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Veinte preguntas de indignación sobre el pucherazo del 28-A y un llamamiento desesperado (y 2)

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Franco en Ceuta, 19 de julio de 1936.
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Laureano Benítez Grande-Caballero.- En la tarde del 17 de julio de 1936, sobre las 16,20 horas, un comando sublevado irrumpió en las dependencias de la Comisión Geográfica de Límites de África, y desde allí cursó un telegrama anunciando el triunfo de la rebelión contra la República.

A la una de la madrugada del 18, mientras Franco descansaba en la habitación nº 3 del Hotel Madrid, de Las Palmas de Gran Canaria, ―donde había llegado desde Santa Cruz de Tenerife para asistir al entierro del general Amado Balmes, comandante militar de Gran Canaria, fallecido el 16 de julio―, sus ayudantes le hicieron entrega del telegrama, reexpedido desde Tenerife, con el siguiente texto: «Jefe Circunscripción Melilla a Comandante General Canarias. Este ejército levantado en armas se ha apoderado en la tarde de hoy de todos los resortes del mando en este territorio. La tranquilidad es absoluta. ¡Viva España!: Coronel Soláns».

En esa misma habitación nº 3 me hospedé la fatídica noche del colosal pucherazo en las elecciones del 28-M. Viví varios años en Las Palmas en mis años mozos, y luego he vuelto allí en ocasiones, pero nunca se me había ocurrido alojarme en ese hotel y en esa habitación, dado que, además de que desconocía que Franco se hubiera alojado allí, mi ideología política pertenecía más bien al ámbito de la izquierda hasta no hace mucho.

Sin embargo, tuve mi «camino de Damasco», que me llevó a movilizarme desde junio del año pasado contra la pretendida profanación de la tumba del Caudillo, y contra la blasfema pretensión roja de desacralizar el Valle donde yace el Generalísimo.

Será un guiño del destino, una casualidad o una recompensa a mis esfuerzos por defender su causa, pero lo cierto es que la primera noche que dormí en la habitación de Franco en el Hotel Madrid fue la del golpe de Estado del 28-M.

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Se dice que Franco, al llegar al hotel, exigió una habitación donde hubiese un escritorio y una lámpara, que le fueron prontamente suministrados.

La habitación se conserva prácticamente igual, con cambios mínimos, de modo que hospedarse en ella es como hacerlo en un museo, en un monumento histórico. El escritorio y la lámpara siguen ahí, como mudos testigos del lugar donde posiblemente redactó el Manifiesto de las Palmas ―aunque éste aparece fechado en Santa Cruz de Tenerife el día anterior―, documento en el que el General llamaba al Alzamiento contra una República en manos de las hordas bolcheviques, que amenazaba la supervivencia de la Patria.

Era un llamamiento desesperado a una Patria en ruinas, destrozada por huelgas, asesinatos, persecución a los católicos, incendio de iglesias, violencia contra las derechas, separatismos, y una creciente amenaza de convertir a España en una dictadura bolchevique de cuño soviético.

El Manifiesto, el llamamiento desesperado, se difundió a partir de las 5 y cuarto horas del día 18 de julio de 1936 por las emisoras locales ―Radio Las Palmas y Radio Club Tenerife―, nada más Franco declaró el Estado de Guerra en las islas Canarias en la Comandancia Militar de las Palmas, a poca distancia del hotel, y fue recogido en su versión íntegra inicial por el diario Hoy de la isla de Tenerife tres días después.

Desde 1975, los izquierdistas herederos de los rojos del 36 han estado conspirando para volver al frentepopulismo de 1936, con el fin de retrotraer a España a la situación anterior a la Guerra Civil que perdieron, para tomarse cumplida venganza de la España nacionalcatólica que les derrotó, y para reanudar su proyecto de destruir nuestra Patria mediante una revolución emanada del marxismo luciferino, con la diferencia de que ahora no se la van a entregar a una Rusia soviética, sino al Nuevo Orden Mundial.

Aquí los tenemos otra vez, a los cojoneros milicianos insepultos, desenterrando momias, blasfemando desencadenadamente, acosando y persiguiendo a los patriotas, apoyando los separatismos, rasgando nuestras banderas, destruyendo nuestros principios y valores, traicionando nuestra Patria, censurando a las derechas, levantando su grotesco puño…

… Y ejecutando sus alevosos pucherazos, sus fraudes electorales, como el que les permitió acabar con la monarquía en el 31, o el que llevó al poder al Frente Popular en el 36, fraude apoteósico.

Han pasado más de 80 años, y aquí los tenemos nuevamente, dando un golpe de Estado con el pavoroso fraude del 28-A, formando un Frente Popular con los mismos partidos que conformaron «la chusma que se apoderó de la República» ―en palabras de Azaña―: PSOE, comunistas de Podemos, ERC, PNV…

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Hoy como ayer, por eso, ante la situación de emergencia nacional que estamos viviendo después del pucherazo, cuando se avista otro en las elecciones del 26-M, en esta hora de trágicas tinieblas que devasta nuestra Patria, amenazándola con su disolución, he vuelto en mi imaginación a la habitación nº 3, para dejarme arrebatar por la ensoñación de qué bando, qué Manifiesto escribiría hoy Franco, ante unas circunstancias que son prácticamente idénticas a las que provocaron el Alzamiento.

Y ahí, en la cómoda que le sirvió de escritorio, a la luz de la lámpara, escribiría posiblemente este Llamamiento Desesperado:

«¡ESPAÑOLES!

A cuantos sentís el santo amor a España, a los que en las filas del Ejército y la Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio de la Patria, a los que jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la Nación os llama a su defensa.

La situación de España es cada día que pasa más crítica. La anarquía reina en algunas Comunidades Autónomas, donde el Estado ha desaparecido, y bandas violentas de independentistas se han enseñoreado de sus campos y pueblos; autoridades de nombramiento gubernativo presiden, cuando no fomentan, las revueltas. Los partidos patrióticos son perseguidos, acosados y censurados, alevosa y traidoramente, sin que los poderes públicos impongan la paz y la justicia.

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Los monumentos y tesoros artísticos son objeto de los más enconados ataques de las hordas luciferinas, que con sus blasfemias mancillan la catolicidad de nuestra Patria, con la complicidad o negligencia de gobernadores monteriles.

Los más graves delitos contra la Patria se cometen en Cataluña, País Vasco, Comunidad Valenciana y Baleares, obedeciendo ciegamente a gobernantes que intentan deshonrar a España. El Ejército, la Marina y demás Institutos armados son blanco de los soeces y calumniosos ataques, precisamente por aquellos que deben velar por sus prestigios.

La Constitución, por todos suspendida y vulnerada, sufre un eclipse total: ni igualdad ante la Ley, ni libertad ―aherrojada por la tiranía―, ni fraternidad ―cuando el odio y las amenazas han sustituido al mutuo respeto―, ni unidad de la Patria, amenazada por el desgarramiento territorial más que por regionalismos, que los propios poderes fomentan; ni integridad y defensa de nuestras fronteras, que son asaltadas por miles de ilegales que luego son agasajados por autoridades traidoras.

El Poder Judicial español, que la Constitución garantiza, igualmente sufre persecuciones que la enervan o mediatizan, y recibe los más duros ataques a su independencia.

Pactos electorales, hechos a costa de la integridad de la propia Patria, unidos a los pucherazos que falsean las elecciones presuntamente democráticas, formaron la máscara de la legalidad que nos preside. Nada contuvo la apetencia de Poder: falseamiento de las elecciones y glorificación de la separación catalana, una y otra quebrantadoras de la Constitución que, en nombre del pueblo, era el Código fundamental de nuestras Instituciones.

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Al espíritu ignorante e inconsciente de las masas, engañadas y explotadas por los agentes globalistas, que ocultan la sangrienta realidad de los regímenes comunistas que sacrificaron para su existencia a más de 100 millones millones de personas, se unen la malicia y negligencia de Autoridades de todo orden que, amparadas en un Poder claudicante, carecen de autoridad y prestigio para imponer el orden y el imperio de la libertad y la justicia.

¿Es qué se puede consentir un día más el vergonzoso espectáculo que estamos dando al mundo?

¿Es qué podemos abandonar a España a los enemigos de la Patria, con un proceder cobarde y traidor, entregándola sin lucha y sin resistencia?

¡Eso no! Que lo hagan los traidores, pero no lo haremos quienes juramos defenderla.

Es la hora de luchar por la justicia e igualdad ante la Ley, por la paz y amor entre los españoles, por trabajo para todos, por la unidad de la Patria, sin enconos ni violencias.

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Es la hora de defender a España de los explotadores de la política, de los engañadores del obrero honrado, de los extranjerizantes que directa o solapadamente intentan destruir a España.

En estos momentos es necesario que los españoles nos movilicemos pidiendo paz, fraternidad y justicia.

Nuestro impulso no se termina por la defensa de unos intereses bastardos, ni por el deseo de retroceder en el camino de la Historia, porque las Instituciones, sean cuales fueren, deben garantizar un mínimo de convivencia entre los ciudadanos que, no obstante las ilusiones puestas por tantos españoles, se han visto defraudadas, pese a la transigencia y comprensión de todos los organismos nacionales, con una respuesta anárquica, cuya realidad es imponderable.

Como la pureza de nuestras intenciones nos impide el yugular aquellas conquistas que representan un avance en el mejoramiento político-social, y el espíritu de odio y venganza no tiene albergue en nuestros pechos, del forzoso naufragio que sufrirán algunos ensayos legislativos, sabremos salvar cuanto sea compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza, haciendo reales en nuestra Patria, la unidad y la paz.

Españoles: ¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!, ¡¡¡VIVA EL HONRADO PUEBLO ESPAÑOL, Y MALDITOS LOS QUE EN LUGAR DE CUMPLIR SUS DEBERES TRAICIONAN A ESPAÑA!!!».

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Este llamamiento lo completaría con otro bando, cuyo contenido sería muy parecido al que proclamó el sábado 18 de Julio de 1936, conocido como el Manifiesto de Melilla:

«Don Francisco Franco Bahamonde, General de División y Jefe de las Fuerzas Armadas de África, Tetuán, 18 de julio de 1936 (Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, Tetuán, 25 de julio de 1936).

Bando de declaración del estado de guerra en Marruecos.

Hago saber:

Una vez vemos con amargura infinita desaparecer lo que a todos puede unirnos en un ideal común: España.
Se trata de restablecer el imperio del orden dentro de la Patria, no solamente en sus apariencias o signos exteriores, sino también en su misma esencia; para ello precisa obrar con justicia, que no repara en clases ni categorías sociales, a la que ni se halaga ni se persigue, cesando de estar dividido el país en dos grupos: el de los que disfrutan del poder y el de los que eran atropellados en sus derechos, aun tratándose de leyes hechas por los mismos que las vulneraron; la conducta de cada uno guiará la conducta que con relación a él seguirá la legalidad, otro elemento desaparecido de nuestra Nación y que es indispensable en toda colectividad humana. El restablecimiento de este principio de legalidad exige que el pueblo español se movilice sin titubeos ni vacilaciones.

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Espero la colaboración activa de todas las personas patrióticas, amantes del orden y de la paz, sin necesidad de que sean requeridas especialmente para ello, ya que siendo sin duda estas personas la mayoría por comodidad, falta de valor cívico o por carencia de un aglutinante que aunara los esfuerzos de todos, hemos sido dominados hasta ahora por unas minorías audaces sujetas a órdenes de internacionales de índole varia, pero todas igualmente antiespañolas. Por esto termino con un solo clamor que deseo sea sentido por todos los corazones y repetido por todas las voluntades. ¡VIVA ESPAÑA!».

Franco confió la situación de las Canarias al general Luis Orgaz Yoldi, y a las once y veinte de la mañana subió en un automóvil en el patio interior de la comandancia, que le llevó a un pequeño embarcadero en la plaza de San Telmo, en la cual también se encontraba la Comandancia Militar.

Al despedirse de sus subordinados, les dijo: «Fe, fe, fe; disciplina, disciplina, disciplina». Eran poco más de las dos de la tarde cuando embarcó en un remolcador civil, que le transportó hasta el aeródromo de Gando, donde le esperaba un avión De Havilland, Dragon Rapide, de siete plazas, matrícula G-ACYR.

Tras escalas en Agadir y Casablanca ―donde pernocta―, al amanecer del 19 de julio el avión llega a Tetuán: donde se pondrá al frente del Ejército de África: la guerra había comenzado.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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