacional de Vox y los independentistas antiinmigracionistas de Aliança Catalana. Lo que le apetecería al PSC es obtener una -dificil- mayoría absoluta y poder evitar el amargo trance de pactar con ERC (lo que le pide al cuerpo el alma del PSC) o pactar con Junts (lo que le va a exigir Sánchez). Pero, si alguien cree que, con Illa en el sillón del Poncio de turno, se va a resolver algo, se equivoca.

El diálogo de sordos proseguirá, atenuado eso sí por el rumor de los euros pasando de las arcas públicas a los partidos de gobierno. Pero, en medio de ese rumor y, especialmente para contentar su clientela, ERC pedirá el referéndum y la recaudación total de impuestos por parte de la gencat y Junts, odiando a ERC, pedirá lo mismo, además de enfatizar ligeramente más la amnistía. A lo que el PSC responderá con su opción “federalista”. Sabiendo todos que, en caso de referéndum el No a la independencia se impondrá y que el federalismo es una coña inviable mientras el PP no se sume al carro. Y eso será todo. Cuatro años más a practicar el antiguo arte de medrar a costa de la política.

Obviamente, los tres partidos que aspiran a disfrutar para ellos los beneficios del poder -y que, en realidad, son los que vienen monopolizándolos desde hace más de 40 años- prefieren asumir esos temas “fundamentalistas” (“amnistía”, “referéndum”, “libertades”, “autonomía”), antes que reconocer que las cosas, en Cataluña, van de mal en peor.

Cataluña ya no es motor de casi nada, salvo, ex aequo con Andalucía, capital del paro en España, especialmente del paro juvenil. De las diez mayores empresas que tenían su domicilio fiscal en Barcelona hace diez años, solo quedan dos. Como Sánchez no habilite un ukase para multar a las empresas que se fueron y que se niegan a volver, Cataluña puede convertirse en un erial industrial a la vuelta de diez años.

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Lo más gracioso de esta campaña electoral es que ninguno de los grandes partidos ha hablado de dos elementos urgentes para revitalizar la sociedad catalana: el descenso de impuestos y la contención del gasto público de la gencat. Y tiene gracia porque, ERC ha proclamado de forma teatral que quiere “el concierto”, esto es, la recaudación del 100% de tributos por parte de la gencat, nunca de la reducción de las cargas fiscales (que, en Cataluña, incluso, son mayores que en otras regiones de España). Que al ciudadano lo van a atracar fiscalmente es algo que se evita reconocer y que nadie discute. La propuesta de ERC implica que el ciudadano será atracado por una institución catalana, pero no por una estatal. Y habrá quien les vote a pesar de la desfachatez.

¿Illa en el gobierno? Ya vimos lo que dio de sí al frente del ministerio de sanidad durante la pandemia. Y veremos si su gestión no acaba en los tribunales por la frivolidad en contratar solo mascarillas de la “trama Koldo” que ni siquiera servían para cumplir su función. Sin olvidar las medidas absurdas que impulsó durante aquellos meses (ir a la playa con mascarilla, promover la vacunación ignorándolo todo sobre los efectos) y poner cara de monolito tristón en el Senado cuando se le preguntó por el asunto de las mascarillas. Para colmo, ni siquiera se había vacunado… y lo dice ahora, resaltando que “nadie obligó” a vacunarse. Mentira: porque si se obligó, a mí por ejemplo, para salir de España; a mis hijos obligados por las empresas en las que trabajan. Pero ¿qué más da otra mentirijilla para un pueblo lo suficientemente desmemoriado como para no recordar lo que ocurrió anteayer?

Illa gobernará con quien prometa más estabilidad a Sánchez. El ex ministro de sanidad carece de carácter y personalidad política para decir “no” a Sánchez, o a Aragonés, o a Puigdemont… Si llega a la presidencia de la gencat será a Sánchez a quien consultará cualquier decisión. Incluso, en un gobierno de coalición hará lo que sus socios -indepes- quieran que haga. Ya lo vimos con Maragall -enfermo, eso sí- que terminó compitiendo con sus socios de ERC en quien ponía más alto el techo del “nou estatut”…

Quien si se la juega es Puigdemont. No puede descartarse un golpe de última hora que acapare las primeras páginas de la actualidad (un regreso en próximo jueves o viernes, o incluso en la “jornada de reflexión”). Para Puigdemont -un don nadie hijo y nieto de pasteleros al que el negocio familiar sería su único medio de vida de no haberse dedicado a vivir de la política, a la vista de su “historial académico”- quedar el primer es la única opción: ¿lo veis como “conseller” en un gobierno presidido por Illa? ¿lo veis como “cap de la oposición”? ¿y si falla todo el montaje de la amnistía? Pasar un día en Can Brians le produce tanto insomnio como quedar el tercero. Ya vimos lo que era capaz de hacer cuando fue “el molt honorable presidente”. Lo voy a recordar: conseguir que el nombre de Cataluña cayera en el ridículo mundial después de estar años creando “comisiones de desenganche”, pagando a eminencias grises -o presuntas tales- para que elaboraran un “proyecto de constitución catalana”, todo ello antes de conocer siquiera si se celebraría el referéndum, con el añadido, de proclamar la “república catalana” pero… dejarla en suspenso 15 segundos después. Ese es Puigdemont.

Ahora bien, la candidatura de Junts puede verse afectada por la concurrencia de Alliança Catalana: repite todo lo que dice Junts, pero… añade lo que Junts oculta: que la inmigración en Cataluña está descontrolada, la delincuencia se ha disparado en el último año -especialmente los delitos “graves” que no pueden ocultarse- y que cada vez hay más violencia en calles y barrios. Justo en la diana.

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Desde los tiempos de Pujol, ayer a CDC y hoy a Junts, le tiene absolutamente al fresco quién delinque y cuánto se delinque. Con que tengan un certificado B de catalán, ya hay suficiente. De ahí que Junts omita el tema y evite que en sus listas la presencia de musulmanes. Conoce el riesgo. Calla sobre la inmigración, pero no admite apellidos inmigrantes en sus listas… Ahí está el nicho que Aliança Catalana pretende legítimamente ocupar.

Quien, en cambio, aspira, desde los tiempos de Carod Rovira, a incorporar a la inmigración musulmana es ERC como base electoral. Carod ya aludió -en su infinita ignorancia sobre la religión a un “Islam catalá”, desconociendo que la patria de un musulmán piadoso es la “umma”, la comunidad islámica unida por el credo religioso y que habla, no en catalán, sino en la lengua sagrada en la que Mahoma escribió el Corán. ERC, cree poder atraer el “voto islámico” incluyendo a siete candidatos en sus listas por Barcelona y Gerona (de los que pueden salir entre dos o tres). Su actitud ante la inmigración es exactamente igual a la del PSC: “¿inmigrantes? Cuantos más, mejor; pero, eso sí, con el certificado B de catalán”.

En realidad, el gran problema de Cataluña es la islamización creciente, unido a la caída en picado de las familias con cuatro y con dos apellidos catalanes. A pesar de que no puede establecerse una ley matemática segura, lo mas probable y lo que nadie duda con observar las calles y los colegios en Cataluña es que en 20 ó 30 años como máximo, los musulmanes no serán una “minoría”, sino que -como está empezando a pasar en el Reino Unido, después de las elecciones municipales del sábado pasado- los islamistas presenten candidaturas propias allí donde sean mayoría y proclamen la “sharia”.

Por eso, no hay que fijarse tanto en quién quedará en cabeza, ni siquiera en qué orden, ni quién gobernará: sabemos que, gobierne quien gobierno, seguirá la misma línea de los últimos gobiernos, nada, absolutamente nada, cambiará. Pero estas elecciones van a servir para medir el “estado de cabreo” de la sociedad catalana. La pista que nos ayudará a establecer el diagnóstico va a ser el resultado que obtengan las tres candidatura claramente antiinmigracionistas: Vox (que está realizando una muy buena campaña, con actos en los que ha logrado movilizar a poblaciones consideradas como “hostiles”), Alliança Catalana (que puede obtener escaño en Gerona) y el Frente Obrero (que nos dirá cuántos electores de izquierdas están hasta los mismísimos de la inmigración masiva).

Porque el gran problema que va a afrontar Cataluña en los próximos años, no es “referéndum sí” o “referéndum no” (aunque se celebrara, los sondeos indican que el apoyo social al independentismo ha ido cayendo más y más en los últimos cuatro años), sino la islamización de la sociedad catalana. Y, por extensión, la inmigración masiva.

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¿Y el PP? Aumentará, sin duda, pero la cuestión es cuánto y nunca será suficiente para ser algo significativo en Cataluña. Su discurso actual es excesivamente grisáceo, aspira a ocupar el espacio que ocupó Ciutadans hace dos legislaturas, sin advertir -la cabeza de Feijóo tampoco lo admite- que en estos últimos años se ha producido una polarización en todo el mundo generada por la ofensiva “progresista” (basada en el “cambio climático”, “los estudios de género”, el “wokismo” y la “inmigración masiva”). Esa ofensiva ha generado la necesidad de una reacción tan fuerte y de la misma intensidad, pero de sentido contrario. Lo que valía hace ocho años, hoy es inútil. Los “centrismos” están muertos y enterrados. En Cataluña, en España y en Europa. El PP se ofrecerá a colaborar con el PSC, en el enésimo error estratégico de Feijóo. Lo normal hubiera sido que las candidaturas de Vox y del PP, incluso los restos de Cs, hubieran pactado un programa y una candidatura común. Pero lo que es lógico para los electores, no lo es para los partidos.

En cuanto al “sorpasso” de Vox al PP que se produjo en las anteriores elecciones, lo más probable es que quede anulado: el PP crecerá por delante Vox. Lo normal, dadas las circunstancias. Pero, al igual que ocurrió en las pasadas elecciones vascas, Vox mantendrá posiciones (e, incluso, es posible que las mejore). Volvemos a repetir que es “lo normal”: la “hora” de Vox sonará en cuanto el PP vuelva al poder y decepcione a los que esperaban unas políticas radicalmente diferentes a las socialistas

Así que no esperéis nada de las próximas elecciones, solo un indicativo del “estado de cabreo” de la sociedad (que, en cualquier caso, será menos que el “estado de somnolencia inducida” que vive la región).

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