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Hispanoamérica

Retrato de la catástrofe humanitaria de la dictadura venezolana apoyada por Podemos

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Llegar a Maracaibo es entrar en una especie de zona de guerra. Los habitantes deambulan como fantasmas entre las ruinas de calles desoladas y montones de basura que ellos mismos han de quemar porque ningún servicio público se ocupa de recogerlas. Los escombros, fruto de los saqueos a comercios durante los últimos apagones, dominan el decadente paisaje urbano.

Venezuela se muere. Y en muchos casos no por falta de alimentos, sino de dinero para acceder a ellos. El diario ABC muestra hoy a sus lectores los efectos de la tragedia venezolana que el régimen de Maduro quiere ocultar. Entre chabolas destartaladas en los barrios de Maracaibo malviven enfermos físicos y mentales, niños desnutridos, las víctimas más vulnerables de la dictadura chavista.

Pero la capital del estado Zulia, otrora el centro del orgullo petrolero de Venezuela, no es Siria ni Libia. La causa de la ruina de Maracaibo, la segunda ciudad el país, es la descomunal crisis en la que ha hundido al país el régimen chavista, agudizada ahora, aún más, por los cortes en el suministro eléctrico, que obliga a los maracuchos a peregrinar durante horas en busca de agua potable, alimentos y combustible o a quedarse refugiados en sus casas, a la espera de luz para encender el aire acondicionado con que hacer frente a un calor abrasador.

Quemada viva

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Angelyn Isabel Romero Guerra era una médico venezolana de 26 años. Fue asesinada por una banda de criminales al intentar hacer una transacción de compra y venta de dólares. Le rociaron gasolina y la quemaron viva. La habían golpeado brutalmente y le dejaron desviado el tabique. Fue hallada en un barrio de familias pobres de Maracaibo, cercano a un arroyo donde varias familias buscaban agua limpia.

El cuerpo estaba totalmente carbonizado. Sus familiares tuvieron que identificarla por una prótesis dental.

«Llevamos más de un año sin agua. ¡Yo debería estar en mi escuela y no voy porque debo ayudar a mi mamá en esto!», grita con rabia Michelle, una adolescente con la ropa empapada y el rostro demacrado, mientras intenta conseguir agua potable de una tubería subterránea, por la que hacen cola y se pelean niños, mujeres y hombres. «Aquí donde me ve, no me he llevado un pan a la boca desde anoche», añade esta chica de 14 años que parece mayor.

Los carteles y vallas publicitarias con el eslogan «La primera ciudad de Venezuela» que salpican Maracaibo son hoy un sarcasmo agraz. Zulia, donde se extrae el 60% del crudo venezolano y con un extraordinario potencial agrícola y ganadero, llegó a ser la envidia de Iberoamérica. En su aeropuerto había un intenso tráfico internacional. Ahora la lucha por la supervivencia es extrema para los cuatro millones de habitantes de la región, las colas para llenar el depósito son kilométricas y sobran los dedos de una mano para contar las rutas de vuelos.

«Aquí los pobres perdemos la vida. Hoy voy para cuatro horas y ahora acaban de cerrar la estación para ver si llega otro camión para surtir», dice con resignación Abelardo Montiel, mientras espera cerveza en mano en una gasolinera. «Yo no tengo los cobres (dinero) para pagar a los guardias que te quieren vender hasta en un dólar el litro, cuando la gasolina es regalada en este país», se lamenta.

El drama en toda su crudeza

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La miseria es también patente en Caracas, pero el régimen de Maduro destina los recursos que puede a la capital del país para protegerla como una burbuja y evitar que haya estallidos sociales. Si el problema no ocurre en Caracas, es como si no existe. En Maracaibo, en cambio, el drama del chavismo se presenta en toda su crudeza.

Por eso también el régimen se esfuerza por mantenerla aislada, fuera de la vista de los medios independientes. Militares, milicianos y paramilitares armados de los «colectivos» vigilan para impedir el acceso de la prensa a los puntos calientes de la ciudad. Los hospitales están blindados y entrar en ellos sin autorización puede acarrear ser detenido o expulsado, en caso de los periodistas extranjeros.

«Nadie nos escucha ni nos toma en cuenta»

Keliver Chourio, de 26 años, con una grave desnutrición y paralizada por una meningitis que a los once meses dejó secuelas irreversibles en su sistema nervioso. Al lado su madre, Juana, que cree que le habría podido dar una vida mejor si la revolución bolivariana le hubiese dado oportunidades, como prometía.

«No se imagina cuántas cartas he mandado a la gobernación y a Miraflores. Incluso viajé en enero a Caracas solicitando una silla de ruedas, medicinas y alguna bolsa de comida mensual, pero nadie nos escucha ni nos toma en consideración. Y tanto que apoyamos a Chávez…», suspira.

«La censura es cada vez mayor. A nosotros nos han metido hasta tanques dentro de las residencias», asegura Carmen Gamboa, residente de un bastión opositor, las Torres del Saladillo. «Estos grupos no respetan a nadie –explica–. Vienen con armas y nos amenazan si protestamos o denunciamos lo que está ocurriendo».

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Además, la señal de internet es intermitente. Los periódicos de papel han desaparecido y solo quedan panfletos de propaganda del Gobierno, por lo que en Maracaibo, si no hay conexión a la red, uno no se entera de nada.

Solo hay luz unas pocas horas al día. Los cortes no tienen ningún tipo de programación. Una zona de la ciudad pasa una semana entera a oscuras, mientras otras tienen electricidad un par de horas. A veces aparece inesperadamente, pero si llueve puede que los transformadores estallen o fallen.

«Nos salvamos de una tragedia», cuenta Gladys Bardallo, de 79 años, del sector Libertador. «Los cables se incendiaron sobre la casa y el cuarto se nos quemó y explotaron todos los cables –recuerda–. Los bomberos, que están a dos calles, no llegaron nunca por no tener insumos para trabajar, ni personal».

Pero para conocer las verdaderas entrañas de la tragedia de Venezuela hay que adentrarse en un barrio como el de los Altos del Milagro Norte, en la parroquia Coquivacoa. En chabolas hechas con restos de madera y hojalata, malviven niños siempre hambrientos, que como mucho comen una vez al día. Las epidemias campan a sus anchas y las expectativas de vida son muy escasas. Además, los supuestos «operativos de paz» de las Fuerzas Especiales de Seguridad (FAES) y la violencia de las bandas acechan a diario.

Para acceder a este rincón oculto donde habitan los grandes olvidados de la revolución bolivariana es imprescindible recurrir a un líder social que permita sortear a las cuadrillas de paramilitares y a los agentes de Policía.

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Los vecinos del barrio acogen a los periodistas con cierto alivio, como una posible tabla de salvación frente al abandono y el aislamiento a los que se ven condenados, sin apenas ayuda en su desgracia. «Si no denunciamos la realidad de lo que está pasando, nadie se entera de la verdad, ni los venezolanos ni el mundo. Aquí tenemos de todo: exterminio, hambruna, maltrato familiar. Es un infierno», resume Carolina Leal, una líder social que en el pasado militó en el partido chavista, pero que ahora vive para ayudar a la gente. Desde hace tres años reparte más de 250 almuerzos semanales.

Desnutrición y enfermedad

Recorrer los Altos del Milagro es desnudar lo más bajo de la crisis venezolana. En una sola manzana, como desterrados en su propia patria, se ocultan, entre paredes hechas a retazos y techos destartalados, niños desnutridos, discapacitados, infectados de VIH y enfermos mentales.

Miguel Blanco, un joven de tez blanca de 28 años, yace con las piernas encogidas sobre una cama en una de las infraviviendas del barrio. Su cuerpo está famélico, carece de masa muscular y su piel se pega a los huesos. El rostro revela una desnutrición severa y una hidrocefalia congénita. Su madre, sin ayuda, le dedica incasablemente sus días. «Le doy lo poco que puedo, yuca y arroz, y le hago pañales de tela», afirma.

«Paso las noches en vela viendo llorar a la niña»

Sarangeli Castilla nació prematura, con tan solo 1,5 kilos, y su peso permanece estancado. Tiene dos meses, pero padece ya una desnutrición crónica. Su madre, Katherine Castilla, tiene otros seis hijos y comenta que solo le da pecho, porque le es imposible comprar las fórmulas especiales. «La situación es muy dura, yo soy una madre soltera y solo cuento con la ayuda de mi padre, que está jubilado. No tenemos cómo llevar a mi hijo a un médico o un especialista. Paso todas las noches en vela, viéndolo llorar sin saber qué es lo que le duele», asegura Katherine.

No lejos de allí se halla Ana Bravo, de 14 años. Mide poco más de un metro y pesa 20 kilos. No habla y se comunica con señas. Golpea sus manos para indicar que quiere comer. No se pudo desarrollar a consecuencia de la mala alimentación. Es un ejemplo del centenar de casos de malnutrición en este mísero caserío.

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Otros niños montan en bicicleta o juegan en las calles, rodeados de escombros y polvo. Gustavo Rincón, un pediatra que visita con frecuencia el barrio, señala que los menores hacen un esfuerzo por olvidar el hambre, pero el cuerpo los delata. «Tienen el pelo cobrizo y fino, y son cabezones. Esos son síntomas claros de desnutrición. Estamos lamentablemnte ante una generación de tarados», denuncia.

En estos atestados suburbios, sus pobladores usan una mezcla de maíz, sal y yuca para intentar hacer algo similar a la tradicional arepa venezolana. Es cuanto se pueden permitir.

La escasez que azota Venezuela es aún peor en Maracaibo por el contrabando con Colombia, que deja millones de ganacias a aquellos que se aprovechan de la circunstancia. Hablar de hambre aquí es diferente. Hay alimentos, pero lo complicado es tener los recursos para pagarlos. «Con nuestro sueldo mínimo (cuatro euros), tan solo compramos un cartón de huevos. Es imposible que no existan desnutridos en este país», apunta una vecina, Daysi Delgado.

El otro gran muestrario de la catástrofe humanitaria de Maracaibo es el Hospital Universitario. En su día fue un ambicioso proyecto incluido en el programa de obras públicas de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, en los años 50, con más de 600 camas. Además, fue el primer hospital venezolano en realizar un trasplante de riñón. Hoy su realidad es otra.

(ABC)

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Cantabria

Los cuatro naufragios del Capitán: Dos héroes españoles que se odiaron hasta matarse

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Una historia de la España de los barcos de vapor y los duelos a muerte

Se nos ha dicho siempre que el siglo XIX fue una auténtica maldición para España, en el cual solo florecieron guerras civiles y diversos atrasos, en forma deporte unidades perdidas con respecto a otros países diciendo utilizaron más rápidamente. Y sobre todo que fue el siglo en el cual liquidamos nuestro imperio, empezando el siglo con la pérdida de toda la América del Sur y terminando con el robo de nuestras últimas provincias de Ultramar. Sin embargo, tras un análisis más serio de la historia, he podido darme cuenta de que esto dista mucho de ser real.

Ni éramos tan tontos ni tan malos ni tan crueles y mezquinos como nos pintan, sino más bien todo lo contrario, si tenemos en cuenta que el siglo XIX vio nacer las primeras industrias modernas de nuestra patria e instituciones de tanta solera y utilidad como la Guardia Civil, cuya callada labor ha sido vital para el desarrollo económico y social de España. Y con inventos tan extraordinarios como un submarino perfectamente operativo y capaz de lanzar torpedos contra buques enemigos. Una ventaja que tuvimos antes que nadie, gracias a un héroe anónimo llamado Isaac Peral, pero que incomprensiblemente no estuvo a. Para entrar en combate contra los Yankees que nos robaron Cuba y todo lo demás.

Los cuatro naufragios del Capitán: la historia de un lobo de mar en tiempo de traiciones, plagas y corrupción

Un simple submarino hubiera podido poner fuera de combate a toda la Marina Yanqui sin necesidad de hacer ese ataque kamikaze, en Santiago de Cuba, que ordenaron los políticos a nuestros valientes marinos. Una auténtica traición criminal que perpetraron mientras les secuestraban el arma definitiva que podría habernos hecho a recuperar el dominio total de los mares. Porque no es sólo que podríamos haber evitado la pérdida de esas últimas provincias de Ultramar, sino que podríamos haber incluso regulado el comercio marítimo y arrebatarles esa superioridad a los anglosajones. Esa mano negra que sigue manejando hoy en día los asuntos de nuestro país, con esos partiditos tan turbios y esa monarquía modernilla, tan obediente y tan sumisa a los dictados de potencias extranjeras.

Antiguamente, por lo menos, contábamos con una resistencia verdadera de así es que tuvieron que tomarse la molestia de cargarse a nada menos que cinco presidentes del Gobierno intentarlo con otros cuantos más. Tambié se han registrado atentados mortales contra Alfonso XIII o Franco, qué son menos conocidos porque no tuvieron éxito, y todo porque hay interesada en qué España no se despierte de una siesta en la que van robándonos, por la espalda, mientras nos distraen con falso reyes, políticos y profetas.

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En este tiempo fundamental, en que España todavía tenía oportunidades de volar sola y ser autosuficiente en todo… Cuando todavía no éramos mendigos de banqueros extranjeros, que nos ofrecen ayuditas y paguitas… Cuando todavía teníamos un Ejército y no una especie de contrata extranjera, que se dedica a ir a molestar a los pobres rusos en su territorio y a hacer de ONG extraña, por el mundo, mientras en la Patria nos roban nuestras queridas Islas Canarias y en general nos roban absolutamente todo… Cuando todavía éramos un país soberano independiente, aunque sufriéramos una lenta decadencia que un atajo de traidores aceleraba y acelera, todavía hoy, desde la cúspide del poder.

Los cuatro naufragios del Capitán: la historia de un héroe popular de Santander y Cuba

En este tiempo convulso, pero todavía esperanzador, nació en Santander uno de esos héroes españoles desconocidos. Un personaje al que no querría más si no fuera hermano de mi tatarabuela, puesto que los héroes son familia de todos. Teodosio Ruiz González.

Un marino de corazón, cuyo amor por la mar y los barcos le hicieron renunciar al seminario en el que estudiaba de joven y hacer la carrera profesional de marino mercante. Un trabajo mucho más duro todavía que el actual oficio de navegante, puesto que estamos hablando de los barcos de vapor que había previamente al Titanic.

Pocos años más tarde, al otro lado del Atlántico, separado por todo un mar de circunstancias diferentes, nacería poco después su gran enemigo. Diego Martín Veloz. Un buscavidas digno de un relato de la picaresca española, todavía en esta época daba sus buenos exponentes.

Cubano de nacimiento, se alistó muy joven al ejército español en la isla y fue condecorado por la defensa de la única bandera que no cayó en poder del enemigo. El niño Martinillo, lo llamaban, y por actos de valor llego a teniente, grado con el cual paso a la reserva en la madre Patria, a la cual se auto exilió tras la victoria de los Yankees. Y ahí empezaron sus aventuras más famosas, pues de héroe y soldado desconocido pasó a ser un auténtico rey del hampa peninsular.

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Los cuatro naufragios del Capitán: una historia de las grandes traiciones a España, que todavía pagamos

Nuestro protagonista nace un 28 de mayo de 1870, pocos meses antes de uno de los acontecimientos más olvidados pero más importantes de nuestra reciente historia. El asesinato de uno de los mayores estadistas que ha tenido nuestro país, asesinado por esa mano negra que siempre actúa en el poder. Y según la versión oficial, casi siempre mentirosa, fue un simple atentado terrorista y nada más, pero la reciente investigación que hizo del historiador y criminalista Abellán hace poco demuestra más bien que el trabajo que no terminaron los sicarios, en la calle del turco de Madrid, lo remataron los propios amigos y compañeros de gobierno de Prim en su propia casa y en su propio lecho, donde fue apuñalado por la espalda y estrangulado a lazo, en un clarísimo asesinato ritual masónico.

Y así fue cómo se cargaron al primer gran Presidente de esta tanda de magnicidios que se cebaron, curiosamente, en los mejores políticos que hemos tenido en siglos XIX y XX. Cánovas y Canalejas serían abatidos un poco después, todos ellos relacionados directamente con la última defensa del Imperio. Y quedó detrás toda la basura de vendepatrias que regalaron todo el territorio español que asomaba de la Península, salvo las Islas que todavía conservamos, aunque me temo que no por mucho tiempo, en el caso de Canarias. Un territorio tan español como lo sigue siendo Cuba o Puerto Rico y como lo fue en su día Filipinas, antes de que los yanquis llevaran a cabo uno de los genocidios más desconocidos de la Historia. Con políticos así, no hace falta tener enemigos, pero la pregunta es: ¿tenemos héroes, para compensar, como el protagonista de Los cuatro naufragios del Capitán?

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