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Este canalla argentino saca al antiespañol que lleva dentro: El antipapa Francisco pide perdón a México por los “pecados cometidos” en la Conquista española

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España JAMÁS conquistó América. Lo que hizo fue liberarla. No existe la Conquista de América: El nombre correcto es Liberación Americana por España.

El antipapa Francisco nunca pidió disculpas por las matanzas causadas por los ingleses entre los pueblos que colonizaron.

Para ellos, los habitantes de dichas civilizaciones no tenían la consideración de humanos. El colono anglosajón mostró una forma de crueldad inusual fuera de los campos de batalla y en ello, aunque aquí, en caliente, entran atenuantes obvios. Los pueblos sometidos fueron meros espectadores de las masacres cometidas en los actuales Estados Unidos, Caribe, África y Australia, por mencionar algunas latitudes al azar.

Mientras los españoles intentaban convertir a los autóctonos al catolicismo, a veces con métodos algo expeditivos, y los portugueses, más mercantiles, trataban de controlar los puertos de Brasil y la costa oeste de África e India para así potenciar su fabulosa red comercial, los ingleses entendían que los indígenas de América debían ser literalmente exterminados –como así ocurrió en sus zonas de actuación–, para, de esta manera, repoblar el continente con ingleses de pura cepa. Y no vale decir que eran presidiarios desalmados o disidentes recalcitrantes frente a la monopolista fe anglicana, no; avezados exploradores como Rourke, Cook, y, antes que ellos, el inefable Drake, postulaban el exterminio en masa de los lugareños que asistían sorprendidos a la total subversión de la hospitalidad por aquellos energúmenos adecentados con uniformes de lujosa botonadura.

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Era la educada Inglaterra la que se oponía al mestizaje con los subhumanos.

El abuso e imposición arbitrarias de una Inglaterra exultante ante sus conquistas (no existían entre ellos un Fray Bartolomé de las Casas ni la más mínima norma que se pareciera a las Leyes de Indias) permitiría el salvaje saqueo, el expolio y el apalizamiento a millones de “indios” o aborígenes por parte de una cultura que a sí misma se llamaba civilizada. En lo económico y político, los beneficios soslayaron cualquier atisbo de humanidad, dejando a los intereses indígenas totalmente condenados a la muerte en guerras asimétricas, a la inanición en la mayoría de los casos y a la esclavitud flagrante y rampante.

El caso de Australia y de los EEUU es un ejemplo sangrante de lo que sin rubor se puede llamar perfectamente un genocidio.

En menos de un siglo en la costa este bajo la influencia colonial inglesa no quedaban autóctonos para contarlo salvo los que servían de diversión en los circos, y por supuesto, ni qué decir de la ola aniquiladora posterior de sus pupilos que no dejaron títere con cabeza hasta llegar al Pacífico en California.

En la India, tras más de dos siglos de dominación británica, la esclavitud era generalizada y no se les permitía a los locales competir con productos propios en los mercados internacionales, hasta que llegó Gandhi con su rueca.
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En Australia se les fue la mano totalmente.

De más de 900.000 aborígenes contabilizados por su propia Sociedad Geográfica, algo más de 30.000 escaparon a aquel Apocalipsis de destrucción sistemática y, probablemente, planificada.

Estos aborígenes llevaban en Australia aproximadamente 60.000 años cuando los primeros ingleses les hicieron notar su avanzada civilización, era el año 1770 y el infierno abría sus fauces.


Los ingleses declararon a Australia como terra nullius, es decir, sin habitantes humanos, de tal manera podrían así justificar el despojo de las tierras indígenas y el saqueo del continente.

Tras arrebatarles las tierras fértiles, arrojaron a los aborígenes a las zonas áridas del interior donde morían como chinches. Enfermedades desconocidas arrasaron aquel último reducto del paraíso en la tierra, en un siglo exacto desde aquel terrible desembarco de los pulcros y puritanos anglos.
Sus hazañas africanas despojaron de su nombre, identidad, dignidad y libertad a millones de esclavos procedentes de los puertos de Senegal y Guinea hacia las plantaciones del Caribe, Norteamérica y Sudamérica. Los infernales viajes donde una multitud de seres castrados de los más elementales derechos de existencia, encadenados entre sí, sin espacio para moverse, viajando durante meses, mareados hasta la extenuación, rodeados de vómitos, entre los alaridos de las mujeres y los lamentos de los agonizantes, generaban escenas de horror inconcebibles.

Se calcula que uno de cada tres sobrevivía a esta travesía. Estas acciones de inhumanidad flagrante eran la obra de los que imputaban a España la famosa Leyenda Negra.

Pero es que además, el canalla argentino olvida o quiere olvidar que sin la acción evangelizadora promovida por España, el Catolicismo estaría actualmente confinado en unos pocos países europeos.
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El Papa Francisco pide perdón a México

México festeja desde la Plaza del Zócalo los 200 años de la independencia de la nación después de recibir una misiva de Francisco en la que, finalmente, el Vaticano pide perdón por los «pecados» cometidos por la Iglesia Católica en el país mesoamericano. En la carta, la máxima autoridad de la Iglesia asegura, que «tanto mis antecesores como yo mismo hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización».

El jefe de Estado del Vaticano ha reconocido por escrito que existieron acciones que provocaron el profundo dolor y sufrimiento que se llevó a cabo en la Nueva España.

(Cortés solicitó al rey que enviara frailes para enseñar el cristianismo a los indígenas tras la conquista de México Tenochtitlan).

Las letras del Papa fueron leídas en boca de Rogelio Cabrera, presidente del Episcopado Mexicano. El Papa imploró no evocar los dolores del pasado para quedarse en ellos, sino para aprender. «Seguir dando pasos en vistas a sanar las heridas, a cultivar un diálogo abierto y respetuoso entre las diferencias y a construir la tan anhelada fraternidad priorizando el bien común por encima de intereses particulares, las tensiones y los conflictos», prosigue la misiva.

Dentro de la celebración de los 200 años de la Independencia de México de España, desde la Plaza del Zócalo, López Obrador ha confesado que mantiene una buena relación con la Iglesia Católica.
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Ha querido definir al “papa” Francisco de «verdadero católico y defensor de los pobres» alabando el envío de la carta en la que el santo padre reconoce los errores cometidos en el pasado por la Iglesia.

Durante los festejos por el bicentenario, AMLO se refirió al padre Hidalgo «que tomó a la Virgen de Guadalupe como símbolo de lucha y de esperanza en la independencia de España». Angelo Sodano, enviado por Francisco, que ocupa el decanato emérito del Colegio Cardenalicio de la Iglesia Católica, remitió en el mismo evento al Plan de Iguala, que consideraba la Nueva España como país soberano, y también nombró la figura de Miguel Hidalgo, uno de los Padres de la Patria.

Las relaciones de la Conferencia Episcopal Mexicana con el Gobierno de México -en el segundo país con más católicos del mundo-, no eran, hasta ahora, las más cordiales a partir de que el presidente López Obrador reclamara al Papa más energía para denunciar lo que él denomina «neoliberalismo creciente». La reiterada petición del mandatario para que la Iglesia pida perdón por «las oprobiosas atrocidades» que en su opinión padecieron los pueblos originarios hace 500 años.

Una demanda que también hizo a España en la figura de nuestro Rey Felipe VI, unas semanas antes, con el mismo mensaje y con la misma intención.

Andrés Manuel López-Obrador (AMLO, como se le conoce en la nación hermana) mandó el octubre pasado una carta explícita en la que interrogaba al papa: «¿No cree qué en vez de afectar a la Iglesia Católica una referencia en honor de Hidalgo y Morelos la enaltecería y causaría la felicidad de la mayoría de los mexicanos?». El documento fue entregado en el Vaticano por Beatriz Gutierrez Müller, mujer del mandatario mexicano, de visita por Europa y recibida cordialmente por el Santo Padre.
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En el año 1810 se promulgó por el obispo de Valladolid el edicto de excomunión del padre Miguel Hidalgo Costilla, iniciador de la guerra de Independencia de México y asimismo, más tarde, en 1811 fue degradado del fuero secular el cura José María Morelos y Pavón, su antiguo discípulo. Ambos fueron condenados a muerte por su participación en el levantamiento armado revolucionario.

Incluso los zapatistas se posicionaron, cuyo EZLN (ejército zapatista de liberación nacional) llegó a afirmar en un comunicado que no creían que España ni la Iglesia Católica debieran disculparse por la conquista de México-Tenochtitlan ocurrida entre 1519 y 1521.

En noviembre pasado, durante la última visita de la ministra española de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya evitó presentar disculpas por la Conquista Española e insistió en la necesidad de construir relaciones bilaterales «sobre el pasado, pero mirando al futuro».

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Opinión

No vivimos en la Arcadia Feliz, sino en tiempos de excepción. Por Ernesto Milá.

Ernesto Milá

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Ya he contado más de una vez que el “pare Valls”, el único padre escolapio al que llegué a apreciar, nos contaba cuando éramos párvulos, la diferencia entre “pecado venial” y “pecado mortal”. Y ponía como ejemplo la bata que llevábamos: cuando esa bata se manchaba por aquí o por allí, se lavaba y quedaba renovada, pero si, por el contrario, la bata estaba desgarrada, con costurones y remiendos por todas partes, desgastada por el uso, con manchas que se iban acumulando, no había remedio posible. Se tiraba y se compraba otra nueva. Aquel ejemplo se me quedó en la cabeza. Yo tenía entonces cinco años. Era 1957 y fue una de las primeras lecciones que recibí en el colegio de los Escolapios de la calle Balmes. Es hora de aplicar el mismo ejemplo a nuestro tiempo.

Hay situaciones “normales” que exigen abordarlas de manera “normal”. Por ejemplo, cuando alguien es detenido por un hurto. En una situación “normal”, cuando se da ese pequeño delito -pero muy molesto para la víctima- es razonable que el detenido disponga de una defensa jurídica eficiente, que reciba un trato esmerado en su detención y un juicio justo. Pero hay dos situaciones en las que esta política de “paños calientes” deja de ser efectiva: en primer lugar, cuando ese mismo delincuente ha sido detenido más de 100 veces y todavía está esperando que le llegue la citación para el primer juicio. En segundo lugar, cuando no es un delincuente, sino miles y miles de delincuentes los que operan cada día en toda nuestra geografía nacional.

Otro ejemplo: parece razonable que un inmigrante que entra ilegalmente en España pueda explicar los motivos que le han traído por aquí, incluso que un juez estime que son razonables, después de oír la situación que se vive en su país y que logre demostrar que es un perseguido político o un refugiado. Y parece razonable que ese inmigrante disponga de asistencia jurídica, servicio de traductores jurados y de un espacio para vivir mientras se decide sobre su situación. Y eso vale cuando el número de inmigrantes ilegales es limitado, pero, desde luego, no es aplicable en una situación como la nuestra en la que se han acumulado en poco tiempo, otros 500.000 inmigrantes ilegales. No puede esperarse a que todos los trámites policiales, diplomáticos y judiciales, se apliquen a cada uno de estos 500.000 inmigrantes, salvo que se multiplique por 20 el aparato de justicia. Y es que, cuando una tubería muestra un goteo ocasional, no hay que preocuparse excesivamente, pero cuando esa misma tubería ha sufrido una rotura y el agua sale a borbotones, no hay más remedio que actuar excepcionalmente: llamar al fontanero, cerrar la llave de paso, avisar al seguro…

Podemos multiplicar los ejemplos: no es lo mismo cuando en los años 60, un legionario traía un “caramelo de grifa” empetado en el culo, que cuando las mafias de la droga se han hecho con el control de determinadas zonas del Sur. En el primer caso, una bronca del capitán de la compañía bastaba para cortar el “tráfico”, en el segundo, como no se movilice la armada o se de a las fuerzas de seguridad del Estado potestad para disparar a discreción sobre las narcolanchas desde el momento en el que no atienden a la orden “Alto”, el problema se enquistará. De hecho, ya está enquistado. Y el problema es que hay que valorar qué vale más: la vida de un narcotraficante o la vida de los que consumen la droga que él trae, los derechos de un capo mafioso o bien el derecho de un Estado a preservar la buena salud de la sociedad. Si se responde en ambos casos que lo importante es “el Estado de Derecho y su legislación”, incurriremos en un grave error de apreciación. Esas normas, se han establecido para situaciones normales. Y hoy, España -de hecho, toda Europa Occidental- está afrontando situaciones excepcionales.

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Vayamos a otro terreno: el que Ceuta y Melilla estén sufriendo desde hace 40 años un proceso de marroquinización creciente, puede ser fruto de la proximidad de ambas ciudades a Marruecos y al deseo de los sucesivos gobiernos de España de no empeorar las relaciones con el único enemigo geopolítico que tiene nuestro país, el “enemigo del Sur”. Pero, cuando se sabe que el narcotráfico en Marruecos está regulado por el majzén y por personas próximas al entorno de la familia real marroquí, uno empieza a pensar que la situación no es “normal”. Esa sensación aumenta cuando se percibe con una claridad meridiana que el Ministerio del Interior español no despliega fuerzas suficientes para cortar de raíz el narcotráfico con Marruecos y que, incluso, boicotea a los policías y a las unidades más eficientes en su tarea. Ítem más: lo normal hubiera sido, por ejemplo, que España mantuviera su política exterior en relación al Sáhara inconmovible (las políticas exteriores fiables son las que no cambian, nadie confía en un país con una política exterior oscilante y variable). Pero Pedro Sánchez la cambió en el peor momento: sabiendo que perjudicaba a Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. Y, además, en un momento en el que el conflicto ucraniano suponía una merma en la llegada de gas natural ruso. Pero lo hizo. Luego ha ido entregando créditos sin retorno, cantidades de material de seguridad, ha permanecido mudo ante las constantes reivindicaciones de “marroquinidad” de Ceuta, Melilla y Canarias. Y esto mientras el ministerio del interior se negaba a reconocer que la comunidad marroquí encarcelada en prisiones españolas es más que significativa o que el número de delincuentes magrebíes es en gran medida responsable del repunte solo en 2023 de un 6% en la delincuencia. O que Marruecos es el principal coladero de inmigración africana a España. O el gran exportador de droga a nuestro país: y no solo de “cigarrillos de la risa”, sino de cocaína llegada de Iberoamérica y a la que se han cerrado los puertos gallegos. Sin contar los viajes de la Sánchez y Begoña a Marruecos… Y, a partir de todo esto, podemos inferir que hay “algo anormal” en las relaciones del pedrosanchismo con Marruecos. Demasiadas cuestiones inexplicables que permiten pensar que se vive una situación en la que “alguien” oculta algo y no tiene más remedio que actuar así, no porque sea un aficionado a traicionar a su propio país, sino porque en Marruecos alguien podría hundir a la pareja presidencial sin remisión. Sí, estamos hablando de chantaje a falta de otra explicación.

¿Seguimos? Se puede admitir que los servicios sanitarios españoles apliquen la “sanidad universal” y que cualquiera que sufra alguna enfermedad en nuestro país, sea atendido gratuitamente. Aunque, de hecho, en todos los países que he visitado de fuera de la Unión Europea, este “derecho” no era tal: si tenía algún problema, me lo tenía que pagar yo, y en muchos, se me ha exigido entrar con un seguro de salud obligatorio. Pero, cuando llegan millones de turistas o cuando España se ha convertido en una especie de reclamo para todo africano que sufre cualquier dolencia, es evidente que la generosidad puede ser considerada como coadyuvante del “efecto llamada” y que, miles y miles de personas querrán aprovecharse de ello. Todo esto en un momento en el que para hacer un simple análisis de sangre en la Cataluña autonómica hay que esperar dos meses y para hacer una ecografía se tardan nueve meses, sin olvidar que hay operaciones que se realizan con una demora de entre siete meses y un año. Una vez más, lo que es razonable en períodos “normales”, es un suicidio en épocas “anómalas”.

Hubo un tiempo “normal” en el que el gobierno español construía viviendas públicas. Ese tiempo hace mucho -décadas- que quedó atrás. Hoy, ni ayuntamientos, ni autonomías, ni por supuesto el Estado están interesados en crear vivienda: han trasvasado su responsabilidad a los particulares. “¿Tiene usted una segunda residencia?” Pues ahí puede ir un okupa. En Mataró -meca de la inmigración en el Maresme- hay en torno a medio millar de viviendas okupadas. Así resuelve el pedrosanchismo el “problema de la vivienda”… Esta semana se me revolvieron las tripas cuando un okupa que había robado la vivienda de una abuela de ochenta y tantos años, decía con chulería a los medios que “conocía la ley de los okupas”. Eso es hoy “normal”, lo verdaderamente anormal es que los vecinos y el enjambre de periodistas que acudió a cubrir el “evento”, no hubieran expulsado al par de okupas manu militari y restituido la vivienda a la que había sido vecina de toda la vida.

Un penúltimo ejemplo: si un régimen autonómico podía ser razonable en 1977 para Cataluña o el País Vasco, lo que ya no fue tan razonable fue lo que vino después de la mano de UCD: “el Estado de las Autonomías”, una verdadera sangría económica que se podría haber evitado.
Hubo un tiempo en el que se reconocían más derechos (“fueros”) a las provincias que habían demostrado más lealtad; hoy, en cambio, son las regiones que repiten más veces en menos tiempo la palabra “independencia”, las que se ven más favorecidas por el régimen autonómico. También aquí ocurre algo anómalo.

Y ahora el último: si se mira el estado de nuestra sociedad, de la economía de nuestro país, del vuelco étnico y antropológico que se está produciendo con una merma absoluta de nuestra identidad, si se atienden a las estadísticas que revelan el fracaso inapelable de nuestro sistema de enseñanza, el aumento no del número de delitos, sino especialmente del número de delitos más violentos, a la pérdida continua de poder adquisitivo de los salarios, al salvajismo de la presión fiscal y a la primitivización de la vida social, a la estupidez elevada a la enésima potencia vertida por los “gestores culturales”, a la corrupción política que desde mediados de los años 80 se ha convertido en sistémica, unida al empobrecimiento visible del debate político y de la calidad humana, moral y técnicas de quienes se dedican hoy a la política o a las negras perspectivas que se abren para la sociedad española en los próximos años, y así sucesivamente… lo más “anómalo” de todo esto que la sociedad española no reaccione y que individuos como Pedro Sánchez sigan figurando al frente del país y de unas instituciones que cada vez funcionan peor o, simplemente, han dejado de funcionar hace años.

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Vale la pena que la sociedad española empiece a meditar con el hecho de que, si aspira a salir de su estado de crisis, no va a poder hacerlo por la “vía normal”. El cáncer está tan extendido que, hoy incluso podría dudarse de la eficacia del “cirujano de hierro” del que se hablaba hace algo más de 100 años. Lo único cierto hoy, es que, para salir de situaciones excepcionales, hacen falta, hombres excepcionales dispuestos a asumir medidas de excepción y a utilizar, de manera implacable, procedimientos de excepción que no serían razonables en situaciones “normales”, pero que son el único remedio cuando las cosas han ido demasiado lejos.

Esta reflexión es todavía más pertinente en el momento en que se ha rechazado la petición de extradición formulada por el gobierno de El Salvador, de un dirigente “mara” detenido en España. La extradición se ha negado con el argumento de que en el país dirigido por Bukele “no se respetan los derechos humanos”. Bukele entendió lo que hay que hacer para superar una situación excepcional: en dos años El Salvador pasó de ser el país más inseguro del mundo a ser un remanso de paz, orden y prosperidad. Porque, en una situación “normal”, los derechos de los ciudadanos, están por delante -muy por delante- de los derechos de los delincuentes. Priorizar los derechos de estos por encima de los de las víctimas, es precisamente, uno de los signos de anormalidad.

Se precisa una revolución. Nada más y nada menos. ¿Para qué? Para restablecer estándares de normalidad (esto es, todo lo que fortalece, educa y constituye el cemento de una sociedad), excluyendo todos los tópicos que nos han conducido a situaciones anómalas y que han demostrado suficientemente su inviabilidad. “Revolución o muerte”… sí, o la sociedad y el Estado cambian radicalmente, o se enfrentan a su fin. Tal es la disyuntiva.

 

Ernesto Milá. 

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