Javier Paredes.- “Era el 20 de julio [de 1936] cuando a las siete de la mañana empezó el bombardeo al Cuartel de la Montaña; nosotras -escribe una de las Concepcionistas de la comunidad del Caballero de Gracia de la calle Blasco de Garay- allí metidas [en un ático de la calle Rodríguez San Pedro] esperando el resultado cuando a las diez y media, Madrid era un infierno, el horrible bombardeo cesó, habían triunfado ellos y la alegría se manifestaba por todas partes. Empezaron a circular por las calles camionetas llenas de hombres con los puños en alto dando vivas a la República y mueras al clero y a los traidores, las mujeres se abrazaban a los hombres, los presos salieron de las cárceles y aquello era una Babel ¡Un infierno! Mientras tanto las pobres monjitas llorábamos amargamente metidas en nuestro piso, sin poder asomarnos a la ventana, pues empezaron a decir que desde nuestro piso habíamos disparado. ¡Qué día aquel tan terrible, jamás se nos olvidará! Empezaba para nosotras un martirio largo y continuo.

Transcurrieron los días con la zozobra que se deja comprender. Una tarde se presentó el demandadero en casa de la familia de una religiosa a dar la noticia de que habían ido a incautarse de nuestro convento, como lo estaban haciendo con edificios, casas, palacios etc., no iba a quedar el nuestro exento. Y el 22 de julio entraron pistola en mano, llevando al demandadero por delante, pues creían los infelices que estábamos allí los frailes y las monjas escondidos. La Divina Providencia veló por nosotras, pues al llegar ellos acababa de salir una de nuestras religiosas, que había ido a recoger algunas cosas.

Empezaron a circular por las calles camionetas llenas de hombres con los puños en alto dando vivas a la República y mueras al clero y a los traidores, las mujeres se abrazaban a los hombres, los presos salieron de las cárceles y aquello era una Babel ¡Un infierno!

Nuevo día de lágrimas para la comunidad que veía su casa en manos del marxismo cruel que todo lo destruye y aniquila. La CNT fue la que se incautó de él, convirtiéndolo en Ateneo libertario”.

En efecto, bajo el nombre de Ateneo Libertario Vallehermoso, el convento de las Concepcionistas de Blasco de Garay se convirtió en una de las 345 checas que hubo solo en Madrid, porque en todas las ciudades y en muchos pueblos de la zona roja se instalaron las checas. Cuando, todavía a día de hoy, alguien pasea por la acera de este convento de las Concepcionistas, un escalofrío le envuelve el alma al contemplar tapiadas las ventanas del piso bajo, tal como las dejaron los asesinos de los miles de presos que por allí pasaron. Los ladrillos añadidos a la ventana inicial, solo dejan una rendija para que pase el aire y la luz, sin permitir que nadie pudiera escapar por esa estrechura.

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Ventana de la checa de Blasco de Garay

 

 

 

 

 

 

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La checa fue el término con el que se designó a la sanguinaria policía soviética creada tras la revolución de 1917, y por utilizar los mismos métodos que la policía comunista con ese mismo nombre se designó durante la Guerra Civil a las cárceles donde se detuvo, se torturó y se asesinó por miles a la población civil. Y esta fue una de las diferencias que hubo entre los dos bandos de la Guerra Civil: en la retaguardia de un bando hubo checas y en el otro no.

Por el origen del término “checa” podría pensarse que la crueldad de esas prisiones inhumanas fue algo exclusivo del partido comunista, cuando la realidad fue otra. De las 345 checas que hubo en la ciudad de Madrid, el PSOE tenía el control de 49.

La checa del Ateneo Libertario Vallehermoso estaba dirigida por un comité de cinco personas, compuesto por un presidente, Ángel Martín; un secretario, Jesús Jiménez; un tesorero, Leandro Cuenca; y dos vocales, que no siempre fueron los mismos, ya que pasaron por ese cargo, entre otros: Jorge Larramendi, José Collado, Antonio Luengo o Antonio Merino. Este comité tenía una estrecha relación con la Federación Local de la CNT, que estaba en la calle Luna, y muchos de los nombres que lo integraron los proporcionaba el máximo organismo anarquista.

Aunque la titularidad de esta checa era de la CNT no todos sus integrantes estaban afiliados al sindicato anarquista, los había también que pertenecían a la UGT. Según la misión que tenían en la checa, unos se encuadraban en el comité de investigación, que era una forma eufemística de denominar a los asesinos que ejecutaban a los presos, dentro y fuera de la checa. Se calcula que en esa checa fueron asesinadas unas novecientas personas. Además del comité de investigación, otro grupo importante se empleaba en el negocio del economato que se montó dentro de la checa, y por último, había un grupo de mujeres que se ocupaban de la limpieza y de la comida, en consideración laboral de criadas, algunas de las cuales tenían relación de parentesco con miembros de la checa o hacían vida marital con alguno de aquellos hombres.

Se calcula que en esa checa fueron asesinadas unas novecientas personas

El personaje más importante del comité de vigilancia era Cosme González Fernández, apodado de “El Puñales”, porque acostumbraba a rematar a sus víctimas no con el tiro de gracia, sino al igual que se hace con los toros de lidia en las plazas. José León Sanz, que fue vecino suyo desde la niñez en la Cuesta de Santo Domingo, y que trabajó en la checa como conductor de un camión, que llevaba a los presos para que los fusilaran en la Ciudad Universitaria, dice que “El Puñales” fue siempre en su vida una “perniciosa influencia” y que era “un perfecto canalla”. Cuenta José León que en alguna ocasión tuvo que echar tierra en el camión para que empapara la sangre, porque a uno de los presos que se negaba a bajar le acribillaron a tiros en el camión.

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La opinión sobre “El Puñales” de su amigo de la infancia, la corrobora una de las criadas de la checa, llamada Encarnación Terán Fernández, que afirma en su declaración que “El Puñales llevó en una ocasión a dos detenidos, porque decía que eran fascistas. Les martirizó hasta tal extremo, que a uno de ellos le arrancó una de las orejas con un alambre”.

Los camiones de la checa no solo trasportaban a las víctimas, sino que aprovechaba los viajes después de cometer sus crímenes, para surtir al economato que habían montado en la checa con todo lo que incautaban en las tiendas y en las casas particulares. Solo durante el mandato de Antonio Rosa Villar, uno de los presidentes del comité, se desvalijaron 354 casas.

Los camiones de la checa no solo trasportaban a las víctimas, sino que aprovechaba los viajes después de cometer sus crímenes, para surtir al economato que habían montado en la checa con todo lo que incautaban en las tiendas y en las casas particulares. Solo durante el mandato de Antonio Rosa Villar, uno de los presidentes del comité, se desvalijaron 354 casas

El conductor José León describe dos expediciones con el camión a Colmenar y Guadalix, dos pueblos cercanos a Madrid. En Guadalix cargaron a un grupo de mujeres de entre treinta a cuarenta años. A una que gritaba le taparon la boca con un pañuelo, y en un punto de la carretera de Guadalix a Colmenar las asesinaron y las dejaron tiradas en la cuneta, para volver de nuevo de vacío a Guadalix donde requisaron ropas, muebles y corderos.

Naturalmente que no todo lo requisado acababa en los almacenes del economato. Juan Rosa Villar, otro de los conductores y hermano del presidente del comité, declara que en una de esas operaciones a él le correspondió “media docena de sillas, otra media docena de sábanas, fundas, una colcha y un aparador, y que “El Puñales” se llevó la mayor parte porque quería poner bien la casa ya que se iba a casar”.

Y en efecto, coincide con esta declaración la de Trinidad Ramírez Moreno, una chiquilla de dieciocho años, que trabaja de criada en la checa, con la que se casó por lo civil “El Puñales” el 15 de septiembre de 1937. El matrimonio se instaló en un piso de la calle Galileo cercano a la checa donde, como afirma su mujer, “El Puñales” le “llevó ropa, muebles y objetos de ajena procedencia”.

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No podía faltar en la checa del Ateneo Libertario Vallehermoso el factor antirreligioso. En cierta ocasión detuvieron a un sacerdote, cuyo nombre todavía no he podido localizar. Le encontraron escondido en una tintorería de la calle Quevedo, llamada “El Mosquito”, al que quitaron todas sus pertenencias antes de asesinarle. Sus asesinos tuvieron el detalle con una de las criadas de entregarle su sotana, con la que aquella mujer se hizo una falda.

Sin duda, que los bajos del convento de las Concepcionistas Franciscanas de Blasco de Garay están regados con sangre de mártires. En mi investigación yo he descubierto el nombre de uno de ellos. Se llama José María García Ballester

Sin duda, que los bajos del convento de las Concepcionistas Franciscanas de Blasco de Garay están regados con sangre de mártires. En mi investigación yo he descubierto el nombre de uno de ellos. Se llama José María García Ballester. Fue detenido e interrogado en la checa en presencia de su cuñado, José Sánchez Permato, que como él también estaba preso. Tras una serie de preguntas, el interrogatorio concluyó con tres monosílabos como respuestas:

  • “¿Eres fascista?
  • No.
  • ¿Perteneces al partido nacionalista de Albiñana?
  • No. -Volvió a responder con decisión, tras lo que se le preguntó, por último-.
  • ¿Eres católico?
  • Sí.
  • Tú -dijo el asesino dirigiéndose al cuñado de la víctima- márchate, que a este ya sabes lo que le espera y tienes que decir que tu cuñado ha salido delante de ti y que ya no está aquí”.

Desconozco si la Conferencia Episcopal o en su caso el organismo eclesial que se ocupa de las beatificaciones tiene conocimiento del testimonio martirial de José María García Ballester. Él es uno de tantos miles de laicos que murieron por defender su fe en la persecución religiosa durante la Guerra Civil, que llevaron a cabo los que a sí mismos se llamaban rojos: socialistas, comunistas y anarquistas. Desde que lo descubrí me encomiendo a él en mis oraciones y me alegraría que un día le pudieran proclamar beato oficialmente. Y si eso sucede, ya que he sido yo el que ha descubierto el martirio de José María García Ballester, me permito rogar a los señores obispos que a este no me lo incluyan en el cómputo de los “mártires del siglo XX”, ni en el de los “mártires de la década de los treinta”, porque tales expresiones son mentiras y encubren la verdad. Ni las “décadas de los años”, ni los “siglos” persiguen a nadie, la persecución religiosa en España la han desatado los enemigos de Cristo y de su Iglesia. Y esto de los “mártires del siglo XX” y de “los mártires de la década de los treinta” es una mentira tan burda, que les está haciendo perder a nuestros prelados, entre otras cosas, hasta el sentido del ridículo.

P.D. Y llegados a ese punto, alguno de los lectores se estará preguntado, con toda la razón, qué fue de las Concepcionistas, que estaban refugiadas en el ático de la calle Rodríguez San Pedro. Eso se lo contaré el próximo domingo, si Dios quiere.