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El golpe de Estado catalán sigue en marcha

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Una vez más, el Gobierno tuvo que rectificar sobre la marcha para reconocer la gravedad del asedio del radicalismo independentista al Parlamento de Cataluña. Inicialmente, el Ejecutivo había defendido por boca del ministro Ábalos que lo ocurrido era «asumible», infravalorando así la violencia empleada por los CDR contra los Mossos. Otra vez La Moncloa rebajaba el tono y mantenía su humillado perfil bajo para no ofender al separatismo, en esta inútil estrategia de Sánchez de «normalizar» Cataluña por el apaciguamiento y la cesión. Pero ese apaciguamiento no es tal. Casi dos millones de catalanes a los que los dirigentes de la Generalitat prometieron una república ya saben que les tomaron el pelo. Se sienten engañados y frustrados porque llegaron a creer que Mas, Junqueras, Puigdemont, o ahora Torra, iban a satisfacer sus expectativas. Ahora, el movimiento separatista se ha resquebrajado -hasta los Mossos cuestionan a Torra- y por eso resulta inexplicable que Sánchez contribuya de forma tan decidida a oxigenarlo.

Las reacciones del Gobierno a lo ocurrido frente al Parlament fueron el festival del despropósito. A primera hora, Sánchez desautorizaba a Ábalos sosteniendo que «la violencia no es el camino», pero a renglón seguido su portavoz, Celaá, opinó que «Torra no parece responsable porque no ha llamado a la violencia». A su vez, Batet contradijo a Celaá al afirmar que Torra sí fue responsable por «alentar el movimiento en la calle», y Grande-Marlaska desafinó de Batet y de Sánchez reduciendo todo a un «momento de tensión improcedente». Para añadir confusión, Susana Díaz dijo que «Torra se ha comportado como un hooligan incitando a la violencia»… Resulta desconcertante que en el PSOE sean incapaces de ponerse de acuerdo sobre qué es, o no, violencia. Todo en este Gobierno es una mascarada.

No hay matices. Torra agitó a los radicales animándoles a violentar las calles, pero se le volvió en contra provocando una rebelión interna en el independentismo, que empieza a no reconocer en él mucho más que una marioneta irrelevante. Haber sembrado la semilla de la independencia, como hace Torra, para después acobardarse por miedo a la cárcel, ha desengañado al separatismo y ha descolocado al «Gobierno del diálogo».

De hecho, ayer Torra chantajeó a Sánchez: o plantea un referéndum para la independencia en un mes o le retirará su apoyo parlamentario. Lo que faltaba. La respuesta del Ejecutivo fue tan melíflua como, de nuevo, decepcionante: no se dio por enterado del chantaje y volvió con el insufrible mensaje de la distensión y el diálogo. Los españoles no merecen un Gobierno que tolera coacciones de quien alienta la violencia y el enfrentamiento civil. Porque el chantaje no se lo hace Torra a Sánchez sino al Estado, ese que debería defender un Gobierno socialista que solo parece centrado en defenderse a sí mismo. No hay otro camino que el del 155.

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