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Si quieres ser moderno recurre a los eufemismos

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El mayor –posiblemente- especialista en revoluciones y conquista del poder, José Stalin, decía lo siguiente: «De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario».

La modernidad ha venido y nadie sabe por qué, ni cómo ha sido. Nadie sabe cómo ha llegado, pero sin apenas darnos cuenta, casi imperceptiblemente nos hemos visto inmersos en la modernidad.

La modernidad ya está aquí. La modernidad se llama eufemismo –y a ser posible con circunloquios- el eufemismo como requisito para llegar a lo política y socialmente correcto, el eufemismo para llegar al pensamiento único. La modernidad significa erradicar por todos los medios posibles, del habla de la gente aquello de “al pan, pan y al vino, vino”, no sea que alguien se vaya a ver especialmente perturbado o sufrir un especial impacto del cual no nunca sea capaz de recuperarse. Modernidad significa atenuar, endulzar, camuflar las expresiones especialmente groseras, malsonantes, “demasiado violentas”, es declarar como proscritos determinados vocablos por hacer referencia a cuestiones “tabúes”, prohibidas.

Como resultado de todo ello ha surgido una nueva ideología lingüística, que proclama que la tendencia al eufemismo es la manera de sentar las bases de una sociedad más tolerante, igualitaria y de respeto a los demás.

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También hay quienes, por el contrario, opinan que todo ello es una forma de totalitarismo lingüístico tras el que se esconde el totalitarismo del siglo XXI.

Lo socialmente correcto es la forma de actuación de determinadas personas que, están en la idea de que existe una única forma de ser correctos, proporcionados, justos en todos los ámbitos de la vida. Esta forma de pensamiento, esta doctrina-ideología los lleva a tener unos gustos estéticos socialmente correctos, formas de ocio, de recreación, de divertimento, socialmente correctos, vestimentas -uniformes, mejor dicho- social y políticamente correctas, y por supuesto una forma de expresión oral y escrita socialmente correctas. En resumen: ellos (me niego a hacer uso del “ellas y ellos” aunque sea “antiguo”) son los “mejores”, los humanos (los demás son infrahumanos) poseen una superioridad moral fuera de lo común y nos van a redimir a todos, a “desasnarnos”, a civilizarnos, a sacarnos del subdesarrollo en el que (pobrecitos ignorantes nosotros) estamos los demás.

He aquí algunas muestras de esa bondad con la que tratan de ayudarnos a alcanzar la felicidad haciendo desaparecer (según parece) lo trágico, lo malo, lo feo, lo desagradable, lo mal visto, lo malsonante del idioma llegando a extremos absolutamente esperpénticos:

  • Si no quiere ser tildado de “antiguo” no utilice “hombre” como genérico, use usted “ser humano”.
  • No se le ocurra decir “niños”, debe decir “infancia”, y si además usted quiere evitar que, además de poco moderno le digan que usted es “sexista”, diga “las niñas y los niños” (¡Ojo, siempre en ese orden!)

  • Nunca diga “viejo”, o “anciano” o palabras sinónimas, evite ser ofensivo, diga “tercera edad”, gente mayor, o palabras semejantes. No olvide que otro distintivo de la modernidad, postmodernidad tal vez, es ser joven y parecer joven a toda costa.

  • No olvide, si usted quiere estar a la última y no desentonar que, debe evitar vocablos tan políticamente incorrectos como “ciego”, “sordo”, o “paralítico” o vocablos similares de los que siempre se ha echado mano para nombrar a alguien que sufre alguna tara, merma, etc.; diga usted “diverso”, o mejor aún, “persona diversa”, para evitar el riesgo de ser tachado de sexista. Las expresiones tales como discapacitado, minusválido, o similares, ya han sido proscritas por los gestores de la moral colectiva y de lo social y políticamente correcto.

  • No se le ocurra decir “maricón” o “tortillera”, diga “homosexual”, diga “gay”, diga “lesbiana”; las demás son antiguallas y además puede ser tachado de homófobo y eso ya son palabras mayores si hablamos de modernidad. También, otro distintivo de la modernidad es haber abrazado la religión o doctrina “de género”.

  • Los ejércitos ya no hacen lo guerra, hacen excursiones con fines humanitarios, civilizadores y liberadores. Los muertos de esas acciones humanitarias son “daños colaterales”.

Otro rasgo importantísimo de la modernidad, en la línea de la “tolerancia”, el buen tono, el talante, es el “respeto a las minorías”. Se parte, obviamente, de que hay grupos sociales -“colectivos” los llaman ahora- que, tradicionalmente han sido sojuzgados, que han sido violentados por la mayoría, o por un grupo hegemónico-dominante con intereses egoístas y perversos. El primer paso es “concienciar” a los miembros del grupo de ser “víctimas” (también al resto de la población), ésta es la premisa para iniciar el camino hacia la recuperación de la “autoestima”, proceso para el cual se requiera una actitud de “empatía solidaria” por parte del resto de la ciudadanía –éste es otro palabro imprescindible para parecer “moderno”-. Hay que magnificar al máximo el asunto y darle una dimensión de genocidio, terrorismo, crímenes de lesa humanidad, etc. para poder justificar la necesidad de compensar a esos “colectivos” con los que la sociedad tiene una “deuda histórica” pendiente. También es necesario utilizar este argumento para promover, desde la “mala conciencia”, la erradicación de “las malas prácticas”.

Como es fácil suponer, estas “cruzadas” con fines liberadores-humanitarios comienzan con campañas de modificación del lenguaje, el objetivo es (según sus promotores) evitar que esos “colectivos” sigan siendo vejados-victimizados en el habla, en el idioma que, según dicen, “no es neutral”.

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Lo que en principio podrían ser consideradas causas justas, ámbitos necesitados de mejoras para hacer que el mundo que, nos ha tocado vivir sea un poquito mejor; las que podríamos considerar preocupaciones razonables se convierten en causas reaccionarias, de gente de la peor calaña.

El que se utilicen expresiones como “gente de color” o gente de “etnia tal o cual”, o cosas por el estilo, no hace que desaparezcan realidades como la xenofobia o el racismo; sólo se consigue con ello enmascarar, dulcificar la realidad pura y dura. No se olvide que el racismo, el machismo, y otros “ismos” son actitudes y no palabras. Al racista no le cuesta nada adaptarse y decir “subsahariano”, por poner un ejemplo.

Quienes hayan tenido la santa paciencia de llegar hasta aquí, habrán llegado también a la conclusión de que estoy hablando de manipulación del lenguaje. Sí, efectivamente, de ello se trata.

Manipular significa manejar. Manipular consiste en emplear trucos, engañar, para influir sobre otras personas cuando éstas tienen que tomar decisiones, es hacerles creer que quien los manipula, está buscando su felicidad, y de ese modo conseguir que adopten una actitud de servidumbre más o menos voluntaria. Manipular es conseguir que una persona tome determinadas decisiones, de la misma manera que lo consigue un encantador de serpientes.

Para conseguir manipular no es imprescindible ser la persona más inteligente del mundo, sino poseer astucia y un enorme grado de falta de escrúpulos, hasta el extremo de que los manipuladores llegan a influir en personas más inteligentes que ellos. El manipulador recurre a automatismos. El manipulador repite hasta el hartazgo, hasta aburrir, una palabra o frase. Quienes se arrogan la representación de la modernidad y del progreso (que además dicen ser de izquierdas), suelen tener una extraña habilidad, además de poseer el don de la oportunidad para apropiarse de determinados conceptos, reciclarlos y adecuarlos a sus intereses, recurriendo, claro está, a eufemismos y circunloquios, pero, sobre todo a frases y palabras talismán. De este modo han acabado ganando la batalla del lenguaje, lo cual les permite divulgar consignas con las que logran desinformar y manipular a sus potenciales votantes-clientes.

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Las palabras talismán son vocablos que a lo largo del tiempo han adquirido un enorme prestigio, una fama inmerecida en la mayoría de las ocasiones, llegando a tal situación que nadie se atreve a ponerlas en cuestión.

Se han apropiado de vocablos tales como “progreso”, y han logrando que sea su seña de identidad –“progresistas” se hacen llamar, frente a sus contrincantes a los que denominan “reaccionarios”- y recurren con enorme éxito al uso monopolístico de algunos adjetivos que sirven de bellos envoltorios para sus ideas, a la vez que denigran a los contrincantes hasta tal punto que, han logrado convencer, o casi, a la mayoría de la gente de que ellos son lo único moralmente aceptable, y que lo demás es absoluta maldad. Bueno, también han conseguido que quienes no se hacen llamar de izquierdas hayan acabado utilizando y adoptando su jerga, su forma de expresión, e incluso gran parte de sus postulados, como es el caso del Partido Popular o Ciudadanos, cada vez más socialdemócratas, cada vez más estatistas, más intervencionistas.

Ante lo que vengo narrando, permítanme que les diga que, no debemos dejarnos enceguecer, engatusar, amedrentar por la fama, generalmente inmerecida, por la autoridad y el enorme prestigio de los eufemismos y de las frases y palabras talismán, permítanme también que les recomiende, que los invite a que estén en guardia y los sometan a revisión.

Y ya para terminar, y con ánimo de ser “despertador de conciencias”:

Ya que el lenguaje políticamente correcto no sirve para que la realidad cambie, ¿no será que los partidarios del uso de eufemismos intentan que la gente tenga una falsa conciencia de la realidad, falsear la percepción de la realidad para que la realidad pase desapercibida?

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Y, un último consejo: Hay que mantener la calma, aguantar, pues quienes recurren al eufemismo, a los circunloquios, a las frases y palabras talismán, ni son demócratas, ni les interesa la libertad, les interesa coaccionar a los demás para que piensen como ellos. Trataran de amedrentarnos, recurrirán a todo lo inimaginable, tratarán de criminalizarnos, recurrirán a la falacia ad hominem, y toda clase de falacia lógica,… pero debemos mantenernos firmes, y no rehuir el combate pues, está en juego nada menos que nuestra libertad en el sentido único que debe dársele a la palabra, la de ser personas capaces de elegir, sin tutela de ninguna clase, y de hacernos responsables de nuestros actos, como personas adultas.

 

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Opinión

“La banda De Los Tres” encabezará los resultados de las elecciones en el Emirato Islámico de Cataluña. Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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El resultado de las elecciones catalanas, ni va a ser una sorpresa, ni va a resolver nada. Ninguna encuesta duda de que, por este orden PSC, ERC y Junts, quedarán en cabeza y todo el misterio se centra en el número de votos que obtendrá la derecha liberal del PP, la derecha nacional de Vox y los independentistas antiinmigracionistas de Aliança Catalana. Lo que le apetecería al PSC es obtener una -dificil- mayoría absoluta y poder evitar el amargo trance de pactar con ERC (lo que le pide al cuerpo el alma del PSC) o pactar con Junts (lo que le va a exigir Sánchez). Pero, si alguien cree que, con Illa en el sillón del Poncio de turno, se va a resolver algo, se equivoca.

El diálogo de sordos proseguirá, atenuado eso sí por el rumor de los euros pasando de las arcas públicas a los partidos de gobierno. Pero, en medio de ese rumor y, especialmente para contentar su clientela, ERC pedirá el referéndum y la recaudación total de impuestos por parte de la gencat y Junts, odiando a ERC, pedirá lo mismo, además de enfatizar ligeramente más la amnistía. A lo que el PSC responderá con su opción “federalista”. Sabiendo todos que, en caso de referéndum el No a la independencia se impondrá y que el federalismo es una coña inviable mientras el PP no se sume al carro. Y eso será todo. Cuatro años más a practicar el antiguo arte de medrar a costa de la política.

Obviamente, los tres partidos que aspiran a disfrutar para ellos los beneficios del poder -y que, en realidad, son los que vienen monopolizándolos desde hace más de 40 años- prefieren asumir esos temas “fundamentalistas” (“amnistía”, “referéndum”, “libertades”, “autonomía”), antes que reconocer que las cosas, en Cataluña, van de mal en peor.

Cataluña ya no es motor de casi nada, salvo, ex aequo con Andalucía, capital del paro en España, especialmente del paro juvenil. De las diez mayores empresas que tenían su domicilio fiscal en Barcelona hace diez años, solo quedan dos. Como Sánchez no habilite un ukase para multar a las empresas que se fueron y que se niegan a volver, Cataluña puede convertirse en un erial industrial a la vuelta de diez años.

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Lo más gracioso de esta campaña electoral es que ninguno de los grandes partidos ha hablado de dos elementos urgentes para revitalizar la sociedad catalana: el descenso de impuestos y la contención del gasto público de la gencat. Y tiene gracia porque, ERC ha proclamado de forma teatral que quiere “el concierto”, esto es, la recaudación del 100% de tributos por parte de la gencat, nunca de la reducción de las cargas fiscales (que, en Cataluña, incluso, son mayores que en otras regiones de España). Que al ciudadano lo van a atracar fiscalmente es algo que se evita reconocer y que nadie discute. La propuesta de ERC implica que el ciudadano será atracado por una institución catalana, pero no por una estatal. Y habrá quien les vote a pesar de la desfachatez.

¿Illa en el gobierno? Ya vimos lo que dio de sí al frente del ministerio de sanidad durante la pandemia. Y veremos si su gestión no acaba en los tribunales por la frivolidad en contratar solo mascarillas de la “trama Koldo” que ni siquiera servían para cumplir su función. Sin olvidar las medidas absurdas que impulsó durante aquellos meses (ir a la playa con mascarilla, promover la vacunación ignorándolo todo sobre los efectos) y poner cara de monolito tristón en el Senado cuando se le preguntó por el asunto de las mascarillas. Para colmo, ni siquiera se había vacunado… y lo dice ahora, resaltando que “nadie obligó” a vacunarse. Mentira: porque si se obligó, a mí por ejemplo, para salir de España; a mis hijos obligados por las empresas en las que trabajan. Pero ¿qué más da otra mentirijilla para un pueblo lo suficientemente desmemoriado como para no recordar lo que ocurrió anteayer?

Illa gobernará con quien prometa más estabilidad a Sánchez. El ex ministro de sanidad carece de carácter y personalidad política para decir “no” a Sánchez, o a Aragonés, o a Puigdemont… Si llega a la presidencia de la gencat será a Sánchez a quien consultará cualquier decisión. Incluso, en un gobierno de coalición hará lo que sus socios -indepes- quieran que haga. Ya lo vimos con Maragall -enfermo, eso sí- que terminó compitiendo con sus socios de ERC en quien ponía más alto el techo del “nou estatut”…

Quien si se la juega es Puigdemont. No puede descartarse un golpe de última hora que acapare las primeras páginas de la actualidad (un regreso en próximo jueves o viernes, o incluso en la “jornada de reflexión”). Para Puigdemont -un don nadie hijo y nieto de pasteleros al que el negocio familiar sería su único medio de vida de no haberse dedicado a vivir de la política, a la vista de su “historial académico”- quedar el primer es la única opción: ¿lo veis como “conseller” en un gobierno presidido por Illa? ¿lo veis como “cap de la oposición”? ¿y si falla todo el montaje de la amnistía? Pasar un día en Can Brians le produce tanto insomnio como quedar el tercero. Ya vimos lo que era capaz de hacer cuando fue “el molt honorable presidente”. Lo voy a recordar: conseguir que el nombre de Cataluña cayera en el ridículo mundial después de estar años creando “comisiones de desenganche”, pagando a eminencias grises -o presuntas tales- para que elaboraran un “proyecto de constitución catalana”, todo ello antes de conocer siquiera si se celebraría el referéndum, con el añadido, de proclamar la “república catalana” pero… dejarla en suspenso 15 segundos después. Ese es Puigdemont.

Ahora bien, la candidatura de Junts puede verse afectada por la concurrencia de Alliança Catalana: repite todo lo que dice Junts, pero… añade lo que Junts oculta: que la inmigración en Cataluña está descontrolada, la delincuencia se ha disparado en el último año -especialmente los delitos “graves” que no pueden ocultarse- y que cada vez hay más violencia en calles y barrios. Justo en la diana.

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Desde los tiempos de Pujol, ayer a CDC y hoy a Junts, le tiene absolutamente al fresco quién delinque y cuánto se delinque. Con que tengan un certificado B de catalán, ya hay suficiente. De ahí que Junts omita el tema y evite que en sus listas la presencia de musulmanes. Conoce el riesgo. Calla sobre la inmigración, pero no admite apellidos inmigrantes en sus listas… Ahí está el nicho que Aliança Catalana pretende legítimamente ocupar.

Quien, en cambio, aspira, desde los tiempos de Carod Rovira, a incorporar a la inmigración musulmana es ERC como base electoral. Carod ya aludió -en su infinita ignorancia sobre la religión a un “Islam catalá”, desconociendo que la patria de un musulmán piadoso es la “umma”, la comunidad islámica unida por el credo religioso y que habla, no en catalán, sino en la lengua sagrada en la que Mahoma escribió el Corán. ERC, cree poder atraer el “voto islámico” incluyendo a siete candidatos en sus listas por Barcelona y Gerona (de los que pueden salir entre dos o tres). Su actitud ante la inmigración es exactamente igual a la del PSC: “¿inmigrantes? Cuantos más, mejor; pero, eso sí, con el certificado B de catalán”.

En realidad, el gran problema de Cataluña es la islamización creciente, unido a la caída en picado de las familias con cuatro y con dos apellidos catalanes. A pesar de que no puede establecerse una ley matemática segura, lo mas probable y lo que nadie duda con observar las calles y los colegios en Cataluña es que en 20 ó 30 años como máximo, los musulmanes no serán una “minoría”, sino que -como está empezando a pasar en el Reino Unido, después de las elecciones municipales del sábado pasado- los islamistas presenten candidaturas propias allí donde sean mayoría y proclamen la “sharia”.

Por eso, no hay que fijarse tanto en quién quedará en cabeza, ni siquiera en qué orden, ni quién gobernará: sabemos que, gobierne quien gobierno, seguirá la misma línea de los últimos gobiernos, nada, absolutamente nada, cambiará. Pero estas elecciones van a servir para medir el “estado de cabreo” de la sociedad catalana. La pista que nos ayudará a establecer el diagnóstico va a ser el resultado que obtengan las tres candidatura claramente antiinmigracionistas: Vox (que está realizando una muy buena campaña, con actos en los que ha logrado movilizar a poblaciones consideradas como “hostiles”), Alliança Catalana (que puede obtener escaño en Gerona) y el Frente Obrero (que nos dirá cuántos electores de izquierdas están hasta los mismísimos de la inmigración masiva).

Porque el gran problema que va a afrontar Cataluña en los próximos años, no es “referéndum sí” o “referéndum no” (aunque se celebrara, los sondeos indican que el apoyo social al independentismo ha ido cayendo más y más en los últimos cuatro años), sino la islamización de la sociedad catalana. Y, por extensión, la inmigración masiva.

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¿Y el PP? Aumentará, sin duda, pero la cuestión es cuánto y nunca será suficiente para ser algo significativo en Cataluña. Su discurso actual es excesivamente grisáceo, aspira a ocupar el espacio que ocupó Ciutadans hace dos legislaturas, sin advertir -la cabeza de Feijóo tampoco lo admite- que en estos últimos años se ha producido una polarización en todo el mundo generada por la ofensiva “progresista” (basada en el “cambio climático”, “los estudios de género”, el “wokismo” y la “inmigración masiva”). Esa ofensiva ha generado la necesidad de una reacción tan fuerte y de la misma intensidad, pero de sentido contrario. Lo que valía hace ocho años, hoy es inútil. Los “centrismos” están muertos y enterrados. En Cataluña, en España y en Europa. El PP se ofrecerá a colaborar con el PSC, en el enésimo error estratégico de Feijóo. Lo normal hubiera sido que las candidaturas de Vox y del PP, incluso los restos de Cs, hubieran pactado un programa y una candidatura común. Pero lo que es lógico para los electores, no lo es para los partidos.

En cuanto al “sorpasso” de Vox al PP que se produjo en las anteriores elecciones, lo más probable es que quede anulado: el PP crecerá por delante Vox. Lo normal, dadas las circunstancias. Pero, al igual que ocurrió en las pasadas elecciones vascas, Vox mantendrá posiciones (e, incluso, es posible que las mejore). Volvemos a repetir que es “lo normal”: la “hora” de Vox sonará en cuanto el PP vuelva al poder y decepcione a los que esperaban unas políticas radicalmente diferentes a las socialistas

Así que no esperéis nada de las próximas elecciones, solo un indicativo del “estado de cabreo” de la sociedad (que, en cualquier caso, será menos que el “estado de somnolencia inducida” que vive la región).

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